Y ahora, por primera vez, ella vio que el se enojaba.

– No seas melodramatica.

– Pero fue conveniente para ti, ?no es verdad?

– Ya lo creo, y no solo para mi. Habia alguien mas que tenia un motivo mucho mas poderoso para desembarazarse de ella. Tu padre.

Olvidando la necesaria discrecion, ella casi grito:

– ?Papa? ?Pero si el no estuvo alli! Le esperaban, pero no llego.

– Ya lo creo que estuvo alli. Aquella noche yo le segui. Puedes considerarlo como un ejercicio de vigilancia. Le segui en coche a lo largo de todo el camino hasta el Black Swan y le vi meterse en el desvio de entrada. Y si llegas a decidir hablar con Dalgliesh, que por alguna razon parece inducir en ti la necesidad de exponer confidencias femeninas y sentimentales, yo diria que esta es una informacion que debieras suministrarle.

– Pero tu no puedes, ?verdad que no? No sin admitir que tambien tu estabas alli. Si es una cuestion de motivo, Dalgliesh podria pensar que no hay mucho que escoger entre los dos. Y tu estas vivo, y el ha muerto.

– Pero, a diferencia de tu padre, yo tengo una coartada. Y esta vez autentica. Volvi directamente en coche a Londres, para asistir a una reunion de asistentes sociales en el Ayuntamiento. Yo estoy limpio. Pero ?y el? Su recuerdo ya es lo bastante desagradable. ?Quieres vincular otro escandalo a su nombre? ?No te basta con el pobre Harry Mack? Piensa en esto si te entra la tentacion de hacer una llamada anonima a la Seccion Especial.

VIII

La manana del martes no podia augurar mejor dia para salir en coche de Londres. La luz del sol era incierta pero sorprendentemente intensa y el cielo era un etereo techo azul por encima de las movedizas nubes. Dalgliesh conducia a buena velocidad, pero casi en silencio. Kate esperaba que fueran directamente a Riverside Cottage, pero la carretera pasaba ante el Black Swan y, cuando llegaron a el, Dalgliesh detuvo el coche, parecio reflexionar y finalmente enfilo el camino de entrada. Dijo:

– Tomaremos una cerveza. Me agradaria pasear a lo largo del rio, ver el edificio desde esta orilla. Es propiedad de Higgins, al menos la mayor parte de el. Sera mejor que le informemos de nuestra presencia.

Dejaron el Rover en el aparcamiento, que estaba vacio, excepto un Jaguar, un BMW y un par de Fords, y se encaminaron hacia el vestibulo de entrada. Henry les saludo con impasible cortesia, como inseguro de si se esperaba que los reconociera y, como respuesta a una pregunta de Dalgliesh, explico que monsieur se encontraba en Londres. El bar estaba vacio, salvo por la presencia de un cuarteto de hombres de negocios inclinados con actitud de conspiradores sobre sus whiskies. El barman, de rostro aninado sobre su chaqueta blanca y almidonada y su corbata de lazo, les sirvio una abundante y autentica ale de cuyo suministro se enorgullecia el Black Swan, y empezo a ocuparse de lavar copas y ordenar su barra como si esperase que esta manifestacion de actividad inhibiera cualquier pregunta por parte de Dalgliesh. Este se pregunto que clase de alquimia habria utilizado Henry para senalar sus identidades. Llevaron sus cervezas a las butacas situadas a cada lado de la chimenea, donde ardian unos troncos, bebieron en amistoso silencio, y despues regresaron al aparcamiento y cruzaron la entrada del resto para ir a la orilla del rio.

Era uno de aquellos perfectos dias otonales ingleses que se dan con mas frecuencia en la memoria que en la vida. Los ricos colores de la hierba y la tierra se intensificaban con la luz suave de un sol casi lo bastante caliente como para ser primaveral, y el aire era una dulce evocacion de todos los otonos de la infancia de Dalgliesh: humo de lena, manzanas maduras, las ultimas gavillas de la cosecha y el intenso olor a brisa marina de las aguas en movimiento. El Tamesis fluia con impetu, bajo un vientecillo que iba en aumento y aplanaba la hierba que bordeaba la orilla y formaba pequenos torbellinos a lo largo de esta. Bajo una superficie iridiscente en azules y grises, en la que la luz se movia y cambiaba como si fuese de cristales de colores, hierbas con hojas como punales se movian ondulantes. Mas alla de los grupos de sauces en la orilla opuesta, pastaba apaciblemente un rebano de vacas frisonas.

