nos queda mas combustible. ?Podria usted vendernoslo?

— No se trata de esto — repuso mi tio—. Acudir en vuestro socorro es un deber elemental. Pero el gran problema radica en el transporte. Como barco, no tenemos mas que el Temerario, que es muy pequeno.

— Conservamos aun el casco del Conquistador — dije—, y especialmente las barcazas remolcables que podrian facilmente ser transformadas en petroleros. ?Que opinan ustedes? — pregunte a nuestros ingenieros.

Estranges reflexiono.

— Diez o doce dias de trabajo para construir los depositos. Otro tanto como minimo para los dispositivos de seguridad. En total, un mes. Dos depositos de 10 x 3 x 2 m., con una capacidad para 122.000 litros. Mitad bencina mitad aceites pesados.

— Prefeririamos menos bencina y mas aceites pesados.

— Es posible. ?Cual es la cifra exacta de vuestra reserva?

— Seis millones de litros — dije—. Detuve la explotacion, falto de lugar para el almacenamiento.

—?Cuanto hay de New-Washington a Puerto-Leon?

— Unos 450 kilometros.

— Si —dije—, pero en alta mar pueden ser mas.

—?Si le confiamos al Temerario y a algunos de nuestros hombres, podria usted conseguirlo? — pregunto mi tio a Jeans.

— Respondo de ello. Vuestro pequeno navio es excelente.

— De acuerdo. Intentemoslo.

Un mes despues, el Temerario partio con un remolque cargado con 145.000 litros de carburante.

Como Miguel me conto mas tarde, el viaje no tuvo historia. No encontraron calamares, ni monstruo alguno. New-Washington estaba situado sobre una tierra baja, con dos colinas sembradas de casas. Fueron acogidos por salvas de los canones de los navios de guerra. Toda la ciudad, situada al borde del mar, estaba adornada. La banda de musica del crucero toco el himno americano, y despues la Marsellesa. Los oficiales observaban con asombro al pequeno Temerario, que se deslizaba por el puerto. Los aceites pesados pasaron directamente a los panoles del petrolero argentino, el cual aparejo en el acto. La bencina fue transportada en camion al campo de aviacion.

Miguel fue recibido por el presidente de New-Washington, Lincoln Donalson, y despues a bordo del Surcouf, a cuyos oficiales y tripulantes les encanto poder saludar a un pedazo de Francia.

Los ciudadanos de New-Washington se entregaron a un trabajo encarnizado, desmontando y abarrotando los navios con todo lo que podia ser salvado. Despues, regreso el Porfirio Diaz; y el cargo noruego, el Surcouf y los dos torpederos partieron, cargados hasta los topes de material y de hombres. Miguel me anuncio su salida por radio. Por mi parte, le informe de que habiamos obtenido de Wzlik, gran jefe de los Sswis, desde la muerte de su suegro, la concesion a los americanos de un territorio, que en realidad pertenecia a los Sswis negros, pero sobre el que su tribu tenia ciertos derechos, y una parte de otro que les pertenecia realmente, comprendido entre el Dron y los Montes Desconocidos. Para nosotros, habia obtenido un pasadizo a lo largo del Dordona hasta su desembocadura, cerca de la que queriamos construir un puerto, Puerto del Oeste. No estabamos inactivos.

Se habian construido unas casas para los americanos cerca de las montanas, en la parte propiamente Sswis de su territorio, justamente al otro lado del Dron, enfrente de nuestra factoria del «Cromo».

Poco tiempo despues llego el primer convoy. Lo anuncio una manana el vigia situado en la desembocadura del Dron. El Surcouf y el carguero, demasiado grandes, no pudieron ir mas lejos, y bajaron anclas. Los torpederos remontaron el Isla. Los emigrantes arribaron a sus nuevas tierras por medio de pequenas embarcaciones remolcadas. Por el momento, se decidio que los americanos se contentarian con el territorio propiamente Sswis, dejando para mas tarde la conquista — pues una conquista seria necesaria— del sector Sslwip.

Miguel regreso por avion poco antes del septimo y ultimo convoy. La isla estaba casi sumergida totalmente, pero ya Nueva America contaba con una ciudad y siete pueblos, e iban a recolectarse las primeras cosechas. Nuestra poblacion se incremento con seiscientos hombres del Surcouf, sesenta argentinos que prefirieron vivir en un «pais latino» y unos cincuenta francocanadienses, a quienes aunque al principio desagrado nuestro colectivismo, reducido por otra parte a las instalaciones industriales, se apercibieron muy pronto de que nada les impedia la practica de su religion. Los noruegos, en numero de doscientos cincuenta — cuando el cataclismo habian recogido a los sobrevivientes de un paquebote de su nacionalidad— se establecieron, a peticion suya, en un enclave de nuestro territorio, cerca de la desembocadura del Dordona. Crearon alli un puesto de pesca. En realidad, la segregacion nacional no fue absoluta, ya que hubo matrimonios internacionales. Afortunadamente, entre los americanos las mujeres eran mayoria, y muchos de los marinos del Surcouf se habian casado ya en el viejo New-Washington. Un ano despues de este exodo, cuando acababa de nacer mi primer hijo Bernardo, Miguel se caso con una linda noruega de dieciocho anos, Inge Unset, hija del comandante dei carguero.

