—Al senor le gustan.

—Pero no esta aqui y tardara en volver. Asi que, metase bien en la cabeza que, si quiere quedarse, tendra que obedecerme. ?Entendido?

—Esta mas claro que el agua —contesto Celina—. La princesa comienza su reinado, ?no es asi?

—En efecto, aunque me gustaria que lo dijese en un tono mas educado. Enterese de que no voy a seguir tolerando sus insolencias; aqui no es usted mas que la cocinera. Ah, y encarguese de informar de esto a su marido y los demas criados.

Celina se habia retirado sin hacer mas comentarios y se habia limitado a repetir a Zaccaria, Livia y Prisca, tal como le habian ordenado, lo que acababa de oir. Zaccaria se habia quedado horrorizado. En cuanto a las jovenes doncellas, se habian santiguado al unisono mientras sus ojos se llenaban de lagrimas.

—?Que significa eso, senora Celina? —pregunto Livia, que con el paso de los anos se habia convertido en el brazo derecho de Celina y en su mejor discipula.

—Que la princesa piensa hacer sentir su poder a todos en esta casa.

—?Pero bueno, don Aldo no esta muerto, que yo sepa! —exclamo Zaccaria.

—Ella se comporta exactamente como si lo estuviera.

—?Y vamos a soportar esto?

—No por mucho tiempo.

A la hora prevista para la llegada de la invitada, la cocina del palacio despedia unos olores exquisitos, habia flores por doquier, y en la mesa redonda puesta en medio de las lacas chinas estaban los cubiertos de corladura con las armas de los Morosini, la preciosa vajilla de Sevres rosa y las copas grabadas en oro. Unas rosas se abrian en un jarroncito de cristal y Zaccaria, vestido con su mejor librea, recibio a dona Adriana con su cortesia habitual antes de servir a las dos mujeres, en la biblioteca, el champan de bienvenida.

—?Celebramos algo? —pregunto Adriana al ver aquel derroche de refinamiento que la hacia sentirse un poco incomoda.

?Todo habria sido tan diferente si Aldo en persona hubiera salido a recibirla con las manos tendidas, como antes!

—Su vuelta a esta casa, querida Adriana —respondio Anielka muy sonriente—. Y el comienzo de una nueva era para los Morosini.

Hablaron de los acontecimientos que habian marcado el cumpleanos tragico de la senora Kledermann. Pese a su dominio de si misma, Adriana no oculto su sorpresa al enterarse de que Anielka, despues de haber robado el collar y haberselo dado a su hermano, se habia atrevido a acusar a su marido del asesinato.

—?No fue un poco… exagerado? Conozco a Aldo desde pequeno y es incapaz de matar a una mujer.

—Lo se. Si no, hace tiempo que yo estaria muerta. No, fue un… amigo de mi hermano el que disparo desde el jardin y huyo despues por el lago, pero Aldo necesitaba que le diera una leccion. Espero que esta sea provechosa… y larga.

—Me extranaria. La policia suiza no es tonta y se dara cuenta enseguida de que es inocente.

—No esta tan claro. Cuando me fui, las cosas estaban tomando un giro un poco desagradable para el. De todas formas, si escapa de esa pequena trampa, mi hermano se ocupara de el. Si quiere que le diga la verdad, Adriana, espero no ver nunca mas a mi querido marido —anadio, alzando la copa.

La condesa Orseolo no respondio al brindis. Por mucho que odiara a Aldo, no le gustaba la idea de que un gran senor veneciano cayera en manos de una banda polaco-americana.

Afortunadamente, en ese momento Zaceada fue a anunciar que la princesa estaba servida y las dos mujeres pasaron a la mesa charlando alegremente de un futuro que sobre todo Anielka veia lleno de atractivos.

—La tienda de antiguedades puede funcionar perfectamente sin Aldo —decia, degustando con delicadeza la sopa de langosta que el mayordomo acababa de servirles—. En realidad, en los ultimos tiempos ha funcionado casi siempre sin el. Tengo previsto mantener en su puesto al senor Buteau.

—Por cierto, ?donde esta esta noche? ?No cena con nosotras?

