Sus relaciones habian sido un tanto extranas durante los ultimos tres anos. Inmediatamente despues del terrible asunto que habian investigado juntos en Wilvercombe, Harriet, pensando que habia que hacer algo para mejorar una situacion que empezaba a resultar insoportable, llevo a cabo un plan que acariciaba desde hacia tiempo, y que al fin pudo poner en practica gracias a su creciente fama y a sus ingresos como escritora. Se marcho de Inglaterra con una amiga que le sirvio de secretaria y acompanante, y viajo tranquilamente por Europa; se quedaba aqui o alla, segun le dictara el capricho o cuando se le presentaba un buen marco para un relato. El viaje fue todo un exito desde el punto de vista economico. Recogio material para dos novelas, que se desarrollaban, respectivamente, en Madrid y en Carcasona, y escribio una serie de relatos de aventuras detectivescas en el Berlin hitleriano, asi como varios articulos de viajes, de modo que pudo reponer sobradamente sus arcas. Antes de partir, le pidio a Wimsey que no le escribiera. El acepto aquella prohibicion con una docilidad insolita.
– Comprendo. Muy bien.
Harriet habia visto el nombre de Peter en los periodicos ingleses de vez en cuando, nada mas. A principios del siguiente junio habia vuelto a casa, pensando que, tras tan prolongado parentesis, habria pocas dificultades para poner punto final a su relacion tranquila y amistosamente. Probablemente el ya se sentia tan aliviado y equilibrado como ella. En cuanto volvio a Londres, Harriet se mudo a un piso en Mecklenburg Square y se puso a trabajar en la novela de Carcasona.
Un incidente insignificante poco despues de su regreso le dio la oportunidad de poner a prueba sus reacciones. Fue a Ascot, con una joven escritora muy ingeniosa y su marido, abogado, en parte por divertirse y en parte porque queria empaparse del color local para un relato, en el que una desgraciada victima caia muerta de repente en el recinto real en el momento mas emocionante, cuando todas las miradas estaban clavadas en la meta de una carrera. Al recorrer con la vista aquellos sacrosantos espacios desde detras del seto, Harriet se dio cuenta de que en el color local iban incluidos unos estrechos hombros enfundados en un traje tan ajustado que era casi de desmayo y un perfil de loro muy conocido, resaltado por un sombrero de copa gris palido echado hacia atras. Rodeando aquella especie de aparicion habia un espumear de sombreros veraniegos, de modo que parecia una orquidea un tanto grotesca pero muy cara en medio de un ramo de rosas. Por la expresion de ambos bandos, Harriet dedujo que los sombreros veraniegos estaban acechando algo tan codiciado como inasequible, y que el sombrero de copa se lo estaba tomando con un regocijo rayano en la hilaridad. En cualquier caso, tenia toda su atencion puesta en otra parte.
Estupendo, penso Harriet. Nada de lo que preocuparse por ese lado. Volvio a casa alegrandose de lo excepcionalmente bien que se sentia. Tres dias mas tarde, mientras leia en el periodico matutino que entre los invitados a un almuerzo literario se habia visto a «la senorita Harriet Vane, la conocida escritora de novela policiaca», la interrumpio el telefono. Una voz familiar, extranamente ronca e insegura, dijo:
– ?La senorita Harriet Vane?… ?Eres tu, Harriet? He visto que has vuelto. ?Quieres cenar conmigo una de estas noches?
Habia varias respuestas posibles; entre ella, la represiva y desconcertante: «?De parte de quien, por favor?». Al ser de natural honrado y pillarla desprevenida, respondio debilmente:
– Ah, gracias, Peter, pero no se si…
– ?Como? -replico la voz al otro lado, con un dejo de burla-. ?Conque todas las noches ocupadas de aqui a «que lleguen las Coquecigrues»?
– Claro que no -respondio Harriet, porque no queria parecer la tipica celebridad engreida detras de la que andaba todo mundo.
– Entonces di cuando.
– Esta noche estoy libre -dijo Harriet, pensando que con t poco tiempo quiza lo obligaria a pretextar un compromiso anterior.
– ?Estupendo! -replico el-. Yo tambien. Probaremos las mieles de la libertad. Por cierto, has cambiado de numero de tele fono.
– Si. Tengo otro piso.
– ?Paso a buscarte, o nos vemos en Ferrara a las siete?
– ?En Ferrara?
– Si, a las siete, si no es demasiado temprano. Despues podemos ir a algun espectaculo, si te apetece. Hasta luego. Gracias.
