No le creeria.
72
La nave, supo Arthur, contenia 412 pasajeros, todos embarcados en secreto durante la manana y la noche anterior. Los pasajeros habian sido divididos en grupos de veinte, y en su mayor parte no se mezclarian hasta que hubieran transcurrido varios dias y se hubieran acostumbrado a su nueva situacion. La unica excepcion serian los testigos.
De su grupo de veinte, nueve se habian presentado voluntarios: dos ninos, tres mujeres y cuatro hombres, incluidos Arthur, Francine y Marty. Los nueve siguieron al recio robot cobrizo a traves de la camara al extremo del curvado pasillo.
Recorrieron un estrecho tramo oscuro de un corredor cilindrico. Arthur intento trazar mentalmente un mapa, sin conseguirlo por completo. Al parecer la nave tenia compartimientos que se movian los unos en relacion con los otros.
El robot cruzo una escotilla frente a ellos y giro bruscamente para tomar un nuevo corredor vertical. Le siguieron, con unos cuantos gemidos de queja y sorpresa. En una cabina de aproximadamente treinta metros de largo por doce o quince de fondo, se hallaron frente a un amplio panel transparente que ofrecia la vision de un fondo de brillantes y fijas estrellas. Marty se mantenia cerca de Arthur, sujetando fuertemente su brazo con una mano, la otra cerrada en un puno. El nino tenia los labios hundidos contra sus dientes, como si se los estuviera mordiendo, y emitia pequenos sonidos chasqueantes. Francine les seguia, tensa y reluctante.
Arthur miro a su hijo y sonrio.
—Tu lo quisiste, amigo —dijo. Marty asintio. Ya no era un joven-cito alardeando ante su hermosa prima rubia; era un muchacho tanteando su camino a la madurez.
Entro mas gente a traves de una escotilla en el otro lado de la cabina, en grupos de cuatro o cinco o seis, con ninos entre ellos, hasta que una pequena multitud estuvo contemplando la oscuridad y las estrellas; Arthur estimo su numero en setenta u ochenta. Creyo reconocer a algunos de su epoca en la red, aunque eso era improbable; todo lo que habia oido era sus voces interiores, que casi nunca encajaban con la apariencia fisica. Penso en la voz interior de Hicks, robusta y joven y firme, y en su presencia canosa de benevolo abuelo.
Arthur recordo brevemente a Harry, disecado, descomponiendose, profundamente enterrado en un ataud en la Tierra; ?o habria hecho Ithaca que cremasen su cadaver? Eso parecia mas propio de ellos dos.
Un negro joven y alto se situo detras de Arthur y Francine. Arthur hizo una ligera inclinacion de cabeza y el joven le devolvio el saludo, cordial, digno, aterrado, los musculos de su cuello tensos como cuerdas. Arthur examino los demas rostros, intentando aprender algo de la mezcla, de por que habian sido elegidos. ?La edad? Habia muy pocos mas viejos de cincuenta anos; pero entonces, esos eran precisamente los que habian sido elegidos como testigos. ?Raza? Todos los tipos que podian hallarse en Norteamerica estaban representados. ?Inteligencia? No habia forma alguna de decir eso…
—Estamos en el espacio, ?verdad? —pregunto el joven alto—. Eso es lo que han dicho, solo que no lo crei. Estamos en el espacio, y pronto vamos a reunirnos con las demas arcas. Me llamo Reuben —dijo, tendiendo la mano a Arthur. Este se la estrecho. La mano de Reuben estaba humeda, pero la de Arthur tambien—. ?Es su hijo?
—Este es Martin —dijo Arthur. Reuben se inclino y estrecho la mano de Marty. Marty alzo solemnemente la vista hacia el, aun chupandose o mordiendose los labios—. Y mi esposa, Francine.
—No se que sentir —dijo Reuben—. Ya no se que es real y que no.
Arthur asintio con la cabeza. No deseaba seguir hablando.
Algo llameo contra las estrellas, reflejando la luz del sol, y se acerco a ellos. Francine senalo, maravillada. Tenia la forma de una enorme y redondeada punta de flecha, plana por un lado, con un puente central recorriendo todo el lado opuesto.
—Eso es Singapur —dijo una mujer tras ellos. No toda la red recibia informacion a la vez, decidio Arthur; eso tenia sentido. Se hubieran sentido abrumados.
—Singapur —dijo Reuben, agitando la cabeza—. Nunca he estado alli.
—Tenemos Estambul y Cleveland —dijo un joven a un extremo de la cabina, apenas algo mas que un muchacho.
La nave gris desaparecio de su vista por encima de ellos. Seguia sin haber ninguna sensacion de movimiento, como tampoco ningun sonido, excepto los murmullos y el agitar de los ocupantes de la cabina. Hubieran podido estar muy bien en una sala de exhibiciones, aguardando a que empezara alguna nueva y espectacular forma de diversion.
Las estrellas empezaron a moverse, todas en una direccion; el arca estaba girando. Arthur busco las constelaciones que conocia, y por un momento no vio ninguna; luego diviso la Cruz del Sur y, mientras la rotacion proseguia, Orion.
El extremo blanco y azul de la Tierra surgio ante su vista, y los ocupantes de la cabina jadearon al unisono.
—Jesus —dijo Reuben—. Papa, mama, Jesus.
—Eso es la Tierra, ?verdad, papa? —pregunto suavemente Marty.
—Lo es.
—Todavia sigue ahi. Quiza podamos volver y no ocurra nada.
Arthur se dio cuenta de que asentia.
La mujer que habia hablado de Singapur dijo:
—Todavia siguen en la Tierra. Son los ultimos devoradores de planetas. No pueden abandonarla porque los atraparemos.
Arthur la miro nerviosamente, como si se tratara de una peligrosa sibila; su rostro estaba palido y convulso.
73
—Ro-ca e-teeer-naaa…
El canto habia adoptado un tono ligeramente frenetico, mas agudo, mas alto, mas inquietante. La columna de humo del Ahwanee se alzaba ahora por encima de los Arcos Reales; el hotel se habia consumido casi por completo, y las chispas del incendio amenazaban con prender en los bosques de su alrededor. Desde su punto de observacion podian ver los camiones del parque de bomberos rociando de agua las llameantes ruinas.
La roca bajo sus pies se agito una ligera fraccion. Betsy regreso de los lavabos, se sento firmemente al lado de Edward en la terraza inferior, y enlazo el brazo del hombre con el suyo; no se habian separado mas alla de unos minutos durante la ultima hora. Sin embargo, Edward se sentia solo y, al mirarla, se dio cuenta de que ella se sentia sola tambien.
—?Lo oyes? —pregunto ella.
—?El grunir?