actividades deportivas, y cuando por fin lo vio Harriet, el le dijo que estaba trabajando. El asunto del poste de telegrafos y del seguro se habia resuelto sin problemas y se habia evitado la ira paterna. Sin duda, «el tio Peter» habia tenido algo que ver, pero es que el tio Peter, si bien mordaz, era muy de fiar. Harriet animo al joven a continuar con su trabajo y rechazo una invitacion a cenar para conocer a «su gente». No tenia ninguna gana de conocer a los Denver, y hasta la fecha se habia librado.
El senor Pomfret no paraba de tener detalles con ella. El senor Rogers y el la llevaron al rio y tambien invitaron a la senorita Cattermole. Todos se portaron divinamente y se lo pasaron bien, evitando, de comun acuerdo, recordar anteriores encuentros. Harriet estaba contenta con la senorita Cattermole: parecia haberse esforzado por ahuyentar las sombras que se habian apoderado de ella, y el informe de la senorita Hillyard era esperanzador. El senor Pomfret tambien la invito a almorzar y a jugar al tenis. En la primera ocasion, Harriet alego un compromiso anterior, sin faltar a la verdad, y en la segunda, sin hacer tanto honor a la verdad, dijo que llevaba anos sin jugar al tenis, que no estaba en forma y que no le apetecia demasiado. Al fin y al cabo, tenia trabajo (Le Fanu,
Sin embargo, la noche despues de que le presentaran formalmente a la senorita Newland, Harriet se encontro por casualidad con el senor Pomfret. Habia ido a ver a una antigua alumna de Shrewsbury adscrita al claustro Somerville, y estaba atravesando Saint Giles al volver, poco antes de medianoche, cuando reparo en un grupo de jovenes con traje de etiqueta alrededor de uno de los arboles que adornan la famosa via. De natural curioso, Harriet se acerco a ver que ocurria. La calle estaba practicamente vacia, salvo algun que otro vehiculo. Las ramas superiores del arbol se agitaron con fuerza, y Harriet, algo apartada del grupito que habia debajo, comprendio por los comentarios que el senor Nosecuantos se habia comprometido, por una apuesta despues de la cena, a trepar a todos los arboles de Saint Giles sin que se enterase el supervisor. Como los arboles eran numerosos y el lugar publico, Harriet penso que la apuesta era demasiado optimista. Estaba a punto de darse la vuelta para cruzar la calle en direccion al Lamb and Flag cuando otro joven, que evidentemente habia estado apostado vigilando, llego jadeante y anuncio que el supervisor acababa de aparecer doblando la esquina de Broad Street. El escalador bajo precipitadamente, y el grupo se disperso en todas direcciones: unos pasaron al lado de Harriet, otros escaparon por las calles laterales, y unos cuantos osados se dirigieron al pequeno recinto conocido como la Defensa, en cuyo interior (puesto que no pertenece a la ciudad sino a Saint John) podian jugar cuanto quisieran al corre que te pillo con el supervisor. Uno de los jovenes que salieron disparados hacia alli paso muy cerca de Harriet, se detuvo con una exclamacion y se puso a su lado.
– ?Pero si es usted! -grito el senor Pomfret-. Curioso, pero siempre me pilla. Una suerte increible, ?verdad? Oiga, me ha estado evitando todo este trimestre. ?Por que?
– No, no -replico Harriet-. Es que he tenido muchas cosas que hacer.
– Pero me ha estado evitando -insistio el senor Pomfret-. Yo se que si. Supongo que es absurdo pensar que pueda interesarse por mi. Supongo que ni siquiera piensa en mi, y a lo mejor hasta me desprecia.
– No diga tonterias, senor Pomfret. Por supuesto que no hago nada semejante. Me parece usted muy simpatico, pero…
– ?En serio?… Entonces, ?por que no me deja que vaya a verla? Mire, tengo que verla. Tengo que contarle una cosa. ?Cuando puedo venir a hablar con usted?
– ?De que? -pregunto Harriet, asaltada por una terrible duda.
– ?Como que de que? Vamos, no sea tan cruel. Mire, Harriet… No, no, tiene que escucharme, Harriet, maravillosa, adorable Harriet…
– Senor Pomfret, por favor…
Pero al senor Pomfret no habia quien lo parase. Se dejo llevar por su admiracion, y Harriet, acorralada en la sombra del gran castano de Indias junto al Lamb and Flag, se vio obligada a escuchar la confesion de entrega mas entusiasta que jamas le haya hecho un joven de veintipocos anos a una dama de edad y experiencia considerablemente mayores que las suyas.
