—?Ya lo creo! Pero las nuestras eran verdes y mas pequenas, lo cual no les impedia ser peligrosas. ?Vuestro avion es un buen refugio?
— Si.
— En este caso, voy a tomar conmigo a cuatro de vosotros. Los otros tres se quedaran aqui con mi marinero. Desmontad las armas de a bordo. ?Teneis aun municiones?
— Estamos muy bien provistos.
— En este caso, las llevaremos en un tercer viaje.
Jeans designo a Smith, Brewster, Biraben y a Wilkins. Los demas se encerraron en el avion.
Tome a Smith a mi lado. Yo hablaba mal el ingles, pero bien el aleman. Smith lo hablaba suficientemente, y pudimos informarnos. Supe, asi, que New-Washington era un fragmento de los Estados Unidos caido en pleno oceano teluriano. No habia habido mas que diez mil sobrevivientes y cuarenta y cinco mil muertos. La isla asi formada se extendia sobre treinta y siete kilometros de largo por siete de ancho. Habia una fabrica de aviacion casi destruida por el choque y que habian reconstruido, campos de labranza, grandes reservas de viveres y municiones y, cosa extrana, varias naves: el crucero ligero frances, el Surcouf, un destructor americano, el Pope, un torpedero canadiense y dos barcos mercantes: un carguero mixto noruego y un petrolero argentino. Yo tenia en el Surcouf a un amigo de la escuela y me entere con pena que habia desaparecido en la catastrofe. Todos los navios se encontraban en alta mar, consiguiendo al cabo de un tiempo llegar a New-Washington, con las arboladuras destrozadas como despues de un combate, navegando a veces con velas de ocasion, pero basicamente intactos. El cataclismo se les presento bajo la forma de una gigantesca tromba de agua.
—?Por que habeis tardado tanto en explorar?
—?Habia cosas muy urgentes! Enterrar a los muertos, despejar las ruinas, reconstruir. El poco combustible que poseiamos lo utilizamos para poner en funcionamiento a uno de los diecisiete aviones, no excesivamente perjudicados; es el que ha caido aqui.
—?Habeis recibido nuestros mensajes?
— No, jamas. Y no obstante, permanecimos a la escucha mas de un ano.
— Es curioso. ?Como os habeis mantenido?
— Teniamos muchas conservas. Cultivamos trigo; pudimos pescar bastante, y algunas formas terrestres sobrevivieron y se multiplicaron considerablemente. Por falta de leche hemos perdido muchos ninos — anadio con tristeza.
Le puse al corriente de lo que habiamos hecho. Hacia las tres de la madrugada llegamos al Temerario. Deje alli a los que habiamos rescatado, y a pesar de las protestas de Miguel, volvi a marchar inmediatamente. Iba a presenciar un espectaculo que me helo la sangre.
Cuando aviste el avion observe, un poco a la derecha, a una enorme masa gelatinosa de un color violeta claro, que se desplazaba a una considerable velocidad, quiza a 30 o 40 kilometros por hora. Media unos diez metros de diametro por un metro de alto. Intrigado, me detuve. El animal no se preocupo de mi y continuo su ruta hacia el avion. El canadiense abrio la puerta y salio. Vio la camioneta detenida y vino hacia ella. Detras de el aparecieron Etienne, O'Hara y Jeans. Me fije de nuevo en el monstruo: su rico color violeta habia desaparecido, convirtiendose en gris opaco; parecia una roca cubierta de liquenes. Previendo el peligro me puse en marcha y toque la bocina. El mecanico agito la mano otra vez y acelero su paso.
Yo di todo el gas. Llegue tarde. El monstruo, de nuevo violeta, se precipito sobre el. Pary lo vio, dudo un momento y corrio hacia el avion. Entonces ocurrio algo extrano; resono un ruido seco, y una especie de chispa alcanzo al canadiense, que se desplomo. Desaparecio englobado por los seudopodos.
