a las entranas de la Torre; el golpe sordo del hacha; la marea que lamia la Escalera Vieja de Wapping, donde se llevaba a los piratas, se los ataba a las pilastras durante la bajamar y se los dejaba alli hasta que -la Gracia de Wapping- los habian cubierto tres mareas; los cascos apestosos que yacian ante Gravesend con su cargamento humano engrilletado. Incluso los vapores fluviales que cabeceaban rio arriba, con la cubierta impregnada de risas y vistosamente estampada de turistas, conjuraban imagenes no deseadas de la mayor tragedia del Tamesis, ocurrida en 1878, cuando el vapor de palas
Cuando tenia quince anos su padre la llevo por vez primera a Venecia. Segun le dijo, quince anos era la edad mas temprana a la que una nina podia apreciar el arte y la arquitectura del Renacimiento, pero ya entonces Frances sospechaba que el preferia viajar solo y que llevarla consigo constituia un deber al que ya no podia seguir sustrayendose, aunque tambien fuese un deber que encerraba cierta promesa de esperanza para los dos.
Fueron las primeras y ultimas vacaciones que pasaron juntos. Ella esperaba un sol brillante y caluroso, gondoleros de llamativo atuendo sobre un agua azul, resplandecientes palacios de marmol, cenas a solas con su padre engalanada con alguno de los vestidos nuevos que la senora Rawlings, el ama de llaves, habia elegido para la ocasion. Anhelaba con desesperacion que esas vacaciones fueran un nuevo comienzo. Y comenzaron mal. Tuvieron que viajar durante las vacaciones escolares y la ciudad estaba repleta de gente. Durante los diez dias hubo un cielo plomizo y cayo una lluvia intermitente, de gruesas gotas que salpicaban unos canales tan parduscos como el Tamesis. Su impresion fue de ruido constante, roncas voces extranjeras, terror de perder a su padre en las aglomeraciones, antiguas iglesias mal iluminadas en las que un asistente se dirigia con paso cansino al interruptor de la luz para iluminar un fresco, un cuadro, un altar. En aquellos lugares, el aire siempre estaba cargado de incienso e impregnado del olor acre y mohoso de la ropa mojada. Su padre la incitaba a abrirse paso hasta la primera fila de turistas, entre empellones y codazos, y le explicaba las pinturas en un susurro, por encima de la algarabia de lenguas discordantes y las llamadas lejanas de guias perentorios.
Un cuadro se le grabo vivamente en la memoria: Una madre amamantando a su hijo bajo un cielo tormentoso, observada por un hombre solitario. Sabia que en aquella pintura habia algo a lo que debia responder, algun misterio en el tema y la intencion, y anhelaba compartir el entusiasmo de su padre, decir algo que, si no lograba ser inteligente, al menos no le hiciera apartar la cara con la muda desaprobacion a la que ella ya se habia acostumbrado. En los malos momentos siempre afloraba el recuerdo de palabras oidas: «La senora no volvio a ser la misma despues de que naciera la nina. El embarazo la mato, de eso no cabe duda. Y ahora mira con que hemos de apechar.» La mujer, de la que hacia tiempo habia olvidado el nombre y la funcion que desempenaba en la casa, seguramente no habia querido decir mas que debian hacer frente a una casa grande y dificil de manejar sin la mano firme del ama, pero para la chiquilla el significado de la frase habia estado claro entonces y seguia estando claro ahora: «Mato a su madre y mira que nos ha quedado a cambio.»
Otro recuerdo de aquellas vacaciones se mantuvo vivido durante los anos que siguieron. Era su primera visita a la Accademia y, sujetandola con suavidad por el hombro, su padre la condujo ante un cuadro de Vittore Carpaccio,
– Mira, duermes en una habitacion veneciana del siglo xv.
En la cama habia una mujer con la cabeza recostada sobre una mano.
– ?Esta muerta la senora? -pregunto ella.
– ?Muerta? ?Por que habria de estar muerta?
Frances percibio en su voz la brusquedad ya familiar. No le respondio, no anadio nada. El silencio se prolongo entre los dos hasta que, con la mano todavia en su hombro, pero ahora mas pesada, o asi lo parecia, su padre la aparto del cuadro. Otra vez le habia fallado. Siempre habia sido su destino ser sensible a todos los estados de animo de su padre y, al mismo tiempo, carecer de la habilidad y la confianza para enfrentarse a ellos o responder a su necesidad.
