P. D. James
Muerte en la clinica privada
NOTA DE LA AUTORA
Dorset es notable por la historia y variedad de sus casas solariegas, pero quienes viajen a este bello condado no hallaran la Mansion Cheverell entre ellas. La Mansion y todo lo relacionado con la misma, asi como los lamentables hechos que ahi tienen lugar, solo existen en la imaginacion de la autora y de sus lectores, y no tienen relacion alguna con ninguna persona pasada o presente, viva o muerta.
PRIMERA PARTE
1
El 21 de noviembre, el dia que cumplia cuarenta y siete anos, tres semanas y dos dias antes de ser asesinada, Rhoda Gradwyn fue a Harley Street a una primera cita con su cirujano plastico, y alli, en un consultorio disenado, al parecer, para inspirar confianza y disipar aprensiones, tomo la decision que la conduciria inexorablemente a la muerte. Mas tarde ese mismo dia, almorzaria en el Ivy. La hora de las dos citas era fortuita. El senor Chandler-Powell no podia asignarle una hora mas temprana, y el posterior almuerzo con Robin Boyton, previsto para la una menos cuarto, habia sido concertado desde hacia dos meses: en el Ivy era imposible conseguir mesa sin reserva. Ella no consideraba ninguna de esas dos citas como una celebracion de cumpleanos. Nunca se menciono este detalle de su vida privada, como tantas otras cosas. Dudaba de si Robin habia descubierto su fecha de nacimiento o, en su caso, si le importaria. Sabia que era una periodista respetada, incluso distinguida, pero no se imaginaba precisamente aparecer en la lista del
Tenia que estar en Harley Street a las once y cuarto. Por lo general, cuando tenia una cita en Londres preferia caminar al menos parte del trayecto, pero hoy habia pedido un taxi para las diez y media. El viaje desde la City no debia requerir tres cuartos de hora, aunque el trafico de Londres era impredecible. Estaba entrando en un mundo que le era extrano y no queria hacer peligrar la relacion con su cirujano llegando tarde a la primera reunion.
Ocho anos atras habia alquilado una vivienda en la City, parte de una estrecha hilera de casas adosadas situadas en un pequeno patio al final de Absolution, cerca de Cheapside, y en cuanto se mudo supo que ese era el barrio de Londres en el que siempre habia querido vivir. El contrato de alquiler era largo y renovable; le habria gustado comprar la casa, pero sabia que nunca se pondria a la venta. De todos modos, el hecho de no poder llegar a considerarla del todo suya no le afligia. La mayor parte de la construccion databa del siglo XVII. Muchas generaciones habian vivido alli, habian nacido y muerto alli, dejando atras solo sus nombres en arcaicos y amarillentos contratos, y ella se sentia contenta de estar en su compania. Aunque las habitaciones de abajo, con sus ventanas divididas con parteluces, eran oscuras, las del estudio y el salon de la primera planta estaban abiertas al cielo y disfrutaban de la vista de las torres y los campanarios de la City y mas alla. Una escalera de hierro iba desde una angosta galeria de la tercera planta hasta una azotea apartada en la que habia una hilera de tiestos de terracota, y las mananas soleadas de los domingos, se sentaba con un libro o los periodicos mientras la calma dominical se prolongaba hasta el mediodia y la tranquilidad solo se veia interrumpida por los habituales repiques de campanas de la City.
La City que yacia abajo era un osario construido sobre multiples capas de huesos, varios siglos mas viejos que los de las
Sin embargo, nada de esto penetraba en Sanctuary Court. La casa que habia elegido no podia ser mas distinta del chale pareado claustrofobico y con cortinas ubicado en Laburnum Grove, Silford Green, el suburbio del este de Londres donde habia nacido y donde habia pasado los primeros dieciseis anos de su vida. Ahora iba a dar el primer paso en un camino que acaso la reconciliara con aquellos anos o, si la reconciliacion no era posible, al menos les quitara su capacidad destructiva.
Eran las ocho y media y estaba en el cuarto de bano. Cerro la ducha, y envuelta en una toalla se dirigio al espejo del lavabo. Alargo la mano y la paso por el cristal empanado y vio aparecer su cara, palida y anonima como una pintura emborronada. Hacia meses que no se tocaba la cicatriz a proposito. Ahora paso lenta y delicadamente por ella la punta del dedo, notando el brillo plateado en su centro, el duro perfil irregular del borde. Colocandose la mano izquierda en la mejilla, intento imaginar a la desconocida que, en el espacio de unas semanas, se miraria en el mismo espejo y veria un doble de si misma, aunque incompleto, sin marcas, quiza solo con una fina linea blanca para mostrar el lugar donde habia estado esa grieta arrugada. Mientras contemplaba la imagen que no parecia mas que un vago palimpsesto de su antiguo yo, comenzo de manera lenta y pausada a derribar sus cuidadosamente construidas defensas y dejar que el turbulento pasado, primero como un torrente impetuoso y luego como un rio crecido, irrumpiera sin encontrar resistencia para apoderarse de su mente.