– Eso es completamente absurdo -dijo la administradora.
– Supongo que es natural pensar que las mujeres casadas tienen una vida mas plena -empezo a decir la senorita Lydgate.
– Y mas util -le espeto la senorita Hillyard-. ?Fijense en lo mimados que estan los «nietos de Shrewsbury»! ?Fijense en lo contentas que se ponen ustedes cuando se casan las antiguas alumnas! Es como si dijeran: «?Lo ven? Al fin y al cabo, la educacion no nos incapacita para la vida real». Y cuando una estudiante con un futuro academico realmente brillante lo tira todo por la borda para casarse con un coadjutor, ustedes dicen, sin pensarselo dos veces: «?Que lastima! Pero, desde luego, su vida es lo mas importante».
– ?Yo jamas he dicho una cosa asi! -exclamo la decana, indignada-. Yo siempre digo que son unas perfectas imbeciles por casarse.
– No me importaria que dijeran claramente que las inquietudes intelectuales son solamente una segunda alternativa -continuo la senorita Hillyard, sin hacerle caso-. Pero fingen ponerlas en primer lugar en teoria, mientras que en la practica se averguenzan.
– No hay por que acalorarse tanto -interrumpio la senorita Barton a la senorita Pyke, que protestaba airada-. Al fin y al cabo, es posible que algunas de nosotras hayamos decidido no casarnos, y si me disculpan, tengo que decir que…
Ante una frase tan funesta, siempre preludio de algo imperdonable, Harriet y la decana entraron de lleno en la discusion.
– Si tenemos en cuenta que estamos dedicando nuestra vida… -Ni siquiera para un hombre es siempre facil…
Precisamente por la viveza de su reaccion comun chocaron sus buenas intenciones. Las dos se callaron al unisono y se pidieron perdon mutuamente, y a continuacion intervino la senorita Barton, ya sin control:
– No es conveniente ni convincente mostrar tanta animadversion hacia las mujeres casadas. Es el mismo prejuicio, sin fundamento alguno, que la llevo a retirar a esa criada de su escalera y…
– Me opongo a ese trato de privilegio -dijo la senorita Hillyard, subiendo el tono-. No veo razon para tolerar la negligencia en el deber porque una criada o una secretaria sea viuda con hijos. No veo razon alguna por la que haya que darle a Annie una habitacion propia en el ala del servicio y ponerla a cargo de todo un corredor, cuando criadas que llevan aqui mas tiempo que ella tienen que conformarse con una habitacion compartida. No…
– Pues yo pienso que se merece cierta consideracion -dijo la senorita Stevens-. Una mujer acostumbrada a tener una casa bonita…
– Me parece muy bien pero, en cualquier caso, no fue precisamente mi falta de consideracion lo que permitio que sus queridas criaturas quedaran a cargo de un delincuente comun.
– Yo siempre estuve en contra -dijo la decana.
– Entonces, ?por que cedio? Porque la pobre senora Jukes es una mujer tan buena y tiene una familia que mantener. Habia que mostrarle consideracion y compensarla por haber sido lo suficientemente imbecil para casarse con un sinverguenza. ?Que sentido tiene fingir que antepone los intereses del college cuando duda dos trimestres en despedir a un conserje deshonesto porque le da lastima su familia?
– En eso estoy completamente de acuerdo con usted -dijo la senorita Allison-. En esos casos, el college debe ser lo primero.
– Siempre debe ser lo primero. La senora Goodwin tendria que comprenderlo y renunciar a su puesto de trabajo si no puede cumplir con sus obligaciones como es debido. -Se levanto-. Al fin y al cabo, quiza sea mejor que se haya marchado. Quiza recuerden que, la ultima vez que estuvo fuera, no recibimos cartas anonimas ni se cometio ninguna fechoria.
La senorita Hillyard dejo su taza de cafe y salio muy digna de la habitacion. Todo el mundo parecia incomodo.
– ?Hay que ver! -exclamo la decana.
– Aqui pasa algo, y muy malo -dijo la senorita Edwards, sin andarse con rodeos.
– Tiene tantos prejuicios… -dijo la senorita Lydgate-. Yo siempre he pensado que es una lastima que no se haya casado.
