?Catherine Freemantle, por Dios! Pero si solo era dos anos mayor que Harriet. Muy inteligente, muy lista, alegre, y la alumna mas destacada de su curso. ?Que le habia ocurrido?

– Claro que la recuerdo, pero se me dan fatal los nombres -contesto Harriet-. ?Como le va?

Resultaba que Catherine Freemantle se habia casado con un agricultor y todo habia salido mal. La caida de los precios, las enfermedades, los diezmos, los impuestos, la Comision de Productos Lacteos, la Comision de Comercializacion, deslomarse trabajando para sacar apenas para comer e intentar criar a los hijos… Harriet habia leido y oido lo suficiente sobre la depresion agricola para saber que aquella situacion era muy corriente. Sintio verguenza de ser tan afortunada y de parecerlo. Penso que preferiria ser condenada a cadena perpetua que someterse al yugo cotidiano de Catherine. A su manera, era una novela, pero absurda. Catherine se descolgo bruscamente con una queja sobre la crueldad de los inspectores eclesiasticos.

– Pero senorita Freemantle, quiero decir, senora… senora Bendick, es absurdo que tenga que hacer esas cosas. Quiero decir, recoger fruta, levantarse a horas intempestivas para dar de comer a las gallinas y trabajar como una esclava. ?Valgame Dios! Le iria mucho mejor si se dedicara a algun tipo de trabajo intelectual, o a escribir, y que otra persona se dedicara al trabajo manual.

– Si, desde luego, pero al principio yo no lo veia asi. Estaba llena de ideas sobre la dignidad del trabajo, y ademas, a mi marido no le habria gustado en aquella epoca que me hubiera distanciado de lo que a el le interesaba. Naturalmente, no pensabamos que las cosas fueran a salirnos asi.

Que lastima, fue lo unico que pudo pensar Harriet. Tanta inteligencia desperdiciada, tanta educacion atada a una carga que cualquier campesina sin la menor cultura podria haber llevado, y mucho mejor. Tendria sus compensaciones, supuso. Se lo pregunto sin rodeos.

?Que si merecia la pena?, dijo la senora Bendick. Desde luego que merecia la pena. Merecia la pena trabajar por eso, para servir a la tierra. Y, con cierto esfuerzo, logro expresar que era una labor dura y austera, pero mejor que desgranar palabras sobre el papel.

– Estoy dispuesta a reconocerlo -replico Harriet-. La reja de un arado es un objeto mas noble que una navaja de afeitar, pero si tienes talento natural para afeitar, ?no seria mejor que fueras barbero, un buen barbero, y dedicar los beneficios, si lo deseas, a mejorar el arado? Por noble que sea el trabajo, ?es su trabajo?

– Ahora tiene que serlo -respondio la senora Bendick-. No se puede volver a ciertas cosas. Se pierde el contacto y se te oxida el cerebro. Si usted se hubiera dedicado a lavar y cocinar para la familia, a recoger patatas y dar de comer a las vacas, comprenderia que esas cosas dejan la navaja mellada. No vaya a pensar que no envidio a las personas como usted, que llevan una vida facil; claro que las envidio. He venido a esta celebracion por sentimentalismo, y ojala no lo hubiera hecho. Soy dos anos mayor que usted, pero parece que tengo veinte mas. A ninguna de ustedes les importa lo mas minimo lo que a mi me preocupa, y sus preocupaciones me parecen tonterias. Al parecer, ustedes no tienen la menor relacion con la vida real y viven en un sueno. -Guardo silencio, y despues su tono de voz se suavizo-. Pero en cierto modo es un sueno maravilloso. Ahora me parece tan raro pensar que en su momento fui estudiante… No se. A lo mejor tiene razon. El saber y la literatura son capaces de sobrevivir a la civilizacion que los creo.

La palabra y solo ella

en el tiempo perdura.

No duraras tu mas,

muda y marchita, sino

el laud y la viola

con su mayor maestria.

Harriet cito estos versos y miro distraidamente al sol.

– Curiosamente, he estado pensando lo mismo, pero en otro sentido. Vera. La admiro muchisimo, pero pienso que esta equivocada. Estoy segura de que cada cual debe hacer su trabajo, por insignificante que sea, y no intentar convencerse de que tiene que hacer el de otro, por muy noble que este sea.

Mientras pronunciaba estas palabras, se acordo de la senorita De Vine: he ahi un nuevo aspecto de la persuasion.

– Eso suena muy bien -replico la senora Bendick-, pero una tiende a dedicarse al trabajo del otro al casarse.

