positivo y fructifero pero ya ha ido lo bastante lejos. El juego deja de cumplir un fin serio cuando se toma demasiado en serio. Siento no estar aqui con vosotras al final. He sido desagradable y estupida durante mucho tiempo, como sabeis. Tengo mucho que recomponer, mucho que lograr, y hay alguien importante a quien he de ver. Ahora.
Gracil como un ballet de cobras, Delores se volvio y se alejo en la noche seca de Dakota.
116
LAS VAQUERAS APENAS durmieron. Se sentian intoxicadas. Las tensiones ideologicas que las habian dividido se habian esfumado. Se habian redefinido objetivos. Justo a la vuelta de la esquina, cantaban los destinos de la misteriosa Cuarta Vision. Aspectos totalmente nuevos de la vida hacian senas, como fabulosos… pulgares. Las vaqueras estaban preparadas para mas de todo, y hasta eso podria no bastar.
Cuando la vida pide mas a la gente de lo que pide esta a la vida (como suele pasar) la consecuencia es una aversion a la vida casi tan profundamente asentada como el miedo a la muerte. De hecho, la cuestion a la vida y el miedo a la muerte son practicamente sinonimos. ?Se deduce de esto, pues, que cuanto mas pide la gente a la vida menos teme a la muerte?
?O estaba solo el doctor Robbins haciendose el gracioso cuando, al explicar como un concepto tan cobarde como «lo suyo no es razonar por que, lo suyo es solo hacer o morir» podia obtener el favor popular, decia, «algunas personas preferirian morir a pensar en la muerte»?
Bien, podemos comentar solo que tan exaltadas estaban las vaqueras, tan expectantes, tan sumidas en magia, que les resultaba dificil concentrarse en la amenaza que las acechaba en la colina. Solo sabian que no deseaban ya luchar contra las autoridades (en los terminos de las autoridades) y tenian fe en que ningun combate se produciria.
Pero, los guardias federales y los agentes del FBI no compartian, tras el escudo de los coches blindados, tales ideas. Tampoco los hombres habian dormido. La tormenta les habia dejado sucios, con los ojos enrojecidos, irritables, pero al acercarse el amanecer temblaban con la antigua energia del cazador. Cuando pensaban en las jovenes y suaves piezas que cobrarian pronto, temblaban. Mascaban chicle furiosamente. Varios de ellos tuvieron erecciones.
Ninguno de los dos campos estaba preparado para el amanecer cuando llego. Como las manos de un ladron nocturno, aquellos famosos dedos rosados se deslizaron de pronto sobre el saliente de la ventana del hemisferio y con sigilosa eficacia empezaron a apalancar el cerrojo del dia. Antes de que sus mentes excitadas pudieran captar plenamente la idea, las vaqueras y los agentes federales contemplaban los desmayados perfiles de las reciprocas barricadas.
– Bien -dijo Jellybean-, es preciso que una de nosotras suba a esa colina y les diga a los muchachos que Norteamerica puede recuperar sus grullas chilladoras. Como yo soy aqui el jefe, y como soy responsable ademas de que muchas de vosotras decidieseis ser vaqueras, sere yo quien vaya.
– Pero…
– No hay peros que valgan. Pronto sera de dia. No asomeis la cabeza. Ta ta.
– ?Jelly! ?Por favor!
La vaquera mas linda del mundo se levanto; se irguio. Por un instante, sus rigidos brazos parecieron alas. La carne de gallina de sus muslos desnudos se tenso. Vibraron sus pechos bajo la vistosa camisa vaquera. Si Francis Scott Key hubiese visto tales pechos a la primera luz del alba, quizas hubiese ido bajo cubierta para escribir un himno totalmente distinto (o quiza Francis Scott Key hubiese ignorado las mamas erogenas, meras trampas sexuales donde se enredan los hombres, y comentado, por el contrario, el ejemplo mas universal de un hombre solo que acepta valerosamente una ardua responsabilidad. Pero no juzguemos injustamente al compositor ni confundamos su sensibilidad con la de aquel asombroso patinador artistico, Francis Skate Key).
Jellybean salto sobre el esqueleto de una maquina reductora y planto sus botas vaqueras en aquella hierba sin rocio. «No hay por que asustarse», se dijo a si misma. «Solo llevare este mensaje lo mas rapido posible y luego ire hasta el cerro a ver a Sissy.» Jelly no tenia la menor idea de lo que seria ahora del Rosa de Goma, pero nunca en su vida se habia sentido mas vaquera.
