captar toda la enormidad. Francine se le acerco y le rodeo apretadamente con sus brazos. Inclino la mejilla contra el pelo de ella, sin atreverse a sentirse tan optimista como deseaba sentirse.

—?Puedes decirme lo que va a ocurrir ahora? —pregunto ella.

Marty se apreto contra ellos.

—Vamos a irnos lejos, mama —dijo.

—?Es cierto? —pregunto Francine a Arthur.

Este trago saliva y agito ligeramente la cabeza, luego asintio.

—Si —dijo—. Creo que si.

—?Donde?

—No lo se.

Cruzaron por debajo del puente San Francisco-Bahia de Oakland, dejando la isla Yerba Buena y la isla Treasure a la derecha, altos montones de verde oscuro y marron en las aguas color pizarra orladas de blanco.

—?Ves, Marty? —dijo Francine, senalando el laberinto de vigas y travesanos y los enormes pilares y torres—. Hace un rato pasamos por ahi arriba.

Marty le dedico la correspondiente atencion maravillada. El mar estaba empezando a picarse. Alcatraz, una desolada roca llena de viejos edificios, con una torre de aguas destacando entre todos los demas, se extendia directamente al frente. La barca freno su marcha, y los motores redujeron su sonido a un ritmico chug-chug-chug. La joven paso de nuevo entre ellos, examinando atentamente a todos en busca de pertenencias innecesarias. Nadie protesto; estaban ateridos por el miedo, mareados, cansados, o las tres cosas. Sonrio a Marty al pasar por su lado.

La barca se detuvo, derivando en el oleaje. Los pasajeros empezaron a murmurar. Luego Arthur vio algo cuadrado y gris emerger mas alla de la borda de babor. Penso inmediatamente en la torreta de un submarino, pero era mucho mas pequena, apenas tan ancha como una puerta doble, y no emergia mas de tres metros del agua.

—Tenemos que ir con cuidado —les dijo la mujer, de pie sobre una corta escalerilla cerca de la cabina de pilotaje—. El agua esta agitada. Vamos a bajar todos por esa puerta. —Un cuadrado negro y vacio aparecio en el bloque gris—. Hay una escalera en espiral que desciende al interior de la nave. El arca. Si tienen algun nino de menos de doce anos, por favor sujeten firmemente su mano y vayan con cuidado.

Un robusto pescador con un jersey negro de cuello vuelto extendio una corta pasarela hasta la entrada del bloque.

—Nos vamos —dijo Francine, con una voz que sonaba como la de una nina.

Uno a uno, en silencio, cruzaron la no muy estable pasarela, ayudados por el pescador y la joven. Cada persona desaparecio en el bloque. Cuando le llego el turno a su familia, Arthur paso primero, luego ayudo a Francine a alzar a Marty hasta la pasarela, y sujeto firmemente su mano mientras ella cruzaba la abertura.

—Oh, Senor —dijo Francine con voz temblorosa mientras descendian la empinada y estrecha escalera en espiral.

—Se valiente, mama —animo Marty. Sonrio a Arthur, que caminaba delante de el, sus cabezas casi al mismo nivel.

Despues de descender unos diez metros, cruzaron una entrada semiovalada que daba a una habitacion circular con tres puertas muy juntas en el lado opuesto. Las paredes eran de un color amarillo melocoton, y la iluminacion era regular y calida, relajante. Cuando los veinte estuvieron en la habitacion, la joven se les unio. El pescador y los demas miembros de la tripulacion no. La escotilla semiovalada se cerro silenciosamente tras ella. Un suave gemido broto de algunas gargantas, y un hombre unos diez anos mas joven que Arthur se dejo caer de rodillas, las manos unidas en una plegaria.

—Estamos dentro de una nave espacial —dijo la joven—. Tenemos nuestros aposentos mas abajo. Dentro de poco, quizas un par de horas, abandonaremos la Tierra. Algunos de ustedes ya lo saben. El resto debera ser paciente, y por favor, no tengan miedo.

