sobre el panelado de madera que cubria las paredes de cemento. Las pantallas estaban encendidas y mostraban mapas de distintas partes del hemisferio septentrional, en proyeccion Mercator, con puntos rojos senalando las ciudades desaparecidas.
—Entre, Irwin —dijo Crockerman—. Tenemos nuevo material. —Casi parecia alegre.
Irwin se volvio a la primera dama.
—?Esta usted aqui para quedarse? —pregunto sin ambages. Respetaba a la mujer, pero nunca le habia caido demasiado bien.
—El presidente solicito expresamente mi presencia —dijo ella—. Cree que en estos momentos debemos estar unidos.
—Evidentemente, usted esta de acuerdo con el.
—Estoy de acuerdo con el —repitio ella.
Nunca en la historia de los Estados Unidos habia abandonado una primera dama a su esposo cuando este se hallaba bajo fuego cruzado; la senora Crockerman sabia esto, y debia haber necesitado mucho valor para regresar. Schwartz, por su parte, habia meditado durante largas horas si debia dimitir de su puesto en la administracion; no podia juzgarla demasiado duramente.
Le tendio la mano. Ella la acepto, y el apreton fue firme.
—Bienvenida de vuelta a bordo —dijo.
—Tenemos fotos de hace unos veinte minutos de un Diamond Apple —dijo Lehrman—. Los tecnicos las pasaran por la pantalla en un minuto o asi. —Los Diamond Apple eran satelites de reconocimiento lanzados a principios de los anos noventa. La Oficina de Reconocimiento Nacional se sentia muy celosa con las fotos de los Diamond Apple. Normalmente, estaban reservadas exclusivamente para los ojos del presidente y del secretario de Defensa; el que Schwartz fuera a verlas significaba que se estaba preparando algo extraordinario.
—Aqui estan —dijo Lehrman cuando las pantallas quedaron en blanco.
Al parecer, a Crockerman le habian dicho ya lo que debia esperar. Lineas de un blanco resplandeciente, orladas de rojo y azul verdoso, se entrelazaron sobre un fondo negro medianoche.
—?Saben? —dijo suavemente Crockerman, retrocediendo unos pasos de las pantallas—, yo tenia razon. Maldita sea, Irwin, yo tenia razon, y estaba equivocado al mismo tiempo. ?Como interpreta eso?
Schwartz contemplo las lineas resplandecientes, que no tenian ningun sentido para el hasta que a ellas se sobrepuso una parrilla con una serie de etiquetas. Aquello era el Atlantico norte; las lineas eran cuencas, dorsales y fosas oceanicas.
—El blanco —dijo Lehrman— es el calor residual de explosiones termonucleares. Centenares, quiza miles, tal vez decenas de miles…, a todo lo largo de las costuras y pliegues del fondo oceanico.
La primera dama medio sollozo, medio contuvo la respiracion. Crockerman contemplo las pantallas con una sonrisa triste.
—Ahora el Pacifico occidental —dijo Lehrman. Mas lineas blancas—. Por cierto, Hawai se ha visto terriblemente afectada por los tsunamis. La Costa Oeste de Norteamerica esta a unos veinte, treinta minutos de las olas mas grandes; supongo que ya se ha visto golpeada por las olas de esas zonas —senalo hacia las grupos de lineas blancas cerca de Alaska y California—. Los danos pueden ser enormes. La energia liberada por todas las explosiones es abrumadora; los esquemas climaticos en torno al mundo van a cambiar. El calor acumulado de la Tierra… —Agito la cabeza—. Pero dudo que tengamos mucho tiempo de preocuparnos por ello.
—?Se trata de alguna accion preparatoria? —pregunto Schwartz.
Lehrman se encogio de hombros.
—?Quien puede comprender el diseno de todo esto, o lo que significa? Todavia no estamos muertos, asi que debe tratarse de un preliminar; eso es lo unico que sabe todo el mundo. Las estaciones sismicas estan informando constantemente de comportamientos anomalos intensos.
—No creo que los proyectiles hayan colisionado todavia —dijo Crockerman—. Creo que Irwin ha puesto el dedo en la llaga. Se trata de una accion preparatoria.
Lehrman se sento en la larga mesa en forma de rombo e hizo un gesto con las manos: su suposicion es tan buena como la mia.
—Creo que disponemos de una hora, quiza menos —dijo el presidente—. No hay nada que podamos hacer. Nada que pudieramos haber hecho.
