que el eje del planeta esta muy poco inclinado, a menos que hayamos caido justamente en el equinoccio. El Sol rojo es exterior a nuestra orbita y gira probablemente como nosotros alrededor del Sol azul Este es un momento en que los dos soles y nosotros mismos estarnos en situaciones opuestas. Pasado el tiempo necesario, no deberemos extranarnos de ser iluminados simultaneamente, a veces, por los dos o por ninguno. Entonces habra noches negras o, mejor dicho, con luna.

—?Con luna?

—?Mira el cielo!

Levante la vista. Palidas, en un cielo rosa, habia dos; una algo mayor que nuestra vieja luna terrestre, la otra aproximadamente igual.

— Hace un instante habia otra mas — continuo mi tio—. Es la menor de las tres y ya esta escondida.

—?Cuanto nos queda de «noche»?

— Apenas una hora. En la fabrica hemos visto algunos granjeros de los alrededores. Hay pocas victimas. Pero mas lejos…

— Sera menester ir a verlos — dije—. Voy a tomar tu coche con Miguel y Luis Mauriere. Tenemos que saber la extension de nuestro territorio.

— Vengo con vosotros.

— No, tio. Tienes un pie torcido, podemos tener averia o vernos obligados a andar. Daremos una vuelta ultrarrapida. Otro dia…

— De acuerdo; ayudame a bajar y llevame a la enfermeria. ?Viene usted conmigo, Vandal?

— Me hubiera gustado participar en esta excursion — dijo el biologo—. Imagino que la parte terrestre no sera muy extensa y que teneis la intencion de seguir su contorno.

— Mientras encontremos caminos practicables. Bien, venga con nosotros. Puede que nos tropecemos con fauna inedita. Esta salida corre el riesgo, por otra parte, de no ser demasiado reposada, en cuyo caso su experiencia de Nueva Guinea puede sernos muy util.

Desperte a Miguel y a Luis.

— Bien — dijo este—, pero antes quisiera hablar con vuestro tio, senor Bournat. ?Querria usted, durante nuestra ausencia, verificar un censo de la poblacion y de los recursos existentes en viveres, armas, utiles, etcetera? Despues de la muerte del alcalde, usted es aqui el unico a quien todos escucharan. Usted esta en buenas relaciones tanto con el senor cura como con el senor maestro. No veo mas que a Julio, el dueno del bar, que quiza no le quiera a usted demasiado, seguramente porque no es cliente suyo. Pero yo ya me encargo de este. Aunque, claro esta, estaremos de vuelta antes de que termine con todo.

Subimos al coche, un viejo modelo descapotado, muy solido. Me habia sentado al volante, cuando mi tio me llamo:

— Toma lo que llevo en la cartera.

La abri y saque una pistola de reglamento, calibre 45.

— Es mi arma de oficial de artilleria. Tomala. Quien sabe que vais a encontrar. En la bolsa del coche hay cargadores.

— Es una buena idea — dijo Luis—. ?No tiene usted otra arma?

— No, pero me parece que debe haber escopetas de caza en el pueblo.

— Cierto. Nos detendremos en casa de Boru. Es un ayudante retirado de la «Colonial» y un cazador empedernido.

Despertamos al viejo, y, a pesar de sus protestas, nos hicimos con buena parte de su arsenal: un «Winchester» y dos escopetas de caza, con sus municiones. Con el alba, partimos hacia el Este. Mientras fue posible seguimos la carretera, que de vez en cuando aparecia ligeramente seccionada, aunque siempre conseguimos seguir adelante. Un hundimiento nos detuvo durante una hora. Tres despues de nuestra partida, caimos en una zona caotica: no se veian mas que montanas derruidas, amontonamientos de tierra, de piedras, arboles y, por desgracia, escombros de casas.

— Debemos estar cerca del limite — dijo Miguel—. Vayamos a pie.

Abandonando el coche sin vigilancia, quiza un poco imprudentemente, tomamos nuestras armas, algunas provisiones y alcanzamos la zona devastada. Estuvimos avanzando durante mas de una hora penosamente. Para un geologo el espectaculo era fantastico: un espeso caldo de rocas sedimentarias, un magma de las eras primaria, secundaria y terciaria en tal estado de agitacion que yo recogi en pocos metros un trilobite, un amonite cenomaniano y numulites.

