desordenada, iconoclasta y traviesa personalidad. Ironicamente, la casa se habia vuelto menos tranquila ahora que era el hogar de un moribundo. Habia una constante afluencia de visitas: los companeros actuales y antiguos de Rupert, su reflexologo, la masajista que dejaba a su paso un olor a aceites exoticos, el padre Michael, que iba, eso decia Rupert, a oirlo en confesion, pero cuyos oficios eran recibidos, en apariencia, con la misma condescendencia divertida con que aceptaba los relativos a sus necesidades corporales. Los amigos rara vez iban a las horas en que James estaba en casa, salvo durante los fines de semana, aunque cada noche lo recibian las huellas de sus visitas: flores, revistas, fruta y frascos de aceites aromaticos. Alli charlaban, hacian cafe, eran invitados a beber. Un dia James le pregunto a Rupert:
– ?Saborea el vino el padre Michael?
– Sabe que botellas ha de subir, eso desde luego.
– Muy bien, entonces.
No pensaba escatimarle el clarete al padre Michael, siempre que el hombre supiera lo que estaba bebiendo.
James, que tenia su dormitorio un piso mas arriba, le proporciono a Rupert una campanilla de laton que habia encontrado en el mercado de Portobello para que pudiera llamarlo si necesitaba ayuda por la noche. Ahora dormia mal, medio esperando oir la clamorosa llamada, imaginando, semidespierto, el traqueteo de las carretas de cadaveres en un Londres acosado por la peste mientras sonaba el grito quejumbroso: «Sacad a vuestros muertos.»
Recordaba hasta el ultimo detalle de la conversacion que habian sostenido dos meses antes, los ojos perspicaces e ironicos de Rupert, su rostro sonriente que lo desafiaba a no creer.
– Solo te cuento los hechos. Gerard Etienne sabia que Eric tenia sida y se encargo de que nos conocieramos. No me quejo, lejos de ello. Yo tuve cierta responsabilidad en el asunto. Gerard no nos acompano a los dos hasta la cama.
– Lastima que no eligieras mejor.
– No creas. Tambien te dire que no me lo pense mucho. Tu no llegaste a conocer a Eric, ?verdad? Era hermoso. Muy pocas personas lo son. Atractivas, guapas,
– ?Y eso es todo lo que le exigias a un amante? ?Belleza fisica?
Rupert lo parodio, con los ojos y la voz suavemente burlones.
– ?Y eso es todo lo que le exigias a un amante? Querido James, ?en que clase de mundo vives, que clase de persona eres? No, eso no era todo lo que exigia. Exigia. En pasado, por lo que veo. Habria sido un poco mas delicado por tu parte que prestaras atencion a la gramatica. No, no era todo. Queria a alguien que tambien estuviera encaprichado de mi y tuviese ciertas habilidades en la cama. No le pregunte a Eric si preferia el jazz a la musica de camara o la opera al ballet, ni, mas importante, que vinos eran sus favoritos. Te estoy hablando de deseo, te estoy hablando de amor. Dios mio, es como tratar de explicarle Mozart a un sordo para la musica. Mira, dejemoslo asi: Gerard Etienne nos arrojo deliberadamente al uno en brazos del otro. El ya sabia que Eric tenia sida. Quizas esperaba que nos hicieramos amantes, quiza pretendia que nos hicieramos amantes, quiza no le importaba en lo mas minimo ni una cosa ni la otra. Quiza lo hizo por divertirse. No se cuales eran sus propositos y tampoco me importa mucho. Se cuales eran mis propositos.
– Y Eric, sabiendo que padecia una enfermedad contagiosa, ?no te lo dijo? ?En que pensaba, por el amor de Dios?
– Bueno, al principio no. Me lo dijo mas tarde. No lo culpo, y si yo no lo culpo puedes guardarte tus juicios morales. Y no se en que pensaba. Yo no me dedico a husmear en la mente de mis amigos. Tal vez queria a alguien que lo acompanara en el ultimo tramo, antes de lanzarse a explorar ese largo silencio. -Luego anadio-: ?Tu no perdonas a tus amigos?
