Con otro desconcertante acceso de risa interna, recordo una expresion que empleaban los irreverentes: «pillar a un alumno mayor faldeando». Posiblemente, el equivalente femenino de «faldear» seria «pantalonear», y penso si el senor Jenkyn la pronunciaria al dia siguiente en la sala comun. No le envidiaba la diversion; tenia suficiente edad para saber que incluso las mayores meteduras de pata no provocan sino una pequena onda en el oceano del tiempo y que desaparece rapidamente. Sin embargo, era inevitable que al senor Pomfret esa onda se le antojase una autentica voragine. Estaba murmurando enfurrunado algo sobre haber quedado en ridiculo.

– Por favor, no se preocupe -dijo Harriet-. No tiene ninguna importancia. A mi no me importa en absoluto.

– No, claro que no -repuso el senor Pomfret-. Naturalmente, usted no puede tomarme en serio. Me trata como a un nino.

– Por supuesto que no. Estoy muy agradecida… me siento muy honrada por todo lo que me ha dicho, pero la verdad es que es imposible.

– Bueno, es igual -replico el senor Pomfret muy enfadado.

Que lastima, penso Harriet. Ya era suficientemente vejatorio que pisotearan los sentimientos juveniles, pero que te dejaran en ridiculo de una forma oficial resultaba casi insoportable. Tenia que hacer algo para que aquel joven recuperase su dignidad.

– Escucheme, senor Pomfret. No creo que me case jamas. Por favor, creame: mi objecion no es de tipo personal. Hemos sido muy buenos amigos. ?No podriamos…?

El senor Pomfret acogio esta bonita y manida frase con un grunido.

– Supongo que hay otra persona -dijo casi con sana.

– No creo que tenga usted derecho a preguntarme eso.

– Por supuesto que no -replico el senor Pomfret muy ofendido-. No tengo derecho a preguntarle nada, y tendria que disculparme por haberle pedido que se case conmigo, y por haber montado una escenita ante los supervisores… en realidad, por existir. Lo lamento muchisimo.

Saltaba a la vista que el unico balsamo que podia aliviar medianamente la vanidad herida del senor Pomfret seria convencerlo de que habia otra persona, pero Harriet no estaba dispuesta a reconocer semejante cosa, y ademas, hubiera otra persona o no, la sola idea de casarse con el senor Pomfret era sencillamente absurda. Harriet le rogo que se lo tomara de una forma razonable, pero el siguio todo enfurrunado, y la verdad es que nada de lo que pudiera decirse habria contribuido a paliar lo absurdo de la situacion. Ofrecerle a una dama una caballerosa proteccion contra el mundo y verse obligado a aceptar su posicion de persona mayor como proteccion contra la justa indignacion del supervisor es grotesco y siempre lo sera.

Ambos tenian que seguir el mismo camino. Anduvieron sobre las piedras en silencio, resentidos, pasaron junto a la fea fachada del Balliol y la alta verja de hierro del Trinity, el desden multiplicado por catorce de los Cesares y el inestable arco del edificio Clarendon, hasta llegar al cruce de Cat Street y Holywell.

– Bueno, pues si no le importa, yo seguire por aqui -dijo el senor Pomfret-. Van a dar las doce.

– Si. No se preocupe por mi. Buenas noches… Y muchisimas gracias, una vez mas.

– Buenas noches.

El senor Pomfret se fue corriendo hacia Queen's College perseguido por el bramido de un coro de campanas.

Harriet siguio hasta Holywell. Ya podia reirse si le apetecia, y vaya si se rio. No temia haberle causado un dano irreparable al corazon del senor Pomfret; estaba tan enfadado que unicamente su orgullo podia sufrir. El incidente poseia ese elemento gracioso de lo ridiculo que ni la lastima ni la caridad pueden destruir. Por desgracia, si se consideraba buena persona, no podia compartirlo con nadie; solo podia disfrutarlo en solitarios accesos de regocijo. No se podia ni imaginar lo que el senor Jenkyn pensaria de ella. ?La consideraria una corruptora de menores? ?Una promiscua sin principios? ?O una mujer desesperada intentado aferrarse a las oportunidades que ya casi estaban a punto de escaparsele? Cuanto mas pensaba en el papel que habia desempenado en aquel incidente, mas gracioso le parecia. Penso en que le diria al senor Jenkyn si volvia a verlo.

