problemas.
—?Sabe al menos si esta en el hotel donde se alojaba la senorita Plan-Crepin? Por cierto, ?ha vuelto?
—Si, principe…, y en perfecto estado, por lo que he oido decir. Respecto al hotel del senor, no puedo decirle nada, pero espero recibir pronto una llamada del senor.
—Bien. Entonces, cuando la reciba, digale que es de vital importancia que se reuna aqui conmigo cuanto antes.
—Muy bien, principe. Le deseo que pase una buena noche.
—Lo intentare, Theobald. Gracias. Y espero que su hermano haya podido resolver sus problemas, que son tambien los nuestros.
Mientras por fin se metia en la cama, cosa que necesitaba urgentemente, Aldo, pese a estar ya seguro de que su amigo llegaria en un futuro proximo, sentia una vaga inquietud: para que Adalbert se hubiera visto obligado a reunirse con Romuald en Zurich, tenia que haber ocurrido algo grave, pero ?que? Se apresuro a ahuyentarla, consciente de que las cabalas y las hipotesis constituian el mejor obstaculo para el sueno. Y necesitaba realmente dormir.
Se desperto con el canto de los pajaros que entraba por las ventanas abiertas. Como nunca le habia gustado holgazanear en la cama, se levanto, se dio una ducha, se afeito, se puso un traje de pano ingles y una camisa de seda y encendio el primer cigarrillo del dia. En espera de mas noticias de Adalbert, habia decidido dedicar ese primer dia a visitar una ciudad que no conocia pero que, por lo que habia visto al llegar, ya le gustaba. Queria tambien localizar las senas que le habia dado Louis de Rothschild.
Tentado por el buen tiempo, penso en pedir una calesa como habia hecho en Varsovia, pues guardaba un recuerdo muy agradable de aquella visita, pero cayo en la cuenta de que en Praga tenia pocas posibilidades de encontrar un cochero que hablara frances, ingles o italiano. Ademas, la direccion del hombre al que debia ver, Jehuda Liwa, se encontraba en el viejo barrio judio, y si deseaba ser discreto, seria preferible ir a pie. Ya tendria oportunidad de tomar uno de esos vehiculos cuando quisiera ir al castillo real para buscar la sombra de Rodolfo II, el emperador cautivo de sus suenos. En cuanto a su propio coche, no saldria del garaje del hotel.
Bajo tranquilamente la gran escalera de madera de teca, gloria del hotel en el que abundaban las maderas preciosas, los ornamentos dorados, las vidrieras, los balcones labrados y las pinturas evanescentes de Mucha. Se acerco al recepcionista y le pregunto si podia facilitarle un plano de la Ciudad Vieja.
—Por supuesto, excelencia. Permitame recomendarle, si dispone de tiempo, visitarla a pie…
—Es una idea excelente —dijo a la espalda de Morosini una voz ya demasiado familiar—. Podriamos hacerlo juntos.
Consternado por este golpe de mala suerte, Aldo se volvio y miro con una especie de horror el traje «deportivo» y la corbata abigarrada de Aloysius C. Butterfield, completados esa manana con un sombrero de paja cenido por una cinta rojo vivo: ?una autentica ensena! ?De donde salia ese mamarracho a una hora tan temprana? ?Habia pasado la noche en el bar? ?Se habia acostado? El aspecto ligeramente arrugado de su traje permitia suponer que no se habia cambiado desde el dia anterior o incluso que habia dormido vestido.
Con todo, Morosini logro componer una sonrisa que sus amigos habrian considerado lo menos natural posible.
—Le ruego que me perdone, senor Butterfield —dijo con toda la amabilidad de que fue capaz—, pero no quisiera hacerle cambiar de planes…
—Oh, no tengo planes concretos —dijo Aloysius—. Llegue anteayer y dispongo de todo mi tiempo. Vera, he venido a peticion de mi mujer, para buscar a los miembros de su familia que todavia vivan, si es que hay alguno. Sus padres, que eran de un pueblo de los alrededores, emigraron a Cleveland para trabajar en las fabricas, como tantos otros. Fue justo antes de nacer ella. Y como yo tenia que venir a Europa por negocios, me ha pedido que haga algunas averiguaciones.
—?Y no le ha acompanado? Es sorprendente, porque debe de tener muchas ganas de conocer este magnifico pais.
Butterfield agacho la cabeza y puso la cara de circunstancias que debia de poner en los entierros.
—Le habria gustado mucho, pero esta enferma y no puede desplazarse. Me ha pedido que haga fotografias —anadio, senalando una camara que estaba sobre una mesa cercana.
—Lo siento —dijo Aldo, pero el parlanchin aun tenia algo que anadir.
—?Comprende ahora por que estoy tan deseoso de regalarle una joya de las que a ella le atraen? Asi que tendra que pensar bien en el asunto y buscar algo que pueda gustarle. El precio es lo de menos. ?Que le parece si hablamos de esto mientras andamos?
Reprimiendo un suspiro de impaciencia, Aldo se decidio a decir:
—Pensare y, si quiere, hablaremos de ese asunto mas tarde. Por el momento, deseo salir solo. No se lo tome a mal, pero cuando visito una ciudad o un paraje por primera vez me gusta recorrerlo solo. No me gusta compartir las emociones. Le deseo que pase un buen dia, senor Butterfield —dijo cortesmente, aceptando el plano que el recepcionista le tendia con una mirada que expresaba elocuentemente su compasion. Acto seguido, salio rogando a Dios que el otro hubiera comprendido y no se le ocurriese ir tras el. Al cabo de un momento, ya mas tranquilo, dirigio sus pasos hacia el Moldava: la guia del saber vivir de todo visitante que llegaba a Praga lo conducia hacia el puente Carlos, sin duda uno de los mas bonitos del mundo.
Guardado por dos altas puertas goticas, alargadas como espadas, el vinculo de piedra tendido sobre el Moldava, entre el Hradcany y la Ciudad Vieja, formaba un camino triunfal sostenido por arcos medievales que pasaban por encima de la corriente rapida y majestuosa cantada por Smetana y bordeado por una treintena de estatuas de santos y santas. El conjunto, erigido en un decorado excepcional y cargado de historia, era impresionante pese a la multitud que el buen tiempo atraia, ruidosa, pintoresca, constituida no solo por curiosos sino tambien por cantantes, pintores y musicos. Aldo se detuvo un momento, seducido por los vivos colores y la melodia desgarradora de un violin cingaro, y al final cruzo casi a reganadientes la alta ojiva de una puerta para acercarse a la segunda maravilla, la plaza de la Ciudad Vieja, dominada por la alta torre Polvorin y las dos agujas de la iglesia de Nuestra Senora de Tyn, y donde cada casa era una obra de arte. De diferentes colores, suntuosas en su decoracion, las viviendas que la rodeaban componian un conjunto arquitectonico sorprendente en el que se codeaban el gotico, el barroco y el renacimiento, al tiempo que, gracias a sus arcadas blancas, daba una gran impresion de armonia.
Morosini recordo de nuevo Varsovia, el Rynek, por donde habia disfrutado paseando, aunque aqui era todavia