excepcionalmente exagerada. Empezo a sentir una terrible nostalgia de Oxford y el Estudio de Le Fanu, libro que jamas tendria valor publicitario, pero sobre el que algun estudioso quiza comentaria con moderacion algun dia: «La senorita Vane trata el tema con agudeza y precision». Llamo a la administradora, se entero de que podia alojarse en Shrewsbury y regreso inmediatamente al mundo academico.

En el college no habia nadie, salvo ella, la administradora, la tesorera y la senorita Barton, que desaparecia a diario en la camara Radcliffe y solo se dejaba ver durante las comidas. Tambien estaba la rectora, pero en su propia casa.

Abril tocaba a su fin, frio y caprichoso, pero con la promesa de buenas cosas venideras, y la ciudad presentaba la belleza retraida y discreta que la envuelve en la epoca de vacaciones. No resonaba un clamor de voces jovenes entre sus ancestrales piedras; el tumulto de raudas bicicletas se apaciguaba en el estrecho paso del Turl; en Radcliffe Square, la camara dormia como una gata al sol, y solo despertaba de vez en cuando con las lentas pisadas de un profesor; incluso en High Street, el estruendo de coches y autobuses parecia disminuir y decrecer, pues aun no habian llegado las vacaciones estivales; bateas y piraguas, recien puestas a punto para el trimestre de verano, empezaban a apuntar por el Cherwell como los esmaltados brotes del castano de Indias, pero aun no se agolpaban las embarcaciones en la brillante cuenca; las melodiosas campanas elevaban su canto en torres y agujas, hablando del rapido paso del tiempo en una paz eterna, y la Great Tom, con sus ciento una campanadas nocturnas, solamente llamaba a los grajos de la pradera de Christ Church.

Las mananas en la Bodleiana, adormilada entre los marrones destenidos y el dorado deslustrado de la biblioteca Duke Humphrey, olfateando el leve olor a moho del cuero que se deterioraba lentamente, oyendo tan solo el discreto tip-tap de los pasitos de roedor sobre el suelo acolchado; las largas tardes remontando el Cher en una canoa de balancin, notando el aspero beso de las espadillas en las palmas de las manos desacostumbradas, escuchando el clinc-clonc, ritmico y placentero, de los escalamos; observar el juego muscular de los robustos hombros de la administradora a cada golpe de remo mientras el cortante viento de primavera pegaba la fina blusa de seda contra ellos o, si el dia era mas calido, avanzar rapidamente en una canoa bajo los muros del Magdalen, por el canal del King's Mill, pasando por la isla de Mesopotamia hasta la zona de Parson's Pleasure; despues volver, con la mente relajada y el cuerpo desentumecido y vigoroso, a preparar tostadas en la chimenea, y despues, por la noche, la lampara encendida y la cortina corrida, el aleteo de la pagina al volverse y el suave rascar de la pluma sobre el papel, unicos sonidos que rompian el silencio absoluto entre las campanadas de los cuartos. De vez en cuando Harriet sacaba la carpeta de los anonimos y le echaba un vistazo; sin embargo, a la luz de aquella lampara solitaria, incluso los feos garabatos impresos parecian inofensivos e impersonales, y el deprimente problema, menos importante que determinar la fecha de una primera edicion o resolver una interpretacion objeto de controversia.

En aquel melodioso silencio recupero algo que estaba dormido y sofocado desde los dias de inocencia de su epoca estudiantil. La voz cantarina, ahogada hacia tiempo bajo la presion de la lucha por la existencia y acallada por aquel desdichado y extrano contacto con la pasion fisica, empezo a balbucear unas notas vacilantes. En su mente sonadora nadaban grandes frases de oro que surgian de la nada y llevaban a la nada, como la enorme y lenta carpa en el agua fria del estanque de Mercurio. Un dia subio la colina de Shotover y se sento a contemplar las agujas de la ciudad, en lo mas profundo, abismales, que brotaban de la hondonada de la cuenca del rio, inverosimilmente remotas, maravillosas, como las torres de Tir-nan-Og bajo las grandes olas verdes. Tenia sobre las rodillas el cuaderno de anillas con las notas sobre el escandalo de Shrewsbury, pero su corazon no estaba en aquella sordida investigacion. En sus oidos resonaba un pentametro suelto, como un eco salido de la nada…, siete pies…, un pentametro y medio:

A ese centro calmo donde el mundo en su girar

duerme sobre su eje…

?Lo habia compuesto ella o lo recordaba? Le resultaba conocido, pero en el fondo de su alma sabia con certeza que era suyo, y le resultaba conocido unicamente porque era inevitable y correcto.

Abrio el cuaderno por otra pagina y anoto aquellas palabras. Se sentia como el hombre de una historia de Punch: «Bonito bano, Liza. ?Y ahora que hacemos con el?». ?Verso blanco?… No… Formaba parte de la octava de un soneto…, le daba la sensacion de que era un soneto. ?Pero la rima…! ?Plegadas? ?Ondulada? Tanteo con la rima y la metrica, como un musico toqueteando las teclas de un instrumento largo tiempo abandonado.

Despues, tras muchos intentos fallidos y espacios en blanco, volviendo una y otra vez a lo mismo, rellenando y tachando, empezo a escribir otra vez, con la profunda conviccion de que, tras tan amargas andanzas, habia regresado a su sitio.

Y, al fin en casa…

el centro, el corazon del laberinto…

Y, al fin, en casa, lejos de la tempestad,

detenidos nuestros pasos… nuestro rumbo…

las manos cruzadas y plegadas las alas…

Aqui, ya en casa, a resguardo de tempestades,

las diligentes manos cruzadas, plegadas las alas;

aqui, en intimo aroma yace la rosa ondulada,

aqui se alza el sol que ni este ni oeste conoce,

aqui la marea no llega: hemos vuelto al fin,

de la inmensidad arrojados por circulos de vertigo

al centro calmo donde el mundo en su girar

duerme sobre su eje, al corazon mismo del reposo.

Si, algo tenia, aunque el metro se interrumpia monotonamente, y el sonido de «cruzadas-plegadas» no acababa de gustarle. Los versos se tambaleaban y daban bandazos torpemente entre sus manos, incontrolables, pero a pesar de los pesares, era una octava.

Y alli parecia acabar. Habia llegado al final y no tenia nada mas que decir. No se le ocurria ningun giro para el sexteto, ningun estrambote, ningun cambio de talante. Escribio un par de versos, toda indecisa, y los tacho. Si no surgia el giro correcto por si mismo, era inutil forzarlo. Tenia la imagen, la del mundo dormido como una gran peonza sobre su eterno huso, y lo que pudiera anadir a esa imagen no seria sino simple versificacion. A lo mejor salia algo un buen dia. Habia reflejado su estado de animo en el papel, y esa es la liberacion que buscan todos los escritores, incluso los peores, como los seres humanos buscan el amor y, una vez encontrada, se sumergen felices en los suenos y dejan de afligirse.

Cerro el cuaderno, escandalo y soneto incluidos, y empezo a bajar lentamente por el empinado sendero. A medio camino se topo con un pequeno grupo que subia: dos ninas rubisimas al cuidado de una mujer cuyo rostro le resulto al principio vagamente familiar. Cuando se aproximaron, cayo en la cuenta de que era Annie, un tanto extrana sin la cofia y el delantal, de paseo con sus hijas.

Como era su obligacion, Harriet las saludo y les pregunto donde estaban viviendo.

– Hemos encontrado un sitio muy bueno en Headington, gracias, senora. Tambien estoy yo alli, pasando las vacaciones. Estas son mis hijas. Beatrice y Carola. Saludad a la senorita Vane.

Harriet estrecho la mano a las ninas con actitud seria, les pregunto cuantos anos tenian y que tal les iba.

– Que bien que las tenga tan cerca.

– Si, senora. No se que haria sin ellas. -La mirada de orgullo y dicha era de un posesivo que casi daba miedo. Harriet vislumbro una pasion basica que practicamente olvido nada mas reconocerla y que atraveso centelleante la serenidad del estado de animo creado por su soneto como un meteoro ominoso.

– Son todo lo que tengo… ahora que he perdido a su padre.

– Oh, Dios mio, si -replico Harriet, un tanto incomoda-. ?Cuando… cuanto tiempo hace, Annie?

– Tres anos, senora. Lo empujaron a ello. Decian que habia hecho algo que no debia, y eso le preocupaba terriblemente. Jamas le hizo dano a nadie, y la obligacion fundamental de un hombre es para con su esposa y su

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