por una alta ola.

– ?Los tienen! -exclamo Raphael-. Hay cuatro personas a bordo.

Se acercaban rapidamente, pero costaba creer que el bote permaneciera a flote en ese mar embravecido. Entonces sucedio lo peor. Dejaron de oir el motor y vieron que Pilbeam se inclinaba sobre el con expresion desesperada. La embarcacion se sacudia de lado a lado como el juguete de un nino. De repente, a unos veinte metros de la orilla, se elevo en el agua, se quedo unos segundos quieta, vertical, y finalmente volco.

Raphael, que habia atado un extremo de la soga a uno de los postes del espigon, enlazo el otro extremo alrededor de su cintura y se zambullo. Stephen Morby, Piers y Robbins lo siguieron. El padre Peregrine se quito la sotana y se lanzo contra las olas como si el turbulento mar fuese su elemento. Henry y Pilbeam, ayudados por Robbins, pugnaban por ganar la playa a nado. El padre Peregrine agarro a Dalgliesh, y Stephen y Piers apresaron a Gregory. Segundos despues la corriente los empujo contra el banco de guijarros, y el padre Martin y el rector corrieron para ayudar a arrastrarlos a la playa. A continuacion llegaron Pilbeam y Henry, que se quedaron tendidos, jadeando, mientras las olas reventaban contra sus cuerpos.

Dalgliesh era el unico que estaba inconsciente, y mientras corria hacia el Kate vio que se habia golpeado la cabeza contra el espigon y que la sangre mezclada con agua de mar le chorreaba sobre la desgarrada camisa. Presentaba una marca roja en la garganta, alli donde lo habian atenazado las manos de Gregory. Kate se quito la camisa y la uso para restanar la herida. Entonces oyo la voz de la senora Pilbeam.

– Dejemelo a mi, senorita. Aqui tengo vendas.

Pero fue Morby quien tomo el mando.

– Primero, que vomite el agua -indico. Le dio la vuelta y procedio a practicar la reanimacion.

A unos pasos de alli, Gregory, vestido unicamente con unos calzoncillos, estaba sentado con la cabeza entre las manos, esforzandose por recuperar el aliento mientras Robbins lo vigilaba de cerca.

– Cubrelo con una manta y dale una bebida caliente -le dijo Kate a Piers-. En cuanto este en condiciones de entenderte, leele sus derechos. Y ponle las esposas. No correremos riesgos. Ah, y ya puedes anadir homicidio frustrado a la lista de cargos.

Se volvio otra vez hacia Dalgliesh, quien dio una subita arcada, escupio agua y sangre y murmuro algo incomprensible. Solo entonces Kate cayo en la cuenta de que Emma Lavenham, blanca como un papel, estaba arrodillada junto a la cabeza del comisario. No hablo, pero al interceptar la mirada de Kate se retiro unos pasos, como si comprendiera que aquel no era su sitio.

No oian la sirena de la ambulancia ni sabian cuanto tardaria. Ahora Piers y Morby depositaron a Dalgliesh sobre una camilla y echaron a andar hacia los coches, seguidos por el padre Martin. Los que se habian sumergido estaban temblorosos, cubiertos por mantas y pasandose un termo; luego echaron a andar hacia la escalera. De pronto el cielo se desencapoto, y un tenue rayo de sol ilumino la playa. Al contemplar a los viriles jovenes secandose el pelo y corriendo para activar la circulacion, Kate penso en un grupo de banistas en verano dispuestos en cualquier momento a perseguirse por la arena.

Habian llegado a lo alto del acantilado y estaban cargando la camilla en la parte posterior del Land Rover. Kate cayo en la cuenta de que Emma Lavenham estaba a su lado.

– ?Se pondra bien? -pregunto esta.

– Oh, sobrevivira. Es un tipo duro. Las heridas en la cabeza sangran mucho, pero esta no parecia profunda. Dentro de un par de dias le daran el alta y volvera a Londres. Todos volveremos.

– Yo me voy a Cambridge esta noche -comento Emma-. ?Querra despedirme de el y desearle buena suerte de mi parte?

Sin esperar respuesta, giro sobre sus talones y se sumo al pequeno grupo de seminaristas. Robbins empujaba a Gregory, esposado y envuelto en mantas, hacia el Alfa Romeo. Piers se acerco a Kate y ambos miraron a Emma.

– Va a regresar a Cambridge esta noche -senalo Kate-. Bueno, ?por que no? Ese es su sitio.

