Harriet bajo delante de la muchacha por la oscura espiral. No tenia pruebas de nada, sino simple curiosidad, la suficiente para hacerle pensar. La muchacha tenia un acento un tanto ordinario, y Harriet la habria incluido en la categoria de dependienta de una tienda de no haber sido porque las invitaciones para la torre normalmente se limitaban a los universitarios y sus amigos. Podia ser una alumna con beca, y ademas, a lo mejor le estaba dando demasiada importancia a aquel incidente.

Estaban atravesando el campanario, con un clamor insistente, impertinente. A Harriet le recordo algo que le habia contado Peter Wimsey hacia unos anos, un dia en el que, solo gracias a la inquebrantable decision de seguir hablando el, logro evitar que acabara en pelea una lamentable excursion. Era algo sobre un cadaver en un campanario, y una inundacion y las grandes campanas propagando la alarma por tres condados.

El ruido de las campanas fue apagandose a medida que Harriet avanzaba, y tambien el recuerdo, pero se habia detenido un momento en el dificil descenso, y la chica, quienquiera que fuese, se habia adelantado. Cuando llego al pie de las escaleras y salio a la clara luz del dia, vio la delgada figura atravesar disparada el pasadizo y salir al patio. Dudo si debia perseguirla o no. La siguio desde lejos, observo que torcia hacia la ciudad y de repente se encontro poco menos que en los brazos del senor Pomfret, que bajaba del Queen's con un traje de franela gris zarrapastroso y una toalla al brazo.

– ?Hola! -dijo el senor Pomfret-. ?Viene de saludar al amanecer?

– Si. No ha sido un amanecer muy bueno, pero el saludo si.

– Yo creo que va a llover, pero he dicho que iba a banarme y voy a banarme.

– Pues igual que yo. He dicho que voy a remar, y voy a remar -replico Harriet.

– ?No somos dos heroes? -dijo el senor Pomfret.

La acompano hasta el puente de Magdalen, lo llamo desde una canoa un amigo irritado, que dijo que llevaba esperando media hora, echo a andar rio arriba, rezongando que nadie lo queria y que sabia que iba a llover.

Harriet encontro a la senorita Edwards, quien, al oir lo de la chica dijo:

– En fin, supongo que podria haberle preguntado como se llama, pero no se que se podria hacer. No seria una de las nuestras, ?no?

– No la he reconocido, y creo que ella a mi tampoco.

– Entonces probablemente no lo es. De todos modos, es una lastima que no averiguase su nombre. La gente no deberia hacer cosas asi. Es una falta de consideracion. ?Que prefiere, proa o popa?

Capitulo 12

Como un tulipan (que nuestros herboristas llaman Narcissus) cuando brilla el sol es admirandus flos ad radios solios se pendens, una flor exhibiendo su esplendor, cuando el sol se pone, o llega la tempestad, se oculta, languidece y sin deleite alguno queda… asi hace todo enamorado con su amada.

ROBERT BURTON

La mente actua con suma eficacia sobre el cuerpo, provocando con sus pasiones y perturbaciones prodigiosas alteraciones, tales como la melancolia, la desesperacion, crueles enfermedades y en ocasiones la muerte misma… Aquellos que viven con temor jamas son libres, audaces, seguros, alegres, sino que padecen incesante dolor… Causa a menudo la locura repentina.

Ibidem

La llegada de la senorita Edwards, junto con la reorganizacion de las residencias debido a la finalizacion del edificio de la biblioteca contribuyeron considerablemente a reforzar la autoridad al comienzo del ultimo trimestre. La senorita Barton, la senorita Burrows y la senorita De Vine se instalaron en tres nuevos apartamentos en la primera planta de la biblioteca; a la senorita Chilperic la trasladaron al patio nuevo y se llevo a cabo una redistribucion general, de modo que los edificios del Tudor y del Burleigh quedaron privados por completo de profesoras. La senorita Martin, Harriet, la senorita Edwards y la senorita Lydgate establecieron un sistema de rondas, mediante el cual se podian hacer visitas nocturnas a intervalos variables al patio nuevo, el Queen Elizabeth y el edificio de la biblioteca y vigilar cualquier movimiento sospechoso.

