Arrojo las ultimas migas de pan al agua, se dio la vuelta entre los cojines y se puso a contemplar el agua ondeante con los ojos entrecerrados… Paso una batea llena de gente silenciosa, aturdida por el sol, con un plaf y un tintineo alternos cuando la pertiga entraba y salia del agua; despues un ruidoso grupo con un gramofono que berreaba «Amor en flor»; a continuacion un joven con gafas, solo en una piragua, remando como si le fuera en ello la vida; despues otra batea, conducida a paso de funeral por un chico y una chica susurrantes; despues un grupo de chicas acaloradas y energicas en una canoa de balancines; despues otra piragua, conducida velozmente por dos estudiantes canadienses que iban arrodillados; luego una piragua muy pequena, con una chica que se reia como una tonta y llevaba la pertiga peligrosamente y un joven burlon acuclillado a proa, ambos vestidos y preparados para el inevitable chapuzon; despues un grupo muy sosegado, todos vestidos de pies a cabeza, muy corteses con una catedratica; a continuacion un grupo de ambos sexos y todas las edades en un bote de remos, con otro gramofono que lanzaba quejoso «Amor en flor»: los habitantes de la ciudad desatados; despues una sucesion de chillidos que anunciaban la llegada de un animadisimo grupo ensenando a manejar la pertiga a una novata; luego un ridiculo contraste: un hombre muy corpulento con traje azul y sombrero de tela, propulsandose con gran solemnidad el solo en una cascara de nuez y un joven delgado y en camisa pasando como un rayo a su lado con aire de desprecio, despues tres bateas juntas, en las que todos parecian dormidos salvo los responsables de las pertigas y los zaguales. Una de ellas paso a una palada de distancia de Harriet: un joven barrigon de pelo alborotado tumbado con las rodillas dobladas, la boca ligeramente abierta y la cara arrebolada por el calor; una chica despatarrada y apoyada sobre su hombro, mientras que el hombre enfrente de ella, con el sombrero sobre la cara y las manos apretadas contra el pecho y los pulgares bajo los tirantes tambien parecia haber perdido todo interes por el mundo exterior. La cuarta pasajera estaba comiendo bombones. La encargada de la pertiga llevaba un vestido de algodon arrugado y las piernas, picadas por los mosquitos, al aire. A Harriet le recordaron un compartimiento de tren de tercera clase en un dia caluroso: dormirse en publico era funesto, y muy tentador tirarle algo al joven barrigon. En aquel mismo momento, la devoradora de bombones apretujo los dulces que le quedaban en la bolsa y se la lanzo al joven barrigon. Le dio en el estomago, y el se desperto resoplando. Harriet saco un cigarrillo de su pitillera y se volvio para pedirle fuego a su acompanante. Estaba dormido.

Dormia apaciblemente, sin ruido; la postura podria describirse casi como la del erizo, y el durmiente no presentaba ni la boca ni el estomago como posible blanco de objetos arrojadizos, pero no cabia duda de que estaba dormido. Y alli estaba la senorita Harriet Vane, de repente comprensiva, con miedo de hacer el menor movimiento por si lo despertaba y terriblemente contrariada ante la proximidad de una embarcacion llena de imbeciles en cuyo gramofono sonaba, para variar, «Amor en flor».

«?Que maravilla la Muerte, la Muerte y su hermano, el Sueno!», dice el poeta. Y tras haber preguntado si Iante se despertaria y teniendo la certeza de que lo haria, el se pone a entretejer hermosos pensamientos sobre el sueno de Iante. De esto podemos deducir facilmente (como Henry, arrodillado en silencio ante el divan que el albergaba buenos sentimientos hacia Iante. Porque el sueno de otra persona es la agria prueba de nuestros sentimientos. A menos que seamos unos salvajes, reaccionamos con bondad ante la muerte, ya sea la de un amigo o la de un enemigo. No nos saca de quicio; no nos tienta a arrojarle cualquier cosa; no nos hace ninguna gracia. La muerte es la debilidad postrera, y no nos atrevemos a insultarla, pero el sueno es solamente una ilusion de debilidad y, a menos que despierte nuestros instintos de proteccion, lo mas probable es que nos provoque un desagradable deseo de intimidar. Desde una superioridad consciente, miramos con desprecio al durmiente, que pone en evidencia toda su fragilidad, y nos permitimos comentarios desdenosos sobre su aspecto, sus modales y (si se trata de una ocasion en publico) sobre la absurda posicion en la que pone a su acompanante, si lo tiene, y sobre todo si somos nosotros ese acompanante. Asi enganada para hacer de Febe con el durmiente Endimion, Harriet tuvo sobradas oportunidades de examinarse a si misma. Tras una detenida reflexion, llego a la conclusion de que lo que mas necesitaba era una caja de cerillas. Peter habia usado cerillas para encender la pipa; ?donde estaban? ?Maldicion! Se habia quedado dormido con todo el equipo, pero el blazer estaba a su lado, sobre los cojines, y ?conoce alguien a algun hombre que solo lleve una caja de cerillas en los bolsillos?

