vida privada, tenia formas mas sutiles de expresar su desaprobacion hacia una actividad del todo ajena a el y que se desarrollaba en una institucion por la cual, como ateo confeso, sentia poco respeto. Sin embargo, estas escapadas apenas afectaban al trabajo de Emma en Cambridge.
A causa de la demora, Emma no consiguio eludir lo peor del trafico de la tarde del viernes, y los continuos atascos la llenaron de resentimiento hacia Giles por sus tacticas dilatorias y de irritacion hacia si misma por no haberse resistido a ellas. Al final del ultimo trimestre, habia notado que Giles estaba volviendose mas posesivo y le exigia mas tiempo y carino. Ahora, ante la perspectiva de conseguir una catedra en una universidad del norte, Giles empezaba a pensar en boda, tal vez porque creia que era la mejor manera de asegurarse de que ella lo acompanara. Emma sabia que el tenia una idea bastante clara de cuales eran los requisitos para ser una esposa apropiada. Por desgracia, ella parecia reunirlos todos. Decidio que durante los tres dias siguientes arrinconaria ese problema y todos los relacionados con su vida universitaria.
Habia llegado a un acuerdo con el seminario hacia tres anos. El padre Sebastian la habia reclutado de la forma habitual. Habia corrido la voz entre sus contactos de Cambridge: lo que el seminario necesitaba era un profesor, preferiblemente joven, que impartiese tres seminarios, al comienzo de cada trimestre, sobre «el legado poetico del anglicanismo»; una persona de renombre -o en vias de tenerlo- que supiese tratar a los jovenes seminaristas y capaz de amoldarse a los valores de Saint Anselm. El padre Sebastian no habia considerado necesario explicar cuales eran esos valores. El puesto, segun le habia contado el clerigo con posterioridad, se habia instituido por expreso deseo de la fundadora del seminario. Profundamente influida en esta cuestion, como en muchas otras, por sus amigos anglicanos de Oxford, la senorita Arbuthnot estimaba que era fundamental que los nuevos sacerdotes estuvieran informados de una herencia literaria que les pertenecia. Emma, que entonces contaba veintiocho anos y acababa de empezar su carrera como docente universitaria, habia recibido una invitacion del padre Sebastian para lo que este habia descrito como una charla informal sobre la posibilidad de que ella se incorporase a la comunidad durante nueve dias al ano. Cuando le ofrecieron el puesto, lo acepto con la unica condicion de que el programa no quedara restringido a la poesia de autores anglicanos ni a una epoca determinada. Le dijo al padre Sebastian que queria abarcar los poemas de Gerard Manley Hopkins y extender el periodo de estudio para incluir a poetas modernos, como T. S. Elliot. El padre Sebastian, que por lo visto estaba convencido de que ella era la persona idonea para el trabajo, le dio libertad para que se ocupase de esos detalles. Aparte de aparecer en el tercer seminario, donde su silenciosa presencia obro un efecto ligeramente intimidatorio, no habia demostrado mayor interes en el curso.
Esos tres dias en Saint Anselm, precedidos por el fin de semana, se habian convertido para Emma en una actividad importante, que siempre esperaba con ilusion y jamas la decepcionaba. Cambridge generaba tensiones y ansiedad. Ella habia accedido a un puesto de profesora universitaria muy pronto…, quiza demasiado pronto. Para ella suponia un problema conciliar la ensenanza, que le encantaba, con la exigencia de investigar, las responsabilidades administrativas y la atencion personal a los alumnos, que con creciente frecuencia acudian a ella en busca de consejo. Muchos eran los primeros de la familia en asistir a la universidad, y llegaban alli llenos de expectativas e inseguridad. Algunos, pese a haber sido buenos estudiantes en el instituto, se acobardaban ante las largas listas de libros por leer; otros sufrian nostalgia por el hogar paterno, se avergonzaban de reconocerlo y se sentian poco preparados para afrontar su nueva y aterradora vida universitaria.
A estas presiones, Emma debia sumar las exigencias de Giles y las complicaciones de su propia vida emocional. Era un alivio para ella formar parte temporalmente de la vida pacifica, alejada y maravillosamente ordenada de Saint Anselm, hablar de la poesia que amaba con jovenes que no estaban obligados a escribir un trabajo semanal, que de un modo inconsciente deseaban complacerla con opiniones aceptables y sobre quienes no se cernia la sombra de un examen. Le caian bien y, aunque procuraba desalentar las ocasionales actitudes romanticas o amorosas, sabia que ellos la apreciaban, estaban encantados de tener a una mujer en el seminario, aguardaban con ilusion su llegada y la tomaban por su aliada. Los alumnos, sin embargo, no eran los unicos que la recibian con carino. A pesar de su serena y formal acogida, el padre Sebastian no podia ocultar su satisfaccion por haber escogido, una vez mas, a la persona adecuada. Los demas sacerdotes le demostraban su alegria con mayor efusividad cada vez que regresaba al seminario.
