2. El enamorado de la reina

Al llegar al Alcazar, Aldo encontro al hombre que buscaba cruzando con cautela el patio de las Doncellas y dando el brazo a un personaje calvo y de aspecto fragil que parecia tener dificultades para andar. Vestido con un traje ajado, cualquiera habria tomado a ese personaje por un oscuro funcionario retirado, de no ser porque lucia una ostensible insignia del Toison de Oro de la que se podia deducir que se trataba de un grande de Espana, y era preciso que fuera asi para que el arrogante marques de Fuente Salada le manifestase tanta solicitud. Asi pues, Morosini considero que no era un buen momento para abordarlo. En cualquier caso, hacia falta alguien para hacer las presentaciones oficiales y el noble anciano tan augustamente condecorado era un desconocido para el veneciano, de modo que este se dirigio hacia el salon de los Embajadores con la esperanza de encontrar alli a dona Isabel.

Dos dias antes, al llegar a la Casa de Pilatos con el sequito real para tomar el te, Morosini habia tenido ocasion de ver por primera vez el retrato de Juana la Loca que habia deseado examinar despues del concierto de la noche pasada. Con su taza en la mano, se habia acercado a el, pero ya habia alguien alli removiendo el te con una cucharilla sin prestar la menor atencion a lo que hacia. Era un hombre mayor, mas tieso que una vela, mas rigido que una tabla y aproximadamente igual de grueso. El perfil que ofrecia no era muy seductor: la ausencia de menton y una frente huidiza de la que partian largos cabellos grises hacian destacar una nariz larga y puntiaguda y, sobre el cuello almidonado, una prominente nuez de Adan que parecia en perpetuo movimiento. El hombre debia de ser presa de una gran emocion, pero, como se eternizaba e interceptaba el paso hacia el cuadro, Morosini se acerco y dijo, adoptando una actitud sumamente amable para disimular su impaciencia:

—Magnifico retrato, ?verdad? Uno no sabe que debe admirar mas, si el arte del pintor o la belleza de la modelo.

La cucharilla se detuvo; la nuez de Adan, tambien. La nariz dio un cuarto de vuelta y su propietario examino a Morosini con la mirada gelida de un par de ojos que poseian el color y la ternura del canon de una pistola.

—Que yo sepa, no hemos sido presentados —dijo el personaje.

—No, pero me parece que es una laguna facil de colmar. Soy…

—No me interesa quien es usted. Para empezar, no es espanol, eso salta a la vista, y ademas no se me ocurre ninguna razon para que trabemos conocimiento. Entre otras cosas, por lo inoportuno que es: acaba de interrumpir un instante de emocion pura. De modo que le ruego que siga su camino…

—?Con mucho gusto, senor! —repuso Morosini—. Jamas habria creido que fuera posible encontrar a una persona tan grosera en una casa como esta.

Y le dio la espalda para volver con el grueso de los invitados. De camino, fue detenido por la marquesa de Las Marismas —dona Isabel—, que lo asio de una manga.

—Le he visto hablando con el viejo Fuente Salada y no parecia que se entendieran muy bien —dijo con una sonrisa burlona.

—Si, nos hemos entendido perfectamente, aunque ha sido mas bien desagradable.

Aldo le conto la breve escaramuza y la joven se echo a reir.

—Comprendalo, querido principe —dijo—, ha cometido usted un crimen de lesa majestad: ?osar interrumpir la conversacion que Don Basilio, que es como se le conoce, sostenia con su amada reina!

—?Su amada…? ?Significa eso que esta enamorado del retrato?

—No, de la modelo. Yo incluso diria que es la gran pasion de su vida, desde la infancia.

—?Vaya ocurrencia! No me imagino sonando con la imagen de una princesa tan sombria.

—Porque no es usted espanol. Reconozco que sobrecoge un poco, pero para muchos de nosotros es una martir. Ademas, fue la ultima reina antes de que llegaran los Habsburgo: Carlos V, su hijo, y todos sus descendientes. Su matrimonio con Felipe el Hermoso represento una catastrofe para el pais. En fin, volviendo a Fuente Salada, no cabe duda de que actualmente es la mayor autoridad en lo que se refiere a la historia de Juana.

—Lastima que sea tan desagradable; seguramente habria sido interesante charlar con el.

—?Quiere que lo arregle? Venga, se lo presentare. Siempre ha tenido debilidad por mi. Dice que me parezco a ella.

—Es verdad, pero usted es mucho mas guapa. En cuanto al marques, no tengo ningunas ganas de volver a aventurarme en unas aguas tan salobres. De todas formas, gracias por el ofrecimiento.

?Cuanto lamentaba ahora haber rechazado la proposicion! Se le ocurria un monton de preguntas para hacerle al tal Don Basilio. El nombre le iba que ni pintado; solo le faltaba el enorme sombrero y la sotana de jesuita para ser igual que el modelo. [2] Ahora no le quedaba mas remedio que tratar de congraciarse con el, aunque tuviera que tragarse su orgullo.

Al entrar en el salon de los Embajadores, cuya decoracion y, sobre todo, la magnifica cupula de madera de naranjo databan de la epoca de Pedro el Cruel, Morosini encontro una agitacion absolutamente desacostumbrada. La reina todavia no habia hecho acto de presencia, y en general se la esperaba charlando; pero esta vez predominaba una atmosfera de excitacion entre todas aquellas personas vestidas de etiqueta. El centro del revuelo parecia ser la duquesa de Medinaceli, que manejaba con nerviosismo un abanico de plumas de avestruz negras. Aldo iba a acercarse a ella, pero la duquesa ya lo habia visto y se dirigia hacia el.

—Principe, esta tarde he encargado que lo buscaran, pero ha sido imposible encontrarlo. ?Ha visto ya a la policia?

—?A la policia? No. ?Por que?

—Creame que lo lamento muchisimo, pero ha sido inevitable llamarla: ha habido un robo en mi casa. Se han llevado un cuadro de gran valor, el retrato de Juana la Loca. Quiza se fijara en el.

—?Fijarme? Me interesaba muchisimo; incluso pensaba hablar con usted sobre el. ?Cuando lo han robado?

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