– Lo siento muchisimo, senor Pomfret. No habia pensado… No, en serio, es imposible. Le llevo al menos diez anos, y ademas…
– ?Y eso que importancia tiene? -Con un gesto exagerado y torpe, el senor Pomfret dejo a un lado la diferencia de edad y se lanzo a un torrente de elocuencia que Harriet, exasperada, por el y por si misma, no pudo detener. La amaba, la adoraba, era profundamente desgraciado, no era capaz ni de trabajar ni de hacer deporte por pensar en ella, si lo rechazaba no sabria que hacer, ella tenia que haberlo visto, tenia que haberse dado cuenta de que… queria interponerse entre ella y el resto del mundo…
El senor Pomfret media uno noventa, con anchura y musculatura proporcionales.
– No haga eso, por favor -dijo Harriet, sintiendose como si le ordenara debilmente al alsaciano enorme y desobediente de otra persona: «Ya esta bien, Cesar»-. No, en serio. No puedo consentir que… -y anadio con un tono distinto-: ?Cuidado, tonto! Ahi llega el supervisor.
Consternado, el senor Pomfret recupero la compostura y se dio la vuelta, como dispuesto a huir, pero los bulldog del supervisor, que habian pasado un rato muy animado con los escaladores de arboles en Saint Giles y estaban sedientos de sangre, entraron por el arco a buen trote y, al ver a un joven no solo entregado al nocturno deambular sin toga sino incluso abrazado a una femina (
– ?Maldicion! -exclamo el senor Pomfret-. Oiga, mire…
– Al supervisor le gustaria hablar con usted, senor -dijo el gran bulldog con gravedad.
Harriet debatio en su fuero interno si no seria mas delicado marcharse y dejar al senor Pomfret enfrentado a su destino, pero el supervisor les seguia los talones a sus hombres; se encontraba a escasos metros de ella y ya habia exigido el nombre y el college del infractor. No parecia haber otra salida sino afrontar la situacion.
– Un momento, senor supervisor -dijo Harriet, intentando contener un rebelde ataque de risa, por el bien del senor Pomfret-. Este caballero esta conmigo, y usted no puede… ?Ah, buenas noches, senor Jenkyn!
Efectivamente, era el afable ayudante del supervisor, que al mirar a Harriet se quedo mudo de asombro y verguenza.
– Oiga -tercio el senor Pomfret con torpeza pero con la conviccion caballeresca de que debia una explicacion-. Mire, es todo por mi culpa. O sea, me parece que he molestado a la senorita Vane. Ella… o sea, yo…
– Bueno, ahora no puede seguir acechandolo, ?no le parece? -dijo Harriet con tono persuasivo.
– Pues pensandolo bien, supongo que no -replico el senor Jenkyn-. Es usted licenciada por esta universidad, ?no? -Indico con una mano a los bulldog que se alejaran-. Usted perdone -anadio con cierta frialdad.
– No tiene importancia -replico Harriet-. Es una bonita noche. ?Ha tenido buena caza en Saint Giles?
– Dos culpables tendran que presentarse ante su decano manana -dijo el ayudante del supervisor, mas amablemente-. Supongo que por aqui no ha pasado nadie mas, ?verdad?
– Solamente nosotros, y le aseguro que no nos hemos subido a los arboles -repuso Harriet.
Por una perfida facilidad para las citas literarias, estuvo a punto de anadir «salvo en las Hesperides», pero se contuvo por respeto a los sentimientos del senor Pomfret.
– No, no, claro -dijo el senor Jenkyn. Se retorcio las manos nerviosamente y se protegio los hombros con las vueltas de terciopelo de la toga-. Sera mejor que vaya en busca de quienes si lo han hecho.
– Buenas noches -dijo Harriet.
– Buenas noches -dijo el senor Jenkyn, levantando cortesmente el birrete. Se volvio bruscamente hacia el senor Pomfret-. Buenas noches, senor.
Se dirigio con paso vivo hacia Museum Road por entre los postes, con las largas mangas revoloteando al viento. Entre Harriet y el senor Pomfret se hizo uno de esos silencios en los que la primera palabra que se pronuncia resuena como un gong. Parecia tan imposible comentar la interrupcion como reanudar la conversacion interrumpida, pero de comun acuerdo le dieron la espalda al ayudante del supervisor y volvieron a Saint Giles. El senor Pomfret no abrio la boca hasta que torcieron a la izquierda y atravesaron la Defensa, en aquellos momentos desierta.
– He quedado como un perfecto imbecil -dijo con amargura.
– Ha sido mala suerte, pero mas imbecil he debido de parecer yo -replico Harriet-. Por poco no echo a correr, pero bien esta lo que bien acaba. El ayudante del supervisor es buena persona y no creo que le de mayor importancia al incidente.