Aqui pasa algo raro, penso Harriet. Probablemente una cuestion personal. Que dificil resulta no amargarse por la experiencia personal. Bajo a la sala de estudiantes y se miro en el espejo. En los ojos de la tutora de historia habia percibido una mirada que no queria descubrir en si misma.
La oracion vespertina del domingo. El college era aconfesional, pero ciertas ceremonias cristianas se consideraban fundamentales para la vida comunitaria. La capilla, con sus vidrieras, sus paredes de paneles de roble y el altar desprovisto de adornos era una especie de minimo comun denominador de todos los credos y sectas. Al dirigirse hacia alli, Harriet recordo que no habia visto su toga desde la tarde anterior, cuando la decana la llevo a la sala del profesorado. Como no le hacia ninguna gracia irrumpir en el sanctasanctorum sin mas ni mas, fue en busca de la senorita Martin, quien, al parecer, se habia llevado las dos togas a su habitacion. Harriet se embutio en la toga, y al agitar una de las mangas dio un golpazo sobre una mesa.
– ?Por Dios! ?Que ha sido eso? -exclamo la decana.
– Mi pitillera -contesto Harriet-. Creia que se me habia perdido, pero ahora me acuerdo. Ayer no pude guardarmela en ningun bolsillo y la meti en la manga de la toga. Al fin y al cabo, es para lo que sirven estas mangas, ?no?
– ?Digamelo a mi! Las mias son una autentica bolsa de ropa sucia al final del curso. Cuando no me queda ningun panuelo limpio en los cajones, mi criada le da la vuelta a las mangas de la toga. La mejor coleccion ascendia a veintidos…, pero despues he tenido un resfriado tremendo durante una semana. Que prendas tan antihigienicas. Aqui tiene el birrete. No se preocupe por la muceta, ya volvera a buscarla. ?Que ha hecho hoy? Apenas la he visto.
Harriet sintio una vez mas el impulso de hablar de aquel dibujo tan desagradable, pero volvio a reprimirlo. Se sentia un poco alterada por el asunto. ?Por que pensar en ello? De lo que si hablo fue de su conversacion con la senorita Hillyard.
– ?Por Dios! Si ese es el caballo de batalla de la senorita Hillyard. Pamplinas, como diria la senora Gamp. Naturalmente que a los hombres no les gusta que se metan en sus cosas, como no le gusta a nadie. Creo que tienen una actitud muy noble al permitirnos que entremos a saco en su universidad, pobrecillos. Llevan cientos de anos acostumbrados a ser los amos y senores, y necesitan un poquito de tiempo para acostumbrarse al cambio, pero si un hombre tarda meses y meses en aceptar un sombrero nuevo, y justo cuando estas a punto de llevarlo al mercadillo de beneficencia, te dice: «Llevas un sombrero muy bonito. ?Donde lo has comprado?», y tu le dices: «Henry, querido, es el que llevaba el ano pasado y tu decias que parecia un mono de organillero». Mi cunado siempre dice eso, y mi hermana se pone furiosa.
Subieron la escalera de la capilla.
No habia estado tan mal, al fin y al cabo. Desde luego, no tan mal como se esperaba. Aunque la entristecia haberse apartado tanto de Mary Stokes, y en cierto modo le daba lastima que ella se negase a reconocerlo. Harriet habia descubierto hacia tiempo que no te pueden caer mejor las personas por el mero hecho de que hayan muerto o esten enfermas, y menos aun porque antes te cayeran muy bien. Algunos seres pasaban felizmente por la vida sin hacer este descubrimiento, los hombres y mujeres a quienes se llamaba «sinceros». Sin embargo, quedaban viejas amigas a las que te alegraba volver a ver, como la decana y Phoebe Tucker. Y en realidad, todas se habian portado extraordinariamente bien; algunas se habian puesto un poco tontas con tanta curiosidad por «ese hombre, Wimsey», pero sin duda con la mejor intencion. La senorita Hillyard podia ser una excepcion, pero aquella mujer siempre habia sido un poco retorcida y te hacia sentir incomoda.
Mientras el coche serpenteaba por los Chilterns, Harriet sonrio al pensar en la conversacion de despedida con la decana y la administradora.
– Tiene que escribirnos un libro nuevo muy pronto. Y recuerde que si alguna vez tenemos un enigma en Shrewsbury la llamaremos para que nos lo resuelva.
– De acuerdo -dijo Harriet-. Cuando encuentren un cadaver descuartizado en la despensa, envienme un telegrama…, y tornen la precaucion de que la senorita Barton vea el cadaver, para que asi no le importe tanto entregar la asesina a la justicia.
Y si realmente encontrasen un cadaver en medio de un charco de sangre en la despensa, menuda sorpresa se llevarian. El prestigio de un college radicaba en que jamas ocurriera nada grave. Lo mas espantoso que podia suceder era que una alumna «tirase por el mal camino». La sustraccion de un par de paquetes por el conserje habia sido suficiente para sumir en la consternacion a todo el claustro. Pobrecillas: cuanto tranquilizaban y animaban, que buenas eran todas, en los paseos bajo las hayas centenarias meditando sobre???a? µ??? y las finanzas de la reina Isabel.
– He roto el hielo -dijo Harriet en voz alta-, y al fin y al cabo, el agua no estaba tan fria. Volvere de vez en cuando. Si, volvere.
Encontro una agradable cantina para almorzar y comio con apetito. Despues recordo que tenia la pitillera en la toga, que llevaba colgada del brazo. Metio la mano hasta el fondo de la larga manga y saco el estuche. Al mismo tiempo salio un trozo de papel, una hoja normal y corriente doblada en cuatro. Mientras la desdoblaba fruncio el entrecejo al recordar algo desagradable.
Habia un mensaje pegado, con letras que parecian recortadas de los titulares de un periodico:
ASESINA ASQUEROSA. ?NO TE DA VERGUENZA
ANDAR POR AHI?
– ?Maldita sea! -exclamo Harriet-. ?Tambien tu, Oxford?
Se quedo muy quieta en el asiento unos momentos. Despues encendio una cerilla y prendio fuego al papel, que se quemo rapidamente, y se vio obligada a tirarlo al plato. Aun asi, las letras destacaban grises sobre la negrura crujiente, hasta que redujo a polvo aquellas formas espectrales con una cuchara.
Capitulo 4
No puedes, Amor, tanto dano causarme,
cual el que, en pos del deseado cambio,
en conociendo tu empeno, me causare yo:
la amistad extranare, sere un extrano,
y, de tu senda apartandome,
ya no morara en mi lengua tu amado nombre,
por miedo a que, blasfemo, yo lo profane
y acaso nuestra vieja amistad proclame.
WILLIAM SHAKESPEARE
Hay incidentes en la vida que, por una caprichosa coincidencia de tiempo y estado de animo, adquieren un valor simbolico. Eso fue lo que le ocurrio a Harriet al asistir a las celebraciones de fin de curso de Shrewsbury. A pesar de ciertos absurdos e incongruencias, nimiedades, aquella situacion abrio ante ella la vision de un antiguo deseo, largo tiempo oscurecido por la confusion de inutiles fantasias, pero que en aquellos momentos se alzaba singular como una torre en una montana. En sus oidos resonaban dos frases, una de ellas de la decana: «Lo que realmente cuenta es el trabajo que haces», y otra, como un triste lamento por algo perdido para siempre: «En cierta epoca, yo era estudiante».
«El tiempo es; el tiempo fue; el tiempo es pasado», dijo la Cabeza de Bronce. Philip Boyes estaba muerto, y las pesadillas que habian rodeado la espantosa noche de su fallecimiento iban desvaneciendose poco a poco. Aferrandose instintivamente al trabajo que habia que realizar, Harriet habia luchado por recobrar una insegura estabilidad. ?Era demasiado tarde para alcanzar la mirada limpida y la conciencia tranquila? Y si asi fuera, ?que podia hacer con aquella pesada cadena que la ataba inevitablemente al doloroso pasado? ?Y con Peter Wimsey?