Horrorizado, frene en seco. El animal se volvio y vino recto hacia mi. Salte de mi asiento, trepando hasta la cupula del lanzagranadas. Febrilmente apunte los tubos, cargados por la manana. La centella azul salto nuevamente, dando contra el radiador. Percibi una sacudida. No una sacudida electrica, sino como un frio glacial que me obligo a detenerme. Aprete el disparador. Las dos granadas dieron de lleno en el monstruo, a diez metros. Hubo dos explosiones sordas, una serie de crepitaciones violentas acompanadas de chispazos. Saltaron como unos jirones de gelatina. El animal se abarquillo y quedo inmovil. Puse el motor en marcha y me acerque con cuidado. Unas irisaciones recorrian aun la jalea viviente que todavia palpitaba. Del canadiense, ni rastro. Por la portezuela lance dos granadas incendiarias. Con un calor intenso, se arrugo, se redujo y dejo de palpitar. Llegaron los demas.
— What an awful thing — dijo Jeans. Repitio en frances: ?Que cosa mas horrible!
— Temo que no podamos hacer nada por nuestro mecanico. Enterrarlo, como maximo.
Pero cuando abrimos a hachazos la rigida gelatina, que se habia vuelto mas densa que la madera, ?no encontramos mas que un anillo de oro!
Apenados, subimos al coche, cargando las ametralladoras. Etienne volvio a su puesto con el lanzagranadas. Al dia siguiente hicimos mas expediciones para llevar el resto de las armas, las municiones, los motores electricos y todo lo que pudo ser salvado. La ultima, conducida por Miguel, tuvo que luchar con la «muerte violeta». Destruyeron cuatro de estos innobles animales.
Embarcada con rapidez la camioneta, partimos, saludando con una lluvia de granadas una hidra demasiado curiosa, que cayo destrozada. Yo estaba mas confiado que en la ida, cumplida mi mision y pudiendo encargar la direccion del navio a unos hombres de los cuales, al menos dos, sabian realmente lo que era un barco.
IV — HE DESCUBIERTO TIERRAS IGNORADAS…
Deje la direccion tecnica en manos de Jeans y sus oficiales, reservando para mi y para Miguel el mando general. Envie un mensaje a Cobalt. Despues, aconsejado por Wilkins, intente comunicar con New-Washington. Con gran sorpresa de mi parte, lo consegui. Jeans les explico sucintamente lo ocurrido, y nos transmitio el agradecimiento de su gobierno y una invitacion.
— Sintiendolo mucho, no puedo aceptar de momento — respondi—. No tenemos bastante carburante para recorrer los 10.000 kilometros que nos separan de New-Washington. Primero pasaremos por Cobalt-City.
—?Como es que vosotros, franceses, habeis bautizado asi vuestra ciudad? — inquirio O'Hara.
— Pues, porque es identica a uno de los pueblos de vuestro «Far-West» por alla el 1880. ?Al menos tal como nosotros lo imaginamos!
Apenas dejamos el rio nos dirigimos hacia el Nordeste. Soplaba un fuerte viento, y el Temerario, con gran malestar de algunos estomagos, danzaba notablemente. Estuvimos hablando, medio en frances, medio en ingles. Cuando nos faltaba una palabra, Biraben hacia de interprete. Nuestro primer dia en el mar paso sin incidentes. Por la noche, aunque el mar se habia calmado, aminoramos la marcha. Me fui a dormir, dejando a Smith en el puente. Un cambio de oscilacion del Temerario me desperto. Escuche, con la sensacion de que ocurria algo anormal. Inmediatamente lo comprendi: los motores se habian parado. Me vesti a toda prisa y subi al puente. Pregunte a un hombre de servicio:
—?Que pasa?
— No lo se, senor, acabamos de parar.
—?Donde esta el comandante americano?
— A popa, con el ingeniero. Miguel saco la cabeza por un tragaluz.
—?Que ocurre? ?Por que hemos parado?
— No lo se. Ven conmigo.
— Voy.
Al decir esto se produjo como una tromba de agua contra el casco; despues una sacudida hizo vacilar el barco. Oi un sonoro Damn it! (?Maldicion!), despues una exclamacion de sorpresa y un grito, un grito terrible:
—?Todo el mundo dentro!
Smith me cayo encima, proyectandose sobre el callejon. Wilkins se zambullo literalmente en el interior. Smith saco la cabeza sobre el puente, comprobo que estaba desierto y cerro la puerta. A la luz de una lamparilla vi su rostro, livido, descompuesto. Vi como la cubierta del puesto de tripulacion se cerraba con violencia. Hubo otra sacudida, y el Temerario dio un bandazo a estribor. Yo tropece y cai sobre el tabique.
—?Puede saberse que ocurre?
Wilkins, al fin, contesto: