familia, ?no cree? De buena gana me habria muerto de hambre con el y habria trabajado hasta dejarme la piel con tal de mantener a mis hijas, pero el no pudo soportarlo. El mundo es muy cruel con quien quiere abrirse camino, y con tanta competencia.
– Si que lo es -replico Harriet.
Beatrice, la mayor, miraba a su madre con unos ojos demasiado inteligentes para sus ocho anos. Mas valia pasar a otro tema de conversacion que no tuviera nada que ver con los posibles errores e iniquidades del marido. Harriet murmuro que las ninas debian de ser un gran consuelo para ella.
– Si, senora. No hay nada como tener a tus hijos. Por ellos merece la pena vivir. Beatrice es la viva imagen de su padre, ?verdad, cielo? Antes me daba pena no haber tenido un chico, pero ahora me alegro. Es dificil criar a los chicos sin padre.
– ?Y que van a hacer Beatrice y Carola cuando sean mayores?
– Pues senora, espero que sean buenas muchachas, buenas esposas y madres… Para eso las voy a criar.
– Yo quiero tener una motocicleta cuando sea mayor -dijo Beatrice, agitando sus rizos con firmeza.
– No, no, cielo. Hay que ver las cosas que dicen, ?verdad?
– Claro que si -insistio Beatrice-. Voy a tener una motocicleta y un garaje.
– No digas tonterias -la interrumpio su madre con cierta brusquedad-. No debes decir esas cosas. Eso es trabajo de chicos.
– Pero hoy en dia hay muchas chicas que hacen trabajo de chicos -intervino Harriet.
– Pues no deberian, senora. No esta bien. Bastantes problemas tienen los chicos para encontrar trabajo. No le meta esas ideas en la cabeza, por favor, senora. Beatrice, si te metes a hacer tonterias en un garaje y te pones toda fea y sucia, no encontraras marido.
– Es que no quiero -replico Beatrice, muy segura.
Annie parecia irritada, pero se echo a reir cuando Harriet se rio.
– Ya lo comprendera algun dia, ?no, senora?
– Es lo mas probable -contesto Harriet.
Si aquella mujer mantenia la opinion de que lo mas importante era encontrar marido a toda costa, no tenia sentido discutir. Y Harriet casi habia adquirido la costumbre de rehuir las conversaciones que recayeran sobre los hombres y el matrimonio. Se despidio amablemente y siguio andando, un poco desanimada, pero no mucho. O te gustaba hablar sobre esos temas o no. Y cuando habia terribles fantasmas acechando en tu interior, esqueletos que no te atrevias a mostrar a nadie, ni siquiera a Peter…
Bueno, precisamente a Peter menos que a nadie. Y al fin y al cabo, no habia hueco para el entre las grisaceas piedras de Oxford. El representaba Londres, el mundo rapido, ruidoso, inquieto y endiablado de la tension y la barahunda. Alli, en el centro calmo (si, ese verso era bueno, sin duda), no tenia sitio. Apenas habia pensado en el durante toda una semana.
Y despues empezaron a llegar las profesoras, animadas tras sus actividades de las vacaciones y dispuestas a aceptar la carga del trimestre mas riguroso, pero tambien el mas bonito. Harriet las observaba, preguntandose cual de aquellos alegres rostros ocultaria un secreto. La senorita De Vine habia estado en una antigua ciudad flamenca, haciendo consultas en una biblioteca en la que se conservaba una excepcional correspondencia familiar sobre las condiciones comerciales entre Inglaterra y Flandes bajo el reinado de Isabel. Tenia la cabeza llena de estadisticas sobre la lana y la pimienta, y costaba trabajo conseguir que pensara en lo que habia hecho el ultimo dia del trimestre anterior. Desde luego, habia quemado algunos papeles, y entre ellos podia haber periodicos; por supuesto, jamas leia
La senorita Lydgate (tal y como se esperaba Harriet) habia conseguido desbaratar por completo sus pruebas en el transcurso de unas semanas. Estaba contrita. Habia pasado un largo fin de semana, sumamente interesante, con el profesor Nosecuantos, gran autoridad en materia de metrica griega, que le habia hecho observar ciertos errores en varios parrafos y habia arrojado una luz completamente nueva sobre los argumentos del capitulo siete. Harriet exhalo un gemido de desesperacion.