Apoderarse del blazer fue una tarea peliaguda, porque la embarcacion se balanceaba con cada movimiento y tuvo que quitarle la prenda de las rodillas, pero Peter dormia el profundo sueno del cansancio fisico, y Harriet retrocedio triunfalmente a gatas sin haberlo despertado. Registro los bolsillos con un extrano sentimiento de culpabilidad y encontro tres cajas de cerillas, un libro y un sacacorchos. Con tabaco y literatura se puede hacer frente a cualquier situacion, siempre y cuando el libro no este escrito en una lengua desconocida, naturalmente. No habia titulo en el lomo, y al abrir la gastada tapa de piel de becerro lo primero que vio fue el ex libris grabado con su escudo de armas: tres ratones en plata sobre sable y el gato domestico agazapado amenazadoramente en la corona del casco. Dos sarracenos armados sujetaban el escudo, bajo el cual aparecia el lema, burlon y arrogante: «A donde mi capricho me lleve». Volvio la portada. Religio Media. ?Vaya…! Pero ?era tan inesperado?

?Por que viajaba Peter con un libro asi? ?Dedicaba sus ratos libres, entre las investigaciones y la diplomacia, a cavilar sobre las transmigraciones «extranas y misticas» de los gusanos de seda y «la prestidigitacion de los ninos cambiados al nacer»? ?O a reflexionar sobre cuan «vanamente acusamos a la ferocidad de las armas de fuego y las nuevas invenciones de la muerte?». «Sin duda no existe la felicidad en este circulo de la carne, ni esta en poder de la optica de estos ojos contemplar la dicha. El primer dia de jubilo es el de la muerte.» Harriet no sentia el menor deseo de darle una aplicacion personal a semejante cosa; preferia que Peter estuviera seguro y feliz para que a ella pudiera molestarla su seguridad y su felicidad. Paso las paginas apresuradamente. «Cuando sin el estoy, muero hasta estar con el. Las almas unidas no se satisfacen con abrazos, sino con el deseo de ser realmente el otro; al ser imposible, esos deseos son infinitos y han de continuar sin posibilidad de satisfaccion.» Desde cualquier punto de vista, era un parrafo sumamente irritante. Volvio a la primera pagina y se puso a leer con meticulosidad, critica con la gramatica y el estilo, con el fin de ocupar la corriente superior de su conciencia sin husmear demasiado en lo que pudiera ocurrir bajo la superficie.

El sol descendia en el cielo y las sombras se alargaban sobre el agua. Ya quedaban menos embarcaciones en el rio; los que habian merendado alli volvian a casa apresuradamente para cenar y los que iban a cenar aun no habian salido. Endimion daba la impresion de ir a pasar en la batea toda la noche; ya era hora de hacerse la fuerte y levantar las pertigas. Harriet lo fue retrasando un minuto tras otro, hasta que un agudo chillido y un golpetazo en el extremo de la batea la libro de tener que tomar una decision. La novata incompetente habia regresado con su tripulacion y, tras abandonar la pertiga en mitad del rio, habia dejado su embarcacion a la deriva frente a la popa de la batea de Harriet, que empujo a los intrusos con mas vigor que simpatia y al darse la vuelta vio a su acompanante incorporandose y sonriendo un tanto avergonzado.

– ?Me he quedado dormido?

– Casi dos horas -respondio Harriet con una risita de satisfaccion.

– ?Cielo santo, que actuacion tan repugnante! No sabes cuanto lo lamento. ?Por que no me has dado un grito? ?Que hora es? Pobrecita, si no nos damos prisa, hoy te quedas sin cenar. Mil perdones.

– No tiene la menor importancia. Estabas terriblemente cansado.

– Eso no es excusa. -Peter se habia puesto en pie y estaba extrayendo las pertigas del cieno-. A lo mejor lo conseguimos si los dos cogemos las pertigas…, si puedes perdonar la tremenda caradura de pedirte que trabajes para compensar mi nauseabunda pereza.

– Me encantaria, pero ?una cosa, Peter! -De repente le caia maravillosamente-. ?Que prisa hay? Quiero decir, ?te esta esperando el director o algo?

– No. Me he trasladado al Mitre. No puedo tomarme la residencia del director como si fuera un hotel y, ademas, tienen invitados.

– Entonces, ?y si comemos algo a la orilla del rio, y un dia es un dia? Quiero decir, si te apetece, ?o tienes que cenar como es debido?

– Querida mia, de buen grado comeria cascaras de bellota por haberme portado como un cerdo. O cardos. Si, mejor cardos. Eres una mujer muy comprensiva.

– Venga, dame la pertiga. Yo me pongo en la proa y tu al timon.

– Y veo como subes la pertiga en tres movimientos.

– Te prometo que lo hare.

De todos modos, Harriet era consciente de la mirada critica de Wimsey, de Balliol, que la observaba mientras manejaba la pesada pertiga, pues o lo haces con elegancia o espantosamente: no hay termino medio. Pusieron rumbo a Iffley.

– Casi habrian sido preferibles los cardos -dijo Harriet cuando volvieron a embarcar un rato mas tarde.

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