tantas…
Fue entonces cuando el motivo de la rina empezo a perderse en una autentica tormenta de personalismos, en el transcurso de la cual la senorita Chilperic fue acusada de insolencia, altaneria, desinteres por su trabajo, torpeza y el deseo de llamar la atencion. La pobre senorita Chilperic se quedo atonita ante semejante catarata de insultos. Y la verdad es que nadie sabia que hacer, salvo, quiza la senorita Edwards, que seguia tejiendo su sueter de hilo tranquilamente, a pesar de los pesares. Al final la agresion verbal paso de la senorita Chilperic a su prometido, cuya beca fue sometida a mordaces criticas.
La senorita Chilperic se puso en pie, temblando.
– Senorita Hillyard, creo que debe de estar usted fuera de sus casillas -dijo-. Puede decir lo que quiera de mi, pero no voy a consentir que insulte a Jacob Peppercorn [3]. -se trabuco un poco al pronunciar tan desafortunado apellido, y la senorita Hillyard se rio sin la menor consideracion-. El senor Peppercorn es un investigador extraordinario, e insisto en que… -anadio con una vocecita como de cordero a punto de ir al matadero.
– Me alegro de que diga eso -la interrumpio la senorita Hillyard-. Yo en su lugar, arreglaria las cosas con el.
– ?Pero que quiere usted decir! -exclamo la senorita Chilperic.
– A lo mejor la senorita Vane se lo puede explicar -replico la senorita Hillyard, y salio de la habitacion sin mas.
– ?Pero por Dios! ?A que se refiere? -dijo la senorita Chilperic, dirigiendose a Harriet.
– No tengo ni la menor idea -repuso Harriet.
– No lo se, pero me lo puedo imaginar -dijo la senorita Edwards-. Si se pone dinamita en un polvorin, no es de extranar que se produzcan explosiones. -Mientras Harriet le daba vueltas en la cabeza a aquellas palabras, intentando relacionarlas con algo, la senorita Edwards anadio-: Si no se llega al fondo de estos problemas en el plazo de unos cuantos dias, va a ocurrir algo realmente terrible. Si ahora estamos asi, ?que sera de nosotras al final del trimestre? Tendrian que haber llamado a la policia desde el principio, y si yo hubiera estado aqui, lo habria dicho. No me importaria vermelas con un agente de policia estupido, para variar.
Y tambien ella se levanto y salio muy digna, mientras las demas profesoras se quedaban boquiabiertas.
Capitulo 19
?Oh, fornido Sanson, Sanson el de fuertes musculos! Con la espada te aventajo, cual tu me aventajas con puertas a tu espalda. Tambien yo estoy enamorado
WILLIAM SHAKESPEARE
Cuanta razon tenia Harriet con lo de Wilfrid. Se habia pasado casi cuatro dias enteros cambiando y humanizando a Wilfrid, y aquel dia, tras una manana angustiosa con el, llego a la deprimente conclusion de que tenia que volver a escribirlo todo desde el principio. La atormentada humanidad de Wilfrid destacaba frente a la eficiente vacuidad de los demas personajes como una herida abierta. Ademas, al reducir las motivaciones de Wilfrid a lo psicologicamente verosimil, se habia desprendido una gran parte de la trama, dejando un hueco por el que se podrian entrever nuevas maranas de excitante intriga. Miro distraidamente el escaparate de la tienda de antiguedades. Wilfrid empezaba a parecerse a una de las codiciadas piezas de ajedrez. Si indagabas en su interior, descubrias una esfera delicadamente tallada de sensibilidades, y al darle vueltas entre los dedos, encontrabas otra dentro, y dentro de esta, otra mas.
Detras de la mesa donde estaban las piezas de ajedrez habia un aparador jacobeo de roble negro, y de repente los rasgos de un rostro se delinearon palidamente sobre el fondo oscuro, como el fantasma de Pepper.
– ?Que miras? -pregunto Peter por encima del hombro de Harriet-. ?Las jarras de cerveza, los jarros de peltre o el dudoso arcon con asas?
– Las piezas de ajedrez -contesto Harriet-. He caido en sus garras, sin saber por que. No me servirian de nada, pero es como un hechizo.
– «La razon que nadie conoce, que sea suficiente. Lo que contemplamos esta censurado por nuestros ojos» Ser poseido es una excelente razon para poseer.
– ?Cuanto crees que pediran por ellas?
– Si estan todas y son autenticas, entre cuarenta y ochenta libras.
– Es demasiado. ?Cuando has vuelto?
– Justo antes de la hora de comer. Ahora iba a verte. ?Vas a algun sitio concreto?
– No… Estaba paseando. ?Has descubierto algo util?
– He recorrido Inglaterra en busca de un hombre llamado Arthur Robinson. ?Te suena de algo ese nombre?
– De nada.
– Ni a mi. Lo aborde con una reconfortante falta de prejuicios. ?Alguna novedad en el college?
– Pues si. La otra noche paso algo muy raro, y no acabo de entenderlo.
– ?Vienes a dar un paseo y me lo cuentas? He traido el coche, y hace una tarde muy agradable.
Harriet miro a su alrededor y vio el Daimler estacionado junto al bordillo.
– Me encantaria.
– Nos entretendremos por los caminos y tomaremos te en alguna parte -anadio Peter, muy convencional, mientras ayudaba a subir a Harriet.
– ?Que original, Peter!
– ?Verdad? -Avanzaron decorosamente por la abarrotada calle mayor-. La palabra te tiene algo hipnotico. Te estoy pidiendo que disfrutes de las maravillas del campo ingles, que me cuentes tus aventuras y escuches las mias, que planeemos una campana de la que dependen el bienestar y el prestigio de doscientas personas, que me honres con tu sola presencia y me concedas la ilusion del Paraiso… y hablo como si el objeto supremo de todo deseo fuera un cacharro lleno de agua hervida y un plato de pastelitos sinteticos en Ye Olde Worlde Tudor Tea- Shoppe.
– Si nos entretenemos hasta que abran, podemos tomar pan con queso y cerveza en el bar del pueblo -dijo Harriet.
– Eso si que es buena idea.
Como Harriet no encontro respuesta adecuada para estos versos, se limito a observar las manos de Peter, apoyadas delicadamente sobre el volante. Pasaron por Long Marston y Elsfield; enseguida torcieron por una carretera secundaria, despues entraron en un camino y se detuvieron.
– Llega un momento en el que hay que dejar de navegar solo por los extranos mares del pensamiento. ?Quien habla primero? ?Tu o yo?
– ?Quien es Arthur Robinson?
– Es el caballero que actuo de forma tan extrana con una tesis. Era licenciado por la Universidad de York, ocupo diversas tutorias en diversos templos del saber, solicito la catedra de historia moderna en York y se topo con la formidable memoria y la habilidad detectivesca de la senorita De Vine, que era entonces directora de Flamborough College y del tribunal examinador. Era un hombre apuesto, rubio, de unos treinta anos, muy agradable y muy querido por todos, si bien con un pequeno obstaculo para su vida social, ya que en un momento de debilidad se habia casado con la hija de su casera. Tras el lamentable incidente de la tesis, desaparecio de los