—Anoche, durante la fiesta, aunque no sabria decir en que momento. Ah, aqui esta su majestad… Solo dos palabras: la policia me ha pedido la lista de invitados, incluidos los acompanantes de la reina.

La duquesa tuvo el tiempo justo para ir a ocupar su lugar y hacer la reverencia: Victoria Eugenia, sonriente y luciendo una diadema de brillantes, acababa de cruzar el umbral del salon. Dona Isabel iba detras de ella, e instintivamente Aldo busco a Don Basilio entre los invitados.

No le costo mucho localizarlo: Fuente Salada estaba justo enfrente de el, al otro lado de la estancia. Su actitud arrogante pero serena sorprendio a Morosini. La agitacion se habia calmado tras la entrada real, de acuerdo, pero aun asi el debia de estar al corriente de un robo que tenia que haberlo sumido en un abismo de dolor. La idea de que su amada estuviera en manos de un vil bribon debia de resultarle insoportable. O quizas aun no supiera nada, en cuyo caso valdria la pena observar su reaccion.

Mientras la reina hablaba con uno u otro grupo de invitados, Morosini se llevo a dona Isabel aparte.

—Tengo que pedirle un favor, querida amiga. Es… un poco delicado, y no quisiera que me tomara por un veleta que cambia constantemente de parecer.

—?Cuantos preambulos! Vamos, pida lo que sea.

—Ese viejo irascible, el marques de Fuente Salada… Quisiera que nos presentase.

Una expresion divertida se pinto en el encantador rostro de la joven.

—?Acaso le gusta que lo martiricen, querido principe?

—En absoluto, pero necesito hacerle algunas preguntas. Usted me dijo que era una autoridad en todo lo relativo a Juana la Loca, ?no?

—Si, lo es; pero ?no teme que hoy sea un momento aun peor que el otro dia? Ya sabe que han robado el retrato que se encontraba en casa de los Medinaceli. Debe de estar de un humor de perros.

—No lo parece. Incluso se diria que esta muy tranquilo. Tal vez aun no lo sepa.

—En ese caso, vamos alla.

Pero Don Basilio lo sabia. Para ser exactos, acababa de enterarse, pues su livido rostro estaba adquiriendo una curiosa tonalidad rosacea que en el debia de ser signo de una violenta emocion. Movia de un lado a otro la cabeza de pajaro y la larga nariz, como si intentara olfatear el rastro del malhechor.

—?Increible! ?Inconcebible! ?Absolutamente escandaloso! —no cesaba de repetir. Y a continuacion puso por testigo a la senora de Las Marismas—: ?No es usted del mismo parecer, querida Isabel? Vivimos en el siglo de las abominaciones.

La conciliadora dona Isabel se puso enseguida manos a la obra.

—El principe y yo compartimos su opinion, querido don Manrique —dijo—. Por cierto…

El marques interrumpio un instante sus imprecaciones para clavar unos ojos de buho en el recien llegado.

—?El principe? —mascullo—. ?Principe de que, si puede saberse?

El tono era tan despreciativo que, pese a sus buenos propositos, Aldo se ofendio.

—Cuando alguien cuenta con cuatro dux de Venecia entre sus antepasados, uno de ellos un principe del Peloponeso —dijo con la misma arrogancia que el otro—, no tiene que rendir cuentas de sus blasones a un hidalguelo espanol.

Dona Isabel se interpuso valientemente en la disputa.

—?Senores, senores! ?Piensen que la reina esta aqui! Esta reyerta no es propia de hombres cuya inteligencia y cuyos grandes conocimientos deberian permitirles simpatizar. Permita, pues, principe, que le presente…, privilegio de la edad —preciso con una sonrisa, para evitar confusiones—, al marques de Fuente Salada, chambelan de su majestad la reina Maria Cristina, viuda de nuestro anorado rey Alfonso XII. Don Manrique, este es el principe Morosini, un gran senor y un experto internacional en joyas historicas. Su cultura es casi tan vasta como la de usted. Ademas, el rey, a quien ha prestado un gran servicio, lo aprecia mucho.

Fuente Salada esbozo un saludo, mirando desafiante al veneciano al tiempo que mascullaba, incorregible:

—?Hummm, hummm!… ?En el fondo, nobleza de comerciantes!… ?Y de que podriamos hablar?

—De ese magnifico periodo espanol llamado Siglo de Oro —dijo Morosini, impavido—, y en particular de la mas desdichada y tal vez la mas atrayente de las reinas, esa cuyo retrato un malhechor ha osado robar, dona Juana…

El otro lo interrumpio con un gesto, carraspeo, saco del chaque un panuelo enorme, se limpio con el la nariz y declaro:

—Ni el lugar, ni la hora, ni las circunstancias me parecen apropiados para evocar tan noble recuerdo. No podria decir usted nada que yo ya no supiera. Ademas, solo acepto hablar de ella en un sitio, el de su martirio. En Tordesillas, donde tengo una casa. Y estamos lejos de alli.

—?Por que no en Granada, puesto que en la capilla real de su catedral es donde descansa, junto a su esposo y su madre? —pregunto Morosini en tono provocador.

—Porque ahi solo hay cenizas y a mi lo unico que me importa es la vida. Para servirlo, senor. Estan anunciando la cena y no tenemos nada mas que decirnos. Querido duque, lo acompano —anadio, inclinandose con solicitud sobre la cabeza calva del hombre del Toison de Oro, que parecia dormir de pie.

La marquesa los miro perderse entre la multitud.

—?Sera imbecil! —exclamo—. Hay que compadecer a las reinas por estar condenadas a vivir a diario con gente asi. Este ni siquiera tiene la disculpa de creerse don Quijote, como uno que yo conozco. Simplemente esta afectado de cursileria [3] cronica.

—?Cursileria? ?Que es eso?

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