2

Estaba de nuevo en la pequena habitacion trasera, cocina y sala de estar a la vez, en la que ella y sus padres mentian en connivencia y soportaban su exilio voluntario de la vida. La habitacion delantera, con su ventana salediza, era para ocasiones especiales, fiestas familiares que nunca se celebraban y visitas que nunca aparecian, su silencio olia levemente a cera para muebles perfumada de lavanda y a aire viciado, un aire tan siniestro que ella procuraba no aspirarlo nunca. Era la unica hija de una madre asustada e ineficiente y de un padre borracho. Asi es como se habia definido a si misma durante mas de treinta anos y como aun se definia. Su infancia y su adolescencia habian estado marcadas por la verguenza y la culpa. Los arranques periodicos de violencia de su padre eran impredecibles. Ella no podia traer a casa tranquilamente a amigos de la escuela, no organizaban fiestas de cumpleanos o de Navidad, y como no mandaban nunca invitaciones, tampoco las recibian. El instituto de secundaria al que fue era solo para chicas, y las amistades entre ellas eran estrechas. Un signo especial de aceptacion era ser invitada a pasar la noche en casa de una amiga. Pero en el 239 de Laburnum Grove no durmio jamas ningun invitado. El aislamiento no le preocupaba. Se sabia mas inteligente que sus camaradas y fue capaz de convencerse de que no necesitaba ninguna compania que resultaria ser intelectualmente insatisfactoria y que ademas nunca le seria ofrecida.

Eran las once y media de un viernes, la noche en que su padre recibia la paga, el peor dia de la semana. Oyo el temido, brusco portazo de la puerta de la calle. El entro dando traspies, y ella vio a su madre ponerse delante del sillon, algo que Rhoda sabia que despertaria la furia de su padre. Porque ese tenia que ser el sillon de su padre. El lo habia escogido, lo habia pagado, y lo habian traido esa manana. Solo despues de que se hubiera ido la furgoneta descubrio la madre que era del color equivocado. Deberian haberlo cambiado, pero no hubo tiempo antes de que cerrara la tienda. Rhoda sabia que la voz quejumbrosa, de disculpa, lloriqueante de su madre lo enfureceria, que su propia presencia hurana no ayudaria a ninguno de los dos, pero no podia irse a la cama. El sonido de lo que pasaria debajo de su habitacion seria mas aterrador que formar parte de ello. Y ahora el llenaba la estancia, su cuerpo torpe, su hedor. Oyendo sus bramidos de indignacion, su perorata, Rhoda sintio un subito acceso de furia, acompanada de coraje. Se oyo decir:

– No es culpa de mama. Cuando el hombre se ha marchado, el sillon aun estaba envuelto. Ella no podia saber que era de otro color. Tendran que cambiarlo.

Entonces la emprendio con ella. Rhoda no recordaba las palabras. Quizas en aquel momento no sonaron palabras, o ella no las oyo. Solo hubo el crujido de una botella rota, como el disparo de una pistola, la peste a whisky, un momento de dolor punzante que paso casi en cuanto lo noto, la calida sangre que fluyo de su mejilla, goteando en el asiento del sillon, y el angustiado grito de la madre.

– Oh, Dios mio, mira lo que has hecho, Rhoda. ?La sangre! Ahora ya no se lo llevaran. No nos lo cambiaran.

Su padre le dirigio una mirada antes de salir a trompicones y arrastrarse a la cama. En los segundos en que se cruzaron sus miradas, a ella le parecio que veia una confusion de emociones: desconcierto, horror e incredulidad. Entonces la madre por fin presto atencion a su hija. Rhoda habia estado intentando mantener juntos los bordes de la herida, con las manos pegajosas de sangre. La madre fue en busca de toallas y un paquete de tiritas, que trato de abrir con manos temblorosas, mientras sus lagrimas se mezclaban con la sangre. Rhoda le cogio cuidadosamente el paquete, quito la proteccion de las tiritas y al fin se las arreglo para cerrar la mayor parte de la herida. Al rato, menos de una hora despues, se hallaba tumbada rigidamente en la cama, la hemorragia estaba restanada y el futuro planificado. Nunca habria visita al medico ni explicacion veraz; no asistiria a la escuela durante uno o dos dias, su madre llamaria diciendo que se encontraba mal. Y cuando volviera a ir, su historia estaria preparada: habia chocado con el canto de la puerta abierta de la cocina.

