—En efecto —reconocio Aldo, que no se creia tan famoso, sobre todo en el Medio Oeste.

—?Esto es lo que se llama tener un golpe de suerte! Y sobre todo, lo que es una suerte es que no haya ido a verlo a Venecia, teniendo en cuenta que esta usted aqui.

—?Queria ir a verme a Venecia?

—Estaba contemplando seriamente esa posibilidad. Vera, soy rico…, muy rico, y tengo una mujer a la que le chiflan esas cosillas tan caras. Y naturalmente, quiero llevarle un recuerdo.

—En tal caso, lo mas sencillo es pasar por Paris e ir a Cartier, Boucheron o…

—No. Eso son cosas nuevas. Lo que Coralie quiere es algo que tenga historia.

—Pero yo no tengo el monopolio de las joyas historicas. Esos grandes joyeros tambien compran y venden piezas antiguas.

El americano hizo una mueca.

—En cualquier caso, seran menos historicas que las suyas. Me han dicho que es usted noble, duque o…

—Principe, pero el titulo no tiene nada que ver con esto. Ademas, actualmente no tengo nada extraordinario para vender.

—?Eso es lo que usted dice! —repuso el otro, testarudo—. Habria que verlo… ?Otro gin-fizz? —propuso en cuanto Aldo hubo apurado su copa.

—No, gracias. Con su permiso, voy a dejarle. Quisiera tomar posesion de mi cuarto, ducharme…

—?Cenamos juntos?

—No. Perdone, pero voy a pedir que me suban algo y me acostare enseguida. Estoy cansado del viaje.

Bajo del taburete para dirigirse a la salida, pero uno no se libraba tan facilmente de Aloysius C. Butterfield, que practicamente interceptaba el paso.

—OK, nos veremos manana. ?Va a quedarse aqui algun tiempo?

—Todavia no lo se. Depende de mis negocios y de mis citas. Le deseo buenas noches, senor Butterfield.

El tono no admitia replica. Este ultimo tuvo que resignarse a dejarle paso y Morosini entro en su habitacion de la segunda planta con la sensacion de ser un navegante sacudido por la tormenta que llega por fin a una bahia en calma. Ese yanqui escandaloso y entrometido era el ultimo especimen humano que deseaba encontrar en Praga. Desentonaba demasiado en esa ciudad de arte, de suenos y de misterio, donde uno se sentia en el cruce de multiples mundos. Era una nota discordante en una sinfonia sublime, y Aldo detestaba las notas discordantes. Tendria que ingeniarselas para encontrarselo lo menos posible.

La vasta y lujosa habitacion con revestimiento de madera que habian asignado al viajero daba a los tilos de la inmensa plaza de Wenceslao, un largo cuadrilatero en el que reinaba la estatua ecuestre del gran rey de Bohemia, flanqueado por las de sus cuatro santos protectores representados de pie. Morosini abrio la puerta del balcon y salio para aspirar el exquisito perfume que los arboles en flor exhalaban al finalizar un dia estival. El paisaje de espesos bosques y campo suavemente ondulado que envolvia la Ciudad Dorada era a la vez magnifico y apaciguador. A la derecha, la colina de Hradcany sobre la que se alzaba el castillo real, sus iglesias y sus palacios, surgia de la profunda vegetacion de sus jardines de estilo italiano, y Morosini penso que iba a gustarle esa capital, quiza porque, como en Venecia, la desorientacion alli era total y la magia estaba garantizada. Siempre y cuando se olvidara el chirrido metalico de los tranvias, claro.

Al cabo de un rato, Aldo recordo que, al darle la llave de la habitacion, el recepcionista le habia entregado tambien una carta que el, impaciente por refrescarse, habia guardado en el bolsillo sin siquiera mirarla. El encuentro con el americano le habia hecho olvidarla. Pensando que era de Adalbert, se apresuro a abrirla y se llevo una sorpresa al ver la firma de Louis de Rothschild.

Senti —escribia el baron Louis— no decirle mas sobre el personaje al que le he enviado a visitar, pero en la terraza de un cafe era imposible. Me ha sido dado verlo una vez, solo una, y me infundio un respeto indescriptible. Se dice de el que es el Rey oculto, la Luz y el Unico porque no pertenece a esta tierra. Segun una de las leyendas secretas de Israel, es la reencarnacion del gran rabino Loew al que Rodolfo II recibio en su castillo de Praga y que una noche modelo un ser gigantesco de barro y tierra al que dio vida introduciendo en su boca un trozo de pergamino con el nombre secreto de Dios. Una noche, vispera de sabbat, que a su senor se le olvido retirar el chem, el fragmento magico, el Golem —asi es como lo llamaban— se enfurecio y comenzo a destruir todo cuanto encontraba a su paso. Loew consiguio dominar a su criatura, que, privada de su poder, se desmorono convertida en un monton de barro y tierra. Sin embargo, para los habitantes de Praga el Golem puede renacer en cualquier momento y reaparece en las epocas de grandes catastrofes. Se cree que sus restos descansan en el desvan de la sinagoga Vieja-Nueva, que era la de Loew… y es la de Liwa, el gran rabino actual, cuyo nombre es, por lo demas, el mismo que el de ese maestro entre los maestros de antano.

Quiza me tome por loco. No lo creo, pues, por el hecho de haberse hecho amigo de Simon, sabe sobre nuestro pueblo muchas mas cosas que la mayoria de los hombres. Pero debia decirle todo esto para que, sabiendo con quien va a tratar, sepa tambien que palabras debe pronunciar. Deseo que el Altisimo este con usted para ayudarlo a realizar su peligrosa mision.

Aldo, pensativo, releyo la carta y luego entro en el cuarto de bano, donde, despues de haberla reducido a cenizas, la hizo desaparecer por el desague del lavabo. Habiendo sido escrita por un hombre tan moderno como el baron Louis, era una misiva extrana, aunque no sorprendente. Morosini conocia desde hacia mucho la cultura universal y el apego profundo de los Rothschild a sus tradiciones, a la historia y a las raices de su pueblo. En cuanto a el, habia leido demasiado sobre Rodolfo II para no conocer a Loew, el mas grande de todos los rabinos, y a su criatura fantastica, el Golem, pero de ahi a creer que uno u otro pudiera manifestarse en pleno siglo XX habia un gran trecho.

Dejando el asunto asi por el momento, Aldo descolgo el telefono para encargar que le subieran la carta del restaurante y que pidieran una comunicacion telefonica con Paris, con el numero de Vidal-Pellicorne. Como sin duda la espera seria de varias horas, tenia tiempo de lavarse y hasta de cenar.

Hasta las diez de la noche no obtuvo la comunicacion con Paris. Le respondio Theobald. Si, el telegrama del principe habia llegado; desgraciadamente, el senor ya habia partido para Zurich, donde Romuald parecia tener

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