– Si envia una solicitud, tiene derecho a estar presente en el momento en que las destruyan.
– Lo hare -afirmo mientras le apretaban los dedos contra la almohadilla-. No le quepa la menor duda de que lo hare.
Habian terminado por fin, y la ultima en dejar sus huellas, Emma Lavenham, se habia marchado.
– ?Que crees que piensa Dalgliesh de ella? -pregunto Kate con una despreocupacion tan forzada que ella misma reparo en la falta de naturalidad de su tono.
– Es un hombre heterosexual y un poeta. Piensa lo que pensaria cualquier heterosexual y poeta al conocer a una mujer hermosa. Lo que pienso yo, por ejemplo. Le gustaria llevarsela a la cama mas cercana.
– Vaya, ?es preciso que seas tan ordinario? ?Acaso los hombres solo pensais en el sexo cuando se trata de mujeres?
– ?Que puritana eres, Kate! Me has preguntado que pensaria el jefe, no lo que haria. El domina muy bien sus instintos; de hecho, ese es su problema. ?No ves que ella no pega con este sitio? ?Por que crees que la importo el padre Sebastian? ?Para que sus alumnos aprendan a resistirse a la tentacion? Se diria que un chico guapo seria una opcion mas acertada. Sin embargo, los cuatro con los que hemos tratado hasta el momento se me antojan un decepcionante grupo hetero.
– Tu lo notarias si no lo fuesen, desde luego.
– Y tu tambien. Hablando de belleza, ?que opinas de Raphael, el Adonis del seminario?
– El nombre es acertado, ?no? Me pregunto si tendria el mismo aspecto si le hubieran puesto Albert. Demasiado guapo, y lo sabe.
– ?Te pone cachonda?
– No, y tu tampoco. Es hora de hacer visitas. ?Por quien empezamos? ?Por el padre Sebastian?
– ?Por lo mas alto?
– ?Por que no? Despues, Dalgliesh quiere que yo este con el cuando interrogue a Arbuthnot.
– ?Quien llevara la voz cantante con el rector?
– Yo. Al menos para empezar.
– ?Crees que se mostrara mas comunicativo con una mujer? A lo mejor tienes razon, pero yo no contaria con ello. Esos tipos estan acostumbrados al confesionario. Por eso son buenos guardando secretos, incluidos los suyos.
11
El padre Sebastian habia dicho: «Naturalmente, querra ver a la senora Crampton antes de que se marche. Le enviare un mensaje cuando este preparada para recibirlo. Supongo que se le permitira entrar en la iglesia en caso de que quiera hacerlo.»
Dalgliesh respondio que si. Se pregunto si el padre Sebastian daba por sentado que el seria el encargado de acompanar a la senora Crampton si esta queria ver el lugar donde habia muerto su marido. El comisario albergaba otros planes, pero considero que no era el momento oportuno para discutir sobre eso; cabia la posibilidad de que la mujer no deseara entrar en la iglesia. Al margen de eso, era importante que hablase con ella.
Quien le aviso que estaba lista para recibirlo fue Stephen Morby, que se habia convertido en el mensajero particular del padre Sebastian. Dalgliesh habia advertido ya que a Morell no le gustaba usar el telefono.
Cuando entro en el despacho del rector, la senora Crampton se levanto de su silla y se dirigio hacia el con la mano tendida, mirandolo con fijeza. Era mas joven de lo que Dalgliesh habia imaginado, con el busto voluminoso, la cintura pequena y un agradable rostro sin maquillar. No llevaba sombrero, y su media melena castana, lacia y brillante, lucia un corte aparentemente caro; de no ser porque era una idea absurda, Dalgliesh habria creido que acababa de salir de la peluqueria. Llevaba puesto un traje de
La presentacion del padre Sebastian fue breve pero formal. Dalgliesh pronuncio las obligadas palabras de condolencia. Se las habia dicho a mas familiares de victimas de asesinato de las que alcanzaba a recordar y, para el, siempre sonaban falsas.
– La senora Crampton quiere ir a la iglesia y ha pedido que la acompane usted -anuncio el padre Sebastian-. Si me necesitan, me encontraran aqui.
Salieron por el claustro sur y cruzaron el patio adoquinado en direccion a la iglesia. Se habian llevado el cuerpo del archidiacono, pero los tecnicos seguian trabajando en el edificio y uno de ellos estaba despejando el claustro de hojas tras examinarlas meticulosamente una a una. Ya habia abierto un pequeno camino hasta la puerta de la sacristia.
En la iglesia hacia frio, y Dalgliesh noto que su acompanante tiritaba.
– ?Quiere que vaya a buscar su abrigo? -pregunto.
– No, gracias, comisario. Estoy bien.
La guio hasta
Al cabo de unos minutos, ella se le acerco.
– ?Quiere que nos sentemos durante unos minutos? Supongo que le interesara hacerme algunas preguntas.
– Podriamos hablar en el despacho del padre Sebastian o, si lo prefiere, en nuestro centro de operaciones, en San Mateo.
– Me sentire mas comoda aqui.
Los dos tecnicos se habian retirado discretamente a la sacristia. Guardaron silencio por unos instantes, hasta que ella pregunto:
– ?Como murio mi esposo, comisario? El padre Sebastian parecia reacio a decirmelo.
– Porque no se lo hemos contado, senora Crampton. -Lo cual, por supuesto, no significaba que no lo supiese. Dalgliesh se pregunto si a la mujer se le habria ocurrido esa posibilidad. Anadio-: Es importante para la investigacion que mantengamos los detalles en secreto, al menos por el momento.
– Lo entiendo. No dire nada.
– El archidiacono fue asesinado de un golpe en la cabeza -dijo con suavidad-. Debio de ser muy rapido. No creo que haya sufrido. Es probable que ni siquiera tuviese tiempo de experimentar sorpresa o miedo.
– Gracias, comisario.
Se sumio en un mutismo que resultaba curiosamente cordial, por lo que Dalgliesh no se apresuro en romperlo. A pesar de su dolor, que sobrellevaba con estoicismo, la senora Crampton irradiaba paz. El comisario se pregunto si habia sido esa cualidad la que habia atraido al archidiacono. El silencio se alargo. Al mirarla a la cara, Dalgliesh reparo en el brillo de una lagrima en su mejilla. La mujer se la enjugo con una mano.
– Mi marido no era bien recibido en este sitio, comisario -admitio con voz serena-, pero estoy segura de que no lo mato nadie de Saint Anselm. Me niego a creer que un miembro de una comunidad cristiana sea capaz de cometer semejante atrocidad.
– Me veo obligado a hacerle una pregunta, senora: ?su esposo tenia algun enemigo, una persona que pudiese desearle el mal?
– No. Era un hombre muy respetado en la parroquia. Cabria decir que lo querian, aunque el no hubiese empleado ese termino. Era un parroco bondadoso, compasivo, trabajador y muy exigente consigo mismo. No se si le habran contado que era viudo cuando nos casamos. Su primera esposa se suicido. Era una mujer hermosa pero desequilibrada, y el estuvo muy enamorado de ella. La tragedia le afecto mucho, y aun asi la supero. Estaba aprendiendo a ser feliz. Nos iba muy bien juntos. Resulta cruel que todos sus suenos acabaran de esta manera.
– Ha dicho que no era bien recibido en Saint Anselm -le recordo Dalgliesh-. ?Eso se debia a diferencias