algun intento vacilante por establecer una relacion de amistad, pero Sonia los habia rechazado sutilmente, casi como si el hecho de ser una Peverell la inhabilitara para la intimidad. Quizas era la unica de entre todos los socios que sentia una afliccion personal.

El ajedrez le habia estimulado la mente; sabia que irse a la cama en tales condiciones solo la conduciria a una de esas noches en que breves periodos de sueno se alternaban con otros de inquietud, hasta que la manana la encontraba mas fatigada que si no se hubiera acostado. Movida por un impulso, se dirigio al armario de la sala en busca de su grueso abrigo de invierno; luego, tras apagar la luz, abrio el ventanal y salio al balcon. El aire de la noche, limpio y frio, transportaba el aroma familiar y penetrante del rio. Alli, agarrada a la barandilla, tuvo la sensacion de ser un ente incorporeo suspendido en el aire. Sobre Londres se extendia una masa de nubes bajas, tenida de rosa como un vendaje de gasa empapado en la sangre de la ciudad. Luego, mientras miraba, las nubes se abrieron poco a poco y vio el limpido negro azulado del firmamento nocturno y una sola estrella. Un helicoptero volo ruidosamente rio arriba, como una enjoyada libelula metalica. Eso mismo hacia su padre, noche tras noche, antes de ir a acostarse. Ella arreglaba la cocina despues de cenar y, al salir, se encontraba la sala en penumbra, iluminada tan solo por una lampara tenue, y veia la sombra oscura de aquella figura silenciosa e inmovil que, de pie en el balcon, contemplaba el rio.

Se habian mudado al numero 12 en 1983, cuando la empresa atravesaba uno de sus periodos de relativa prosperidad y hubo que ampliar las oficinas de Innocent House. El numero 12 lo ocupaba desde hacia muchos anos un inquilino que se murio en el momento adecuado, dejandolos en libertad de reformar la finca de modo que quedara dividida en un apartamento superior para su padre y ella y otro mas pequeno en los bajos para Gabriel Dauntsey. Su padre habia aceptado con filosofia la necesidad de mudarse e incluso, a decir verdad, habia dado muestras de recibirla con agrado. Sin embargo, Frances sospechaba que empezo a encontrar el apartamento restrictivo y claustrofobico a partir del momento en que ella se habia ido a vivir con el en 1985, al salir de Oxford.

Su madre, una mujer de salud delicada, habia muerto repentina e inesperadamente de neumonia virica cuando ella tenia cinco anos, y Frances se paso la ninez en Innocent House con su padre y una ninera. Tuvo que llegar a la edad adulta para darse cuenta de cuan extraordinarios habian sido sus primeros anos, cuan inadecuada la casa como hogar familiar para ellos dos, padre e hija, incluso en el caso de una familia disminuida por la muerte. No habia tenido companeros de su edad. Las escasas plazuelas georgianas del East End supervivientes de los bombardeos se habian convertido en enclaves de moda para la clase media, asi que sus campos de juego quedaron reducidos al reluciente vestibulo de marmol y la terraza. En esta, pese a la barandilla protectora, se hallaba sometida a una constante y estrecha vigilancia, y jamas se le permitia montar en bicicleta y jugar a la pelota. Las calles eran peligrosas para una nina, por lo que la tata Bostock siempre la acompanaba, a veces en la lancha de la empresa, a una pequena escuela privada de Greenwich, al otro lado del rio, donde se prestaba mas atencion a los buenos modales que al cultivo de una inteligencia inquisitiva, aunque pese a todo le habia proporcionado una buena base. La mayor parte de los dias, empero, se necesitaba la lancha para recoger a los empleados en el muelle del Tamesis, de modo que la tata Bostock y ella eran conducidas en coche hasta el tunel de peatones de Greenwich, y acompanadas siempre en su paseo subterraneo por el chofer o por su padre para mayor seguridad.

A los adultos nunca se les ocurrio que pudiera encontrar terrorifico el tunel de peatones y ella habria muerto antes que confesarselo, pues sabia desde la primera infancia que su padre admiraba el valor por encima de todas las demas virtudes. Asi pues, caminaba entre los dos, cogiendoles la mano en una simulacion de docilidad infantil, intentando no apretar demasiado fuerte, con la cabeza gacha para que no vieran que tenia los ojos cerrados, percibiendo el olor caracteristico del tunel, oyendo el eco de sus pasos e imaginando que el gran peso de agua movediza que gravitaba sobre ellos, aterradora en su potencia, una manana romperia el techo del tunel y empezaria a filtrarse, primero en gruesos goterones a medida que cedian las baldosas y luego, de repente, en una oleada atronadora, negra y maloliente que los arrancaria del suelo, arremolinandose y ascendiendo hasta que entre el techo y sus bocas aullantes no hubiera mas que unos centimetros de espacio y de aire. Y despues ni siquiera eso.

