bastion oscuro contra el cielo de la noche; y de pronto, cuando Mandy alzo la vista, con la cabeza echada hacia atras, se volvio tan insustancial e inestable como un trozo de carton que remolineara sobre las nubes bajas velozmente impulsadas por el viento y tenidas de rosa por las luces de la ciudad. Los charcos de la cuneta se habian secado ya y, al llegar al extremo de Innocent Lane, la envolvio un viento frio que transportaba el penetrante olor del rio. Las unicas senales de vida eran unas ventanas iluminadas en el piso alto del numero 12. Por lo visto, la senorita Peverell ya estaba en casa. Mandy bajo de la moto al final de Innocent Lane, porque no queria molestarla con el ruido del motor ni verse retenida con preguntas y explicaciones. Avanzo con el sigilo de un ladron hacia el tenue rielar del rio, hasta el lugar donde habia aparcado la Yamaha durante el dia. Las lamparas del patio daban suficiente luz para asistirla en la busqueda, pero no hubo necesidad de busqueda: el monedero yacia exactamente donde ella esperaba encontrarlo. Mandy emitio una breve y casi inaudible exclamacion de alivio y se lo metio en lo mas hondo de un bolsillo de la cazadora provisto de cremallera.
Resultaba menos facil ver la esfera del reloj, de modo que se acerco al rio. En ambos extremos de la terraza, los dos grandes globos de luz sostenidos por delfines de bronce proyectaban charcos brillantes sobre la movediza superficie del agua, que temblaba como una gran capa de saten negro, sacudida, alisada y suavemente ondulada por una mano invisible. Mandy consulto su reloj: las ocho y veinte; era mas tarde de lo que suponia. De pronto se dio cuenta de que su entusiasmo por la actuacion habia menguado mucho. La oleada de alivio experimentada al encontrar el monedero habia infundido en ella cierta renuencia a emprender cualquier actividad que requiriese esfuerzo, y, en ese estado de letargia satisfecha, la perspectiva de la acogedora claustrofobia que le ofrecia su habitacion, de la cocina por una vez a su entera disposicion y del resto de la velada ante el televisor iba ganando en atractivo segundo a segundo. Tenia aquel video de De Niro,
Las dos plantas inferiores se hallaban tenuemente iluminadas por las luces del patio, y las esbeltas columnas de marmol relucian con suavidad contra las ventanas muertas, negras y cavernosas aberturas hacia un interior que ya conocia muy bien, pero que ahora se le antojaba misterioso e imponente. Que curioso, penso, que alli dentro todo estuviera igual que cuando se habia marchado: los dos ordenadores cubiertos con sus fundas, el pulcro escritorio de la senorita Blackett con su pila de bandejas portapapeles y la agenda colocada justo a la derecha, el archivador cerrado con llave, el tablon de anuncios a la derecha de la puerta. Todas esas cosas ordinarias permanecian alli aun cuando no hubiera nadie para verlas. Y no habia nadie, nadie en absoluto. Penso en el cuartito desnudo del ultimo piso, el cuarto en que habian muerto dos personas. La silla y la mesa debian de seguir en su lugar, pero no habria ninguna cama, ningun cadaver de mujer, ningun hombre semidesnudo aranando las tablas del suelo. De subito volvio a ver el cuerpo de Sonia Clements, pero mas real, mas pavoroso que cuando lo viera en carne y hueso. Y entonces recordo lo que le habia contado Ken, el del almacen, cuando fue a llevar un mensaje al numero 10 y se quedo charlando: que lady Sarah Peverell, la esposa del Peverell que construyera Innocent House, se habia arrojado desde el balcon mas alto y habia muerto aplastada contra el marmol.
– Aun se ve la mancha de sangre -le habia dicho Ken mientras trasladaba una caja de libros del estante al carro-. Eso si: procura que la senorita Frances no te pille buscandola; a la familia no le gusta que se hable de esa historia. Pero no pueden borrarla, aunque ya les gustaria, y no habra suerte en esta casa hasta que la borren. Y todavia ronda por aqui, esa lady Sarah. Preguntaselo a cualquier barquero del rio.
Ken, naturalmente, pretendia asustarla, pero eso habia ocurrido a finales de septiembre, un suave dia de sol, y Mandy habia disfrutado con el relato, que solo creyo a medias y le produjo un agradable escalofrio de autoinducido temor. Luego le pregunto a Fred Bowling si era cierto, y recordaba su respuesta:
– En este rio hay muchos fantasmas, pero ninguno que ronde por Innocent House.
Eso fue antes de que muriera el senor Gerard. Quizas ahora si rondaban.
Mientras pensaba en ello, el miedo empezo a hacerse real. Alzo la mirada hacia el balcon mas alto y se imagino el horror de esa caida, el agitar de brazos, el unico grito -por fuerza tenia que haber gritado-, el siniestro crujido del cuerpo al estrellarse contra el marmol. De pronto se oyo un chillido frenetico que la sobresalto, pero solo era una gaviota. El pajaro descendio en picado hacia ella, se poso por unos instantes en la barandilla y reanudo su aleteo rio abajo.