Schwartz estudio las fotos de los Diamond Apple con los ojos ligeramente entrecerrados. Seguian sin reflejar una realidad convincente. Habia algunas abstracciones realmente atractivas. ?Cual debia ser ahora el aspecto de Hawai? ?Cual seria el aspecto de San Francisco dentro de unos minutos? ?O de Nueva York?
—Lamento que no este aqui todo el mundo —dijo Crockerman—. Me hubiera gustado darles las gracias a todos.
—?No vamos a evacuar el lugar… de nuevo? —pregunto automaticamente Schwartz.
Lehrman le lanzo una aguda e ironica mirada.
—No disponemos de ningun asentamiento lunar, Irwin. El presidente, cuando era senador, se preocupo mucho de bloquear esos fondos en 1990.
—Fue un error —admitio Crockerman, con un tono casi ironico. Si en aquel momento Schwartz hubiera tenido una pistola, lo hubiera matado; su furia era una pasion impotente y sin objetivo fijo que tan facilmente podia impulsarle a echarse a llorar que arrojarle a una ciega violencia. Las pantallas no mostraban ninguna realidad; Crockerman, en cambio, la exhibia toda.
—Realmente somos ninos —dijo Schwartz, despues de que el enrojecimiento desapareciera de su rostro y sus manos dejaran de temblar—. Nunca tuvimos ninguna posibilidad.
Crockerman miro a su alrededor cuando el suelo se agito bajo sus pies.
—Casi me siento ansioso de que llegue el final —dijo—. Duele tanto por dentro.
La sacudida se hizo mas violenta.
La primera dama se sujeto al marco de la puerta y luego se apoyo sobre la mesa. Schwartz adelanto una mano para ayudarla a sentarse en una silla. Los agentes del Servicio Secreto entraron en la sala, luchando por mantener el equilibrio, agarrandose al borde de la mesa. Despues de ayudar a la primera dama a sentarse, Schwartz se sento de nuevo y se aferro a los brazos de madera de la silla. Las sacudidas no cesaban; se estaban haciendo cada vez mas violentas.
—?Cuanto creen que tomara esto? —pregunto Crockerman, a nadie en particular.
—Senor presidente, deberia salir usted del edificio y situarse al aire libre en un lugar despejado —dijo el agente que habia hecho mayores progresos dentro de la sala. Su voz temblaba. Estaba aterrado—. Y todos los demas tambien.
—No sea ridiculo —dijo Crockerman—. Si el techo se hunde ahora encima de mi, sera una maldita bendicion. ?No es asi, Irwin? —Su sonrisa era brillante, pero habia lagrimas en sus ojos.
Las pantallas se apagaron de pronto, y las luces de la sala lo hicieron poco despues, para regresar unos momentos mas tarde con menos conviccion.
Schwartz se puso en pie. Volvia a ser el momento de convertirse en ejemplo.
—Creo que deberiamos dejar que esos hombres hicieran su trabajo, senor presidente. —Noto una repentina sensacion pesada en su estomago, como si se hallara en un ascensor subiendo muy rapido. Crockerman se tambaleo y un agente le sujeto. La sensacion de elevacion prosiguio, parecio hacerse eterna, y luego se detuvo con una brusquedad tal que alzo la Casa Blanca una fraccion de centimetro sobre sus cimientos. El refuerzo de vigas de acero que se habia construido en el interior de la Casa Blanca a finales de los anos cuarenta y principios de los cincuenta chirrio y gruno, pero resistio. Grandes trozos de yeso cayeron del techo entre una nube de polvo blanco, y uno de los paneles de madera noble se astillo con gran estruendo.
Schwartz oyo al presidente llamar su nombre. Intento responder desde donde estaba tendido en el suelo —de alguna forma habia rodado debajo de la mesa—, pero estaba completamente sin aliento. Jadeando, parpadeando, limpiandose el polvo de yeso de los ojos, escucho un horrible crujir y un ruido de algo rompiendose sobre su cabeza. Oyo enormes golpes fuera…, piedras desprendidas de la fachada, supuso, o columnas cediendo. No pudo evitar el recordar tantas peliculas acerca de la destruccion de antiguas ciudades a causa de un terremoto o un volcan, con enormes trozos de marmol cayendo sobre las multitudes de indefensos ciudadanos.
—Irwin, Otto… —el presidente de nuevo. Un par de piernas caminando a cortos saltitos cerca de la mesa.