—Morir. Vaya cosa de ver… ?Hombrecillos verdes, Arthur?

—?Estas con nosotros?

—Sabes que si.

—Entonces te dare el cuadro general. No es solo Australia. Hay algo tambien en el desierto de Mojave, en el Valle de la Muerte, entre un complejo turistico llamado Furnace Creek y un pueblecito llamado Shoshone. Parece un cono de escoria. Es nuevo. No pertenece aqui.

Harry sonrio como un nino pequeno.

—Maravilloso.

—Ah, si, y hay un «hombrecillo verde».

—?Donde?

—Por el momento, en la base de las Fuerzas Aereas de Van-denberg.

Harry contemplo el techo y alzo los dos brazos, dejando finalmente que las lagrimas brotaran libremente de sus ojos.

—Gracias, senor.

PERSPECTIVA

El pulso de la Tierra, WorldNet USA, 5 de octubre de 1996:

Casi todo va bien hoy en el mundo. No hay terremotos, ni tifones, ni huracanes acercandose a tierra firme. Francamente, diriamos que hoy fue un dia brillante y glorioso, excepto las nevadas de primera hora en la parte nororiental de los Estados Unidos, las lluvias de esta noche en el noroeste del Pacifico, y la confirmacion la semana pasada de que la siempre popular corriente de El Nino ha regresado al Pacifico sur. Los australianos se preparan para otra larga sequia frente al azote de esta calida agua oceanica.

3

Cuando Trevor Hicks le dijo a Shelly Terhune, su publicista, que la entrevista matutina con la KGB estaba en marcha, ella hizo una pausa, rio disimuladamente y dijo:

—A Vicky no le gustara que se vuelva usted un traidor. —Vicky Jackson era su editora en Knopf.

—Digale que es en la FM, Shelly. Voy a verme apretujado entre el informe del surf y las noticias de la manana.

—?La KGB emite un informe del surf?

—Compruebelo, esta en su lista de estaciones —dijo el, burlonamente exasperado—. Yo no soy responsable.

—De acuerdo, dejeme ver —indico Shelly—. KGB-FM. Tiene razon. ?Ha confirmado el espacio?

—El director de programas dice que entre diez y quince minutos, pero estoy seguro de que cortara bruscamente a los treinta segundos.

—Al menos llegara a los surfistas. Quiza no hayan oido hablar de usted.

—Si no han oido hablar de mi, no habra sido porque usted no lo haya intentado. —Quiso adoptar un tono petulante. De hecho, se sentia completamente agotado; despues de todo tenia sesenta y ocho anos, y aunque se notaba comparativamente sano y fuerte, Hicks no estaba acostumbrado ya a ese ritmo. Hacia diez anos, lo hubiera hecho cabeza abajo.

—Vamos, vamos. Manana tenemos prevista esa charla en television por la manana.

—Confirmado, manana por la manana. En directo, para que no puedan montar nada.

—No diga nada fuerte —le advirtio Shelly. No era necesario que lo hiciera. Trevor Hicks efectuaba algunas de las mas educadas y eruditas entrevistas imaginables. Su imagen publica era brillante y con un atractivo estilo descuidado; se parecia a la vez a Albert Einstein y a un Bertrand Russell de edad madura; lo que tenia que decir era tecnocraticamente consensuado, dificilmente controvertido y siempre bueno para un programa corto de noticias. Habia fundado el capitulo britanico de la Sociedad Troyana, dedicado a la exploracion del espacio y a la construccion de enormes habitats espaciales en orbita; era miembro desde hacia cuarenta y siete anos de la Sociedad Interplanetaria Britanica; habia escrito veintitres libros, el mas reciente Hogar estelar, una novela acerca de un primer contacto; y finalmente pero no lo ultimo, era el portavoz mas publico del denominado «sector civil» que defendia la exploracion tripulada del espacio. El suyo no era un nombre muy pronunciado, pero era uno de los mas respetados periodistas cientificos del mundo. Pese a llevar doce anos en los Estados Unidos, no habia perdido su acento ingles. En pocas palabras, tanto en radio como en television era natural. Shelly se habia aprovechado de aquello contratando para el una «gira» generica por diecisiete ciudades en cuatro semanas.