Si las escapadas a Saint Anselm representaban un anhelado placer para Emma, las periodicas y obligadas visitas a casa de su padre la llenaban invariablemente de angustia. Despues de abandonar su puesto en Oxford, el hombre se habia trasladado a un piso senorial cercano a la estacion de Marylebone. Las paredes de ladrillo rojo le recordaban a Emma el color de la carne cruda, y los voluminosos muebles, el oscuro papel de las paredes y los visillos de las ventanas creaban una atmosfera pesimista que su padre no daba indicios de notar. Henry Lavenham se habia casado tarde, y un cancer de mama habia matado a su mujer poco despues del nacimiento de su segunda hija. Emma, que en aquel entonces contaba tres anos, tenia la impresion de que su padre habia depositado en su hija menor todo el amor que habia profesado a su esposa, sin duda conmovido por la indefension del bebe huerfano. Emma sabia que siempre la habian querido menos que a la pequena. Aunque nunca habia albergado resentimiento hacia su hermana, habia compensado la falta de amor con trabajo y exito. Dos palabras habian marcado su adolescencia: brillante y hermosa. Ambas habian supuesto una carga: la primera, la expectativa del exito, que le habia llegado con demasiada facilidad como para sentirse orgullosa de el; la segunda, un enigma, en ocasiones casi un tormento. No habia sido hermosa hasta llegar a la adolescencia, cuando empezo a mirarse al espejo tratando de definir y evaluar esa posesion sobrestimada en extremo, consciente ya de que, mientras que el atractivo fisico y el encanto eran bendiciones, la verdadera belleza constituia un don peligroso y menos apreciado.
Hasta que su hermana Marianne habia cumplido los once anos, las habia criado una hermana del padre, una mujer sensata, poco expresiva y consciente de sus obligaciones pese a carecer del mas elemental instinto maternal. Ella les proporciono unos cuidados edificantes y desprovistos de sentimentalismo, pero regreso a su mundo de perros, bridge y viajes al extranjero en cuanto juzgo que Marianne tenia edad suficiente para quedarse sola. Las ninas la habian despedido sin pesar.
Sin embargo, Marianne tambien habia muerto -atropellada por un conductor ebrio el dia de su decimotercer cumpleanos-, y Emma y su padre se quedaron solos. Cuando iba a verlo, el la trataba con una cortesia forzada, casi dolorosa. Emma se preguntaba si la falta de comunicacion y muestras de carino entre ellos -que no cabia calificar de distanciamiento, porque ?acaso habian estado cerca alguna vez?- se debia a que su padre, que se habia convertido en un anciano depresivo de mas de setenta anos, consideraba degradante y vergonzoso exigirle un afecto que jamas habia dado muestras de necesitar.
Ahora, por fin, se acercaba al final del trayecto. La estrecha carretera que conducia al mar era muy poco transitada, salvo en los fines de semana de verano, y en ese momento era la unica conductora. El camino se extendia ante ella, palido, sombrio y ligeramente siniestro a la luz mortecina del atardecer. Como siempre que viajaba a Saint Anselm, la asalto la sensacion de que avanzaba hacia una costa que se desmoronaba, indomita, misteriosa y aislada en el tiempo y el espacio.
Cuando torcio hacia el norte por el camino que llevaba al seminario, y las altas chimeneas y el campanario aparecieron con su amenazadora negrura recortada contra el oscuro cielo, avisto una figura baja que caminaba con dificultad unos cincuenta metros mas adelante y reconocio al padre John Betterton.
Emma freno y bajo la ventanilla.
– ?Lo llevo, padre? -pregunto.
El sacerdote parpadeo, como si no la reconociese. Luego esbozo su sonrisa caracteristica, dulce e infantil.
– Ah, Emma. Gracias, gracias. Me harias un gran favor. Sali a dar un paseo por la laguna y he andando mas de lo previsto.
Llevaba un grueso abrigo de
– ?Ha tenido suerte con los pajaros, padre?
– Solo he visto a los habituales en invierno.
Guardaron un cordial silencio. Durante un breve periodo, a Emma le habia costado sentirse comoda con el padre John. Eso habia ocurrido tres anos atras, despues de que Raphael le contara que el sacerdote habia estado en la carcel.
– Si no te enteras aqui -habia dicho-, es muy posible que te lo digan en Cambridge, y prefiero que lo oigas de mi boca. El padre John confeso que habia abusado de un par de ninos que cantaban en el coro. Ese es el termino que emplearon, pero yo dudo que se tratase de una agresion sexual. Lo sentenciaron a tres anos de prision.