empujada por el viento cuando el joven habia salido para ver a Peter Buckhurst; el fiscal se guardaria mucho de insistir demasiado en esa prueba. La llamada a la senora Crampton, efectuada desde el telefono publico del seminario, era peligrosa para la defensa, pero cabia atribuir su autoria a otros ocho individuos, Raphael incluido. Tambien era posible senalar a la senorita Betterton como sospechosa. Habia tenido el movil y la oportunidad, pero ?tambien la fuerza necesaria para empunar un candelero como arma? Nadie lo sabria jamas: Agatha Betterton estaba muerta. Gregory no habia sido acusado de cometer su asesinato ni el de Margaret Munroe. En ninguno de los dos casos habian hallado pruebas suficientes para justificar un arresto.

Dalgliesh cubrio el trayecto en menos de tres horas y media. Ahora, al final del camino que conducia al seminario, contemplo el vasto y turbulento mar, salpicado de blanco en el horizonte. Detuvo el coche y llamo a Kate. Gregory habia salido de su casa una hora y media antes y estaba caminando por la playa.

– Espereme al final de la carretera de la costa -ordeno Dalgliesh-. Y traiga unas esposas. Puede que no las necesitemos, pero no quiero correr riesgos.

Al cabo de unos minutos Kate se reunio con el. Ninguno de los dos hablo mientras ella subia al coche y el daba media vuelta para dirigirse a la escalera que conducia a la playa. Ahora vieron a Gregory, una solitaria figura enfundada en un largo abrigo de tweed con el cuello levantado para protegerse del viento, contemplando el mar junto a uno de los deteriorados espigones. Mientras caminaban sobre los guijarros, una subita rafaga tiro de sus chaquetas, obligandolos a inclinarse, aunque el aullido del viento apenas se oia sobre el fragor del mar. Una tras otra, las olas rompian en explosiones de rocio, espumando en torno al espigon y haciendo que las burbujas bailaran y rodaran como iridiscentes pompas de jabon sobre las piedras de la orilla.

Se acercaron juntos a la inmovil figura, que se volvio hacia ellos. Entonces, cuando se hallaban a unos veinte metros de distancia, Gregory se subio al espigon y se encamino resueltamente hasta un poste del extremo. Tenia una base cuadrada de sesenta centimetros de lado y se encontraba a menos de un palmo por encima de las feroces aguas.

– Si se tira, llamen enseguida a Saint Anselm -le indico Dalgliesh a Kate-. Digales que necesitamos un bote y una ambulancia.

Luego, con igual decision, el comisario subio al espigon y avanzo hacia Gregory. Se detuvo a dos metros y medio de distancia, y ambos se miraron. Gregory grito, pero sus palabras sonaron ahogadas por el estruendo del mar.

– Si ha venido a detenerme, aqui me tiene. Pero tendra que acercarse. ?No esta obligado a pronunciar una inutil paparruchada de advertencia? Creo que tengo derecho legal a oirla.

Dalgliesh no respondio. Durante dos minutos permanecieron callados, observandose, y al comisario le embargo la sensacion de que ese breve periodo equivalia a media vida de introspeccion. Algo nuevo, una furia que no recordaba haber experimentado antes, se apodero de el. La ira que lo habia invadido al ver el cuerpo del archidiacono no era nada comparada con esta sobrecogedora emocion. Ni le gusto ni lo asusto; simplemente acepto su poder. Comprendio por que no habia querido sentarse frente a Gregory a la pequena mesa de la sala de interrogatorios. Al alejarse unos metros se habia distanciado de algo mas que de la presencia fisica de un adversario. Ya no podia seguir distanciandose.

Dalgliesh nunca habia considerado su trabajo una cruzada. La vision de una victima en su postrera y patetica insignificancia grababa en la mente de algunos detectives una imagen tan poderosa que solo eran capaces de conjurarla en el momento del arresto. Sabia que algunos llegaban al extremo de cerrar tratos personales con el destino; no beberian ni irian al pub ni se tomarian vacaciones hasta haber atrapado al asesino. El siempre habia compartido la compasion y la rabia de esos hombres, pero nunca su hostilidad ni su implicacion personal. Para el desenmascarar a un asesino formaba parte de su dedicacion profesional e intelectual al descubrimiento de la verdad. Sin embargo, sentia algo diferente. No porque Gregory hubiese profanado un lugar donde el habia sido feliz; se pregunto brevemente que santificadora gracia recaia sobre Saint Anselm por el mero hecho de que Adam Dalgliesh hubiera sido feliz alli. Tampoco era solo porque reverenciaba al padre Martin y no conseguia olvidar la angustiada expresion de su rostro cuando habia alzado la vista del cadaver de Crampton, ni ese otro momento, el del suave roce de un cabello moreno contra su cara y Emma temblando en sus brazos por unos instantes tan breves que ahora le costaba creer que el abrazo se hubiera producido. Esta arrolladora emocion obedecia a una causa adicional, mas primitiva y menos noble. Gregory habia planeado y perpetrado el asesinato mientras el, Dalgliesh, dormia a cincuenta metros de distancia. Y ahora se proponia coronar su triunfo. Se arrojaria al mar, feliz y en su elemento, y nadaria hacia una misericordiosa muerte causada por el frio y el agotamiento. Y planeaba algo mas. Dalgliesh leyo los pensamientos de Gregory con la misma claridad con que este, lo sabia, estaba leyendo los suyos. Albergaba la intencion de llevarse consigo a su adversario. Si se arrojaba al agua, el comisario lo seguiria. No tendria alternativa. No podria vivir con el recuerdo de que habia permanecido inmovil, mirando al asesino mientras se ahogaba voluntariamente. Y arriesgaria su vida no por compasion y humanidad, sino por terquedad y orgullo.

