Y despues las antiguas alumnas en el centro del comedor, de todos los tipos, edades y formas de vestir. ?Seria aquella curiosa mujer de hombros redondeados con chilaba amarilla y sandalias, con el pelo recogido en dos rodetes alrededor de las orejas? ?O aquella persona robusta, de pelo rizado, con traje de mezclilla, chaleco de aspecto masculino y cara de perro pachon? ?O la rubia oxigenada y encorsetada de unos sesenta anos cuyo sombrero habria sido mas adecuado para una jovencita recien presentada en sociedad que asistiera a Ascot? ?O una de las innumerables mujeres que llevaban grabado en el rostro alegre y resuelto la palabra «maestra»? ?O aquella feucha de edad indeterminable que presidia la mesa con aire de estar presidiendo un comite? ?O aquella bajita vestida de un rosa que le sentaba fatal y que daba la impresion de que la habian metido entre la ropa de invierno en un cajon y la habian sacado de repente sin un triste planchado? ?O aquella senora empresaria, de buen ver y bien conservada, de unos cincuenta anos y unas cuidadas, que se metio en la conversacion de unas perfectas desconocidas para informarles de que acababa de abrir un nuevo salon de peluqueria «justo al lado de Bond Street»? ?O aquella mujer de aspecto tragico, alta y ojerosa, vestida de seda negra, que parecia la tia de Hamlet pero que era en realidad la tia Beatrice, encargada de la seccion de hogar en The Daily Mercury? ?O la mujer huesuda con cara de caballo que se dedicaba a servicios sociales? ?O incluso aquella gordita irreductiblemente alegre y radiante que era la valiosa secretaria de un secretario politico y tenia secretarias a sus ordenes? Las caras iban y venian, como en un sueno, todas animadas, todas inescrutables.
Relegadas a una mesa en un apartado rincon del comedor habia media docena de alumnas de aquel curso, que seguian en Oxford pendientes de los examenes orales. Murmuraban continuamente entre ellas, y saltaba a la vista que no querian saber nada de aquella invasion de viejos bichos raros y pintorescos, precisamente lo que serian ellas al cabo de diez, veinte o treinta anos. Menuda pandilla, penso Harriet, con aquel aspecto desastrado tan de fin de curso. Habia una chica extrana, de pelo rubio rojizo, expresion timida, ojos claros y dedos inquietos; a su lado, una morena muy guapa, por cuyo rostro los hombres podrian haber cometido autenticas barbaridades si hubiera tenido un minimo de gracia; una joven desgarbada, como si le faltara un hervor, muy mal maquillada, con la penosa actitud de intentar ganarse a la gente sin conseguirlo jamas y, la mas interesante del grupo, una chica con un rostro llameante de entusiasmo, vestida con un mal gusto verdaderamente perfido, pero que sin duda un dia tendria el mundo a sus Pies, para bien o para mal. Las demas eran anodinas, aun indiferenciadas; y sin embargo, penso Harriet, las personas anodinas son las mas dificiles de analizar. Apenas te das cuenta de su existencia hasta que… ?zas!, algo estalla de repente como una carga de profundidad, te deja pasmada y te toca recoger extranos restos flotantes.
De modo que el comedor era un hervidero, y las criadas contemplaban la escena impasibles desde las mesas del bufe.
Dios sabe que pensaran de nosotras, reflexiono Harriet.
– ?Estas tramando un asesinato excepcionalmente complejo? -le pregunto Phoebe al oido-. ?O ideando una coartada dificil? Te he pedido tres veces que me pases la vinagrera.
– Perdona -dijo Harriet, haciendo lo que le pedian-. Estaba reflexionando sobre lo impenetrable de la expresion humana.
Tuvo un momento de vacilacion en el que estuvo a punto de contarle a Phoebe lo del desagradable dibujo, pero su amiga le hizo otra pregunta y se escapo la oportunidad.