– ?Y cual es el tuyo? -inquirio Piers.

Aunque en realidad la pregunta no exigia una respuesta, ella dijo:

– Contigo, con Robbins y con Dalgliesh. ?Que pensabas? Al fin y al cabo, este es mi trabajo.

Libro cuarto . Un final y un principio

1

Dalgliesh llego a Saint Anselm por ultima vez un dia perfecto de mediados de abril en que el cielo, el mar y la renaciente tierra se habian aliado para crear una armoniosa estampa de serena belleza. Iba con la capota bajada, y la brisa que acariciaba su rostro transportaba la esencia -dulcemente perfumada, nostalgica- de los abriles de su adolescencia y juventud. Aunque habia salido de casa con reparos, los habia arrojado en el ultimo barrio periferico del este y ahora su clima interior concordaba con la tranquilidad del dia.

El padre Martin le habia enviado una carta, una afectuosa invitacion para que visitara Saint Anselm ahora que lo habian cerrado oficialmente. Habia escrito: «Sera un placer tener la oportunidad de despedirnos de nuestros amigos antes de marcharnos, y esperamos que Emma tambien pueda estar con nosotros el tercer fin de semana de abril.» Habia querido que Dalgliesh se enterara de que ella estaria alli; ?habria avisado tambien a la joven? En tal caso, ?decidiria no asistir?

Y ahora por fin el familiar cruce, facil de pasar por alto sin el fresno cubierto de hiedra. Los jardines delanteros de las casitas identicas estaban salpicados de narcisos, cuyo fulgor contrastaba con el suave amarillo de las primulas arracimadas en el arcen cubierto de hierba. Los setos que flanqueaban el camino exhibian sus primeros y verdes vastagos, y el mar, que Dalgliesh vislumbro con emocion, se extendia hasta el purpureo horizonte en serenas franjas de una tremula tonalidad de azul. En lo alto, invisible y apenas audible, un caza trazo una deshilachada linea blanca sobre el despejado cielo, bajo cuyo resplandor la laguna adoptaba un tono azul lechoso y un aspecto nada amenazador. Dalgliesh imagino los brillantes peces que se deslizaban bajo la quieta superficie. La noche del asesinato del archidiacono, la tormenta habia destruido las ultimas tablas del barco hundido; ya ni siquiera sobresalia del agua la negra aleta de madera, y la arena se extendia completamente lisa entre el banco de guijarros y el mar. En una manana como esta, no habia lugar a lamentar siquiera esa prueba del poder del tiempo para borrarlo todo.

Antes de torcer hacia el norte por el camino costero, se acerco al borde del acantilado y apago el motor. Necesitaba releer una carta. La habia recibido una semana antes de que Gregory recibiera una sentencia de cadena perpetua por el asesinato del archidiacono Crampton. Estaba escrita con letra firme, clara y recta. No habia encabezamiento; el nombre de Dalgliesh solo aparecia en el sobre.

Le pido perdon por este papel de cartas, que, como imaginara, no he elegido yo. Supongo que ya le habran comunicado mi decision de declararme culpable. Podria alegar que lo hago para ahorrarles a esos necios pateticos -el padre Martin y el padre John- el suplicio de comparecer como testigos de la defensa, o porque me resisto a exponer a mi hijo y a Emma Lavenham al brutal ingenio de mi abogado defensor. Sin embargo, usted me conoce mejor. Mi objetivo consiste, por supuesto, en asegurarme de que Raphael no sufra durante toda su vida el estigma de las sospechas. He llegado a pensar que hay posibilidades reales de que me absuelvan. La brillantez de mi abogado es casi proporcional al monto de sus facturas, y desde un primer momento dejo claro que confiaba en que saliese impune, aunque tuvo la prudencia de no emplear esas palabras exactas. Al fin y al cabo, soy un hombre burgues y respetable.

Siempre confie en que me absolverian si el caso llegaba a los tribunales. No obstante, habia planeado asesinar a Crampton un dia en que Raphael no estuviera en el seminario. Como sabe, tome la precaucion de pasar por sus habitaciones para comprobar que se habia ido. ?Habria seguido adelante con el crimen si lo hubiese encontrado alli? La respuesta es no. Esa noche no, y quiza nunca. Habria sido dificil que las circunstancias necesarias para el exito volvieran a concurrir de esa manera providencial. Resulta interesante que Crampton

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