Evaluo las fuerzas. Aunque en lo que a condicion fisica se refiere estaban bastante igualados, Gregory lo superaria como nadador. Ninguno de los dos duraria mucho en las heladas aguas, pero si los refuerzos llegaban pronto -como era su deber-, quiza sobrevivirian. Se pregunto si debia retroceder y ordenar a Kate que llamase a Saint Anselm pidiendo ayuda. Decidio no hacerlo: si Gregory oia coches aproximarse por el camino del acantilado no vacilaria un segundo mas. Todavia habia una posibilidad, aunque remota, de que cambiase de parecer. Dalgliesh sabia que Gregory contaba con una enorme ventaja: solo uno de los dos queria morir.

Permanecieron inmoviles durante unos instantes mas. De repente, tan despreocupadamente como si estuviesen en verano y el mar fuera una brillante extension azul y plateada bajo el resplandor del sol, Gregory se quito el abrigo y se zambullo.

El mudo careo de un par de minutos habia durado una eternidad para Kate. Se habia quedado muy quieta, como si todo su cuerpo estuviera paralizado, con los ojos fijos en las dos figuras impasibles. Aunque las olas le banaban los pies, era insensible a las frias punzadas del agua contra sus piernas. A traves de sus entumecidos labios habia conseguido gritar «?vuelva, vuelva, dejelo!», con una vehemencia que seguramente Dalgliesh habia percibido. Al no obtener respuesta, comenzo a murmurar obscenidades que jamas pronunciaba. El timbre del telefono continuo sonando. Por fin oyo la mesurada voz del padre Sebastian. Se esforzo por mantener la calma.

– Soy Kate Miskin, desde la playa. Dalgliesh y Gregory estan en el agua. Necesitamos un bote y una ambulancia. Deprisa.

El padre Sebastian no hizo preguntas.

– Quedese donde esta para que podamos identificar el lugar -pidio-. Llegaremos pronto.

Esta vez la espera fue mas larga, pero la cronometro. Transcurrieron tres minutos y quince segundos antes de que oyese ruido de coches. Ya no alcanzaba a divisar las dos cabezas entre las altas olas. Corrio hasta el extremo del espigon y se detuvo donde habia estado Gregory, ajena a las olas que lamian el poste y a las acometidas del viento. De repente los vio fugazmente -la cabeza gris y la morena separadas por un par de metros-, antes de que una ola los ocultase a sus ojos.

Aunque era importante que no los perdiese de vista, de vez en cuando se volvia hacia la escalera. Habia oido mas de un coche, aunque solo veia el Land Rover aparcado en el borde del acantilado. Era como si todo el seminario estuviese alli. Trabajaban deprisa y metodicamente. Habian abierto las puertas de la caseta y desplegado una rampa de tablillas de madera sobre una cuesta cubierta de guijarros. El bote hinchable se deslizo por ella, tras levantarlo, seis hombres, tres a cada lado, corrieron con el hasta la orilla. Kate vio que Pilbeam y Henry Bloxham se encargarian del rescate y le llamo la atencion que el corpulento Stephen Morby no figurase entre ellos. Quizas Henry fuese un marinero mas experimentado. Parecia imposible botar la embarcacion contra el aplastante peso del agua, pero al cabo de unos segundos oyo el rugido de un motor fuera borda y avisto a los hombres que avanzaban a toda velocidad hacia ella. Kate senalo las cabezas que acababa de vislumbrar por segunda vez.

Ahora no veia a los nadadores ni al bote, salvo cuando este remontaba momentaneamente una ola. Como no podia hacer otra cosa, se unio al grupo que corria por la playa. Raphael llevaba una cuerda enrollada, el padre Peregrine sujetaba un salvavidas y Piers y Robbins se habian cargado sendas camillas de lona sobre los hombros. La senora Pilbeam y Emma tambien estaban alli: una con un botiquin de primeros auxilios, la otra con toallas y una pila de mantas de vivos colores. Se congregaron en un punto y dirigieron toda su atencion al mar.

Por fin el bote regresaba. El rumor del motor sono mas fuerte y la embarcacion aparecio de subito, levantada

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