prisionero, siendo ciudadano de tan gran ciudad, o humillado, alli donde todos disfrutaban de sus derechos de ciudadania en condiciones de igualdad? La eminente profesora que replico hablo de una diversidad del talento pero del mismo espiritu. Aquel tono siguio vibrando en los labios de cada oradora y en los oidos de cada oyente. Y el resumen del ano academico que hizo la rectora no desentono: nombramientos, becas de investigacion, licenciaturas… detalles domesticos de la disciplina sin la que no podia funcionar la comunidad. Con el hechizo de aquella noche de celebraciones, cualquiera podia darse cuenta de que era ciudadana de una ciudad nada desdenable. Podia ser antigua y anticuada, con edificios incomodos y calles angostas por donde los transeuntes tenian que pelearse para circular, pero sus cimientos estaban asentados sobre las sagradas colinas y sus chapiteles tocaban los cielos.

Al abandonar el comedor en aquel estado de exaltacion, a Harriet la invitaron a tomar cafe con la decana. Acepto, tras comprobar que Mary Stokes tenia que acostarse por prescripcion facultativa y que, por consiguiente, no podia solicitar su compania. Atraveso el patio nuevo y llamo a la puerta de las habitaciones de la senorita Martin. En el salon estaban Betty Armstrong, Phoebe Tucker, la senorita De Vine, la senorita Stevens, la administradora, otra profesora que atendia al nombre de Barton y dos antiguas alumnas mayores que ella. La decana, que estaba sirviendo el cafe, la recibio alegremente.

– ?Vamos! Hay cafe de verdad. ?No se puede hacer nada con el cafe del comedor, Steve?

– Si, si se hace una colecta -contesto la administradora-. No se si habra calculado la cantidad que se necesita para comprar cafe de calidad para doscientas personas.

– Ya lo se -replico la decana-. Resulta humillante disponer de tan poco dinero. Supongo que deberia dejarselo caer a Flackett. ?Se acuerdan de Flackett, la rica, que siempre fue un poco rara? Estaba en el mismo curso que usted, senorita Fortescue. No ha parado de darme la lata intentando regalar al college un acuario de peces tropicales. Dice que animaria el aula de ciencias.

– Si animara algunas clases, vendria bien -replico la senorita Fortescue-. La evolucion constitucional de la senorita Hillyard resultaba un tanto horripilante en nuestra epoca.

– ?Si, por Dios! ?La dichosa evolucion constitucional! Pues todavia sigue con lo mismo. Empieza todos los anos con unos treinta alumnos y acaba con dos o tres hombres negros muy aplicados que anotan solemnemente cada una de sus palabras. Siempre las mismas clases, y no creo que los peces contribuyeran a nada. De todos modos le dije: «Es usted muy amable, senorita Flackett, pero no creo que a los peces les sentara bien. Supondria poner un sistema de calefaccion nuevo, ?no?, y mas trabajo para los jardineros». Se quedo muy desilusionada, la pobre, y le dije que iba a consultar con la administradora.

– De acuerdo -dijo la senorita Stevens-. Ya me encargo yo de Flackett, para que haga una donacion a los fondos para el cafe.

– Es muchisimo mas util que los peces tropicales -remacho la decana-. Mucho me temo que de aqui salen algunos bichos raros. Sin embargo, estoy convencida de que Flackett esta muy documentada sobre la vida de la duela. ?Le apetece a alguien un Benedictine con el cafe? Vamos, senorita Vane. El alcohol suelta la lengua, y queremos que nos hable de sus ultimos libros.

Harriet tuvo la delicadeza de hacer un breve resumen del argumento de la novela que estaba preparando.

– Senorita Vane, disculpe mi franqueza -dijo la senorita Barton inclinandose hacia delante con expresion seria-, pero tras su terrible experiencia, me extrana que escriba esa clase de libros.

La decana parecia un tanto asombrada.

– Es que, para empezar, los escritores no pueden elegir hasta que ganan dinero. Si te has hecho un nombre con cierta clase de libros y te pasas a otra, las ventas pueden disminuir, y esa es la cruda realidad. -Guardo silencio unos segundos-. Se lo que piensa… que cualquiera con verdadera sensibilidad preferiria ganarse la vida fregando suelos, pero yo fregaria suelos muy mal, mientras que escribo novelas policiacas bastante bien. No se por que una verdadera sensibilidad tendria que impedirme hacer mi verdadero trabajo.

– Tiene razon -intervino la senorita De Vine.