La senorita Shaw habia llevado a cinco alumnas suyas a una reunion de lectura, habia visto cuatro obras de teatro nuevas y se habia comprado un conjunto veraniego fascinante. A la senorita Pyke le habia resultado apasionante ayudar al conservador de un museo provincial a reunir los fragmentos de tres vasijas decoradas y varias urnas funerarias que se habian encontrado en un prado de Essex. La senorita Hillyard estaba encantada de haber vuelto a Oxford; habia tenido que pasar un mes en casa de su hermana, asistiendola en el parto, y al parecer, cuidar de su cunado le habia agriado el caracter. Por otra parte, la decana habia estado ayudando en la boda de una sobrina y el asunto le habia resultado muy gracioso. «Una de las damas de honor se equivoco de iglesia y aparecio cuando ya habia acabado todo, y estabamos por lo menos doscientas personas apretadas en una habitacion con capacidad para cincuenta. Solamente tome media copa de champan y ni siquiera un trocito de tarta, asi que el estomago golpeaba la columna vertebral. El novio perdio el sombrero en el ultimo momento… ?Y no se lo van a creer! ?Todavia hay gente que regala latas para galletas!» La senorita Chilperic habia ido con su prometido y la hermana de este a varios sitios muy interesantes para estudiar escultura domestica medieval. La senorita Burrows habia pasado la mayor parte del tiempo jugando al golf. Tambien llegaron refuerzos en la persona de la senorita Edwards, la tutora de ciencias, que acababa de volver tras un trimestre de permiso. Era una mujer joven y dinamica, cuadrada de cara y de hombros, cabello a lo paje y actitud de no soportar estupideces. La unica que faltaba era la senora Goodwin, cuyo hijo (un nino muy desdichado) habia contraido el sarampion inmediatamente despues de volver a la escuela y requeria de nuevo los cuidados de su madre.
– Por supuesto, no puede evitarlo, pero es un fastidio, precisamente al principio del trimestre de verano -dijo la decana-. Si yo lo hubiera sabido, podria haber vuelto antes.
– ?Y que se puede esperar, si le da trabajo a viudas con hijos? -intervino la senorita Hillyard con seriedad-. Hay que estar preparadas para estas continuas interrupciones. Y por alguna razon, las preocupaciones domesticas siempre se anteponen al trabajo.
– Bueno, en caso de enfermedad grave, hay que dejar el trabajo a un lado -replico la decana.
– Pero todos los ninos pasan el sarampion.
– Si, pero es que este nino no es muy fuerte. Su padre tenia tuberculosis, el pobre… de eso murio, y si el sarampion degenera en neumonia, como ocurre con frecuencia, las consecuencias pueden ser graves.
– Pero ?ha degenerado en neumonia?
– Temen que pueda ocurrir. Lo ha agarrado muy fuerte, y como es una criaturita tan nerviosa, es natural que quiera estar con su madre. Y ademas, ella tendra que estar en cuarentena.
– Cuanto mas tiempo se quede con su hijo, mas tiempo tendra que estar en cuarentena.
– Desde luego, es una pena -dijo la senorita Lydgate gentilmente-. Pero si la senora Goodwin se hubiera aislado y hubiera vuelto con la mayor rapidez posible, como se ofrecio a hacer, con mucha valentia, habria sufrido una angustia terrible.
– Muchas de nosotras tenemos que sufrir angustia de una u otra forma -replico la senorita Hillyard con acritud-. Yo he estado muy angustiada por mi hermana. Tener el primer hijo a los treinta y cinco siempre crea una situacion angustiosa, pero si hubiera dado la casualidad de que se hubiera producido durante el curso, tendria que haber sido sin mi ayuda.
– Siempre resulta dificil decidir que obligacion es la mas importante -dijo la senorita Pyke-. Es una cuestion personal. Supongo que, al traer hijos al mundo, se acepta cierta responsabilidad hacia ellos.
– No lo niego -replico la senorita Hillyard-. Pero si la responsabilidad domestica tiene preferencia sobre la responsabilidad publica, habria que darle el trabajo a otra persona.
– Pero hay que dar de comer y vestir a los hijos -tercio la senorita Edwards.
– Sin duda, pero la madre no deberia ocupar un puesto de interna.
– La senora Goodwin es una secretaria excelente -dijo la decana-. Yo lamentaria perderla. Y preferiria pensar que podemos ayudarla en la situacion tan dificil en que se encuentra.
La senorita Hillyard perdio la paciencia.
– Aunque no lo reconoceran jamas, lo cierto es que aqui todo el mundo tiene complejo de inferioridad respecto a las mujeres casadas y los hijos. A pesar de lo que dicen sobre la independencia y la carrera, en el fondo todas ustedes estan convencidas de que deberiamos rebajarnos ante cualquier mujer que haya satisfecho sus funciones animales.