—No. Esta en casa del senor Massaria y prefiero que sea asi; esta demasiado unido a mi querido esposo para oir lo que queria decirle, pero me resultara facil hacer que se quede. Aldo desaparecera en un accidente… fortuito y Guy se encarinara con el hijo que voy a traer al mundo. Porque quiero que sea un nino.

—Es dificil forzar la naturaleza —dijo Adriana sonriendo—. Tendra que aceptar lo que D… el cielo le envie.

—Este hijo sera solo mio. Tambien mantendre en su puesto al joven Pisani. Aunque guarda las distancias, me adora y acudira en cuanto lo llame. Y pienso traer a mi padre para cuidarlo. Su incapacidad le afecta mucho moralmente, pero aqui, conmigo y con su nieto, se sentira mejor. Si no fuera porque tenia que solventar un asunto importante en Varsovia, no le habria dejado volver a nuestro palacio, tan frio, tan lugubre a veces…

Terminada la sopa, Zaccaria retiro los platos, pero fue Celina quien llevo el plato siguiente: un soberbio souffle. Anielka arqueo una ceja con desagrado.

—?Como es que viene usted a servir? ?Donde esta Zaccaria?

—Disculpelo, princesa. Acaba de dar un resbalon en la cocina y se ha caido. Mientras se recupera, he venido yo a servir: un souffle no puede esperar.

—Es verdad, seria una pena —dijo Adriana, contemplando con placer el aereo y dorado pastel—. ?Huele maravillosamente bien!

—?De que es? —pregunto Anielka.

—De trufas y setas con un toque de armagnac.

Con tanta habilidad y autoridad como el propio Zaccaria, Celina, soberbia con su mejor vestido de seda negro y un tocado de la misma tela sobre un mono por una vez sobrio, sirvio los platos, se retiro un poco hasta situarse bajo el retrato de la princesa Isabelle, madre de Aldo, y permanecio alli con las manos cruzadas sobre el vientre.

—?Se puede saber que espera? —se impaciento Anielka.

—Me gustaria saber si el souffle esta a gusto de la princesa y la condesa.

—Es muy natural —dijo Adriana en su defensa—. En las grandes casas, el cocinero asiste a la degustacion de su plato principal cuando se trata de una gran cena, ?verdad, Celina?

—En efecto, condesa. . —En tal caso… —dijo Anielka, hundiendo la cuchara en la olorosa preparacion.

Debia de estar deliciosa, pues las dos comensales se chuparon los dedos. De pie bajo el gran retrato, Celina observaba… esperando los primeros sintomas con una avidez cruel. Aparecieron enseguida. Anielka fue la primera en soltar la cuchara y llevarse la mano al cuello.

—?Que pasa? No veo nada… y me duele, me duele…

—Yo tampoco… No veo… ?Dios mio!

—Ha llegado el momento de encomendarse al Senor —rugio Celina—. Van a tener que rendirle cuentas. Yo he saldado las de mis principes.

Y con la misma calma que si estuviera asistiendo a una comedia de salon, Celina miro morir a las dos mujeres.

Cuando todo hubo acabado, fue a buscar un frasquito que contenia agua bendita, se arrodillo junto al cadaver de Anielka y procedio a ungir, sobre su vientre, a la criatura que jamas naceria. Despues se levanto, se acerco de nuevo al retrato de la madre de Aldo, lo beso como si se tratara de un icono, murmuro una ferviente plegaria y finalmente alzo el rostro banado en lagrimas:

—?Ruegue a Dios que me absuelva, senora! Ahora nuestro Aldo ya no tiene nada que temer y usted ha sido vengada…, pero yo voy a necesitar su ayuda. ?Rece, se lo ruego, rece por mi alma en peligro!

Celina fue a buscar a la mesa el plato en el que quedaba un poco de su preparacion mortal, volvio a la cocina, que habia despejado mandando urgentemente a Zaccaria a la farmacia en busca de magnesia para combatir sus subitos y miticos dolores de estomago (Livia y Prisca estaban la una en el cine y la otra en casa de su madre), y se sento ante la gran mesa donde durante anos habia dado de comer a su pequeno Aldo y preparado maravillas para sus amados senores. Se seco las lagrimas con un pano que habia por alli, se santiguo y tomo una gran cucharada del souffle fatal.

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