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SUS PULGARES le habian detenido. Eran excelentes para eso aquellos pulgares. Ay si el hombre que gritaba «?parad el mundo, quiero bajarme!» hubiese tenido los pulgares de Sissy…

Si, le habia parado en seco en la ladera del Cerro Siwash. ?Y despues?

El tenia la tensa expresion de un animal salvaje. No se estaria quieto mucho tiempo. Ahora le tocaba mover a ella. ?Que podia decir? Aquella mirada la atravesaba como podrian atravesar castores una palmera de papel. Era la mirada del fuerte que no tolera a los canijos. Ella debia hablar y debia hablar con capacidad prensil, pues ni siquiera sus pulgares detendrian al otro por segunda vez. Era imperativo decir la cosa justa. El iba a volverse ya para marchar.

– Bueno -dijo Sissy, con lo que paso por indiferenda-. ?No vas a amenazarme a mi con el chisme?

Esto resulto. Se palmeo el los muslos y rio histericamente. Jajas, jojos y jijis brotaron de su nariz y de los huecos de sus dientes. Cuando la risa murio al fin una muerte de ardilla listada nerviosa, hablo:

– Sigueme -dijo-, con una voz no habituada a la invitacion-. Te preparare la cena.

Y le siguio, pese al paso vivo con que escalaba el el enganoso sendero en penumbra.

– Soy amiga de Bonanza Jellybean -dijo ella entre jadeos.

– Se quien eres -dijo el sin volver la vista.

– ?Si? Bueno, es que ha habido problemas en el rancho. Subi aqui para quitarme de enmedio. Ahora esta tan oscuro que no creo que pudiese encontrar el camino de vuelta. Si pudieras ayudarme…

– Ahorra aliento para la subida -dijo el. En su voz no habia jadeo.

Desde la cima del cerro podia verse aun luz al oeste: Las acosadas formas de los paramos se perfilaban en azulmarino contra un horizonte color calabaza. Hacia el este, frente a cerros en sombra, yacia bocarriba la pradera en la oscuridad, oculta pero haciendo sentir su terrible lisura, una lisura que tanto de Norteamerica sazona, empezando por sus emociones y su gusto; una lisura que constituye una superficie perfecta para esas ruedas de Detroit cuyas rotaciones son para millones el unico escape de lo cronicamente liso. Sissy se volvio del este al oeste y a la inversa. Las parameras vagamente iluminadas resultaban tan torturadas y melodramaticas que parecian, como la prosa de una novela de Dostoievsky, casi un chiste trillado. La apagada pradera, por otra parte, tenia un estilo identico al de los semanarios rurales de la parte central del pais: blandura y concentracion tan intensas como para resultar venenosas en ultimo termino. Volo un buho sobre los cerros, de Crimen y castigo a la Gaceta de Mottburg, repasando las paginas en busca de un roedor literato, pidiendo a la bibliotecaria un «quien lo hizo».

Justo debajo de ellos, parpadeaban las luces del Rosa de Goma. El rancho estaba tranquilo. Sissy se imaginaba las duchas corriendo a grifo abierto en el barracon, mientras relumbrantes pubis, plegados labios y encapuchados clitoris eran enjabonados, restregados y purificados del perfume que se les habia permitido almacenar para fastidiar a La Condesa. Sissy imaginaba oir frotar panitos, y risas femeninas.

En cuanto recobro el aliento, Sissy fue conducida a la depresion y hubo de bajar por una escalerilla de palos. El Chink hizo fuego, un fuego abierto, siendo la depresion misma proteccion adecuada contra el viento. Aso los names. Calento un guiso de sabanero. El guiso contenia castanas de agua Chun King. Su textura no cambio al guisarlas. Una leccion.

Despues de cenar, en silencio y en un tosco banco de madera, entro el Chink en la cueva y volvio con un pequeno transistor de plastico a fajas pipermin. Lo encendio. Sus nervios auditivos se vieron inmediatamente torturados por «La polca de la hora feliz». Con la radio en una mano, salto el Chink al circulo de luz de la hoguera y empezo a bailar.

Sissy no habia visto nada parecido en sus viajes. El viejo chiflado taconeaba y andaba de puntitas y brincaba y saltaba. Agitaba los huesos. Agitaba la barba. «?Yip! ?Yip!» gritaba. «Ja ja jo jo y ji ji.» Ondulando los brazos, petardeando los pies, bailo otras dos polcas y habria bailado la cuarta de no suspenderse la musica para dar noticias. La situacion internacional era desesperada, como siempre.