– Perdon no me parece una palabra apropiada para utilizarla entre amigos. Claro que ninguno de mis amigos me ha contagiado una enfermedad mortal.
– Pero, querido James, no es precisamente que tu les des ocasion, ?verdad?
Habia interrogado a Rupert con la insistencia impersonal de un experto investigador porque necesitaba sonsacarle la verdad, porque estaba desesperado por saber.
– ?Como puedes estar seguro de que Etienne sabia que Eric estaba enfermo?
– No preguntes tanto, James. Pareces un fiscal. Y te encantan los eufemismos, ?verdad? Lo sabia porque Eric se lo dijo. Etienne le pregunto cuando le llevaria otro libro. A la Peverell Press le habia ido bastante bien con su primer libro de viajes; Etienne lo consiguio barato y probablemente esperaba quedarse el siguiente en las mismas condiciones. Eric le dijo que no habria mas libros. Carecia de la energia y las ganas necesarias para ello. Tenia otros proyectos para lo que le quedaba de vida.
– Y en ellos entrabas tu.
– Asi sucedio. Dos semanas despues de aquella conversacion, Etienne organizo la excursion por el rio. Sospechoso de por si, ?no te parece? No es en absoluto el tipo de jarana que le va a Etienne. Chuf, chuf, viejo padre Tamesis arriba para inspeccionar la barrera contra inundaciones; chuf, chuf, de vuelta rio abajo con canapes de salmon ahumado y champan. Y, a proposito, ?como te libraste?
– Estaba en Francia.
– Asi que en Francia. Tu segundo hogar. Es curioso que al viejo Etienne le haya satisfecho tanto pasar todos estos anos lejos de su tierra natal. Gerard y Claudia tampoco van por alli, ?no? Seria de esperar que les gustara ir de vez en cuando a ver el lugar donde papa y sus camaradas se lo pasaban en grande tirando contra los alemanes desde detras de las rocas. Pero ellos no van nunca, y tu en cambio vas siempre que puedes. ?Que haces alli? ?Comprobar si es cierto todo lo que se dice de el?
– ?Por que habria de hacerlo?
– Solo era hablar por hablar, no me hagas caso. Ademas, nunca se le podra imputar nada al viejo Etienne. Esta autentificado; no cabe duda, es un heroe legitimo.
– Hablame de la excursion por el rio.
– Oh, fue lo de costumbre. Mecanografas que no paraban de soltar risitas nerviosas y la senorita Blackett un poco achispada, con la cara roja y congestionada, exhibiendo esa horrible picardia virginal. Se habia traido aquella serpiente contra las corrientes de aire; Sid la Siseante, la llaman. Una mujer extraordinaria. Sin el menor sentido del humor, diria yo, excepto con esa serpiente. Algunas de las chicas la descolgaron por la borda y amenazaron con ahogarla, y una fingio que le daba de beber champan. Al final se la enrollaron a Eric al cuello y la llevo asi hasta llegar a casa. Pero eso fue mas tarde. Mientras subiamos rio arriba fui a refugiarme en la proa. Eric estaba alli solo, absolutamente inmovil, como un mascaron de proa. Se volvio y me miro. -Rupert hizo una pausa y a continuacion repitio casi en un susurro-: Se volvio y me miro. James, lo que acabo de decirte mejor lo olvidas.
– No, no pienso olvidarlo. ?Me estas diciendo la verdad?
– Desde luego. ?Acaso no la digo siempre?
– No, Rupert, no siempre.
De pronto se rompio el ensueno. La puerta de la cocina se abrio de golpe y un amigo de Rupert asomo la cabeza.
– Me habia parecido oir la puerta de la calle. Nosotros ya nos vamos. Rupert queria saber si ya habias vuelto. Siempre sueles subir directamente.
– Si -respondio-. Siempre suelo subir directamente.
– ?Y como es que estas aqui fuera?
Lo pregunto con escasa curiosidad, pero James contesto:
– Estaba meditando sobre el tercer capitulo del Eclesiastes.
– Creo que Rupert quiere verte.
– Ahora voy.
Y subio penosamente, como un anciano, al desorden, la calidez, el exotico y profuso revoltijo en que se habia convertido su sala de estar.
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