Peter colgo antes de que a Harriet le diera tiempo a reaccion Ella no habria elegido precisamente Ferrara. Era un sitio de moda demasiado vistoso. Quien podia entrar alli, alli entraba, pero precios eran tan altos que, por lo menos de momento, no podia estar hasta los topes, lo que significaba que si ibas alli te iban a ver. Si lo que intentabas era romper una relacion con alguien, quiza no fuera la mejor jugada hacerlo publico en el Ferrara.
Curiosamente, iba a ser la primera vez que Harriet cenaba en el West End con Peter Wimsey. Durante el primer ano despues del juicio, no quiso aparecer en ninguna parte, ni aunque hubiera podido comprarse la ropa para hacer su aparicion. En aquellos dias el la llevaba a los mejores restaurantes del Soho, mas tranquilos, o con mas frecuencia, la arrastraba, toda enfurrunada y rebelde, hasta hosterias de carretera con cocineros de fiar. Harriet estaba demasiado apatica para negarse a esas salidas, que probablemente algo habian hecho por evitar que se amargara, si bien en muchas ocasiones habia pagado la imperturbable alegria de su anfitrion con duras palabras de angustia. Al rememorarlo, la paciencia de Wimsey la sorprendia tanto como la preocupaba su insistencia.
Peter la recibio en Ferrara con la media sonrisa y la palabra facil de siempre, pero con una cortesia mas formal de lo que ella recordaba. Escucho con interes e incluso entusiasmo el relato de sus viajes, y Harriet comprobo (como era de esperar) que el mapa de Europa era terreno conocido para el. Wimsey aporto unas cuantas anecdotas divertidas de su propia experiencia, y anadio datos bien documentados sobre las condiciones de vida en la Alemania moderna. La sorprendio que estuviera tan al corriente de los pormenores de la politica internacional, pues no pensaba que tuviera gran interes por los asuntos publicos. Se enzarzo en una apasionada discusion con el sobre las posibilidades de la Conferencia de Ottawa, sobre la que Peter no parecia albergar grandes esperanzas, y cuando llego la hora del cafe, Harriet tenia tanto empeno por quitarle de la cabeza ciertas ideas aviesas sobre el desarme que practicamente se olvido de las intenciones (si acaso existian) con las que habia ido a verlo. En el teatro logro recordar de vez en cuando que tenia que decir algo decisivo, pero el tono se mantuvo tan coloquial y tan sereno que resultaba dificil sacar a colacion el nuevo tema.
Una vez acabada la obra, el la llevo hasta un taxi, le pregunto que direccion tenia que indicarle al taxista, le pidio permiso para acompanarla a casa y tomo asiento a su lado. Sin duda, aquel era el momento adecuado, pero Peter iba hablando en un agradable susurro sobre la arquitectura georgiana de Londres. Al pasar por Guildford Street, Peter se le adelanto preguntandole tras una pausa, durante la cual Harriet habia decidido jugarse el todo por el todo:
– Harriet, supongo que no tienes ninguna respuesta nueva que darme, ?verdad?
– No, Peter. Lo siento, pero no puedo decir nada mas.
– De acuerdo. No te preocupes. Intentare no incordiarte, pero si fueras capaz de aguantarme de vez en cuando, como esta noche, te lo agradeceria mucho.
– No creo que fuera justo para ti.
– Si esa es la unica razon, yo soy quien mejor puede juzgarlo. -A continuacion, volviendo a su tono habitual, como burlandose de si mismo, anadio-: No resulta facil librarse de las viejas costumbres. No puedo prometer que vaya a reformarme. Con tu permiso, seguire proponiendote matrimonio a intervalos prudentes…, en ocasiones especiales, como mi cumpleanos, el dia de Guy Fawkes y el aniversario de la coronacion del rey, pero puedes considerarlo pura formalidad. No tienes por que prestarle la menor atencion.
– Es ridiculo seguir asi, Peter.
– Y, por supuesto, el dia de los Inocentes.
– Seria mejor olvidarlo… Esperaba que ya lo hubieras hecho.
– Tengo una memoria muy desordenada. Hace lo que no tiene que hacer y deja por hacer lo que deberia haber hecho, pero hasta la fecha no se ha puesto en huelga.
El taxi se detuvo, y el taxista miro hacia atras con expresion interrogativa. Wimsey ayudo a salir a Harriet y espero con ademan grave a que soltara la llave. Despues se la cogio, le abrio la puerta, le dio las buenas noches y