Dalgliesh subia a su Jaguar, lo miro fijamente por unos instantes y luego, como movido por una subita resolucion, se acerco a el. Dalgliesh se encontro ante una cara prematuramente envejecida a causa del sufrimiento o la falta de sueno. Ofrecia un aspecto que habia visto demasiado a menudo para no reconocerlo.
– Usted debe de ser el comisario Adam Dalgliesh. Ted Williams me comunico que vendria. Soy el inspector Roger Yarwood. Estoy de baja por enfermedad y he venido a recoger parte de mis cosas. Solo queria decirle que nos veremos en Saint Anselm. Los padres me acogen de vez en cuando. El seminario sale mas barato que un hotel, y la compania es mas agradable que la del manicomio local, la alternativa logica. Ah, y la comida es mejor.
Las palabras salieron de un tiron, como si las hubiese ensayado, y en los negros ojos del hombre habia una expresion a un tiempo desafiante y avergonzada. A Dalgliesh no le agrado la noticia, pues alimentaba la absurda esperanza de ser el unico huesped.
– No se preocupe -agrego Yarwood, como intuyendo su reaccion-, no ire a su habitacion a tomar cerveza despues de las completas. Quiero alejarme de los chismorreos de la policia. Y sospecho que usted tambien.
Antes de que Dalgliesh pudiese hacer algo mas que estrecharle la mano, Yarwood saludo con una breve inclinacion de cabeza y se alejo con paso decidido hacia su vehiculo.
8
Dalgliesh habia avisado que llegaria al seminario despues de comer. Antes de salir de Lowestoft, compro en una charcuteria pan caliente, mantequilla, pate de campana y medio litro de vino. Como siempre que abandonaba la ciudad, iba provisto de un vaso y un termo con cafe.
Salio del pueblo por callejuelas laterales y luego tomo un camino lleno de rodadas y cubierto en parte de maleza, apenas lo bastante ancho para el Jaguar. Al ver un portalon abierto con una amplia vista a los campos otonales, se detuvo para comer, no sin antes apagar el telefono movil. Bajo del coche, se sento contra uno de los postes de la portalada y cerro los ojos para escuchar el silencio. Era uno de esos momentos que mas anhelaba en su ajetreada vida, en los que tenia la certeza de que nadie en el mundo sabia donde estaba ni podia localizarlo. Una brisa de aroma dulzon transporto hasta el los casi imperceptibles sonidos del campo: el lejano canto de un pajaro imposible de identificar, el susurro del viento entre las altas hierbas, el crujido de una rama por encima de su cabeza. Despues de comer, camino a paso vigoroso unos setecientos metros, regreso al coche y puso rumbo a la A12 y Ballard’s Mere.
Un poco antes de lo que esperaba aparecio el desvio; el mismo e imponente fresno -aunque ahora cubierto de hiedra y en franca decadencia- y, a su izquierda, dos casas bonitas con cuidados jardines. El estrecho camino, casi un sendero, estaba ligeramente hundido, y el crecido seto invernal que rodeaba el terraplen obstaculizaba la vista del cabo, de manera que solo donde los arbustos eran menos espesos se vislumbraban las altas chimeneas de ladrillo y la cupula sur del lejano Saint Anselm. No obstante, cuando llego al acantilado y torcio hacia el norte por la pedregosa carretera costera, Dalgliesh avisto el estrambotico edificio de ladrillo y piedra, tan colorido e irreal como un recortable de carton contra el intenso azul del cielo. El edificio parecia moverse hacia el, llevando inexorablemente consigo imagenes de la adolescencia y vagos recuerdos de cambiantes estados de animo: alegria y dolor, incertidumbre y luminosa esperanza. El edificio no parecia haber cambiado. Las dos ruinosas torres de estilo Tudor, por entre cuyas grietas asomaban malas hierbas, todavia montaban guardia en la entrada del patio delantero, y al pasar entre ellas Dalgliesh admiro de nuevo la casa, esta vez en todo su complejo y autoritario esplendor.
Durante su adolescencia habia imperado una actitud de desprecio hacia la arquitectura victoriana, y a la sazon el habia contemplado el edificio con el debido desden, aunque sintiendose ligeramente culpable por ello. El arquitecto, quiza presionado por el propietario original, habia incorporado todos los detalles al uso: chimeneas altas, miradores, una cupula central, una torre al sur, una fachada almenada y un enorme porche de piedra. No obstante, Dalgliesh penso que el resultado era menos discordante y monstruoso de lo que le habia parecido en su juventud, y que el arquitecto habia conseguido al menos un equilibrio y unas proporciones no del todo desagradables en su dramatica mezcla de romanticismo medieval, estilo neogotico y domesticidad victoriana.
