victoriana cedian el paso a la simplicidad de la piedra. Los claustros, con sus esbeltas columnas, rodeaban tres lados del patio de adoquines. En las paredes revestidas con lajas de York habia una sucesion de identicas puertas de roble que conducian a las dos plantas destinadas a los dormitorios para estudiantes. Los cuatro apartamentos para visitantes daban a la fachada oeste del edificio principal y estaban separados del muro de la iglesia por una verja de hierro forjado, tras la que se divisaban varias hectareas de terreno cubierto de palidos matorrales y, mas alla, el verde mas intenso de los lejanos campos de remolacha. En el centro del patio, un vetusto castano de Indias comenzaba a mostrar su otonal decrepitud. Al pie del retorcido tronco, del que unos trozos de corteza se desprendian como postillas, habian brotado pequenos vastagos con hojas tan verdes y tiernas como los primeros retonos de la primavera. Mas arriba, las grandes ramas estaban cubiertas de amarillo y marron, y las hojas secas, retorcidas como dedos momificados, se veian agostadas y fragiles entre castanas de un luminoso tono caoba.
Dalgliesh creyo descubrir nuevos elementos en aquel escenario. Entre ellos, las sobrias pero elegantes macetas de barro alineadas a los pies de las columnas. Si bien debian de componer una bonita estampa en verano, los deformes tallos de los geranios, ahora lenosos, y las escasas flores supervivientes constituian un triste recordatorio de glorias pasadas. Habian plantado la fucsia que trepaba vigorosamente por la pared oeste de la casa cuando Dalgliesh era un nino. Aun tenia muchas flores, mas las hojas empezaban a perder su color y los dispersos monticulos de petalos caidos semejaban manchas de sangre.
– Entraremos por la puerta de la sacristia -indico el padre Martin, sacando un abultado llavero del bolsillo de la sotana-. Siempre tardo en encontrar la llave, aunque ya deberia conocerla, pero son tantas…, ademas, mucho me temo que jamas me acostumbre al sistema de seguridad. Tal como esta programado, tenemos un minuto entero para teclear los cuatro digitos, pero el pitido es tan debil que ya casi no lo oigo. Al padre Sebastian le molestan los sonidos estridentes, sobre todo en la iglesia. Si la alarma se dispara, arma un alboroto aterrador en el edificio principal.
– ?Quiere que lo haga yo, padre?
– No, gracias, Adam. Me las apanare. Nunca me ha costado recordar el numero, corresponde al ano en que la senorita Arbuthnot fundo el seminario: 1861.
A un ladron se le ocurriria facilmente, penso Dalgliesh.
La sacristia era mas grande de lo que recordaba y por lo visto hacia tambien las veces de guardarropa y cocina. A la izquierda de la puerta que comunicaba con la iglesia habia una hilera de colgadores. Otra pared estaba ocupada por armarios para las vestiduras liturgicas. Habia dos sillas de madera, una pequena pila con escurridero y, encima de un armario de formica, una cafetera y un hervidor electrico. Contra la pared habian apilado dos botes grandes de pintura blanca y uno mas pequeno de pintura negra, todo junto a un frasco de mermelada que contenia pinceles. A la izquierda de la puerta y debajo de una de las dos ventanas, habia un escritorio con cajones sobre cuya mesa reposaba una cruz de plata. Mas arriba, Dalgliesh vio una caja de seguridad empotrada. El padre Martin se percato de que la observaba.
– El padre Sebastian la mando instalar para guardar los calices y la patena del siglo xvii -explico-. Los dono la senorita Arbuthnot y son muy valiosos. Precisamente por eso antes los guardabamos en el banco, pero el padre Sebastian decidio que debiamos usarlos. Yo creo que tiene razon.
A un lado del escritorio, la pared estaba decorada con fotografias de color sepia, todas de los primeros tiempos del seminario. Dalgliesh, siempre interesado en las fotos antiguas, se acerco a examinarlas. Una de ellas debia de ser de la senorita Arbuthnot, penso. Estaba flanqueada por dos sacerdotes con sotana y birrete, ambos mas altos que ella. Tras un rapido pero escrupuloso escrutinio, resultaba obvio para Dalgliesh quien era la personalidad dominante. Lejos de dejarse amilanar por la severidad clerical de sus custodios, la senorita Arbuthnot estaba serena, con los dedos enlazados sobre los pliegues de la falda. Su ropa era sencilla, aunque cara; incluso en la foto era posible apreciar el brillo de la blusa con cuello alto y mangas abullonadas y la excelente calidad de la falda. No llevaba joyas, salvo un camafeo en el cuello y una cruz que pendia de una cadena. El cabello severamente recogido y en apariencia muy rubio, rodeaba un rostro en forma de corazon, y bajo las cejas rectas y mas oscuras los ojos se hallaban bastante separados entre si. Dalgliesh se pregunto si alguna vez la risa habria roto ese aire serio y mas bien amedrentador. En su opinion, era la foto de una mujer hermosa que no se recreaba en su belleza y habia buscado las gratificaciones del poder en otros ambitos.
