como fuera la voluntad y el coraje suficientes para destruir aquel poder de una vez para siempre.
10
Las cuatro primeras semanas de Mandy en Innocent House, que habian empezado con el mal auspicio de un suicidio y terminarian dramaticamente con un asesinato, le parecieron, volviendo la vista atras, uno de los meses mas felices de su vida laboral. Se adapto con rapidez a la rutina de la oficina; como siempre, y salvo contadas excepciones sus companeros le gustaban. La mantenian constantemente ocupada, lo cual le parecia muy bien, y el trabajo era mas variado e interesante que el que solia llevar a cabo en otras empresas.
Al final de la primera semana la senora Crealey le pregunto si estaba contenta. La respuesta de Mandy fue que habia trabajos peores y que no le importaba quedarse un poco mas, lo cual era lo mas lejos que llegaba nunca a la hora de expresar satisfaccion por un empleo. En Innocent House se la habia aceptado enseguida; la juventud y la vitalidad combinadas con una elevada eficiencia rara vez despiertan recelo durante mucho tiempo. La senorita Blackett, despues de una semana de mirarla fijamente con reprobatoria severidad, al parecer llego a la conclusion de que peores interinas habia conocido. Mandy, siempre presta a la hora de detectar lo mas conveniente para sus propios intereses, la trataba con una mezcla halagadora de deferencia y confianza: iba a buscar el cafe a la cocina, le pedia consejo aunque sin intencion de seguirlo y aceptaba algunas de las tareas rutinarias mas aburridas con animosa buena voluntad. Para sus adentros pensaba que la pobre era patetica, digna de lastima. Estaba claro que el senor Gerard, sin ir mas lejos, no podia verla ni en pintura, y era natural. La opinion particular de Mandy era que la senorita Blackett saltaria irremediablemente. De todos modos, estaban demasiado atareadas para perder el tiempo pensando en lo poco que tenian en comun y en lo mucho que cada una deploraba la ropa, el peinado y la actitud ante los superiores de la otra. Ademas, Mandy no estaba siempre en el despacho de la senorita Blackett. La senorita Claudia y el senor De Witt la llamaban con frecuencia para dictarle todo tipo de textos, y un martes que George estuvo de baja a causa de un violento trastorno estomacal, se hizo cargo de la recepcion y atendio la centralita sin equivocarse mas que en unas pocas conexiones.
El miercoles y el jueves de la segunda semana los paso en el departamento de publicidad, ayudando a organizar un par de giras de promocion y una sesion de firmas. Alli, Maggie FitzGerald, la secretaria de la senorita Etienne, le revelo alguna de las debilidades de los autores, esos seres imprevisibles y sensibles en demasia de los que, como Maggie reconocio con renuencia, dependia en ultimo termino la suerte de la Peverell Press. Estaban los que intimidaban, a los cuales era preferible dejar en manos de la senorita Claudia, y los apocados e inseguros, que necesitaban apoyo constante antes de poder pronunciar una palabra en una charla de la BBC o en quienes la perspectiva de un almuerzo literario producia una mezcla de terror inarticulado e indigestion. No menos dificiles de manejar eran los agresivos y confiados, que, de no contenerlos, se desharian del encargado de la promocion de sus obras y saltarian a cualquier libreria que hubiera a mano con la oferta de firmar ejemplares, reduciendo asi al caos un programa cuidadosamente establecido. Pero los peores, le confio Maggie, eran los engreidos, que solian ser los que vendian menos libros, pero exigian viajes en primera, hoteles de cinco estrellas, una limusina y un alto cargo de la editorial a su lado, y enviaban colericas cartas de protesta si sus sesiones de firma no atraian una cola que diera la vuelta a la manzana. Esos dos dias en publicidad, Mandy disfruto del entusiasmo juvenil de la plantilla, de las voces animadas que gritaban sobre la estridencia perpetua del telefono, los agentes ruidosamente recibidos que regresaban a la base para charlar e intercambiar noticias, la sensacion de urgencia y de crisis inminente, y regreso de mala gana a su silla en el despacho de la senorita Blackett.
Le entusiasmaban menos las llamadas para ir a tomar notas al despacho del senor Bartrum, el responsable de la contabilidad, que, como le dijo confidencialmente a la senora Crealey, era maduro y aburrido y la trataba como si fuese un cero a la izquierda. El departamento de contabilidad estaba en el numero 10 y, tras cada sesion con el senor Bartrum, Mandy hacia una escapada al piso de arriba para pasarse unos minutos de charla, flirteo e intercambio ritual de insultos con los tres empleados de la seccion de envios. Estos vivian en un mundo particular de suelos desnudos y mesas de caballetes, de cinta adhesiva y enormes ovillos de cordel, con un olor caracteristico y excitante a libros recien salidos de la imprenta. Le gustaban los tres: Dave, el del sombrero de monte, que a pesar de su escasa estatura tenia unos biceps como balones de futbol y podia levantar pesos extraordinarios; Ken, que era alto, lugubre y callado, y Cari, el encargado del almacen, que estaba en la empresa desde que era un muchacho. «Este no les va a funcionar», decia a veces, dandole una palmada a una caja de carton.
