Karen habia dicho:
– Podrias conseguir recomendaciones del ayuntamiento, desde luego, pero lo mejor sera que demuestres que eres un manitas. No buscan un oficinista. He traido mi Polaroid. Tomare fotos de los armarios, las estanterias y los apliques para que se las ensenes. Recuerda que debes venderte bien.
Pero a Eric no le hizo falta venderse. Respondio a las preguntas de los sacerdotes y les mostro las fotografias con un conmovedor nerviosismo que demostro lo mucho que deseaba el trabajo. Luego lo llevaron a ver la casa. Era mas grande de lo que el habia imaginado o deseado, y estaba a unos ochenta metros de la parte trasera del seminario, con una amplia vista al descampado y a un pequeno y descuidado jardin. Eric no menciono los cerdos hasta que llevaba un mes trabajando alli y, cuando lo hizo, nadie puso objeciones. El padre Martin, ligeramente incomodo, se limito a preguntar:
– No escaparan, ?verdad, Eric? -Como si se tratase de ovejeros alemanes.
– No, padre. Construire una pocilga para mantenerlos aislados. Naturalmente, les ensenare los planos antes de comprar la madera.
– ?Y el olor? -quiso saber el padre Sebastian-. Dicen que los cerdos no huelen, pero yo siempre percibo su olor. Es posible que tenga un olfato mas desarrollado que la mayoria de la gente.
– No oleran mal, padre. Los cerdos son unos animales muy limpios.
Asi pues, Eric consiguio su casa, su jardin y sus cerdos. Ademas veia a Karen cada tres semanas. No alcanzaba a imaginar una vida mas satisfactoria.
En Saint Anselm encontro la paz que habia buscado durante toda su vida. No entendia por que siempre habia anhelado tanto la ausencia de ruido, de conflictos, de tensiones creadas por personalidades antagonicas. Su padre nunca lo habia maltratado. De hecho, habia pasado poco tiempo en casa, y las desavenencias conyugales de sus padres se habian manifestado con grunidos y quejas entre dientes mas que con gritos o arrebatos de ira. La reserva habia formado parte de la personalidad de Eric desde la mas tierna infancia. Incluso durante su etapa en el ayuntamiento -desempenando un trabajo que dificilmente cabria calificar de estimulante- se habia esforzado por mantenerse al margen de las pequenas rencillas o disputas que algunos trabajadores se empenaban en provocar. Antes de conocer y amar a Karen, ninguna compania se le habia antojado mas deseable que la suya propia.
Y ahora, con su paz, su refugio, su jardin, sus cerdos, un trabajo que le gustaba y que los demas valoraban y las visitas periodicas de Karen, disfrutaba de una vida que superaba todas sus expectativas y lo satisfacia plenamente. Sin embargo, el nombramiento del archidiacono Crampton como miembro del consejo de administracion habia cambiado las cosas. El miedo a lo que Karen pudiese pedirle representaba solo una preocupacion adicional para Eric, que padecia una sobrecogedora ansiedad desde la llegada del archidiacono.
– Es posible que el archidiacono vaya a verte el domingo o el lunes, Eric -le habia avisado el padre Sebastian durante la primera visita de Crampton-. El obispo lo ha nombrado miembro del consejo de administracion, y supongo que querra hacerte algunas preguntas.
Algo en el tono del padre Sebastian habia puesto en guardia a Eric.
– ?Sobre mi trabajo aqui, padre?
– Sobre los terminos de tu contrato o sobre lo que se le ocurra. Tal vez quiera echar un vistazo a la casa.
Asi fue. Se habia presentado poco despues de las nueve de la manana del lunes. Karen, contrariamente a sus costumbres, habia pasado la noche del domingo alli y se habia marchado a toda prisa a las siete y media, una hora bastante tardia habida cuenta de que tenia una cita en Londres a las diez y los lunes por la manana la autopista A12 estaba muy congestionada, sobre todo en la entrada a la ciudad. En su precipitacion -mas que habitual en ella-, habia olvidado un sujetador y unas bragas en el tendedero de la casa. Fue lo primero que vio el archidiacono al acercarse por el camino.
– No sabia que tuviese visitas -comento Crampton sin presentarse siquiera.
Eric retiro las ofensivas prendas de la cuerda y se las metio en el bolsillo, percatandose en el acto de que su actitud avergonzada y furtiva era un error.
– Mi hermana ha pasado el fin de semana aqui, padre.
– Yo no soy su padre. No empleo ese tratamiento. Llameme archidiacono.
– Si, archidiacono.
Era un hombre muy alto -debia de superar el metro noventa-, con rostro anguloso, ojos brillantes y vivarachos, cejas pobladas, bigote y barba.
Caminaron en silencio hacia la pocilga. «Al menos no podra quejarse del estado del jardin», penso Eric.
Los cerdos les recibieron con grunidos mas altos que de costumbre.
– No sabia que criaba cerdos -dijo el archidiacono-. ?Provee de carne al colegio?
– A veces, archidiacono; aunque no suelen comer mucho cerdo. Compran la carne en una carniceria de Lowestoft. A mi me gusta criar cerdos. Le pedi permiso al padre Sebastian y me lo dio.
– ?Cuanto tiempo le ocupan?
– No mucho, pa… No mucho, archidiacono.
– Son muy escandalosos, pero al menos no huelen mal.
Esa observacion quedo sin respuesta. El archidiacono se volvio hacia la casa y Eric lo siguio. Una vez en el salon, este senalo en silencio una de las cuatro sillas con asiento de paja que rodeaban la mesa cuadrangular. El archidiacono no se dio por enterado de la invitacion.
Permanecio de pie, de espaldas a la chimenea, observando la estancia: los dos sillones -una mecedora y una butaca Windsor con almohadones de
– Supongo que lo que uso para fijar esos carteles no estropea las paredes, ?verdad?
– En absoluto. Esta hecho especialmente con ese fin. Es una pasta moldeable parecida al chicle.
Entonces el archidiacono aparto una silla con brusquedad y se sento, indicando a Eric que hiciera lo mismo. Si bien las preguntas que formulo a continuacion no fueron agresivas, Eric se sintio como un sospechoso acusado de un delito indeterminado.
– ?Cuanto tiempo lleva trabajando aqui? Cuatro anos, ?no es asi?
– Si, archidiacono.
– ?Y cuales son exactamente sus funciones?
Sus funciones nunca habian estado definidas con exactitud.
– Soy una especie de encargado de mantenimiento -respondio Eric-. Reparo toda clase de averias, siempre que no sean electricas, y me ocupo de la limpieza del exterior. Eso quiere decir que friego los suelos de los claustros, barro el patio y limpio las ventanas. La senora Pilbeam limpia el interior con la ayuda de un par de asistentas de Reydon.
– No parece un trabajo muy pesado. Los jardines estan bien cuidados. ?Le gusta la jardineria?
– Si, mucho.
– Pero su huerto no es lo bastante grande para surtir de hortalizas al seminario.
– En efecto, no todas las verduras salen de aqui. Aun asi, como cultivo demasiadas para mi solo, llevo las que me sobran a la senora Pilbeam. Y a veces al resto del personal.
– ?Le pagan por ellas?
– No, archidiacono. Nadie paga nada.
– ?Y que sueldo recibe por estas sencillas tareas?
– Cobro el salario minimo, basado en cinco horas de trabajo diario.
No menciono el hecho de que ni el ni los sacerdotes se preocupaban mucho por las horas. A veces su trabajo llevaba menos tiempo, y a veces mas.
– Por otra parte, vive en esta casa sin pagar alquiler. Supongo que si pagara los gastos de calefaccion, luz e impuestos municipales.
– Pago los impuestos municipales.
– ?Y que hace los domingos?
– El domingo es mi dia libre.
– Me referia a la iglesia. ?Asiste a los oficios?
Asistia solo a las visperas, cuando podia sentarse en una de las ultimas filas para escuchar la musica y las