Lo estaban esperando. Antes incluso de que cerrase la portezuela del coche, se abrio la puerta principal y una fragil figura vestida con sotana bajo con cuidado los tres peldanos de piedra.
Reconocio al padre Martin Petrie de inmediato, aunque le sorprendio que continuara en la casa siendo ya un octogenario. Sin embargo, no cabia la menor duda de que ese era el hombre a quien Dalgliesh habia admirado y… si, tambien amado, en su juventud. Paradojicamente, los anos se desvanecieron al tiempo que desvelaban sus inevitables estragos. Los huesos del rostro del anciano destacaban sobre el fino y descarnado cuello; el largo mechon de pelo que cruzaba la frente, antes de un intenso castano, era ahora blanco plateado y fino como el de un bebe; la boca, con su grueso labio inferior, habia perdido firmeza. Se estrecharon la mano. Para Dalgliesh fue como sujetar un monton de huesos dislocados envueltos en un fino guante de gamuza. A pesar de todo, el apreton del padre Martin todavia era fuerte. Los ojos, aunque hundidos, aun destilaban la inconfundible armonia de la autoridad espiritual. Al mirarlos, Dalgliesh capto algo mas que la alegria logica de quien recibe a un viejo amigo: lo que vio fue una mezcla de aprension y alivio. Se asombro otra vez, no sin remordimiento, de haber dejado transcurrir tantos anos. Habia regresado por casualidad, movido por un impulso; y en ese instante se pregunto que le aguardaba exactamente en Saint Anselm.
– Lamento tener que pedirte que dejes el coche en la parte de atras -dijo el padre Martin mientras lo acompanaba al interior del edificio-. Al padre Peregrine no le gusta ver automoviles en el patio delantero. Pero no hay prisa. Te instalaremos en tu antigua habitacion: Jeronimo.
Cruzaron el amplio vestibulo con diseno de damero y una gran escalera de roble que conducia a las habitaciones de la planta superior, rodeadas por una galeria. Al percibir el olor a incienso, cera de muebles, libros viejos y comida, Dalgliesh se sintio invadido por los recuerdos. En apariencia, nada habia cambiado, salvo la presencia de un cuartito adicional a la izquierda de la entrada. A traves de la puerta abierta, Dalgliesh atisbo un altar. Quiza fuese un oratorio, penso. Al pie de la escalera aun se erguia la Virgen esculpida en madera, iluminada por la misma lampara roja y con un bucaro lleno de flores en el pedestal. Cuando se detuvo a mirarla, el padre Martin aguardo pacientemente a su lado. Era una buena replica de
Mientras subian la escalera, el padre Martin dijo:
– Seguro que te ha extranado verme. Oficialmente ya estoy retirado, desde luego, pero me han pedido que colabore en las clases de teologia pastoral. El padre Sebastian Morell es el rector desde hace quince anos. Aunque supongo que tendras ganas de volver a ver tus lugares favoritos, el padre Sebastian nos esta esperando. Siempre oye la llegada de los coches. El despacho del rector ocupa el mismo sitio de antes.
El hombre que se levanto de la silla de su escritorio para recibirlos era muy distinto del dulce padre Martin. Media mas de metro ochenta y era mas joven de lo que Dalgliesh habia imaginado. El cabello castano claro, apenas matizado de plata y peinado hacia atras, dejaba al descubierto una frente fina y prominente. La boca de aspecto inflexible, la nariz ligeramente ganchuda y la larga barbilla conferian fuerza a una cara de un atractivo quiza demasiado convencional, aunque austero. El rasgo mas llamativo eran los ojos; Dalgliesh penso que su intenso color azul chocaba de manera desconcertante con la agudeza de la mirada que el rector le dirigio. Era un rostro propio de un hombre de accion: de un soldado, antes que de un academico. La impecable sotana de gabardina negra parecia una prenda incongruente en un hombre que exudaba semejante poder.
Hasta los muebles de la habitacion se le antojaron discordes. El escritorio, sobre el cual descansaban un ordenador y una impresora, era agresivamente moderno, pero encima de el colgaba un crucifijo tallado que bien podria ser medieval. En la pared de enfrente se apreciaba una coleccion de grabados recortados del