Gracias a este plan se frenaron las actuaciones mas violentas de la autora de los anonimos, si bien llegaron unas cuantas cartas anonimas por correo, con insinuaciones insidiosas y amenazas de venganza contra varias personas. Harriet se encargaba escrupulosamente de cuantas muestras tenia noticia o podia recoger. Cayo en la cuenta de que ya habian llegado a todo el claustro, salvo a la senora Goodwin y a la senorita Chilperic; ademas, las alumnas de tercero empezaron a recibir siniestros pronosticos sobre sus posibilidades en los examenes, mientras que a la senorita Flaxman la obsequiaron con un dibujo de muy mala factura de una arpia arrancandole la carne a un caballero con birrete. Harriet habia intentado librar de toda sospecha a la senorita Pyke y a la senorita Burrows, basandose en que eran bastante habiles con el lapiz y, por consiguiente, incapaces de realizar dibujos tan malos, ni siquiera a proposito; sin embargo, descubrio que aunque ambas eran diestras, ninguna de las dos era ambidiestra, y que lo que intentaban hacer con la mano izquierda resultaba tan malo como cualquier obra de la autora de los anonimos, si no peor. Desde luego, cuando le enseno el dibujo de la arpia, la senorita Pyke comento que contradecia en varios aspectos el concepto clasico de ese monstruo, pero a una experta podia resultarle muy facil fingir ignorancia, y quiza el ardor con que resalto los errores de escasa importancia decia tanto contra ella como a su favor.

Otro suceso insignificante pero curioso, que tuvo lugar el tercer lunes del trimestre, fue la queja de una alumna de primero, que estaba muy nerviosa y muy seria: habia dejado una novela moderna, totalmente inofensiva, abierta sobre la mesa en la biblioteca de narrativa, y al volver a recogerla tras haber pasado la tarde en el rio, encontro varias paginas del centro, justo donde estaba leyendo, arrancadas y desparramadas por la sala. A la alumna, que tenia una beca del condado y era mas pobre que las ratas, poco le falto para echarse a llorar. No habia sido culpa suya, pero ?tendria que reponer el libro? La decana, a quien fue presentada la cuestion, dijo que no, porque no parecia ser culpa de una alumna de primero. Hizo una nota sobre aquella atrocidad: «La busqueda, de C. P. Snow. Paginas 327-340 arrancadas y cortadas. 13 de mayo», y le dio la informacion a Harriet, que la incorporo a su diario del caso, junto con entradas como: «7 de marzo. Carta insultante por correo para la senorita De Vine», «11 de marzo, para la senorita Hillyard y la senorita Layton», «29 de abril. Dibujo de la arpia para la senorita Flaxman», y acumulo una lista imponente.

Y asi se presento el trimestre de verano, salpicado de sol, precioso; abril se despidio como una exhalacion, espoleado por el viento, para recibir a un mayo esplendoroso. Los tulipanes se mecian en el jardin de las profesoras; un fleco de verdor dorado relucia hasta lo mas intrincado de las hayas seculares; las barcas dispuestas en el Cher, entre las orillas que empezaban a florecer y la ancha cuenca del Isis, se agotaban con tanto entrenamiento de los equipos. Por las calles de la ciudad y por las puertas de los colleges revoloteaban togas negras y vestidos veraniegos, formando descuidados blasones con el verde del suave cesped y el sable plateado de la piedra ancestral; automoviles y bicicletas torcian peligrosamente por estrechas bocacalles codo con codo, y con los alaridos de los gramofonos, los canales desde el puente de Magdalen hasta mucho mas alla de la nueva carretera de circunvalacion resultaban odiosos. Las alumnas que tomaban el sol y merendaban ruidosamente profanaban el patio viejo de Shrewsbury, las zapatillas de tenis recien lavadas proliferaban en zocalos y alfeizares de ventanas, y la decana se vio obligada a promulgar un edicto sobre la cuestion de los trajes de bano, que ondeaban y revoloteaban, a modo de banderas, y se veian desde cualquier posicion estrategica. Las solicitas tutoras empezaron a cloquear y empollar con ternura cuantos huevos becarios a punto de madurar estaban destinados a eclosionar en la humedad de los examenes tras tres anos de incubacion; las candidatas, al darse cuenta con remordimiento de conciencia de que apenas les quedaban ocho semanas para compensar las clases que se habian saltado y las horas de trabajo perdidas, iban como flechas desde la Bodleiana hasta las aulas y desde la camara a las clases, y entonces el goteo de insultos de las cartas anonimas quedo anegado y practicamente olvidado en la corriente de joviales amenazas que siempre brotaban de labios de las alumnas

Вы читаете Los secretos de Oxford
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату