justo encima de la chimenea se veia un cuadro muy diferente. Era un oleo de Burne-Jones, un hermoso sueno romantico que rezumaba la celebre luz del pintor, una luz imposible de hallar en la tierra o en el mar. El cuadro mostraba a cuatro jovencitas reunidas alrededor de un manzano, luciendo guirnaldas y largos vestidos de muselina floreada en tonos rosados y pardos. Una estaba sentada, con un libro abierto en la mano y un gato acurrucado sobre el brazo derecho; otra sujetaba una lira y miraba a lo lejos con aire pensativo; las dos restantes estaban de pie: una con el brazo en alto, a punto de arrancar una manzana madura, mientras la otra extendia su delantal, con delicadas manos de largos dedos, para recibir la fruta. Dalgliesh observo que contra la pared derecha habia otro objeto de Burne-Jones: un aparador de dos cajones y altas patas rectas con ruedas decorado con dos tablas: una de una mujer que alimentaba a unos pajaros; la otra, de un nino rodeado de corderos. Dalgliesh se acordaba tanto del cuadro como del aparador, aunque en sus visitas anteriores estaban en el refectorio. El deslumbrante romanticismo de estas piezas contrastaba con la austeridad monacal del resto del despacho.
Una sonrisa cordial transformo el rostro del rector, pero fue tan breve que podria haber sido consecuencia de un espasmo muscular.
– ?Adam Dalgliesh? Le doy la bienvenida. El padre Martin me ha comentado que ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que estuvo aqui. Desearia que hubiese vuelto en circunstancias mas agradables.
– Yo tambien, padre -respondio Dalgliesh-. Espero no tener que molestarles durante mucho tiempo.
El padre Sebastian senalo los dos sillones situados a ambos lados de la chimenea, y el padre Martin acerco la silla del escritorio.
– Debo reconocer -dijo el padre Sebastian cuando los tres se hubieron sentado- que la llamada de su subdirector me sorprendio mucho. ?No le parece un desperdicio de recursos humanos enviar a un comisario de la Policia Metropolitana a investigar la accion del cuerpo provincial en un caso que, aunque tragico, no reviste una importancia especial y quedo oficialmente cerrado tras la correspondiente vista? -Hizo una pausa y anadio-: ?O incluso una medida irregular?
– No, padre, no es una medida irregular. Poco convencional, quiza. Sin embargo, puesto que yo tenia previsto venir a Suffolk, pensamos que ahorrariamos tiempo si pasaba por aqui, y que tal vez seria conveniente para el seminario que me ocupase en persona del caso.
– La mayor ventaja es que lo ha obligado a volver por aqui. Naturalmente, responderemos a todas sus preguntas. Sir Alred Treeves no ha tenido la amabilidad de ponerse en contacto con nosotros. No asistio a la vista, pues segun tengo entendido estaba en el extranjero, pero envio a un abogado como observador. Que yo recuerde, este no expreso insatisfaccion. Aunque apenas hemos tratado con el, sir Alred siempre se ha mostrado dificil. Nunca disimulo su malestar ante la eleccion profesional de su hijo…, que el, por supuesto, nunca calificaria de «vocacion». Nos cuesta entender sus motivos para solicitar que reabran el caso. No hay mas que tres posibilidades. El asesinato queda descartado: Ronald no tenia enemigos aqui, y nadie ha ganado nada con su muerte. ?Un suicidio? Es una explicacion triste pero probable, desde luego, aunque en su conducta no habia indicios de una infelicidad que justificase tamana decision. Solo queda la muerte accidental. Yo suponia que sir Alred habia acogido el dictamen con alivio.
– No obstante, hay que tener en cuenta el anonimo del que, si no me equivoco, el subdirector le ha hablado - dijo Dalgliesh-. Si sir Alred no lo hubiese recibido, yo no estaria aqui.
Lo saco de su billetera y se lo entrego. El padre Sebastian le echo un breve vistazo.
– Es evidente que fue escrito con un ordenador -observo-. Aqui tenemos algunos…, uno de ellos en mi despacho, como ve usted.
– ?Tiene idea de quien puede haberlo enviado?
Sin volver a mirar el papel, el padre Sebastian lo devolvio con un gesto de desden.