Ayudamos a los americanos a establecer sus fabricas. En contrapartida, nos cedieron el utilaje de cuatro aviones. Con dos colegas americanos encontre en su territorio, pero en pais Sslwip, importantes yacimientos de petroleo.

Cinco anos mas tarde tuvo lugar la fundacion de los Estados Unidos de Telus. Pero antes debo consignar la conquista del territorio Sslwip. ?Y que nosotros estuvimos a un paso de la guerra con los americanos!

Fueron los Sslwips quienes desencadenaron la batalla. Una noche, un centenar de ellos sorprendio a un pequeno puesto americano, destrozando a diez de los doce hombres que componian la guarnicion. Los dos restantes lograron escapar en coche. Tan pronto fue conocida la noticia, despegaron dos aviones a la caza de los asesinos. Fue imposible encontrarlos, pues los bosques cubrian extensiones inmensas y las llanuras aparecieron solitarias. Una columna ligera en mision de represalia sufrio grandes perdidas sin resultados positivos. Entonces los americanos acudieron a nosotros, que teniamos mayor experiencia, y a nuestros, aliados Sswis.

?Fue la guerra mas extrana que se pueda imaginar! Los americanos y nosotros, montados en camiones, con cuatro o cinco aviones evolucionando encima de nuestras cabezas, un helicoptero observador, y rodeados por seres de otro mundo, armados con arcos y flechas. La campana fue dura, y tuvimos nuestras derrotas. Comprendiendo rapidamente que en combate abierto, tendrian desventaja, los Sslwips comenzaron a hostigar nuestras fronteras, a envenenar los pozos y las fuentes, a hacer incursiones sobre Nueva America, en territorio Sswis e incluso a traves de las montanas, sobre Nueva Francia. Fue en vano que los torpederos descubrieran y bombardearan a dos pueblos de la costa. Igualmente que los aviones destruyeran otros poblados. Cuando nos adentramos en territorio enemigo, mas alla de la futura frontera de Nueva America, los Sslwips creyeron practicable el asalto definitivo. Al amanecer, una banda que sobrepasaba los cincuenta mil se precipito de todas partes sobre nuestro campo. Inmediatamente, Jeans, jefe de la expedicion, lanzo una llamada a los aviones que despegaron de New-Washington y de Cobalt. A 1.000 kilometros por hora, iban a llegar dentro de poco, pero ?podriamos aguardar? La situacion era critica: eramos 500 americanos y 300 franceses, ciertamente bien armados, y 5.000 Sswis, contra 50.000 enemigos armados con arcos que alcanzaban a cuatrocientos metros. Era imposible aprovecharse de la movilidad de los camiones: el enemigo nos rodeaba a treinta de fondo. Dispusimos un circulo con nuestros vehiculos, salvo nuestro viejo camion blindado y, con las ametralladoras dispuestas, aguardamos.

A seiscientos metros, abrimos fuego; fue un error haber aguardado tanto, pues poco nos falto para ser arrollados. Era en vano que nuestras armas automaticas derribaran a los Sslwips como el trigo en sazon, en vano que los Sswis lanzaran flecha tras flecha. En un momento tuvimos diez muertos y mas de ochenta heridos, y los Sswis cien muertos y el doble de heridos. La bravura de los Sslwips era maravillosa, y su vitalidad fenomenal. Vi a uno que con el hombro destrozado por un proyectil de 20 mm. corrio hasta la muerte, y se derrumbo a dos pasos de un americano. Al tercer asalto llegaron los aviones. No pudieron intervenir, pues el barullo habia comenzado de nuevo. En esta fase del combate, Miguel recibio una flecha en el brazo derecho, y yo otra en la pierna izquierda; heridas, por otra parte, sin gravedad. Tan pronto como el enemigo fue rechazado, los aviones entraron en combate con las ametralladoras, granadas y bombas. Fue la victoria. Cogidos en descubierto, los Sslwips se desbandaron, y nuestros camiones les persiguieron, mientras que Vzlik, a la cabeza de los Sswis, batia y despedazaba a los aislados. Hubo aun alguna ofensiva, y, por la noche, encontramos a uno de nuestros camiones con todos los ocupantes muertos, acribillados a flechazos.

Aprovechando la noche, los sobrevivientes escaparon. Tuvimos entonces que luchar con los tigrosauros, atraidos en gran numero por la carniceria, que nos causaron seis bajas. Nuestras perdidas totales ascendieron a 22 muertos americanos, 12 franceses, 227 Sswis, y a 145 americanos, 87 franceses y 960 Sswis heridos. Los

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