Al otro lado y a unos veinte metros aguas arriba pudo ver un bungalow, poco mas que un gran cobertizo blanco sobre pilares, y supuso que este era su punto de destino. Y sabia tambien, como lo habia sabido caminando bajo los arboles de Saint James's Park, que alli encontraria la pista que buscaba. Pero no le corria prisa. Como el nino que aplaza el momento de una satisfaccion segura, se alegraba de que llegaran temprano, agradeciendo aquel breve lapso de tranquilidad. Y de pronto experimento un minuto de cosquilleante felicidad tan inesperada e intensa que casi contuvo el aliento, como si pudiera detener el tiempo. Ahora le sobrevenian muy raras veces esos momentos de intensa dicha fisica, y jamas habia experimentado uno en medio de una investigacion por asesinato. El momento paso y oyo su propio suspiro. Rompiendo el encanto con una frase corriente, dijo:

– Supongo que esto debe ser Riverside Cottage.

– Creo que si, senor. ?Saco el mapa?

– No. Pronto lo sabremos. Es mejor que sigamos.

Pero todavia se entretuvo saboreando el viento que movia sus cabellos y agradeciendo otro minuto de paz. Se alegraba, tambien, de que Kate Miskin pudiera compartirlo con el sin necesidad de hablar y sin hacerle pensar que el silencio de ella era una disciplina consciente. La habia elegido a ella porque necesitaba una mujer en su equipo y ella era la mejor entre las disponibles. La eleccion habia sido en parte racional y en parte instintiva, y precisamente ahora estaba empezando a comprender que su instinto le habia servido muy bien. Hubiera sido poco sincero decir que entre los dos no habia ningun atisbo de sexualidad. En su experiencia casi siempre lo habia, por mas que se le repudiara e ignorara, entre cualquier pareja heterosexual razonablemente atractiva que trabajara en estrecha proximidad. No la habria elegido si la hubiese juzgado inquietantemente atractiva, pero la atraccion existia y el no era inmune a ella. Sin embargo, a pesar de este leve aguijon de sexualidad, o tal vez a causa de el, encontraba sorprendentemente calmante trabajar a su lado. Ella sabia instintivamente lo que el queria, sabia cuando tenia que guardar silencio, y su deferencia nunca resultaba excesiva. Sospechaba que, con una parte de su mente, ella veia sus puntos debiles con mayor claridad, le comprendia mejor y era mejor juez al respecto que cualquiera de sus subordinados varones. Nada tenia de la crueldad de Massingham, pero no era ni mucho menos sentimental. No obstante, segun su experiencia, las mujeres oficiales de policia rara vez lo eran.

Dio un vistazo final al bungalow. Si hubieran caminado junto a la orilla en aquella primera visita al Black Swan, como el habia tenido la tentacion de hacer, habria contemplado sus pateticas pretensiones con ojo indiferente y despreciativo, pero ahora, con aquellas fragiles paredes que parecian centellear entre la leve neblina del rio, contenia para el una promesa infinita y turbadora. Se alzaba a unos treinta metros del borde del agua, con un amplio porche, una chimenea central y a la izquierda, aguas abajo, un pequeno atracadero. Creyo ver una zona de tierra revuelta, con matas de color malva y blanco, tal vez un parterre de margaritas de San Miguel. Se habia intentado, en cierto modo, arreglar un jardin. Desde lejos, el bungalow parecia bien conservado, con su blanca pintura resplandeciente, pero aun asi tenia un aspecto veraniego, provisional, un tanto abandonado. Penso que a Higgins no debia de gustarle mucho tenerlo a la vista desde sus campos de cesped.

Mientras miraban, una mujer regordeta salio por la puerta lateral y se dirigio hacia el embarcadero, con un perrazo trotando junto a ella. Se metio en un chinchorro, se inclino para soltar la amarra y empezo a remar energicamente a traves del rio y hacia el Black Swan, agazapada sobre los remos y con el perro sentado, muy tieso, a proa. Al acercarse mas el chinchorro, pudo ver que era un cruce de poodle y alguna especie de terrier, con un cuerpo lanudo y una cara ansiosa y amable, casi tapada del todo por los pelos. Observaron como se inclinaba y alzaba la mujer sobre los remos, progresando lentamente contra una corriente que la estaba impulsado aguas abajo hacia ellos. Cuando finalmente la barca llego a la orilla, Dalgliesh y Kate caminaron hacia ella. Inclinandose, el agarro la proa y la inmovilizo. Vio entonces que el lugar elegido por la mujer para atracar no era fortuito. Habia un poste de acero profundamente clavado entre la hierba, junto al agua. Dalgliesh paso la amarra sobre el y extendio una mano. Ella la agarro y casi salto a tierra, con un solo pie; el pudo ver entonces que su pie izquierdo calzaba una bota ortopedica. El perro salto tras ella, husmeo los pantalones de Dalgliesh, y despues, desalentado, se echo sobre la hierba, como si todo el esfuerzo fisico de la travesia hubiera corrido a su cargo. Dalgliesh dijo:

– Creo que usted debe de ser la senorita Millicent Gentle. En este caso, veniamos a visitarla. Esta manana

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