sombra.
—Traere la tienda —indico Reslaw. Se aparto del penasco y corrio de vuelta al campamento. Minelli y Edward se miraron el uno al otro, luego a la cosa tendida en la arena.
—Tendriamos que salir disparados de aqui —murmuro Minelli.
—Nos quedaremos —dijo firmemente Edward.
—Esta bien. —La expresion de Minelli cambio de preocupacion a asombrada curiosidad. Era como si estuviera contemplando a un especimen de museo en una botella—. De veras, todo esto es ridiculo.
—Traigan noche —suplico la cosa.
Shoshone parecia poco mas que una parada para camioneros en la carretera: un cafe y la tienda de minerales, una oficina postal y una tienda de alimentacion. Fuera de la carretera, sin embargo, un camino de grava serpenteaba hasta mas alla de un cierto numero de bungalows a la sombra de los arboles y una gran casa moderna de una sola planta, luego avanzaba recto como una flecha entre venerables tamariscos y junto a un pantano de cuatro acres hasta un manantial de aguas calientes y un negocio de venta y aparcamiento de caravanas. La pequena ciudad albergaba a unos trescientos residentes permanentes, y en el punto algido de la estacion turistica —desde finales de septiembre hasta principios de mayo— albergaba a unas trescientas aves de paso adicionales, ademas de los ocasionales grupos de geologos. Shoshone se llamaba a si misma la puerta del Valle de la Muerte, entre Baker al sur y Furnace Creek al norte. Al este, cruzando el Mojave, las cordilleras de Resting Spring, Nopah y Spring, y la frontera del estado de Nevada, estaba Las Vegas, la ciudad importante mas cercana.
Reslaw, Minelli y Edward llevaron a la criatura con cabeza de mitra a Shoshone, despues de llegar a la estatal 127 de California a unos veinticinco kilometros al norte de la ciudad. La mantenian tendida bajo toallas humedas en la parte de atras de su Land Cruiser, sobre la tela extendida de la tienda de campana, donde parecia estar de nuevo muerta.
—Deberiamos ir a Las Vegas —indico Minelli. Compartia el asiento de delante con Reslaw. Edward conducia.
—No creo que resistiera hasta alli —senalo Edward.
—?Como podemos encontrar ayuda en Shoshone?
—Bien, si
—No parece mas muerta que antes de que se pusiera a hablar —murmuro Reslaw, mirando por encima del respaldo del asiento a la forma inmovil. Tenia cuatro miembros, dos a cada lado, pero no sabian si andaba sobre los dos inferiores o a cuatro patas.
—La hemos tocado —dijo Minelli lugubremente.
—Callate —murmuro Edward.
—Ese cono de escoria es una nave espacial, o hay una nave espacial enterrada dentro, esto resulta claro —estallo Minelli.
—Nada resulta claro —dijo calmadamente Reslaw.
—Lo vi en
—?Tiene
—El frigorifico —respondio Minelli, con manos temblorosas.
—Hay telefono. Podemos pedir una ambulancia a Las Vegas, o un helicoptero. Quiza podamos llamar a Edwards o a Goldstone y conseguir que vengan las autoridades —dijo Edward, defendiendo sus acciones.
—?Y que les diremos? —pregunto Reslaw—. No nos creeran.
—Estoy pensando —murmuro Edward.
—Quiza vimos estrellarse un avion a reaccion —sugirio Reslaw.
Edward le miro dubitativamente de reojo.
—Habla ingles —comento Minelli, asintiendo.
Ninguno de ellos habia mencionado ese punto en la hora y media desde que habian arrastrado a la criatura lejos de la base del cono de escoria.
—Infiernos —exclamo Edward—, nos han estado escuchando desde ahi fuera en el espacio. Las reposiciones del
—Entonces, ?por que no dijo, «?Hey, Ricky!»? —pregunto Minelli, cubriendo su miedo con una sonrisa maniaca.
Edward metio la camioneta en la estacion de servicio, y los gruesos neumaticos hicieron sonar el timbre de aviso. Un quinceanero muy bronceado, con unos tejanos casi blancos de tantas lavadas y una descolorida camiseta gris claro de Def Leppard, salio del taller anexo a un lado de la tienda de alimentacion y se acerco al Land Cruiser. Edward le advirtio con las mano que no se acercara.
—Necesitamos usar el telefono —dijo.
—Pago por anticipado —senalo el muchacho, suspicaz.
—?Alguno de vosotros tiene monedas de a cuarto? —pregunto Edward. Nadie las tenia—. Necesitamos usar el telefono de la tienda. Es una emergencia.
El muchacho vio la forma envuelta en las toallas a traves de las ventanillas del Land Cruiser.
—?Hay alguien herido? —pregunto, curioso.
—Mantente lejos —le advirtio Minelli.
—Callate, Minelli —chirrio Reslaw entre dientes apretados.
—Si.
—?Muerto? —pregunto el muchacho, con un tic nervioso en una mejilla.
Edward se encogio de hombros y entro en la tienda. Dentro, una mujer bajita y muy ancha con un traje hawaiano suelto de tela estampada se nego rotundamente a dejarles usar el telefono.
—Mire —explico Edward—, le pagare con mi tarjeta de credito. Mi tarjeta de credito telefonica.
—Ensene tarjeta.
Una mujer alta, esbelta, atractiva, de pelo negro, entro en la tienda, vestida con unos tejanos no descoloridos y una blusa de seda blanca.
—?Que ocurre, Esther? —pregunto.
—Hombre quiere pagar con tarjeta —dijo Esther—. Quiere usar telefono aqui, pero dice que paga con tarjeta de credito.
—Jesus, gracias, tiene usted razon —dijo Edward, mirando a las dos mujeres—. Usare mi tarjeta para pagar la llamada.
—?Es una emergencia? —quiso saber la mujer del pelo negro.
—Si.
—Bien, adelante, utilice el telefono de la tienda.
Esther la miro resentida. Edward se deslizo detras del mostrador, mientras la mujer gruesa se apartaba diestramente fuera de su camino, y apreto el boton para obtener linea. Luego hizo una pausa.
—?El hospital? —pregunto la mujer del cabello negro.
Edward agito la cabeza, dubitativo.
—No se —dijo—. Quiza tambien las Fuerzas Aereas.
—?Han visto estrellarse un avion? —pregunto la mujer.
—Si —dijo Edward, en bien de la simplicidad.
La mujer le dio el numero de un hospital de urgencias, y le sugirio que llamara a la centralita para conseguir el de las Fuerzas Aereas. Pero Edward no marco primero el numero del hospital. Dudo, mirando nerviosamente la tienda, preguntandose por que no habia planeado por anticipado un curso claro de accion.
Pidio a la centralita el numero del comandante de la base en Edwards. Mientras oia sonar el aparato al otro lado, penso en alguna excusa. Reslaw tenia razon: decir la verdad no les llevaria a ninguna parte.
—Oficina del general Frohlich, teniente Blunt al habla.
—Teniente, mi nombre es Edward Shaw. —Intento que su voz sonara tan tranquila como la de un locutor