el mismisimo diablo podria encontrarle algun sentido a este maldito metodo». Y el parroco le imponia una multa de seis peniques por maldecir, como esta escrito en las viejas reglas. Cuidado no resbale en el escalon, esta muy desgastado. Sin embargo, lo aprendimos a la perfeccion y, para mi, es un bonito metodo de tocar campanas. Bueno, que pase un buen dia, senorita Hilary.

La manana del Domingo de Ramos sono el carrillon de los 5.040 Triples Stedman's. Hilary Thorpe lo escucho desde la Casa Roja, sentada junto a la cama con dosel desde donde tambien habia escuchado el carrillon de Ano Nuevo. Aquel dia el sonido de las campanas se oia alto y claro; hoy, en cambio, llegaba distante porque el viento lo arrastraba hacia el este.

– Hilary.

– ?Si, papa?

– Tengo miedo de morirme y dejarte en una situacion bastante mala.

– No me importa, papa. No que te moriras. Pero si lo hicieras, estare perfectamente.

– Yo diria que habra suficiente para enviarte a Oxford. Me parece que las chicas alli no salen demasiado caras. Ya se ocupara tu tio.

– Si. Ademas, sea como sea, voy a conseguir una beca. Y no quiero dinero. Prefiero ganarme la vida. La senorita Bowler dice que una mujer que no puede ser independiente no es nadie. (La senorita Bowler era la profesora de ingles y la heroina del momento). Papa, sere escritora. La senorita Bowler dice que no le extranaria que lo llevara en la sangre.

– ?Oh! ?Y que vas a escribir? ?Poesia?

– Quiza. Pero creo que no se gana mucho con la poesia. Escribire novelas. Best sellers. Esas que todo el mundo quiere comprar. No novelas del monton, mas bien del tipo de La ninfa constante.

– Necesitaras un poco de experiencia antes de escribir novelas, carino.

– Tonterias. No necesitas experiencia para escribir novelas. En Oxford, los estudiantes las escriben constantemente y las venden como churros. Todas versan sobre las penalidades de la escuela.

– Ya veo. Y cuando acabes en Oxford, escribes una sobre las penalidades de la universidad.

– Esa es la idea. Ya puedo empezar a pensar en ello.

– Bueno, querida, espero que te salga bien. Sin embargo, a la vez me sabe muy mal dejarte sola tan joven. ?Si hubiera aparecido aquel maldito collar! Fui un estupido al pagarle a Wilbraham el valor de esa joya, pero como ella insistio tanto delante del gobernador, yo…

– ?Oh! Papa, por favor, no empieces otra vez con esa estupida historia del collar. No podias hacer otra cosa. Ademas, no quiero el dinero. De todos modos, tu no te vas a ir a ningun sitio.

Sin embargo, el especialista, que llego el martes, lo vio muy mal y, en un aparte, le dijo al doctor Baines:

– Han hecho todo lo posible. Incluso si me hubieran llamado antes no podria haber hecho nada.

Y a Hilary le dijo:

– Senorita Thorpe, no debe perder la esperanza. No puedo ocultarle que la situacion de su padre es grave, pero la naturaleza tiene increibles poderes de recuperacion…

Esta era la manera medica de decir que, a menos que se obrara un milagro, ya podian ir encargando el ataud.

La tarde del lunes, el senor Venables salia de casa de una senora cascarrabias y de lengua viperina que vivia casi a las afueras del pueblo, cuando un ruido intenso y retumbante le golpeo los oidos desde lejos. Se quedo quieto con la mano en la valla.

«Es Sastre Paul», se dijo el parroco.

Tres solemnes notas y una pausa.

«?Hombre o mujer?».

Tres notas y luego tres mas.

– Hombre -dijo el parroco. Se quedo escuchando-. ?Habra pasado a mejor vida el pobre senor Merryweather? Espero que no sea el hijo de los Hensman.