Mandy se dio cuenta de que estaba quedandose helada. Era un frio extrano, que rezumaba del marmol como si la terraza fuera de hielo, y el viento del rio que le soplaba en la cara era cada vez mas crudo. Estaba echandole una ultima mirada al rio, a la lancha que yacia vacia y silenciosa, cuando sus ojos divisaron algo blanco en lo alto de la barandilla, a la derecha de los escalones de piedra que bajaban hacia el Tamesis. Al principio le parecio que alguien habia atado un panuelo a la baranda. Se acerco con curiosidad y vio que era una hoja de papel clavada en una de las estrechas puas. Y habia algo mas, un destello de metal dorado al pie de la barandilla. Mandy se agacho y, un poco desorientada por el miedo autoinducido, tardo unos segundos en descubrir de que se trataba. Era la hebilla de una estrecha correa de cuero, la correa de un bolso marron. La correa, muy tirante, se sumergia bajo la rugosa superficie del agua, y bajo esa superficie habia algo apenas visible, algo grotesco e irreal, como la cabeza abombada de un insecto gigantesco con millones de patas peludas que la marea agitaba suavemente. Y de subito Mandy comprendio que estaba viendo la coronilla de una cabeza humana. Al final de la correa habia un cuerpo humano. Y mientras lo contemplaba horrorizada, la corriente desplazo el cuerpo y una mano blanca surgio lentamente del agua, la muneca lacia como el tallo de una flor marchita.
Durante unos segundos la incredulidad lucho contra la comprension, hasta que, medio desvanecida de espanto y horror, hinco las rodillas y se aferro a la baranda. Percibio el metal frio que le raspaba las manos y luego su presion contra la frente. Se quedo de rodillas, incapaz de moverse, mientras el terror le estrujaba el estomago y convertia sus extremidades en piedra. En esa fria nada, solo su corazon estaba vivo, un corazon convertido en una gran bola de hierro candente que le golpeaba las costillas como si pudiera hacerle atravesar la barandilla y empujarla al rio. No se atrevia a abrir los ojos; abrirlos era ver lo que aun no podia creer del todo: la doble correa de cuero tensada por el horror de mas abajo.
No habria sabido decir cuanto tiempo permanecio arrodillada alli antes de recobrar el sentido y la capacidad de movimiento, pero poco a poco fue percibiendo el intenso olor del rio en las fosas nasales, la frialdad del marmol en las rodillas, el paulatino apaciguamiento de su corazon. Las manos que sujetaban la barandilla estaban tan rigidas que necesito unos dolorosos segundos para desprender de ella los dedos. Se puso en pie y, repentinamente, recupero las fuerzas y la lucidez.
Cruzo el patio a la carrera, sin decir palabra, y empezo a aporrear la primera puerta, la de Dauntsey, y a llamar al timbre. Las ventanas estaban oscuras y no perdio tiempo esperando una respuesta que sabia no iba a llegar, sino que echo a correr a lo largo de la casa hasta llegar a la fachada de Innocent Walk y pulso el timbre de Frances Peverell, dejando el pulgar derecho sobre el boton mientras sacudia el llamador con la mano izquierda. La respuesta fue casi inmediata. No oyo el precipitado rumor de pasos en la escalera, pero la puerta se abrio de par en par y vio a James de Witt con Frances Peverell a su lado. Mandy balbucio algunas incoherencias, senalo hacia el rio y echo a correr de nuevo, consciente de que iban tras ella. Se detuvieron al borde de la terraza y miraron los tres hacia el agua. Mandy se sorprendio pensando: «No estoy loca. No ha sido un sueno. Todavia esta aqui.»
La senorita Peverell exclamo:
– ?Oh, no! ?Oh, por favor, Dios mio, no! -Y a continuacion se volvio, desfallecida.
James de Witt la cogio entre sus brazos, pero no antes de que Mandy la hubiera visto santiguarse.
– No pasa nada, carino, no pasa nada -trato el de consolarla.
La voz de Frances quedo medio sofocada por la chaqueta de James.
– Si pasa. ?Como no va a pasar? -Luego se desasio y, con una energia y una serenidad asombrosas, pregunto-: ?Quien es?
De Witt no volvio a mirar lo que habia en el rio, sino que desprendio con cuidado la hoja de papel de la barandilla y la examino.
– Esme Carling -respondio-. Esto parece una nota de suicidio.
Frances exclamo:
– ?Otra no! ?Otra vez, no! ?Que dice?
– No resulta facil leerla. -Se volvio y sostuvo el papel de manera que la luz del globo cayera sobre el. Casi no habia margenes, como si hubieran recortado la hoja a ras de las palabras, y el agudo floron de la barandilla habia perforado y rasgado el papel-. Parece escrito de su puno y letra. Va dirigido a todos nosotros.