La nostalgia lo invadio al percibir el olor a incienso y humo de las velas. Mientras se dirigian a la nave izquierda, el padre Martin dijo:
– Supongo que querras volver a ver
La obra se iluminaba con una lampara acoplada a una columna cercana. El padre Martin extendio el brazo, y la tenebrosa e indescifrable escena cobro vida. Se hallaban ante una grafica representacion del juicio final pintada sobre madera, un conjunto en forma de media luna de unos cuatro metros de diametro. Arriba estaba Cristo sentado en la Gloria, con sus manos heridas extendidas sobre el drama que se desarrollaba abajo. La figura central era san Miguel. Empunaba una pesada espada en la mano derecha y con la izquierda sostenia una balanza en la que pesaba las almas de los justos y los malvados. A la izquierda, un demonio de rabo escamoso y sonrisa lasciva, la personificacion del horror, aguardaba a sus presas. Los virtuosos alzaban sus palidas manos en actitud de oracion, mientras que los condenados formaban una retorcida masa de negros, barrigudos y boquiabiertos hermafroditas. Junto a estos, un grupo de diablillos menores con tridentes y cadenas arrojaban a sus victimas a las fauces de un pez descomunal con una dentadura que parecia una hilera de espadas. A la izquierda, el cielo estaba representado como un hotel con almenas, ante cuya puerta un angel portero daba la bienvenida a las almas desnudas. San Pedro, ataviado con una capa y una triple tiara, recibia a los bienaventurados mas importantes. Aunque todos iban desnudos, lucian aun los distintivos de su rango: un cardenal con bonete escarlata, un obispo con mitra, un rey y una reina con sendas coronas. Esta vision medieval del cielo no era muy democratica, penso Dalgliesh. En su opinion, todos los bienaventurados tenian un semblante de piadoso aburrimiento; a los condenados se les veia bastante mas vitales, mas desafiantes que arrepentidos, mientras los lanzaban con los pies por delante a la garganta del pez. Uno de ellos, mas corpulento que los demas, se resistia a su destino y parecia hacer un ademan de desprecio a san Miguel.
– Es un juicio final notable, quizas uno de los mejores del pais, pero no puedo evitar desear que lo pusieran en otro sitio -confeso el padre Martin-. Data aproximadamente del ano 1480. No se si has visto el de Wenhaston. Este se le parece tanto que es probable que lo haya pintado el mismo monje de Blythburgh. El de ellos estuvo a la intemperie durante muchos anos e hizo falta restaurarlo, mientras que el nuestro se conserva mejor. Tuvimos suerte. Lo descubrieron en la decada de los treinta en un granero de las cercanias de Wisset, donde lo usaban como tabique, de manera que seguramente ha estado a cubierto desde principios del siglo xix. -El padre Martin apago la luz y siguio hablando animadamente-: Teniamos una antiquisima estructura circular que se mantenia en pie…, seguro que has visto la de Bramfield… pero de eso hace mucho tiempo. Esta era una pila bautismal, pero, como puedes apreciar, queda poco del labrado original. Cuenta la leyenda que salio a la superficie del mar a finales del siglo xviii, durante una terrible tormenta. No sabemos si originariamente pertenecio a esta iglesia o a alguna de las que quedaron sumergidas. Aqui hay muchos siglos representados. Como ves, aun conservamos cuatro sitiales del xvii.
Pese a su antiguedad, estas piezas remitian a Dalgliesh a la sociedad victoriana. El senor y su familia se sentaban en la intimidad de esos sitiales, rodeados por las mamparas de madera, sin ser vistos por el resto de la congregacion ni desde el pulpito. Los imagino reunidos alli y se pregunto si llevarian consigo cojines, mantas, bocadillos, bebidas o incluso algun libro discretamente escondido para aliviar las horas de abstinencia y el tedio del sermon. De nino, solia especular sobre que haria el senor si sufria de incontinencia urinaria. ?Como conseguian el y el resto de la congregacion permanecer sentados durante las dos eucaristias del domingo, con sus largas homilias, o mientras se recitaba o cantaba la letania? ?Acaso era costumbre ocultar un orinal debajo del asiento de madera?
Ahora caminaban por la nave en direccion al altar. El padre Martin se acerco a una columna situada detras del pulpito y pulso un interruptor. La penumbra de la iglesia se intensifico mientras, con dramatica rapidez, el retablo se llenaba de vida y color. Las figuras de la Virgen y san Jose, paralizadas en silenciosa adoracion desde hacia mas de cinco siglos, parecieron desprenderse momentaneamente de la madera para flotar en el aire como una temblorosa vision. La Virgen estaba pintada sobre un barroco brocado en tonos dorados y marrones, un lujoso