– No. Tenemos algunos enemigos. Quizas esa sea una palabra demasiado fuerte; seria mas preciso decir que hay personas que preferirian que este seminario no existiese. Su oposicion, empero, es ideologica, teologica o economica, relacionada con los recursos de la Iglesia. Me resisto a creer que alguno de ellos se haya rebajado hasta el punto de escribir esa calumnia. Y me sorprende que sir Alred la haya tomado en serio. Un hombre poderoso como el deberia estar acostumbrado a recibir anonimos. Por descontado, le ofreceremos toda la ayuda posible. Supongo que antes de nada querra inspeccionar el lugar donde murio Ronald. Por favor, disculpeme si lo envio solo con el padre Martin. Esta tarde he de ocuparme de una visita y otros asuntos urgentes. Las visperas se cantan a las cinco, por si desea asistir. Despues tomaremos un aperitivo aqui antes de cenar. Como recordara, no servimos vino en las comidas de los viernes, pero cuando tenemos compania nos parece razonable ofrecerles una copa de jerez antes de la cena. Este fin de semana tenemos cuatro visitantes aparte de usted: el archidiacono Crampton, uno de los miembros del consejo de administracion del seminario; la doctora Emma Lavenham, que viene de Cambridge todos los trimestres para iniciar a los alumnos en el legado literario del anglicanismo; el doctor Clive Stannard, que se documenta en nuestra biblioteca; y otro policia, el inspector Roger Yarwood, que en la actualidad esta de baja por enfermedad. Ninguno de ellos se hallaba presente cuando murio Ronald. Si quiere saber quienes estaban aqui entonces, el padre Martin le entregara una lista. ?Cenara usted con nosotros?
– Esta noche no, padre, aunque procurare regresar para las completas.
– Entonces lo vere en la iglesia. Espero que se sienta comodo en su habitacion.
El padre Sebastian se puso en pie, dando por concluida la entrevista.
9
Supongo que querras pasar por la iglesia camino de tu habitacion -sugirio el padre Martin.
Saltaba a la vista que contaba con la conformidad de Dalgliesh, incluso con su entusiasmo, y no se equivocaba. El comisario estaba deseando volver a ver la pequena iglesia.
– ?La Virgen de Van der Weyden sigue encima del altar? -pregunto.
– Si, desde luego. Ella y
– ?El Van der Weyden esta asegurado, padre?
– No, nunca lo ha estado. No podemos permitirnos pagar la prima y, como dice el padre Sebastian, el retablo es irremplazable. El dinero no serviria para comprar otro. Aun asi, somos precavidos. El aislamiento del edificio facilita las cosas, desde luego, y tenemos un moderno sistema de alarma. El tablero de control esta junto a la puerta que comunica el claustro norte con el presbiterio, y el dispositivo protege tambien la puerta sur. Creo que lo instalaron mucho despues de tu ultima visita. El obispo insistio en que tomasemos medidas de seguridad si queriamos conservar el retablo; y tenia razon, por supuesto.
– Creo recordar que cuando yo era adolescente la iglesia permanecia abierta todo el dia -senalo Dalgliesh.
– Si, pero eso fue antes de que los expertos confirmaran la autenticidad del retablo. A mi me entristece que haya que cerrarla, sobre todo habida cuenta de que nos encontramos en un seminario. Por eso mande construir un pequeno oratorio cuando aun era rector. No pudimos consagrar el cuarto en si, ya que forma parte de otro edificio, pero si consagramos el altar, de manera que los alumnos disponen de un lugar donde rezar o meditar despues de los oficios.
Para acceder a la puerta del claustro norte desde la parte posterior del edificio pasaron por el guardarropa. Era una habitacion dividida en dos por un largo banco y una barra con perchas, debajo de las cuales habia un receptaculo para los zapatos o las botas. La mayor parte de los ganchos estaba libre, pero de media docena de ellos colgaban capas marrones con capucha. Estas, al igual que las sotanas negras, seguramente habian sido adquiridas a instancias de la autoritaria fundadora del seminario, Agnes Arbuthnot. Si era asi, ella habria recordado la fuerza y la inclemencia de los vientos del este en aquella despejada costa. A la derecha del vestuario, la puerta entornada de la lavanderia permitia entrever cuatro lavadoras y una secadora, todas de gran tamano.
Dalgliesh y el padre Martin salieron de la penumbra de la casa al claustro, y el vago pero penetrante aroma a academicismo anglicano se desvanecio con el aire fresco del silencioso y soleado patio. Como en su adolescencia, a Dalgliesh le asalto la sensacion de retroceder en el tiempo. Aqui los barrocos ladrillos rojos de la epoca