Luis y Vandal, que marchaban en cabeza, tropezaron con una pendiente mientras yo me retrasaba espigando fosiles. Llegaron a la cima y pudimos escuchar sus exclamaciones. En pocos instantes, Miguel y yo nos juntamos a ellos. Tan lejos como alcanzaba nuestra vista, se extendia una marisma de aguas oleosas, pobladas de una vegetacion de hierbas rigidas, grisaceas, como cubiertas de polvo. El paisaje era siniestro y grandioso. Vandal tomo sus prismaticos y echo una ojeada sobre el horizonte.

— Montanas — dijo.

Me presto los gemelos, Lejos, al Sudoeste, una linea azulada se destacaba en el cielo.

Alrededor del promontorio que formaba la zona terrestre, el limo se habia deslizado, amontonandose en collera, sepultando y destruyendo la vegetacion. Con precaucion, descendimos hasta el borde de las aguas. De cerca era casi transparente; el pantano parecia profundo y era salobre.

— Esto es un desierto — observo Vandal—. Ni peces ni pajaros.

— Mirad alli —dijo Miguel.

Nos indicaba en una bancada de barrizal un ser verdoso, de poco mas de un metro. En una extremidad tenia la boca rodeada de una corona de seis tentaculos blandos; en la base de cada tentaculo se fijaba un ojo glauco. En el otro extremo del cuerpo una potente cola se aplastaba en forma de aleta. No pudimos examinarlo de mas cerca por su situacion inaccesible. Mientras montabamos de nuevo la pendiente, un animal identico corrio por la orilla a gran velocidad, con los tentaculos a lo largo del cuerpo. Apenas entrevisto, se lanzo a las aguas.

Antes de regresar al coche, verificamos una ultima observacion. Fue entonces cuando por primera vez desde nuestra llegada a este mundo divisamos una nube. Era de un tono verdoso y flotaba muy alta. Dias despues conoceriamos su terrible significado.

Encontramos el coche con los faros encendidos.

— Y no obstante — dije—, estoy absolutamente seguro de haberlos apagado. Alguien ha debido venir a curiosear el coche.

Sin embargo, a su alrededor, en el polvo de la carretera, no habia mas huellas que las nuestras. Apague los faros, lanzando una exclamacion: la manecilla estaba banada de una substancia viscosa y fria, como la baba de los caracoles.

Volvimos hasta un ramal que se dirigia hasta el Norte y, muy pronto, fuimos detenidos por las montanas desmoronadas.

— Lo mas practico — dijo Luis— sera regresar al pueblo y tomar el camino de la carretera. Aqui estamos muy cerca de la zona muerta.

Encontramos a mi tio sentado en un sillon, con el pie vendado, charlando con el cura y el maestro. Les anunciamos que no debian aguardarnos hasta el dia siguiente y nos largamos hacia el Norte. La carretera subia primero un pequeno desnivel y luego descendia hacia un valle paralelo. Hallamos algunas granjas que no habian sufrido demasiado; los campesinos cuidaban de sus animales y sus labores, como si nada hubiese ocurrido. Algunos kilometros mas lejos nos vimos obligados de nuevo a detenernos. Pero aqui la zona destruida era mas estrecha y en su mitad se levantaba intacto un monticulo. Subimos a el, y pudimos darnos cuenta del aspecto general de aquellos lugares. Alli, tambien, un aguazal bordeaba la «tierra». Estaba llegando la noche roja y nos acostamos en una finca, agotados por nuestras escaladas. Despues de seis horas de sueno marchamos hacia el Oeste. En esta ocasion no fue una marisma que nos detuvo, sino un mar desolado.

Fuimos despues hacia el Sur. La «tierra» alcanzaba unos doce kilometros antes de la zona muerta. Por un milagro, la carretera se conservaba casi intacta en medio de la destruccion, lo que facilito enormemente nuestra exploracion. Con todo, nos vimos obligados a rodar a poca velocidad porque de vez en cuando los penascos obstruian nuestro camino. De subito, despues de una curva, desembocamos en un rincon resguardado. Estaba rodeado de bosques y pastos, en un valle menor, en el que se habia formado un lago, a causa de los desprendimientos que habian detenido el torrente. A media subida se alzaba un pequeno castillo. Una avenida de arboles conducia a la entrada. Penetre con el coche, aunque observe un cartel: «Entrada prohibida, propiedad

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