Sin embargo, aquel incidente la habia dejado preocupada y muy alterada. Horas mas tarde, al pasar por el comedor vacio, se detuvo a contemplar el retrato de aquella otra Mary, condesa de Shrewsbury, en cuyo honor se habia fundado el college. El cuadro era una copia moderna, de buena factura, del que habia en Saint John's College, en Cambridge, y el rostro de rasgos duros, extranos, la boca de gesto desabrido y la mirada aviesa, soslayada, siempre habian ejercido una extrana fascinacion sobre ella, incluso en su epoca de estudiante, cuando los retratos de los personajes celebres ya desaparecidos expuestos en lugares publicos despertaban.; mas comentarios sarcasticos que respeto y consideracion. Ni sabia ni se habia tomado la molestia de averiguar por que Shrewsbury College habia adoptado tan abominable patrona. Desde luego, la hija de Bess de Hardwick habia sido una gran intelectual, pero tambien el mismisimo demonio: incontrolable por sus compatriotas, imperterrita ante la Torre de Londres, desdenosa ante el consejo privado, obstinada recusante, amiga incondicional, enemiga implacable y dama con un gusto por la invectiva destacable incluso en una epoca en que pocos se distinguian por su comedimiento verbal. Francamente, parecia la personificacion misma de todas y cada una de las cualidades peligrosas que popularmente se les atribuye a las mujeres cultas. Su marido, el «grande y glorioso conde de Shrewsbury», habia pagado un alto precio por la paz del hogar, porque, como dice Bacon, habia «alguien mas grande que el, que es mi senora de Shrewsbury». Y, naturalmente, que digan una cosa asi es tremendo. El panorama resultaba de lo mas desalentador para la campana matrimonial de la senorita Schuster-Slatt, puesto que la norma que parecia imperar consistia en que una gran mujer debia morir soltera, algo que a la senorita Schuster-Slatt le disgustaba, o encontrar a un hombre aun mas grande que se casara con ella. Y eso limitaba tremendamente la capacidad de eleccion de una gran mujer, ya que, a pesar de que abundaban los grandes hombres, el mundo estaba mas poblado de hombres normales y corrientes. Por otra parte, un gran hombre podia casarse con quien quisiera, sin limitarse a las grandes mujeres; es mas, se consideraba encomiable y encantador que eligiese a una mujer sin la menor grandeza.
Claro que una mujer, reflexiono Harriet, puede llegar a la grandeza, o al menos a un gran reconocimiento, simplemente por ser esposa y madre maravillosa, como la madre de los Gracos, mientras que los hombres conocidos por ser maridos y padres abnegados podrian contarse con los dedos de una mano. Como rey, Carlos I resulto un desastre, pero fue un excelente padre. Sin embargo, dificilmente se le podria considerar uno de los grandes padres del mundo, y sus hijos no fueron precisamente un exito clamoroso. ?Dios mio! Ser un gran padre es una profesion muy dificil o con una triste recompensa. Detras de todo gran hombre hay una gran madre o una gran esposa… o eso decian. Resultaria interesante saber detras de cuantas grandes mujeres ha habido grandes padres y maridos…, una interesante investigacion. ?Elizabeth Barrett? Bueno tuvo, un gran marido, pero fue grande por derecho propio, por asi decirlo y el senor Barrett no era exactamente… ?Las Bronte?
Pues tampoco. ?La reina Isabel? Tuvo un padre memorable, pero no se puede decir que su principal caracteristica consistiera en dedicarse a sus hijas y ayudarlas. Y ella cometio el desatino de no tener marido. ?La reina Victoria? Se podria decir mucho del pobre Alberto, pero no tanto del duque de Kent.
Alguien cruzaba el comedor detras de ella: la senorita Hillyard. Con el malicioso proposito de obtener alguna respuesta de aquel personaje hostil, Harriet le expuso su nueva idea para una tesis historica.
– Olvida los logros fisicos -dijo la senorita Hillyard-. Segun tengo entendido, muchas cantantes, bailarinas, nadadoras y tenistas se lo deben todo a la dedicacion de sus padres.
– Pero los padres no son famosos.
– No. Los hombres modestos no gozan de gran estima entre ninguno de los dos sexos. Dudo mucho que ni siquiera el talento literario que usted tiene fuera reconocido por las virtudes de sus personajes masculinos, sobre todo si elige a las mujeres por sus cualidades intelectuales. En tal caso, seria una tesis muy breve.
– ?«Estancado por falta de argumentos»?
– Eso creo. ?Conoce a algun hombre que admire sinceramente a una mujer por su inteligencia?
– Bueno, la verdad es que no muchos -contesto Harriet.
– Pensara que conoce a uno -replico la senorita Hillyard con amargura, recalcando el «uno»-. La mayoria de nosotras piensa en alguna ocasion que conoce a uno, pero ese hombre suele tener algun interes personal de por medio.
– Si, es muy probable -reconocio Harriet-. Parece que no tiene a los hombres en muy buen concepto…, quiero decir, al caracter masculino como tal.
– No, en efecto -dijo la senorita Hillyard-. Pero poseen una admirable capacidad para imponer su punto de vista a la sociedad. Todas las mujeres son sensibles a la critica masculina, mientras que los hombres no lo son a la critica femenina. Desprecian a las mujeres criticas.
– Personalmente, ?desprecia usted la critica masculina?
– Por completo -contesto la senorita Hillyard-. Pero hace dano. Fijese en esta universidad. Los hombres han sido extraordinariamente amables y bondadosos con los colleges femeninos, no cabe duda, pero no vera que nombren mujeres para puestos universitarios de importancia. Eso es imposible. Las mujeres pueden realizar su trabajo por encima de las criticas, pero a los hombres les encanta vernos con nuestros juguetitos.
– Excelentes progenitores y padres de familia -murmuro Harriet.
– Si… en ese sentido -dijo la senorita Hillyard y a continuacion se rio de una forma bastante desagradable.