A medio camino de la colina, mientras sus lindas rodillas alzaban nubes de polvo sobre las cabezas de los asteres, recordo que aun llevaba su seis tiros. Delores habia pasado por alto aquel arma en su orgia de desarme. «Sera mejor que me deshaga de el», penso Jelly. «Podria asustar a esos senoritingos.»
Dedos de muneca de goma se posaron en la pistolera y sacaron el arma. Habia desenfundado pistolas desde los tres anos. Juego. Puro juego. Cuando se disponia a deshacerse del arma, antes de que sus dedos pudiesen soltar la empunadura opalina, un tiro llego desde lo alto del cerro.
Jelly sintio un impacto en el vientre. Algo punzaba su grasa infantil. El seis tiros se deslizo de sus dedos mientras se alzaba su camisa de saten y bajaba la cintura de la falda. Brotaba de su cicatriz brillante sangre roja; podia verla a la luz del amanecer, podia ver su calido brillo manando del punto exacto donde se habia herido al caer de un caballo de madera a los doce anos. -No me alcanzo
Y esbozo la sonrisa deliciosamente secreta de quien por instinto reconoce la realidad del mito.
Y en la cumbre del cerro se apretaron veinte o treinta sudorosos gatillos mas. Y Bonanza Jellybean quedo reducida a sanguinolenta papilla.
Abajo, junto al lago, las vaqueras chillaban y gritaban. Se abrazaban con horror. Un par de ellas, LuAnn y Jody, saltaron de las barricadas para recuperar sus armas y fueron inmediatamente acribilladas.
Bramo un altavoz: «Teneis dos minutos para salir con las manos en la cabeza.» Pero era evidente que no tenian ninguna posibilidad de rendirse. Los agentes habian empezado ya a disparar al azar, y en cualquier segundo se organizaria una orgia de disparos para seducir con la muerte a todas las vaqueras de las colinas de Dakota.
Curioso que nadie prestara atencion al helicoptero. Los agentes que lo oyeron debieron suponer que era de los suyos. Sus marcas negras y rojas no debieron resultar extranas a la luz difusa de la manana. Lo cierto es que nadie disparo contra el helicoptero, pese a volar muy bajo. Estaba tan cargado de explosivos que no podria haber subido una pulgada mas.
Cuando aterrizo torpemente, disolviendo el semicirculo de guardias y agentes federales, ya no habia posibilidad de hacer nada. No habia «tiempo» suficiente. El muchacho gordo de la cabina (era imposible determinar si reia o lloraba) pulso el detonador y una poderosa explosion desintegro la cima de la colina: hierba, asteres, polvo, ratones, coches blindados, agentes federales, todo.
En la quietud que siguio a los ecos de la explosion, la bandada de grullas chilladoras se alzo en un gran impulso de batientes alas (una tormenta blanco lirio de vida, una explosion de Gabrieles albinos), invadio el cielo que esperaba y, tras rodear una vez el lago, haciendo ejercicios de calentamiento o en una despedida ornitologica primordial, enfilo hacia el sur, hacia Texas.
Dejando a amigos y enemigos humanos resolver sus respectivos lios humanos.
117
UNA DE LAS victimas de la guerra de las grullas chilladoras fue el Chink.
Sissy habia estado tan preocupada por Jellybean que no habia podido dormir. El Chink le habia contado historias, le habia dado masajes en los pies, le habia hecho beber vino de name y habia tocado una especie de arrullo de lechuza blanca con su violin caja de puros de una sola cuerda, sin ningun resultado. Al fin, Sissy le dejo seducirla y, sin olvidar ningun musculo, tendon, ligamento ni articulacion, le dio un verdadero repaso general: tuvo Sissy cuatro orgasmos, y cuando el ultimo se habia apagado, su aristocratica nariz andaba empaquetando pequenos zzzzzs y enviandolos a todas partes. Luego, el Chink no consiguio dormir.
El Chink percibia el desastre. Bueno, ?y que? La supervivencia, la suya propia o la de cualquier otro, no era para el prioridad maxima. Para un hombre que «seguia el tiempo» por aquellos relojes, habia cosas mucho mas