Cierto, pero Harriet tenia la posibilidad de casarse con alguien cuyo trabajo se asemejaba tanto al suyo que casi no habia diferencia, y con suficiente dinero para que el trabajo no fuera necesario. Volvio a considerarse injustamente afortunada por unas ventajas que otras personas de mas merito ansiaban en vano.

– Supongo que el trabajo realmente importante es el matrimonio, ?no? -dijo.

– Si -contesto la senora Bendick-. Mi matrimonio es feliz, dentro de lo que cabe, pero muchas veces me pregunto si a mi marido no le habria ido mejor con otra clase de mujer. El no lo dice, pero yo lo pienso. Creo que sabe que echo en falta… ciertas cosas, y a veces le molesta. No se por que le cuento esto… No se lo habia contado a nadie, y al fin y al cabo, no la conozco mucho.

– No, y yo no he sido muy comprensiva. Es mas, he sido desagradable y grosera.

– Si, francamente -replico la senora Bendick-. Pero tiene una voz tan bonita para ser grosera…

– ?Pero que me dice! -exclamo Harriet.

– Nuestra granja esta en la frontera galesa, y todo el mundo habla con un sonsonete odioso. ?Sabe lo que mas extrano de aqui? La lengua culta, el acento de Oxford, pobrecillo, tan denostado. Curioso, ?no?

– Pues a mi me parecio que el ruido del comedor era como un gallinero.

– Si, pero fuera del comedor se puede distinguir a quienes hablan como es debido. Claro que hay mucha gente que no habla bien, pero otras personas si. Usted, por ejemplo, y encima, con una voz preciosa. ?Se acuerda de la epoca del coro de Bach?

– ?Como no voy a acordarme? ?Puede oir musica en Gales? Los galeses cantan bien.

– No me queda mucho tiempo para la musica. Intento dar clase a los ninos.

Harriet aprovecho aquella oportunidad para hacer las preguntas de rigor sobre la familia. Finalmente se despidio de la senora, Bendick un poco deprimida, como si hubiera visto a un ganador del Derby cambiandose por un carro de carbon.

La comida del domingo en el comedor tuvo un caracter informal. Faltaron muchas personas que tenian otros compromisos en la ciudad. Quienes asistieron, se dejaron caer cuando les vino gana, se sirvieron la comida en el bufe y fueron en grupos a consumirla y a charlar donde encontraron asientos. Tras haber conseguido un plato de jamon en dulce, Harriet miro a su alrededor en busca de compania, y dio gracias al ver que Phoebe Tucker acababa de entrar y una criada le estaba sirviendo rosbif frio. Haciendo causa comun, se sentaron al extremo de una mesa alargada, en paralelo con la de autoridades y en angulo recto con las demas mesas. Desde alli dominaban toda la sala, la mesa de autoridades y las del bufe. Paseando la mirada de una comensal a otra, todas muy entretenidas y activas, Harriet no paraba de preguntarse: ?cual? ?Cual de aquellas mujeres tan normales y aparentemente alegres habria tirado aquel papel repugnante en el patio la noche anterior? Porque nunca se sabe, y el problema de no saber es que se sospecha vagamente de todo el mundo. Los refugios de paz ancestral estan muy bien, pero bajo las piedras cubiertas de liquenes pueden agazaparse cosas muy raras. En su gran silla tallada, la rectora sonreia con la majestuosa cabeza ladeada ante una broma de la decana. La senorita Lydgate atendia con entusiasmo y cortesia a las necesidades de una antigua alumna realmente mayor que estaba casi ciega. La habia ayudado a subir, dando traspies, los tres escalones hasta el estrado, le habia recogido comida del bufe y le estaba sirviendo ensalada. La senorita Stevens, la administradora, y la senorita Shaw, la tutora de lengua moderna, se habian reunido con otras tres antiguas alumnas de edad y logros igualmente considerables y parecian mantener una conversacion animada y divertida. La senorita Pyke, tutora de clasicas, estaba enfrascada en una discusion con una mujer alta y robusta a quien Phoebe Tucker reconocio y le comento a Harriet que era una destacada arqueologa. En una momentanea explosion de relativo silencio resono inesperadamente la voz aguda de la tutora: «El tumulo de Jalos parece un ejemplo aislado. Los enterramientos en cista de Teotoku…». Y la conversacion volvio a quedar sofocada por el clamor. Por sus gestos, otras dos profesoras, a quienes Harriet no reconocio (no estaban alli en su epoca), parecian discutir de sombreros. La senorita Hillyard, cuyos sarcasmos normalmente la aislaban de sus colegas, comia lentamente mientras hojeaba un folleto que se habia llevado a la mesa. Como llego tarde, la senorita De Vine se sento a su lado y se puso a comer jamon con aire distante y los ojos clavados en el vacio.

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