Incluso la religion los separaba. Su madre habia sido catolica romana, pero los alcances de su devocion eran algo que Frances ignoraba y no tenia medio de averiguar. La senora Rawlings, una correligionaria contratada un ano antes de la muerte de su madre, mitad como gobernanta para ayudar a la cada vez mas debilitada mujer, mitad como ninera, la llevaba escrupulosamente a misa todos los domingos, pero aparte de eso no se ocupo de darle ninguna educacion religiosa, por lo que la pequena se formo la idea de que la religion era algo que su padre no comprendia y apenas podia tolerar, un secreto femenino del que valia mas no hablar delante de el. No solian ir mas de dos veces a la misma iglesia. Se hubiera dicho que a la senora Rawlings le gustaba saborear la religion y se dedicaba a degustar la variedad de rituales, arquitectura, musica y sermones que se le ofrecia, temerosa de un compromiso prematuro, de ser reconocida por la congregacion, recibida por el sacerdote en la puerta como una habitual y tentada a participar en las actividades de la parroquia, quizas incluso de que le pidieran que recibiese visitas en Innocent House. Conforme Frances fue creciendo, empezo a sospechar que, para la senora Rawlings, encontrar una iglesia nueva para la misa matinal del domingo se habia convertido en una especie de demostracion de iniciativa personal, lo cual le ofrecia cierta sensacion de aventura y proporcionaba un elemento de variedad a la semana, por lo demas monotona, y un animado tema de conversacion durante el regreso a casa.
«El coro no era muy bueno, ?verdad? No tiene ni comparacion con el del Oratorio. Tenemos que volver un dia al Oratorio, cuando me encuentre con fuerzas. Queda demasiado lejos para ir todos los domingos, pero al menos el sermon fue corto. Despues de los diez primeros minutos se salvan muy pocas almas, si quieres saber mi opinion.»
«No me gusta ese padre O’Brien. Asi se hace llamar, por lo visto. Muy pocos fieles. No me extrana que se haya mostrado tan amable en la puerta. Queria que volvieramos la semana que viene, claro.»
«Que Via Crucis mas bonito tienen. Me gustan mas asi, en relieve. El pintado que vimos la semana pasada en St. Michael era demasiado chillon, comparado con este. Y al menos los ninos del coro llevaban las sobrepellices limpias; alguien se ha pasado un buen rato planchando.»
Una manana de domingo, despues de oir misa en una iglesia especialmente aburrida donde la lluvia tamborileaba como si fuera granizo sobre un tejado provisional de planchas de cinc («Esta gente no es de nuestra clase; no volveremos»), Frances le pregunto:
– ?Por que he de ir a misa todos los domingos?
– Porque tu mama era catolica romana y establecio un acuerdo con tu padre. Educarian a los ninos segun los preceptos de la Iglesia de Inglaterra y a las ninas segun los de la catolica romana. Y te tuvo a ti.
La tuvo a ella. El sexo despreciado. La religion despreciada.
– Hay muchas religiones en el mundo -le explico la senora Rawlings-. Cada uno puede encontrar algo que le convenga. Todo lo que debes recordar es que la nuestra es la unica verdadera. Pero no vale la pena pensar demasiado en eso, mientras no haga falta. Me parece que la semana que viene volveremos a la catedral. Sera Corpus Christi. Seguro que organizaran todo un espectaculo.
Cuando, a los doce anos, la enviaron al convento, fue un alivio para su padre y para ella. Al terminar el primer trimestre, su padre acudio a recogerla personalmente y Frances alcanzo a oir unas palabras de la madre superiora mientras los despedia en la puerta:
– Senor Peverell, al parecer la nina no ha recibido ninguna instruccion en su fe.
– En la fe de mi esposa. Si es asi, madre Bridget, le sugiero que la instruya usted.
Hicieron eso por ella con delicadeza y paciencia. Y no solo eso. Le proporcionaron un breve periodo de seguridad, la sensacion de ser apreciada, de que era posible amarla. La prepararon para Oxford, cosa que ella suponia que debia considerarse un beneficio adicional, pues la madre Bridget le habia recalcado con frecuencia que el proposito de una verdadera educacion catolica era preparar a las personas para la muerte. Eso tambien lo hicieron. De lo que Frances ya no estaba tan segura era de que la hubieran preparado para la vida. Desde luego, no la habian preparado para Gerard Etienne.
Entro de nuevo en la sala y cerro con firmeza el ventanal. El ruido del rio se volvio tenue, un susurro suave en el aire de la noche. Gabriel le habia dicho: «El unico poder que tiene es el que tu le das.» Tenia que encontrar