La sorprendio lo mucho que la habia animado la ingenua propuesta del senor Pomfret. Deberia haberse sentido avergonzada. Deberia haberse culpado por no haber comprendido lo que le ocurria al senor Pomfret y no haber tomado medidas para ponerle fin. ?Por que no lo habia hecho? Suponia que sencillamente porque no se le habia ocurrido semejante posibilidad. Tenia asumido que jamas volveria a atraer a ningun hombre, salvo al excentrico Peter Wimsey. Y para el era, por supuesto, un ser que el habia creado y el espejo de su propia magnanimidad. Aunque ridicula, la entrega de Reggie Pomfret era al menos inquebrantable: no era un rey Cophetua, y ella no tenia que sentirse humildemente agradecida porque el hubiera tenido la bondad de fijarse en ella. Y al fin y al cabo, aquella idea resultaba agradable. Por mucho que proclamemos nuestros escasos meritos, pocos nos ofenderiamos en realidad si una persona desinteresada nos contradijera.

Sin arrepentirse de lo ocurrido, Harriet llego al college y entro por la puerta trasera. Habia luz en las habitaciones de la rectora, y alguien asomado a la verja. Al oir las pisadas de Harriet, ese alguien dijo, con la voz de la decana:

– ?Es usted, senorita Vane? La rectora quiere verla.

– ?Que ocurre, decana?

La decana tomo a Harriet del brazo.

– Newland no ha venido. ?No la ha visto usted por alguna parte?

– No… He estado en Somerville. Son poco mas de las doce. A lo mejor aparece. ?No pensaran que…?

– No sabemos que pensar. Newland no suele salir sin permiso, y hemos encontrado unas cosas.

Acompano a Harriet al salon de la rectora. La doctora Baring estaba sentada a la mesa, su hermoso rostro severo y grave, como el de un juez. Frente a ella estaba la senorita Haydock, de pie, con las manos en los bolsillos de la bata; parecia nerviosa y enfadada. Taciturna y acurrucada en un extremo del gran sofa, la senorita Shaw lloraba, mientras que detras revoloteaba inquieta la senorita Millbanks, entre asustada y desafiante. Cuando Harriet entro con la decana, todas miraron esperanzadas hacia la puerta e inmediatamente apartaron la vista.

– Senorita Vane, me ha dicho la decana que vio usted a la senorita Newland actuando de una manera extrana en la torre de Magdalen el Primero de Mayo -dijo la rectora-. ?Podria darme detalles mas concretos?

Harriet volvio a contar la historia.

– Lamento no haberle preguntado su apellido entonces, pero no la reconoci, no pense que fuera una de nuestras alumnas -anadio al final-. Ni siquiera me habia fijado en ella hasta ayer, cuando me la senalo la senorita Martin.

– Si, no me extrana que no la conociera -tercio la senorita Martin-. Es muy timida y muy callada y raramente va al comedor o se deja ver por ninguna parte. Creo que se pasa practicamente todo el dia trabajando en la Radcliffe. Como es natural, cuando me conto lo del Primero de Mayo, decidi que alguien tenia que vigilarla. Informe a la doctora Baring y a la senorita Shaw y le pregunte a la senorita Millbanks si alguien de tercero habia notado que tuviera algun problema.

– ?No lo entiendo! -exclamo la senorita Shaw-. ?Por que no vino a hablar conmigo? Yo siempre animo a mis alumnas a que confien plenamente en mi. Le he preguntado una y mil veces. Pensaba que sentia verdadero carino por mi…

Se sono la nariz con un panuelo humedo, desolada.

– Yo sabia que pasaba algo -dijo la senorita Haydock sin rodeos-, pero no sabia que. Cuantas mas preguntas le hacias, menos te contaba, asi que no le pregunte demasiadas cosas.

– ?Esa muchacha no tiene amigos? -pregunto Harriet.

– Yo creia que a mi me consideraba amiga suya -se quejo la senorita Shaw.

– No hacia amigos -contesto la senorita Haydock.

– Es muy reservada -dijo la decana-. No creo que nadie pueda sonsacarle gran cosa. Yo no he podido.

– Pero ?que ha ocurrido exactamente? -pregunto Harriet.

– Cuando la senorita Martin hablo con la senorita Millbanks sobre ella -tercio la senorita Haydock, interrumpiendo sin ningun respeto hacia las demas personas-, la senorita Millbanks me lo conto y me dijo que no veia que podiamos hacer nosotras.

– Pero si yo apenas la conocia… -empezo a decir la senorita Millbanks.

– Ni yo -volvio a interrumpir la senorita Haydock-, pero pense que algo habia que hacer, y esta tarde me la he llevado al rio. Me dijo que tenia que trabajar, pero le dije que no fuera tonta, que sino, se iba a venir abajo.

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