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La puerta del numero 12 se abria a un estrecho zaguan rectangular. Mandy siguio a Frances Peverell y James de Witt por un empinado tramo de escalera enmoquetado en verde claro, que terminaba en un rellano, mas grande y mas cuadrado, con una puerta justo enfrente. Mandy se encontro en una sala de estar que ocupaba todo el ancho de la fachada. Las dos ventanas altas que daban al balcon tenian las cortinas corridas para proteger la estancia de la noche y el frio. En una cesta, junto al hogar, habia una pila de carbon. El senor De Witt aparto la rejilla de laton y acomodo a Mandy en una de las sillas de respaldo alto. De pronto, empezaron a mostrarse tan solicitos con ella como si fuera una invitada, quiza, penso Mandy, porque preocuparse por ella al menos les mantenia ocupados.

La senorita Peverell se detuvo junto a ella y le dijo:

– Lo siento muchisimo, Mandy: dos suicidas, y las has encontrado tu a las dos. Primero la senorita Clements y ahora ella. ?Que podemos ofrecerte? ?Cafe? ?Brandy? Tambien hay vino tinto. Pero, no debes de haber cenado, ?verdad? ?Tienes hambre?

– Bastante, si.

De pronto se dio cuenta de que, en realidad, estaba famelica. El olor caliente y aromatico que inundaba todo el piso resultaba casi intolerable. La senorita Peverell miro a De Witt y comento:

– Ibamos a cenar pato a la naranja. ?Tu que dices, James?

– Yo no tengo apetito, pero seguro que Mandy si.

Mandy penso: «Debe de tener lo justo para dos. Seguramente comprado en Marks & Spencer. ?Estupendo para los que pueden permitirselo!» La senorita Peverell habia organizado una agradable cena intima. Y era evidente que lo habia hecho con mucho esmero. En el otro extremo de la sala habia una mesa puesta con mantel blanco, tres copas relucientes para cada comensal y un par de candelabros de plata con las velas aun por encender. Al acercarse, Mandy vio que la ensalada ya estaba servida en pequenos boles de madera: delicadas hojas en diversas tonalidades de verde y rojo, frutos secos tostados y pedacitos de queso. Habia una botella de vino tinto abierta y una de blanco en un enfriador. La ensalada no le apetecia; lo que anhelaba con vehemencia era comida caliente y sabrosa.

Se notaba, ademas, que la senorita Peverell no solo se habia esmerado en la preparacion de la cena: el conjunto estampado en azul y verde, de falda plisada y blusa suelta con un lazo al costado, era de seda autentica y realzaba su color natural. Demasiado serio para ella, por supuesto, demasiado convencional y un poco soso. Y la falda era demasiado larga; no favorecia en nada su figura, que podria ser espectacular si la senorita Peverell supiera vestir mejor. Las perlas que centelleaban sobre la seda seguramente eran autenticas. Mandy deseo que el senor De Witt supiera apreciar todos esos esfuerzos. La senora Demery le habia dicho que estaba enamorado de la senorita Peverell desde hacia anos y que, ahora que el senor Gerard ya no se interponia, parecia que el asunto empezaba a encarrilarse.

El pato venia acompanado de guisantes y patatitas nuevas. Mandy, barrida totalmente su inseguridad por una oleada de hambre, se abalanzo vorazmente sobre el. Los dos se sentaron con ella a la mesa. Ninguno comio, pero ambos se sirvieron una copa de tinto. La atendian con ansia solicita, como si de algun modo se sintieran responsables de lo ocurrido y trataran de repararlo. La senorita Peverell insistio en servirle una segunda racion de verduras, y el senor De Witt le lleno la copa. De vez en cuando se retiraban los dos a la habitacion que Mandy supuso debia de ser la cocina y que daba a Innocent Passage; desde el comedor se oia el murmullo apagado de sus voces, y Mandy comprendio que estaban diciendo cosas que no querian decir en su presencia, mientras observaban y prestaban oido a la inminente llegada de la policia.

Su ausencia momentanea le dio ocasion de examinar mas detenidamente la sala mientras comia. Su elegante sencillez era demasiado sobria, demasiado convencional para el gusto de Mandy, mas excentrico e iconoclasta, pero tuvo que reconocer que no estaba mal si uno tenia suficiente dinero para pagarsela. La combinacion de colores tambien era bastante convencional: un verde azulado suave con toques de rojo rosado. Las cortinas de saten drapeado colgaban de barras sencillas, y a cada lado de la chimenea habia una estanteria llena de libros, cuyos lomos relucian a la luz de las llamas. En cada uno de los estantes superiores habia lo que parecia ser la cabeza en marmol de una muchacha con una corona de flores y un velo que le cubria la cara; seguramente pretendian ser novias, pero los velos, maravillosamente delicados y realistas, mas bien parecian sudarios. Mandy, con la boca llena de pato, penso que aquello resultaba morboso. El cuadro que colgaba sobre la repisa de la chimenea representaba a una madre del siglo xviii abrazada a sus dos hijas y estaba claro que era un original, al igual que una curiosa pintura de una mujer acostada en la cama, en una habitacion, que a Mandy le recordo su visita escolar a Venecia. Los dos sillones de orejeras, colocados uno a cada lado del fuego, estaban tapizados en lino liso de un rosa descolorido, pero solo uno de ellos, con el respaldo y el asiento cubiertos de arrugas, parecia utilizarse a menudo. Asi que ahi era donde se sentaba la senorita Peverell, penso Mandy, mirando el sillon desocupado y, mas alla, el rio. Supuso que la imagen colgada en la pared de la derecha era un icono, pero no pudo comprender por que nadie habia de querer una Virgen Maria tan vieja y renegrida ni un Nino con cara de adulto que, a juzgar por su aspecto, no habia comido caliente en varias semanas.

Mandy no envidiaba la habitacion ni nada de lo que contenia, y penso con satisfaccion en la espaciosa buhardilla de techo bajo que ocupaba en la casa alquilada de Stratford East: la pared que quedaba frente a la cama, con sus sombreros colgados en un tablero provisto de perchas, en una impetuosa floracion de cintas, flores y fieltro de color; la unica cama, apenas lo bastante ancha para dos personas si de vez en cuando algun amigo se quedaba a pasar la noche, cubierta con su manta de rayas; la mesa de dibujo donde hacia sus disenos; los enormes cojines esparcidos por el suelo; el equipo de musica y el televisor; el hondo armario que contenia su ropa. Solo existia otra habitacion en la que le hubiera gustado mas estar.

De pronto se quedo quieta, con el tenedor en el aire, y escucho con atencion: sin duda lo que se oia era un crujido de neumaticos sobre los adoquines. A los pocos segundos, James y Frances salieron de la cocina.

– Ha llegado la policia -le anuncio James de Witt-. Dos coches. No hemos podido ver cuantas personas han venido. -Se volvio hacia Frances Peverell y por primera vez hablo en tono de incertidumbre, necesitado de apoyo-. No se si deberia bajar.

– Oh, creo que no. No querran que haya demasiada gente. Gabriel y Sydney pueden explicarselo todo. Ademas, supongo que cuando terminen subiran aqui. Querran hablar con Mandy. Es la testigo mas importante; despues de todo, fue quien la encontro. -Se sento de nuevo a la mesa y hablo con suavidad-. Me imagino que estaras deseando irte a casa, Mandy. El senor De Witt o yo misma te acompanaremos mas tarde, pero creo que debes quedarte hasta que venga la policia.

A Mandy en ningun momento se le habia ocurrido hacer otra cosa. Respondio:

– No hay ningun problema. Creeran que soy gafe, ?no? Alli a donde voy, encuentro un suicidio.

Lo dijo solo medio en serio, pero, para su sorpresa, la senorita Peverell le replico casi gritando.

– ?No digas eso, Mandy! ?No has de pensarlo siquiera! ?Es una supersticion! Nadie va a creer que eres gafe. Escucha, Mandy, no me gusta la idea de que te quedes sola esta noche. ?No preferirias llamar a tus padres…? A tu madre… ?No seria mejor que esta noche fueras a su casa? Podria venir ella a recogerte.

«Como si fuera un maldito paquete», penso Mandy.

– No se donde esta -dijo. Y se sintio tentada de anadir: «Tal vez en el Red Cow, en Hayling Island.»

Pero las palabras de la senorita Peverell y la amabilidad que la habia movido a pronunciarlas despertaron en ella una necesidad hasta entonces inconsciente de consuelo femenino, del ambiente acogedor y familiar de la habitacion de Whitechapel Road. Sintio deseos de aspirar aquella calida y cargada atmosfera en la que el olor a bebida se mezclaba con el del perfume de la senora Crealey, de acurrucarse ante la estufa de gas en aquel sillon que la envolvia como un utero, de oir el tranquilizador rumor del trafico de Whitechapel Road. No se encontraba comoda en ese apartamento elegante, y aquellas personas, con toda su amabilidad, no eran de los suyos. Queria estar con la senora Crealey.

– Podria telefonear a la agencia -apunto-. A lo mejor aun encuentro a la senora Crealey.

Frances Peverell parecio sorprenderse, pero condujo a Mandy a su dormitorio, en el piso de arriba.

– Aqui podras hablar con mas intimidad, y hay un cuarto de bano al lado por si lo necesitas -dijo.

El telefono estaba en la mesilla de noche y sobre el colgaba un crucifijo. Mandy ya habia visto crucifijos antes, por lo general en el exterior de las iglesias, pero este era distinto. El Cristo, casi lampino, era muy joven, y su cabeza, en lugar de caer sobre el pecho, estaba echada hacia atras con la boca muy abierta, como si pidiera a

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