Y ahora el afilado recuerdo de ese momento unico y despiadado se suavizo y se convirtio en los recuerdos mas triviales de los anos siguientes. La herida, que se infecto gravemente, sano despacio y con dolor, pero ni el padre ni la madre hablaron nunca de ello. A el siempre le costaba mirarla a los ojos; ahora casi nunca se le acercaba. Sus companeras de clase apartaban la mirada, pero a ella le parecia que el miedo habia sustituido a la aversion activa. En el instituto nadie menciono nunca la desfiguracion en su presencia hasta que estuvo en sexto curso y un dia, hablando con su profesora de ingles, esta intento convencerla de que fuera a Cambridge -su propia universidad- y no a Londres. Sin levantar la vista de sus papeles, la senorita Farrell dijo: «Rhoda, en cuanto a tu cicatriz facial, es maravilloso lo que llegan a hacer los cirujanos plasticos. Quiza seria sensato pedir hora de visita con tu medico de cabecera antes de que empieces la carrera.» Sus miradas se cruzaron, y ante la ultrajada rebeldia que expresaban los ojos de Rhoda, la senorita Farrell se encogio en la silla y se concentro de nuevo en sus papeles mientras su rostro se cubria de un inflamado sarpullido escarlata.

Empezo a ser tratada con respeto cauteloso. No le preocupaban el respeto ni la aversion. Tenia su vida privada, un interes en averiguar que ocultaban los demas, en hacer descubrimientos. Investigar los secretos de otras personas fue una obsesion durante toda su vida, el sustrato y la direccion de su actividad. Se convirtio en una acechadora de mentes. Dieciocho anos despues de abandonar Silford Green, el barrio se vio conmocionado por un crimen muy celebre. Ella habia estudiado las granulosas fotos de la victima y el asesino en los periodicos sin especial interes. El asesino confeso en cuestion de dias, se lo llevaron y el caso quedo cerrado. Como periodista de investigacion, cada vez con mas exito, estaba menos interesada en la breve notoriedad de Silford Green que en sus mas sutiles, lucrativas y fascinantes lineas de investigacion.

Se fue de casa el dia de su decimosexto cumpleanos y alquilo una habitacion amueblada en el distrito contiguo de las afueras. Hasta su muerte, su padre le estuvo mandando cada semana un billete de cinco libras. Ella nunca acusaba recibo, pero cogia el dinero porque lo necesitaba para complementar lo que ganaba por las noches y los fines de semana como camarera, diciendose a si misma que seguramente era menos de lo que habria costado su comida en casa. Cuando, cinco anos despues, con un sobresaliente en Historia y ya instalada en su primer empleo, su madre la telefoneo para decirle que su padre habia muerto, noto una ausencia de emocion que paradojicamente parecia mas fuerte y mas fastidiosa que la pena. Lo habian encontrado ahogado en un riachuelo de Essex de cuyo nombre ella nunca se acordaba, con un nivel de alcohol en la sangre que revelaba su estado de embriaguez. Como cabia esperar, el veredicto del juez de instruccion fue de muerte accidental, y en opinion de Rhoda seguramente acertaba. Era lo que ella esperaba. No sin un leve atisbo de verguenza, se dijo a si misma que el suicidio habria sido un juicio final demasiado memorable y racional para una vida tan inutil.

3

La carrera del taxi fue mas rapida de lo que habia pensado. Llegaba a Harley Street demasiado temprano y pidio al conductor que se detuviera en el extremo de Marylebone Road, desde donde iria andando a la cita. Como en las raras ocasiones en que habia hecho lo mismo, quedo sorprendida por la calle vacia, la misteriosa calma que se cernia sobre esas tradicionales casas del siglo XVIII. Casi todas las puertas tenian una placa de laton con una lista de nombres que confirmaban lo que seguramente sabia todo londinense, que se trataba del centro de la experiencia y los conocimientos medicos. Tras esas relucientes puertas y esas ventanas con discretas cortinas, habria pacientes esperando en diversas fases de ansiedad, aprension, esperanza o desespero, aunque pocas veces vio a alguien entrar o salir. Iban y venian los ocasionales proveedores o mensajeros, pero por lo demas la calle podia haber sido un plato vacio esperando la llegada del director, el camara y los actores.

Al llegar a la puerta, examino el panel de nombres. Habia dos cirujanos y tres medicos, y el que ella esperaba ver estaba arriba. G.H. Chandler-Powell, FRCS, FRCS (plastico), MS -estas dos ultimas letras correspondientes a Master of Surgery, Maestro en Cirugia, acreditativas de que un cirujano ha alcanzado la cima de la competencia y la reputacion-. Maestro en Cirugia. Penso que sonaba bien. Los cirujanos-barberos a quienes concedio sus licencias Enrique VIII se sorprenderian al saber lo lejos que habian llegado.

Abrio la puerta una joven de cara seria que lucia una bata blanca cortada para resaltar su silueta. Era atractiva pero no hasta el punto de desconcertar, y su breve sonrisa de bienvenida era mas amenazante que afectuosa. Delegada de clase, jefa de patrulla exploradora, penso Rhoda.

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