Esta semana era en San Diego. No habia estado en San Diego desde 1954, cuando habia cubierto los ensayos de vuelo del primer caza hidroplano a reaccion, el Delta Dart, en la bahia de San Diego. La ciudad habia cambiado enormemente desde entonces; ya no era una sonolienta ciudad de la Marina. Habia sido alojado en el nuevo y de moda Hotel Inter-Continental, junto al muelle, y desde la ventana de su decimo piso podia ver toda la bahia.

Durante aquellos anos habia sido uno de los periodistas destacados de la agencia Reuters, concentrandose siempre que le era posible en historias cientificas. El mundo, sin embargo, habia parecido caer en un profundo e intranquilo sueno en los anos cincuenta. Pocas de sus historias cientificas habian obtenido mucha atencion. La ciencia era equiparada a las bombas H; la politica era el tema mas sexy y mas facilmente aceptado de la epoca. Luego habia volado a Moscu para cubrir una conferencia agricola, como parte del libro que preparaba sobre el biologo ruso Lisenko y el culto estalinista al lisenkoismo. Aquello habia sido a finales de septiembre.

La conferencia se habia arrastrado a lo largo de cinco aburridos y agotadores dias, sin carne para su libro, y peor aun, sin historias que convencieran a la Reuters de que tenia siquiera un indicio de por que estaba alli. El ultimo dia de la conferencia, la noticia del lanzamiento del primer satelite artificial de la Tierra, una bola de metal de 84 kilos llamada Sputnik, llego justo a tiempo para salvar su carrera. El Sputnik devolvio la ciencia a primera linea del periodismo mundial. Trevor Hicks habia hallado de pronto su enfoque: el espacio. Enterro su libro sobre el lisenkoismo y lo olvido todo sin siquiera una mirada atras.

Se echo una esposa —realmente, no hay otra palabra mas amable para describirlo— en 1965, y vivio con y rompio con otras tres mujeres desde entonces. En general era un soltero empedernido, aunque se habia sentido inclinado hacia la reportera del National Geographic a la que conocio en la celebracion del vuelo de inspeccion del Galileo en Pasadena, el ano pasado. Pero ella no se habia sentido inclinada hacia el.

Trevor Hicks no estaba simplemente acumulando un gran archivo de recuerdos historicos; se estaba haciendo viejo. Su pelo era decididamente canoso. Se mantenia en forma de la mejor manera que podia, pero…

Cerro las cortinas sobre la bahia y el resplandeciente conglomerado de la Disneylandia de tiendas y restaurantes llamado Seaport Village.

Su ordenador portatil aguardaba silencioso en el escritorio negro de arce de la habitacion, su pantalla abierta llena de caracteres en negro sobre un fondo cremoso. La pantalla se parecia notablemente a una hoja enmarcada de papel escrito a maquina. Hicks se sento en la silla y se mordisqueo un callo en el primer nudillo de su dedo medio. Habia conseguido aquel callo, penso ociosamente, a traves de miles de horas con el lapiz en la mano, tomando notas que ahora podia simplemente escribir con mas facilidad en el ordenador apoyado sobre sus rodillas. Muchos periodistas mas jovenes no tenian esos callos en sus dedos medios.

—Eso es —dijo, desconectando la maquina y echando hacia atras la silla—. No hay nada que hacer. Olvidalo. —Cerro la pantalla y se puso los zapatos. La tarde antes habia visitado un antiguo velero y un museo maritimo en el muelle, solo un corto paseo.

Silbando, cerro la puerta de la habitacion tras el, y camino con sus cortas y recias piernas pasillo

Вы читаете La fragua de Dios
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату