serenas voces de los padres Sebastian y Martin al pronunciar palabras poco familiares pero hermosas. Sin embargo, dudaba que el archidiacono se refiriese a eso.
– No suelo ir a la iglesia el domingo -respondio.
– Pero ?el padre Sebastian no le interrogo al respecto cuando usted solicito el empleo?
– No, archidiacono. Solo me pregunto si estaba capacitado para el trabajo.
– ?No le pregunto si era cristiano?
Por lo menos a eso podia responder.
– Soy cristiano, archidiacono. Me bautizaron cuando era un bebe. Tengo una estampita en alguna parte. -Miro alrededor, como si la estampa con los datos de su bautismo y la sentimental imagen de Cristo bendiciendo a unos ninos fuese a materializarse de repente.
Se hizo un silencio. Eric comprendio que su respuesta habia sido la esperada. Se pregunto si debia ofrecer cafe al archidiacono, pero las nueve y media de la manana era una hora demasiado temprana para eso. Tras una larga pausa, el archidiacono se levanto.
– Veo que vive comodamente aqui, y el padre Sebastian parece satisfecho con usted, pero nada es eterno - dijo-. Aunque Saint Anselm existe desde hace ciento cuarenta anos, la Iglesia, como el mundo, ha cambiado mucho en ese tiempo. Si se entera de otro empleo que le interese, sugiero que considere seriamente la posibilidad de solicitarlo.
– ?Quiere decir que Saint Anselm podria cerrar?
Sintio que el archidiacono se habia ido involuntariamente de la lengua.
– No he dicho eso. Usted no debe preocuparse por esos asuntos. Sencillamente, y por su propio bien, le recomiendo que no piense que su trabajo aqui durara para siempre.
Y se marcho. De pie en el quicio de la puerta, Eric lo observo mientras se dirigia a grandes zancadas hacia el seminario. Experimento una sensacion insolita. Tenia el estomago revuelto y un amargo sabor a bilis en la boca. El, que siempre habia tratado de evitar las emociones fuertes, sufria una sobrecogedora reaccion fisica por segunda vez en su vida. La primera se habia producido ante el descubrimiento de su amor por Karen. No obstante, este sentimiento era diferente: igual de intenso, pero mas turbador. De repente supo que, por vez primera, albergaba odio hacia otro ser humano.
12
Dalgliesh aguardo en el pasillo al padre Martin, que habia subido a su habitacion a buscar su capa negra. Cuando reaparecio, el comisario pregunto: «?Quiere que nos acerquemos en coche?» Aunque el habria preferido andar, sabia que la caminata por la playa resultaria agotadora para su acompanante, y no solo fisicamente.
El padre Martin acepto el ofrecimiento con evidente alivio. Ninguno de los dos hablo hasta que llegaron al punto donde el camino costero torcia hacia el oeste para enlazar con la carretera de Lowestoft. Dalgliesh aparco cuidadosamente en el arcen y se inclino para ayudar al padre Martin a desabrocharse el cinturon de seguridad. Le abrio la puerta y ambos echaron a andar hacia la playa.
Una vez que el camino hubo terminado, avanzaron por el estrecho sendero de arena y hierba pisoteada que se abria entre altos helechos y enmaranados matorrales. En ciertos puntos, los arbustos formaban un arco sobre el camino, y entonces los dos hombres caminaban por un sombrio tunel donde el ruido del mar era apenas un lejano y ritmico gemido. Los helechos mostraban ya sus primeros y fragiles ribetes de oro, y parecia que cada paso que daban sobre el esponjoso suelo liberaba los penetrantes y nostalgicos aromas del otono. Al salir de la penumbra vieron la laguna que se extendia ante ellos con su oscura, siniestra y lisa superficie, separada solo por unos cincuenta metros de pedruscos del turbulento brillo del mar. Dalgliesh tuvo la impresion de que el numero de tocones negros que rodeaban la laguna se habia reducido. Busco con la vista algun indicio del barco hundido, pero no vislumbro mas que una tabla negra, semejante a la aleta de un tiburon, que rompia la virgen planicie de arena.
Desde ahi, acceder al mar era tan sencillo que los seis escalones medio enterrados y la barandilla resultaban practicamente innecesarios. En lo alto de la escalera, construida en un pequeno hueco, estaba la caseta de roble sin pintar, rectangular y mas grande que el vestuario original. A su lado habia una pila de madera cubierta con una lona. Dalgliesh levanto un extremo de la tela y vio los maderos astillados con restos de pintura azul.
– Es lo que queda de la antigua caseta de bano -explico el padre Martin-. Estaba pintada como las de la playa de Southwold, pero al padre Sebastian le parecio que quedaba mal aqui sola. Estaba muy desvencijada y daba pena verla, de manera que la demolimos. El padre Sebastian decidio que un cobertizo de madera sin pintar seria mas apropiado. Esta playa es tan solitaria que casi no nos hace falta cuando venimos a nadar, pero supongo que es necesario contar con un sitio donde cambiarse. No queremos aumentar nuestra fama de excentricos. Tambien la usamos para guardar el pequeno bote de salvamento. Esta costa puede ser peligrosa.
Dalgliesh no llevaba el trozo de madera consigo, ni lo consideraba necesario. No le cabia duda de que procedia de la caseta. ?Ronald Treeves lo habria recogido de un modo casual, como suele hacerse con un palo que se encuentra en la playa, sin mas razon, quiza, que el deseo de arrojarlo al mar? ?Habria dado con el aqui, o mas adelante? ?Tendria la intencion de usarlo para derribar la cornisa de arena sobre su cabeza? ?O lo habria empunado una segunda persona? Sin embargo, Ronald Treeves era joven y presumiblemente fuerte. ?Como habian logrado hundirlo en la arena sin dejar senal alguna de lucha en su cuerpo?
La marea estaba bajando cuando se dirigieron hacia la lisa franja de arena humeda que discurria junto a las olas y pasaron por encima de dos espigones. Saltaba a la vista que eran nuevos y que los que Dalgliesh recordaba de sus estancias juveniles estaban en medio: habian quedado reducidos a unas estacas de cabeza cuadrangular muy enterradas y enlazadas con tablas podridas de madera. El padre Martin se levanto la capa para pasar por encima del verde y resbaladizo extremo de un espigon.
– La Union Europea compro estos espigones nuevos -senalo-. Forman parte de las defensas contra el mar. En algunos sitios han cambiado por completo el aspecto de la costa. Supongo que hay mas arena de la que recordabas.
Habian recorrido mas de doscientos metros cuando el padre Martin musito: «Este es el sitio» y continuo andando hacia el acantilado. Dalgliesh vio una cruz clavada en la arena, hecha con dos trozos de madera firmemente atados.
– Pusimos la cruz aqui el dia que encontramos a Ronald -explico el padre Martin-. Sigue en su sitio. Imagino que los paseantes no se habran atrevido a tocarla. De todas maneras, no creo que dure mucho. Cuando lleguen las tormentas de invierno, el mar subira hasta este punto.
Por encima de la cruz se alzaba el arenoso acantilado, de un intenso color terracota, como cavado con un pico en algunos tramos. En el borde, la hierba temblaba a merced de la suave brisa. Tanto a la derecha como a la izquierda habia zonas donde la pared del acantilado se habia desplazado, y dejado profundas grietas y huecos bajo los salientes. Era perfectamente posible, penso Dalgliesh, tenderse con la cabeza bajo dicho saliente y echarlo abajo con un palo, provocando un alud de media tonelada de arena. No obstante, seria un extraordinario acto de voluntad o desesperacion. Si Ronald Treeves deseaba suicidarse, podria haber optado por una accion mas misericordiosa, como nadar en el mar hasta que el frio y el agotamiento lo vencieran. Ninguno de los dos habia mencionado la palabra «suicidio» hasta ese momento, pero Dalgliesh penso que debia hacerlo.
– Esta muerte semeja mas un suicidio que el resultado de un accidente, padre. No obstante, si Ronald Treeves queria matarse, ?por que no se adentro en el mar?
– Ronald nunca habria actuado asi. Le daba miedo el mar; ni siquiera sabia nadar. Nunca se banaba con los demas, y no recuerdo haberlo visto pasear por la playa ni una sola vez. Es una de las razones por las que me sorprende que eligiera Saint Anselm en lugar de otro seminario. -Tras una pequena pausa, anadio-: Temia que senalaras el suicidio como una explicacion mas logica de su muerte que un accidente. Tal posibilidad nos resulta profundamente dolorosa. Si Ronald se suicido sin que cayeramos en la cuenta de que era tan infeliz como para realizar un acto asi, le fallamos de manera imperdonable. Me resisto a creer que viniera aqui con el proposito de cometer lo que para el habria sido un grave pecado.
– Se quito la capa y la sotana y las doblo con cuidado -observo Dalgliesh-. ?Por que iba a hacerlo si su unica intencion era subir al acantilado?
– No es impensable. Resultaria dificil trepar con esas prendas. Sin embargo, hay algo que llama la atencion