La senorita Lydgate tenia una forma especial de expresar con palabras lo que podria comprender un nino, cosas que otras personas no decian, o las decian de otra manera.
– Pues francamente, pobre del hombre que se casara con ella -intervino la senorita Shaw-. Pero a lo mejor estoy mostrando demasiada consideracion hacia el sexo masculino. Es que casi te da miedo abrir la boca.
– ?La senora Goodwin! ?La ultima persona en la que se podria pensar! -exclamo la administradora.
Se levanto muy enfadada y salio. La senorita Lydgate fue detras de ella. La senorita Chilperic, que parecia muy preocupada pero no habia hecho ningun comentario, tambien se marcho, diciendo en voz baja que tenia trabajo. La habitacion fue vaciandose poco a poco, hasta que Harriet y la decana se quedaron a solas.
– La senorita Lydgate es tremenda. Siempre da en el clavo -dijo la senorita Martin-. Y es que salta a la vista que es mucho mas probable que…
– Muchisimo mas probable -la interrumpio Harriet.
El senor Jenkyn era un profesor jovencito y simpatico a quien Harriet habia conocido el trimestre anterior en una fiesta al norte de Oxford, precisamente donde se habia encontrado con Reginald Pomfret. Residia en el Magdalen y daba la casualidad de que era uno de los supervisores. Tambien por casualidad, Harriet le habia dicho algo sobre la ceremonia del Primero de Mayo en el Magdalen y el le prometio que le enviaria una invitacion para la torre. Al ser cientifico y hombre de mente escrupulosamente exacta, recordo su promesa, y la invitacion llego a su debido tiempo.
No iba a asistir ningun miembro del claustro de Shrewsbury. La mayoria habia ido en otras ocasiones. No asi la senorita De Vine, pero aunque le habian ofrecido una entrada, su corazon no resistiria las escaleras. Tambien habia alumnas con invitacion, pero Harriet no las conocia. De modo que salio ella sola, mucho antes del amanecer, tras haber concertado una cita con la senorita Edwards para dar un paseo en canoa por el Isis antes de desayunar.
El coro habia cantado el himno. El sol habia salido, rojo y furibundo, proyectando un leve rubor sobre los tejados y las agujas de la ciudad que empezaba a despertar. Harriet se asomo al pretil y contemplo la belleza desgarradora de la calle mayor en curva, apenas alterada aun por el estruendo de los vehiculos de motor. La torre empezo a balancearse bajo sus pies con el balanceo de las campanas. Alla abajo empezo a deshacerse y a dispersarse el grupito de ciclistas y peatones. El senor Jenkyn subio, dijo unas palabras amables y anadio que tenia que marcharse corriendo para ir a banarse con un amigo en Parson's Pleasure, pero Harriet no tenia por que darse prisa… ?podria arreglarselas ella sola para bajar?
Harriet se echo a reir y le dio las gracias, y el se despidio en las escaleras. Harriet fue al lado este de la torre. Desde alli se veian el rio y el puente de Magdalen, con sus bateas y canoas, entre las que distinguio la robusta figura de la senorita Edwards, con un jersey de un naranja muy vivo. Era maravilloso estar tan por encima del mundo, con un mar de sonido debajo y un oceano de aire encima, la humanidad reducida a las proporciones de un hormiguero. Si, todavia se arracimaban unas cuantas personas en la torre…, sus companeros de aquel santuario al aire libre, igualmente embelesados ante tanta belleza…
?Por todos los santos! Pero ?que queria hacer aquella chica?
Harriet se abalanzo hacia la joven que estaba apoyando una rodilla en la mamposteria y colocandose entre dos almenas.
– ?Cuidado! -grito-. No haga eso. Es peligroso.
La muchacha, una criatura delgada, de piel muy blanca, con expresion asustada, desistio de inmediato.
– No, si solo queria asomarme.
– Pues no haga tonterias. Podria marearse. Venga, bajese de ahi. A la direccion del Magdalen le resultaria sumamente desagradable que alguien se cayera de aqui. A lo mejor tendrian que prohibir que se subiera.
– Lo siento muchisimo. No lo habia pensado.
– Pues hay que pensar. ?Hay alguien con usted?
– No.
– Yo voy a bajar. Venga conmigo.
– Muy bien.