– No se equivoca nunca -le aseguro Dave en tono de admiracion-. Es capaz de distinguir un
Su buena disposicion para preparar el te y el cafe a las dos secretarias personales y los socios le daba ocasion de charlar dos veces al dia con la encargada de la limpieza, la senora Demery. Los dominios de la senora Demery tenian su centro en la gran cocina y la salita adyacente de la planta baja, al fondo de la casa. La cocina estaba provista de una mesa rectangular de pino, lo bastante grande para diez personas, un fogon de gas, otro electrico y un horno de microondas, un fregadero doble, un frigorifico enorme y una pared cubierta de pequenas alacenas. Alli, de doce a dos del mediodia, en una atmosfera cargada de discordantes olores de cocina, toda la plantilla salvo los altos cargos comia sus sandwiches, calentaba al horno sus raciones de pasta al curry envueltas en papel de estano, hacia tortillas, hervia huevos, freia tocino para bocadillos y se preparaba te o cafe. Los cinco socios nunca comian con ellos. Frances Peverell y Gabriel Dauntsey se iban al edificio de al lado, a sus apartamentos separados del numero 12, mientras que los dos Etienne y James de Witt tomaban la lancha rio arriba para almorzar en la ciudad o iban andando al Prospect de Whitby o a alguno de los pubs de Wapping High Street. La cocina, sin su presencia inhibidora, era el centro del chismorreo. En ella se recibian las noticias, se comentaban interminablemente, se adornaban y se divulgaban. Mandy se sentaba en silencio ante su caja de sandwiches, sabiendo que, cuando ella estaba presente, los empleados de nivel medio en particular se mostraban desusadamente discretos. Fueran cuales fuesen sus opiniones sobre el nuevo presidente y el posible futuro de la empresa, la lealtad y el sentido de su posicion en la empresa les vedaban toda critica abierta en presencia de una interina. Pero cuando estaba a solas con la senora Demery, preparando el cafe de la manana o el te de la tarde, esta no tenia tales inhibiciones.
– Creiamos que el senor Gerard y la senorita Frances iban a casarse. Ella tambien lo creia, la pobre. Y luego estan la senorita Claudia y su gigolo.
– ?La senorita Claudia con un gigolo! Venga ya, senora Demery.
– Bueno, quiza no sea exactamente un gigolo, aunque es bastante joven. En cualquier caso, mas que ella. Lo vi cuando vino a la fiesta de compromiso del senor Gerard. Es guapo, eso hay que reconocerlo. La senorita Claudia siempre ha tenido buen ojo para los chicos guapos. Se dedica a las antiguedades, ?sabes? Se supone que son novios, pero ella no lleva anillo, si te fijas.
– Pero la senorita Claudia ya es bastante vieja, ?no? Y la gente como ella no le da tanta importancia a los anillos.
– Pues esa lady Lucinda bien que lleva uno, ?no? Una esmeralda asi de grande engastada entre diamantes. Al senor Gerard tuvo que costarle un buen fajo. No se por que quiere casarse con la hermana de un conde. Y lo bastante joven para ser hija suya, ademas. Yo no lo veo decente.
– A lo mejor le hace ilusion una esposa con titulo nobiliario, senora Demery. Ya sabe: lady Lucinda Etienne. A lo mejor le gusta como suena.
– Eso ya no cuenta tanto como antes, Mandy, no de la manera en que se portan hoy en dia algunas de esas antiguas familias. No son mejores que los demas. En mi juventud era distinto; entonces se les tenia un respeto. Y ese hermano suyo, conde o no conde, tampoco es que valga mucho la pena, si hemos de creer la mitad de lo que sale en los periodicos. -Y la senora Demery concluyo pronunciando la frase con que invariablemente daba por finalizada toda conversacion-: ?Ah, vivir para ver!
El primer lunes de Mandy en la empresa, un dia tan soleado que casi se podia creer que habia vuelto el verano, la joven vio con cierta envidia al primer grupo de empleados embarcar a las cinco y media en la lancha que debia llevarlos a Charing Cross. Siguiendo un impulso, le pregunto a Fred Bowling, el barquero, si podia hacer con el el viaje de ida y vuelta. El no puso objecion, de modo que salto a bordo. Durante el trayecto de ida permanecio sentado al timon en silencio, como Mandy se imagino que debia de hacer siempre; pero cuando el grupo desembarco y emprendieron el regreso a Innocent House a favor de la corriente, la joven empezo a hacerle