– Personalmente, prefiero a Stevie Wonder -confeso el Chink-, pero que mas da. Esas vaqueras prefieren dormir porque la unica emisora de la zona solo toca polcas, pero te aseguro que uno puede bailar cualquier cosa si tiene ganas de bailar.

Para demostrarlo, se levanto y bailo las noticias.

Cuando la musica empezo de nuevo con «Lawrence Welk es un heroe de la Republica Polca», el Chink alzo a Sissy cogiendola de los hombros y la guio a su sala de baile picada de viruelas.

– Pero si no se bailar la polca -protesto ella.

– Tampoco yo -dijo el Chink-. Ja ja jo jo y ji ji.

Y al cabo de un segundo, ambos pateaban sobre la caliza cogidos del brazo. Sus sombras se bamboleaban contra las curvas de la depresion. Pasaban volando aves nocturnas de temblorosas plumas. De la cueva surgio un murcielago, hizo una lectura de radar y se encamino hacia Kenny's Castaways.

Cuando se hartaron de bailar, escolto el Chink a Sissy al lado opuesto, y mas oscuro, de la depresion, y la sento en un monton de materias blandas: hierba seca, descoloridas mantas indias y cojines viejos sin forro. El lugar apestaba. Era esa inconfundible mezcla sexual de hongos, cloro y marea de charca. Y taladrando ese olor, el aroma igualmente inconfundible de Bonanza Jellybean: trebol, caramelo y una locion hecha de zumos de cactus, con la que ella se frotaba todos los dias en el punto donde la habian herido, segun ella, con una bala de plata.

«De modo que es asi como pasa Jelly sus veladas con el Chink», penso Sissy. Empezo a preguntarse si las otras vaqueras, estando como estaban sin hombres, sospechaban… pero cuando se lo estaba preguntando, se interrumpio para preguntarse si el Chink se proponia servirla a ella o servirse a si mismo. Habia sido siempre pasiva ante el sobeteo, los pellizcos y demas cosas similares, pero jamas la habia tomado un hombre contra su voluntad. En realidad, solo la habia tomado Julian.

En ese momento, el Chink hizo algo asombroso. Sin preambulos, sin vacilacion, el nipon de blanca melena agarro sus pulgares… los estiro, los acaricio, los cubrio de humedos besos. Y al mismo tiempo, los arrullo, diciendoles lo bellos, excepcionales e incomparables que eran. Desde luego, ni el propio Julian habia hecho aquello. Ni Jack Kerouac se habia atrevido a acariciar sus pulgares, aunque le habian fascinado y les habia escrito un poema en una panocha de maiz, una oda que podria haber alcanzado amplia divulgacion si no se la hubiese comido un vagabundo hambriento cuando Kerouac y los muchachos se metieron en un furgon de carga camino de Denver en busca del papa de Neal Cassady, el hombre mas anorado de la historia de las letras norteamericanas, y por supuesto dejando a cargo de este autor el explicar la historia de aquellos asombrosos apendices.

Ni siquiera Bonanza Jellybean habia amado los pulgares de Sissy.

Como es de suponer, Sissy quedo abrumada. Quedo asustada, conmovida, exaltada, conmocionada, al borde de las lagrimas. El Chink, aparentemente sincero, prolongo su adoracion de los dedos hasta bien entrada la noche. Cuando paso al fin a adorar el resto de ella, el corazon de Sissy, como sus pulgares, resplandecia.

– Si esto es adulterio, aprovechemoslo al maximo -grito.

Cuando el se lanzo a penetrar en ella, arqueo ella el trasero tendido sobre las mantas y se alzo para recibirle a medio camino.

70

– ASI QUE tuviste relacion sexual con el viejo -dijo el doctor Robbins.

– Repetidamente -dijo Sissy ruborizandose.

– ?Y como fue? Quiero decir, ?que sientes al respecto ahora?

– Bueno, no estoy segura en realidad. Mira, la relacion sexual con Julian es como conseguir un viaje alrededor de la manzana en un coche de bomberos. Con el Chink, era como conseguir un viaje de Chicago a la ciudad de Lago Salado en un gran Buick Road-master de 1959.

Hizo una pausa para asegurarse de que habian sido entendidas sus sonrisas. El doctor Robbins tironeaba y liberaba su bigote, lo estiraba y lo liberaba, como si su bigote fuese una persiana de la ventana de un hotel barato. La persiana no quedaba tal como el doctor Robbins queria.

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