Conto doce campanadas y espero, pero Sastre Paul siguio tocando y el parroco respiro tranquilo. Al menos, el hijo de los Hensman estaba a salvo. Entonces, rapidamente empezo a calcular la edad de los feligreses que podian haber muerto. Veinte campanadas, treinta campanadas, era un hombre adulto. «Dios no quiera que sea sir Henry -penso el parroco-. Ayer, cuando fui a verlo, parecia que estaba mejor». Cuarenta campanadas, cuarenta y una, cuarenta y dos. Seguro que era el viejo Merryweather; un gran alivio para el, el pobre. Cuarenta y tres, cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, cuarenta y seis. Debia continuar, no podia detenerse en aquel fatidico numero. El senor Merryweather tenia ochenta y cuatro anos. El parroco aguzo el oido. Lo mas probable era que el viento, que soplaba muy fuerte, no le hubiera dejado oir la siguiente campanada. Ademas, con los anos, tambien habia ido perdiendo oido.

Sin embargo, pasaron treinta largos segundos hasta que Sastre Paul volvio a hablar y luego se produjo otro largo silencio de treinta segundos mas.

La vieja cascarrabias, sorprendida de ver tanto rato al parroco en la verja con la cabeza descubierta, se le acerco para ver que pasaba.

– Es un repique de muertos -comento el senor Venables-. Han tocado los nueve sastres y cuarenta y seis campanadas; me temo que debe ser sir Henry.

– Dios mio -dijo la senora-. Eso es una tragedia.

Una terrible tragedia -los ojos se le inundaron de una desagradable lastima-. ?Y que pasara ahora con la senorita Hilary, que ha perdido a su madre y a su padre uno detras del otro, y que solo tiene quince anos y nadie que la cuide? No estoy de acuerdo en que las chicas jovenes tengan que cuidarse solas. Acostumbran a ser problematicas y no es justo que Dios les quite a sus padres tan pronto.

– No debemos cuestionarnos los caminos cie la Providencia -contesto el parroco.

– ?Providencia? No se atreva a hablarme de la Providencia. Ya he tenido bastante de ese cuento de la Providencia. Primero se llevo a mi marido y luego a mis hijos, pero el de alli arriba le ensenara buenos modales si no se anda con cuidado.

El parroco estaba demasiado afligido como para replicar este notable discurso teologico.

– Solo podemos confiar en Dios, senora Giddings -dijo, accionando la manilla de arranque del coche de un tiron.

El funeral de sir Henry se celebraria el viernes por la tarde. Aquella era una ocasion de suma importancia para, al menos, cuatro personas en Fenchurch St Paul. El senor Russell, el director de pompas funebres, que era primo de Mary Russell, la mujer de William Thoday, estaba decidido a lucirse con el roble pulido y la placa conmemorativa. Tambien debia tomar la delicada decision de escoger a los seis portadores del ataud, que tenian que ser de una altura parecida y llevar el mismo paso. Los senores Hezekiah Lavender y Jack Godfrey discutieron sobre el carrillon sordo que tocarian; el senor Godfrey tenia que colocar las fundas de piel en los badajos de las campanas y el senor Lavender debia dirigir el carrillon. Y, por ultimo, el senor Gotobed, el sacristan, se encargaba de la tumba; y queria hacerlo tan bien que renuncio a participar en el carrillon para poder dedicarse por completo a organizar las ceremonias funebres, aunque su hijo Dick, que le ayudaba con los preparativos, se consideraba suficientemente capacitado para encargarse el solo de todo. En cuanto a cavar el agujero, no habia demasiado trabajo, para disgusto del senor Gotobed. Sir Henry habia expresado su deseo de ser enterrado en la misma tumba que su mujer, asi que las posibilidades de realizar un trabajo meticuloso desaparecieron. Solo tenian que retirar la tierra, que todavia no se habia endurecido despues de tres lluviosos meses, limpiarlo un poco y colocar hierba fresca donde iban a poner el ataud. Sin embargo, como le gustaba hacer las cosas con suficiente antelacion el senor Gotobed se encargo de hacerlo el jueves por la tarde.

El parroco acababa de llegar a casa de la ronda de visitas y estaba a punto de sentarse a tomar el te cuando Emily aparecio en la puerta.

– Si me permite, senor, Harry Gotobed pregunta si puede hablar con usted un momento.

– Claro. ?Donde esta?

– En la puerta trasera, senor. No quiere entrar porque lleva las botas sucias.

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