– Pero sin duda pensara que hay que tomarse en serio los crimenes terribles y el sufrimiento de los sospechosos inocentes, y no convertirlos en un juego intelectual -insistio la senorita Barton.

– Me los tomo en serio en la vida real. Todo el mundo tiene que hacerlo, pero ?diria usted que alguien que haya sufrido una experiencia sexual tragica, por ejemplo, no deberia escribir una comedia de salon?

– Pero es distinto -replico la senorita Barton, frunciendo el entrecejo-. El amor tiene un lado mas ligero, pero el asesinato no. -Quiza no, en el sentido del lado comico, pero la investigacion tiene un lado puramente intelectual.

– Investigo un caso real, ?verdad? ?Que le parecio?

– Muy interesante.

– Y a la luz de lo que averiguo, ?le gusto la idea de enviar a un hombre al banquillo de los acusados y al patibulo?

– No me parece justo preguntarle eso a la senorita Vane -dijo la decana y anadio, dirigiendose a Harriet con tono de disculpa-: A la senorita Barton le interesan los aspectos sociologicos del crimen y ansia la reforma del codigo penal.

– Asi es -dijo la senorita Barton-. Nuestra actitud ante este asunto me parece salvaje, brutal. He conocido a muchos asesinos al ir de visita a las prisiones, y la mayoria son personas inofensivas, estupidas, unos pobrecillos, cuando no con problemas claramente patologicos.

– A lo mejor pensaria de otra manera si hubiera conocido a las victimas -replico Harriet-. En muchos casos son incluso mas estupidas e inofensivas que los asesinos, pero no aparecen en publico. Ni siquiera el jurado tiene que ver el cadaver si no quiere, pero yo vi el cadaver en el caso de Wilvercombe. Lo encontre y fue mas espantoso de lo que pueda imaginarse.

– Estoy segura de que en eso tiene razon -tercio la decana-.Yo no pude con la descripcion que hacian en los periodicos.

– Y no se ve a los asesinos en pleno asesinato -anadio Harriet dirigiendose a la senorita Barton-. Se los ve cuando los cogen y los encarcelan, y entonces dan pena, pero el hombre del caso de Wilvercombe era una bestia astuta y avariciosa, dispuesto a continuar con aquello si no le hubieran parado los pies.

– Ese es un argumento irrebatible para pararles los pies, independientemente de lo que despues haga la ley con ellos -dijo Phoebe.

– De todos modos, ?no es un poco despiadado atrapar asesinos como ejercicio intelectual? -dijo la senorita Stevens-. Esta muy bien para la policia. Al fin y al cabo, es su obligacion.

– Segun la ley, es la obligacion de todo ciudadano… aunque la mayoria de las personas no lo sepa.

– Y ese tal Wimsey, para quien parece ser un pasatiempo… ?lo considera una obligacion o un ejercicio intelectual? -pregunto la senorita Barton.

– No lo se -replico Harriet-. Pero a mi me vino muy bien que tuviera ese pasatiempo. En mi caso, la policia se equivoco. No les culpo, pero se equivocaron, y me alegro de no haber quedado en sus manos.

– A eso le llamo yo hablar con absoluta generosidad -dijo la decana-. Si alguien me acusara a mi de haber hecho algo que no habia hecho, echaria espumarajos por la boca.

– Pero mi trabajo consiste en sopesar las pruebas -replico Harriet-, y no tengo mas remedio que comprender la solidez de los argumentos de la policia. Es cuestion de sumar a mas b, solo que en ese caso habia un factor desconocido.

– Como eso que esta surgiendo en la nueva fisica -intervino la decana-. La constante de Planck, o como se llame.

– Desde luego, ocurra lo que ocurra, e independientemente de lo que la gente sienta, lo importante es esclarecer los hechos -dijo la senorita De Vine.

– Si, esa es la cuestion -replico Harriet-. Es decir, el hecho es que yo no cometi el asesinato, de modo que mis sentimientos son irrelevantes. Si lo hubiera cometido, probablemente me habria considerado plenamente justificada y profundamente indignada por como me trataron. Asi las cosas, sigo pensando que infligir la agonia del envenenamiento a cualquier persona es imperdonable. El problema concreto por el que me vi metida en eso es tan accidental como que te caiga una teja en la cabeza.

– Pido disculpas por haber sacado el tema a colacion -dijo la senorita Barton-. Es usted muy amable al hablar con tal franqueza.

– No me importa… Ya no. No habria sido igual justo despues de que ocurriera, pero aquella atrocidad de

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