Arthur aferro las manos de su esposa y su hijo y cerro los ojos, sin saber si se sentia aterrado, o exaltado, o ya de luto. Si estaban a bordo de una nave espacial, y todo el trabajo que el y los demas de la red habian hecho habia dado sus frutos, entonces la Tierra moriria pronto.

Su familia podria sobrevivir. Sin embargo, nunca volverian a respirar el puro y frio aire del mar ni a erguirse al aire libre bajo el sol. Los rostros desfilaron ante el, tras sus parpados: familiares, amigos, colegas. Harry, cuando gozaba de buena salud. Arthur penso en Ithaca Feinman y se pregunto si estaria tambien a bordo de un arca. Probablemente no. Habia tan pocos espacios disponibles, menos aun ahora que las naves de Charleston y Seattle habian sido destruidas. Una poblacion para procrear, nada mas.

Y todo el resto…

El hombre joven rezaba en voz alta, fervientemente, el rostro inclinado hacia arriba en una agonia de concentracion. Arthur hubiera podido unirsele muy facilmente.

67

Un disperso grupo de diez personas tomo el Sendero de las Cuatro Millas a primera hora de la manana, Edward y Betsy entre ellos. Caminaron por entre las sombras de los abetos Douglas y los pinos Ponderosa, con el aroma de su resina perfumando el tranquilo aire matutino. La ascension fue relativamente suave al principio, ascendiendo gradualmente hacia el vado del tumultuoso arroyo Centinela, a unos sesenta metros por encima del suelo del valle.

A las once estaban en el empinado sendero ascendente cortado en la cara granitica occidental de la Roca Centinela.

Edward hizo una pausa para sentarse y recuperar el aliento, y para admirar a Betsy en sus pantalones cortos de escalada.

—Acostumbraban a cobrar para subir esto —dijo Betsy, apoyando una bien torneada pierna contra un reborde para volver a atarse los cordones de sus botas de montana.

Edward miro hacia la distancia en la direccion por donde habian subido y agito la cabeza. A mediodia, se habian despojado de sus jerseys y se habian atado las mangas en torno a la cintura. Se detuvieron para beber un poco de agua. Por aquel entonces los diez se habian extendido a lo largo de casi un kilometro de sendero, como cabras monteses en las terrazas de exhibicion de un zoo. Un hombre joven, a unas docenas de metros por encima de Edward, tuvo suficientes energias para golpearse el pecho y dejar escapar un grito tarzanesco de dominacion. Luego sonrio estupidamente y agito una mano.

—Yo Jane, el chiflado —comento Betsy.

Su buen humor prosiguio mientras se detenian en Punta Union y miraban al valle alla abajo, apoyados en la barandilla metalica. El cielo estaba solo ligeramente humoso, y el aire era mas calido a medida que ascendian.

—Podriamos pararnos aqui —sugirio Betsy—. La vista es muy hermosa.

—Un poco mas. —Edward adopto una expresion valiente y senalo hacia su meta—. Otra pequena ascension.

A la una habian recorrido una al parecer interminable serie de revueltas que ascendian la desnuda ladera de granito, deteniendose brevemente para examinar los pequenos grupos de manzanitas. Luego siguieron por un sendero mucho mas razonable y comparativamente mas llano hacia la Punta Glaciar.

Minelli y su companera Ines habian montado ya las tiendas en los bosques detras de los senderos de asfalto que ascendian hasta las terrazas protegidas con barandillas de la punta. Saludaron a Edward y Betsy con la mano y les hicieron senas de que acudieran y compartieran con ellos su comida.

—Vamos a echar un vistazo —les dijo Edward—. Estaremos con vosotros en un momento.

Inclinados sobre la barandilla de la terraza inferior, examinaron el valle de punta a punta y las montanas mas alla. El canto de los pajaros puntuaba el firme susurrar de la brisa.

—Es todo tan pacifico —dijo Betsy—. Una pensaria que nada puede ocurrir nunca aqui…

Edward intento imaginar a su padre, de pie junto a la barandilla, hacia mas de dos decadas, agitando las

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