—Aqui debajo, senor —dijo Schwartz. Una breve imagen del rostro de su esposa acudio a su mente, los rasgos indistintos, como si estuviera contemplando una vieja foto desenfocada. Le sonreia. Luego vio a su hija, que se habia casado y vivia en Carolina del Sur…, si el oceano la habia perdonado.
De nuevo el alzamiento. Se sintio aplastado contra el suelo. Fue breve, solo uno o dos segundos, pero supo que era suficiente. Cuando se detuvo, aguardo con los ojos fuertemente apretados el derrumbe de los pisos superiores.
Giro el rostro hacia un lado y abrio los ojos.
El presidente habia caido y permanecia tendido boca arriba al lado de la mesa, blanco como un fantasma a causa del polvo de yeso. Sus ojos estaban abiertos, pero no parecian ver nada.
La Casa Blanca recupero su voz y grito como una cosa viva.
Las recias patas de la mesa se arquearon y estallaron en multitud de astillas. No pudieron resistir el peso de las toneladas de cemento y acero y piedra.
71
Pintorescos, penso Edward; pintorescos y conmovedores, y deseo poder refrenar sus emociones para unirse a ellos; un grupo de veinte o mas se habian reunido ahora en circulo a un centenar de metros detras de la Punta Granito, cantando himnos y mas canciones folkloricas. Betsy se sujeto fuertemente a el en el camino de asfalto. Los ultimos temblores habian disminuido, pero el propio aire parecia estar grunendo, quejandose.
Ironicamente, tras subir el sendero para conseguir una buena vista, se hallaban ahora muy atras con respecto al borde. Una grieta de unos treinta centimetros de anchura se habia abierto en la terraza de piedra. Desde donde estaban solo podian ver el tercio superior de la pared opuesta del valle.
—Tu eres geologo —dijo Betsy, masajeandole la nuca con una mano, algo que el no le habia pedido que hiciera, pero que le hacia sentirse bien—. ?Sabes lo que esta pasando?
—No —respondio.
—Sin embargo, no se trata de un simple terremoto.
—Creo que no.
—Entonces ha empezado. Subamos ahi arriba.
El asintio y trago dificultosamente un nudo de miedo en su garganta. Ahora que habia ocurrido, se notaba cerca del panico. Se sentia atrapado, claustrofobico, con solo toda la Tierra y el cielo para ir…, ni siquiera eso, sin alas. Se sentia aplastado entre planchas de acero de gravedad y su propia e insignificante debilidad. Su cuerpo le estaba recordando inconteniblemente que el miedo era algo dificil de controlar, y que la presencia de animo frente a la muerte era algo muy raro.
—Dios —dijo Betsy, apoyando su mejilla contra la de el, mirando hacia la Punta. Tambien estaba temblando—. Pense que al menos tendriamos tiempo de hablar de ello, de sentarnos en torno a un fuego…
Edward la apreto mas contra si. La imagino como su esposa, y luego penso en Stella, maravillandose de la inestabilidad de sus fantasias; estaba intentando atrapar muchas vidas, ahora que la suya parecia tan corta. Penso, por encima de su miedo, en largos anos juntos con ambas.
Los temblores casi habian pasado.
Los cantantes de himnos seguian buscando un tono de voz comun, algo ya desesperadamente imposible. Minelli e Ines salieron de entre los arboles y treparon la colina entre los zigzags del camino de asfalto. Minelli lanzo un fuerte grito y se paso la mano por el pelo.
—?Jesus, la adrenalina es maravillosa!
—Esta loco —dijo Ines, respirando afanosamente, el rostro palido—. Quiza no el mas loco que haya conocido nunca, pero casi.
—?No crees que hace mas calor? —pregunto Betsy.
Edward considero la posibilidad. ?Podria transmitirse el calor por delante de la onda de choque? No. Si los proyectiles estaban colisionando, o habian colisionado hacia un momento, alla en las profundidades del centro de la Tierra, el irresistible plasma en expansion de su destruccion mutua cuartearia la Tierra antes que el calor pudiera alcanzar la superficie.
—No creo que haga mas calor debido a… el fin —dijo Edward. Nunca habia sentido su mente recorrer tan rapidamente tantos temas a la vez. Deseaba ver lo que estaba ocurriendo en el valle—. ?Vamos? —pregunto, senalando hacia las terrazas y la aun intacta barandilla.
—?Para que otra cosa hemos venido aqui? —pregunto Minelli, riendo y agitando la cabeza como un perro mojado. El sudor volo en pequenas gotitas de su pelo. Grito de nuevo y tomo la regordeta mano de Ines, arrastrandola por la gravilla de las terrazas.
—Minelliiii —protesto ella, mirando hacia atras, hacia ellos, en busca de ayuda. Edward miro a Betsy, y ella asintio una vez, el rostro enrojecido.
—Estoy tan
Las dos parejas estaban solas en la terraza, contemplando el valle. No habia cambiado mucho; no habia ningun dano visible, no a primera vista al menos. Luego Minelli senalo hacia una densa columna de humo.
—Mirad.
El Ahwanee ardia. Casi todo el hotel estaba en llamas.
—Me encantaba ese viejo lugar —dijo Betsy. Ines gimio y se retorcio las manos.
—?Cuanto creeis que queda? —pregunto Ines, con la expresion de alguien a punto de estornudar, o de chillar. No hizo ninguna de las dos cosas.
—Parece realmente proximo —respondio Edward. Betsy alzo los brazos con un gemido y el la abrazo fuertemente, casi dejandola sin aliento.
—Abrazame, maldita sea —pidio Ines a Minelli. Minelli la miro parpadeando, luego siguio el ejemplo de Edward.
Diez minutos despues del encuentro, Arthur y Clara habian asignado los miembros de su grupo a los nuevos aposentos a lo largo del curvado pasillo. Dos de los ninos pequenos lloraban inconsolablemente, y todos estaban emocionalmente exhaustos; Arthur se detuvo en la puerta de la cabina que el y Francine y Marty iban a compartir, contemplando los servicios sanitarios comunes accesibles a todos a traves de la primera puerta a la derecha de la escotilla cerrada donde se habian reunido con el robot. Unos cuantos los habian utilizado ya; algunos habian acudido alli completamente mareados. Clara habia sido uno de los ultimos. Regreso a la cabina de los Gordon y se apoyo en el marco de la puerta, frotandose los ojos con una mano.
—Todo arreglado, creo —dijo—. ?Y ahora que?
Francine habia dicho muy poco durante todo el tiempo que llevaban a bordo. Permanecia sentada en la cama, aferrando su caja de discos y papeles con una mano. Marty sujetaba firmemente su otra mano. Miro a Clara con unos ojos vacios que preocuparon a Arthur.
Clara se estremecio y se irguio.
—?Ha oido eso? —pregunto.
Arthur asintio. Francine volvio la cabeza para mirarle.
—Quieren que elijamos a cuatro testigos —le dijo Arthur.
—?Testigos para que? —Su voz era debil, distante.
—Para el final.
—No los ninos —dijo firmemente Francine. Arthur conferencio brevemente con la voz.
—Quieren dos ninos —dijo. Francine apreto los punos.
—No quiero que Martin pase por eso —dijo—. Ya es bastante malo para el.