Al cabo de cinco minutos salian en ascensor a la luz del dia, para ver la brillante magnificencia de la Escuela Naval de Greenwich con sus cupulas gemelas y sus veletas de punta dorada. Para la nina era como salir del infierno y quedar deslumbrada por la ciudad celestial. Alli era tambien donde estaba amarrado el Cutty Sark, de elevados mastiles y esbelto casco. Su padre le hablaba de la Compania de las Indias Orientales y de su monopolio sobre el comercio con Extremo Oriente durante el siglo xviii, y de aquellas grandes goletas, construidas para ser veloces, que competian entre si para llevar al mercado britanico en un tiempo record los valiosos y perecederos tes de China y la India.

Desde su mas temprana edad, su padre le contaba relatos del rio, que era para el casi una obsesion, una gran arteria siempre fascinadora y constantemente cambiante que arrastraba en su poderosa marea toda la historia de Inglaterra. Le hablaba de las almadias y las canoas de mimbre y cuero de los primeros viajeros del Tamesis, de las grandes velas cuadradas de los navios romanos que llevaban su cargamento a Londinium, de los barcos vikingos con sus largas proas curvadas. Le describia el rio de comienzos del siglo xviii, cuando Londres era el mayor puerto del mundo y los muelles y embarcaderos llenos de buques de altos mastiles parecian un bosque desnudado por el viento. Le hablaba de la bronca vida de los malecones y de los muchos oficios cuya vida derivaba de aquella corriente sanguinea: estibadores o arruinadores, boteros que manejaban las chalanas con que se aprovisionaba los navios anclados, proveedores de soga y de aparejos, constructores de buques, cocineros de a bordo, carpinteros, cazadores de ratas, encargados de casas de huespedes, prestamistas, taberneros, vendedores de suministros marinos, ricos y pobres por igual, todos vivian del rio. Le pintaba las grandes ocasiones: Enrique VIII navegando rio arriba hacia Hampton Court en la chalupa real, los grandes remos alzados en senal de saludo; el cadaver de lord Nelson transportado desde Greenwich en 1806, en la barcaza construida en principio para Carlos II; los festejos del rio, sus inundaciones y tragedias. Ella anhelaba mas que nada su amor y su aprobacion. Le escuchaba obedientemente, hacia las preguntas adecuadas, sabia de un modo instintivo que su padre daba por sentado que ella compartia su interes por el rio. Pero ahora se percataba de que el fingimiento solo habia servido para anadir culpabilidad a su reserva y timidez naturales, que el rio se habia vuelto tanto mas terrorifico cuanto que ella no podia reconocer sus terrores, y la relacion con su padre tanto mas remota cuanto que se fundaba en una mentira.

Pero Frances se habia construido un mundo propio y, despierta por la noche en aquella reluciente y poco acogedora habitacion infantil, acurrucada bajo las mantas como en el utero materno, se introducia en su amable seguridad. En esa vida imaginaria tenia una hermana y un hermano y vivia con ellos en una gran rectoria rural. Habia un huerto con arboles frutales y verduras plantadas en pulcras hileras, separado de las amplias extensiones de cesped por primorosos setos de boj. Al final del jardin habia un arroyo apacible de escasos centimetros de profundidad, que podian cruzar de un salto, y un viejo roble con una casa entre las ramas, confortable como una chocita, en la que se sentaban a leer y a comer manzanas. Dormian los tres en el cuarto de los ninos, desde el que podia verse el jardin y la rosaleda hasta el campanario de la iglesia, y no habia voces asperas, ni olor a rio, ni imagen de terror; solo dulzura y paz. Habia una madre, tambien: alta, hermosa, con un largo vestido azul y un rostro medio recordado, avanzaba hacia ella por el cesped con los brazos abiertos para que se refugiara entre ellos, porque era la mas pequena y la mas querida.

Tenia a su alcance -Frances no lo ignoraba- un equivalente adulto de este mundo de sosiego. Podia casarse con James de Witt, mudarse a su encantadora vivienda de Hillgate Village y darle hijos, los hijos que ella tambien queria. Podia contar con su amor, estar segura de su bondad, saber que fueran cuales fuesen los problemas que trajera el matrimonio no habria crueldad ni rechazo. Tal vez podria aprender, no a desearlo, puesto que eso no depende de la voluntad, sino a encontrar en la bondad y la delicadeza un sustituto del deseo, de modo que, conforme transcurriese el tiempo, las relaciones sexuales con el llegaran a ser posibles, agradables incluso; en sus momentos mas bajos, el precio que debia pagar por su amor, en los mas altos un compromiso de afecto y de fe en que el amor podia, con el tiempo, engendrar amor. Pero habia sido amante de Gerard Etienne durante tres meses. Y despues de aquel prodigio, de aquella pasmosa revelacion, comprobo que ni siquiera podia soportar que James la tocara. Gerard, al tomarla despreocupadamente y desecharla con igual despreocupacion, la habia privado incluso del consuelo de su mejor alternativa.

El terror del rio, no su romanticismo ni su misterio, era lo que continuaba dando pabulo a su imaginacion; y, tras el rechazo brutal de Gerard, esos terrores que creia haber dejado atras con la ninez volvieron a afirmarse. Este Tamesis era una oscura marea de horror: la reja envuelta en una marana de algas empapadas que conducia

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