hemos telefoneado desde Scotland Yard. Le presento a la inspectora Kate Miskin; mi nombre es Adam Dalgliesh.

Contemplo aquella cara redonda y arrugada como una manzana que llevara demasiado tiempo almacenada. Las rojizas mejillas eran dos bolas duras bajo unos ojillos que, cuando ella le sonrio, se convirtieron en estrechas hendiduras; despues se abrieron para revelar unos iris de un castano brillante, como dos canicas bien pulimentadas. Llevaba unos informes pantalones marrones de tergal y un chaleco acolchado de un rojo desvaido sobre una zamarra ajada por el tiempo. Bien encasquetado, llevaba un gorro de lana, tejido a mano, con franjas verdes y rojas y unas orejeras que terminaban en una trenza de lana adornada con una borla roja. Tenia un aspecto arrugado y ligeramente maltrecho, como un viejo gnomo de jardin castigado por demasiados inviernos. Pero cuando hablo, su voz, profunda y resonante, se revelo como una de las mas hermosas voces femeninas que el habia oido.

– Le esperaba, desde luego, comandante, pero crei disponer todavia de otra media hora. Ha sido agradable encontrarles de este modo inesperado. Les llevare en mi barca, pero, con la presencia de Makepeace, tendra que ser uno cada vez y la cosa sera un poco larga. Creo que por la carretera hay ocho kilometros, pero tal vez tengan el coche aqui.

– Tenemos un coche.

– Claro, bien han de tenerlo siendo oficiales de la policia. Vaya necedad la mia. Acabo de cruzar el rio con mis cartas. El senor Higgins me deja ponerlas en la mesa del vestibulo, para enviarlas junto con las suyas. Mi buzon se encuentra a tres kilometros de camino. Es muy amable por su parte, si se tiene en cuenta que en realidad no le gusta mi casa. Mucho me temo que la juzga mas bien como una mala vision. No pueden equivocarse en la carretera. Tome la primera a la izquierda, que indica Frolight, pase por el puente combado y despues de nuevo a la izquierda al llegar a la granja del senor Roland, donde veran un letrero con una vaca frisona pintada. Entonces veran tambien un camino que conduce al rio y a mi casa. Como pueden ver, no es posible perderse. Ah, y espero que quieran tomar un poco de cafe.

– Gracias, lo tomaremos con mucho gusto.

– Creo que si. En parte a causa de el he cruzado ahora el rio. El senor Higgins tiene la amabilidad de venderme medio litro mas de leche. Vienen por lo de sir Paul Berowne, ?verdad?

– Si, senorita Gentle. A causa de sir Paul.

Esperaron unos momentos mientras ella cojeaba con rapidez hacia el Black Swan, con el perro pisandole los talones, y despues dieron media vuelta y se encaminaron lentamente hacia el aparcamiento. Siguieron sin dificultad las instrucciones que les habia dado, pero Dalgliesh condujo lentamente, sabiendo que todavia no era la hora concertada para la cita y deseando dar tiempo a la senora Gentle para regresar y esperales en su casa. Al parecer, Gentle era su verdadero nombre y no un seudonimo, pero parecia casi demasiado apropiado para una novelista romantica. Mientras conducia con exasperante lentitud, advirtio la incontrolada impaciencia de Kate a su lado, pero diez minutos despues abandonaron la carretera lateral y enfilaron el camino de tierra que llevaba hasta el bungalow.

Atravesaba un campo sin setos divisores y en pleno invierno, penso Dalgliesh, debia de ser un cenagal practicamente intransitable. El bungalow presentaba un aspecto mas solido que visto desde lejos. Un parterre, ahora en plena decrepitud otonal, bordeaba el camino de tierra hasta la escalera lateral, debajo de la cual pudo ver unos bidones, posiblemente de parafina, amontonados bajo una lona. Detras del bungalow habia un pequeno huerto, con coles achaparradas, tallos agostados de coles de Bruselas, bulbosas cebollas deshojadas, y las ultimas judias, cuyas vainas moribundas colgaban de los tallos como harapos. El olor del rio era aqui mas intenso y Dalgliesh pudo imaginarse la escena en invierno, con la fria niebla elevandose desde el agua, los campos empapados y aquel solitario camino de tierra para llegar a una desolada carretera rural.

Pero cuando la senorita Gentle les abrio la puerta y con una sonrisa se hizo a un lado, entraron en un ambiente alegre y luminoso. Desde las amplias ventanas de la sala de estar, cualquiera podia imaginarse en un barco, sin nada mas a la vista que la blanca barandilla del porche y el resplandor del rio. A pesar de una incongruente estufa de hierro forjado, la habitacion era mucho mas propia de un chalet que de una barraca junto al rio. Una pared, cubierta por un tambien incongruente papel pintado con capullos de rosa y petirrojos, estaba repleta de cuadros: viejas acuarelas de escenas rurales, dos grabados gemelos de las catedrales de Winchester y de Wells, cuatro grabados de moda victoriana montados en un solo marco, una imagen bordada en oro y seda del angel recibiendo a los apostoles ante la tumba vacia, y un par de buenos retratos en miniatura con marcos ovalados. La pared opuesta estaba recubierta por libros y Dalgliesh observo que algunos de ellos eran obras de la senorita Gentle, todavia intactas en sus cubiertas. A cada lado de la estufa habia una butaca y, entre ellas, una mesa de tres patas sobre la cual ella habia colocado ya una jarra de leche y tres tazas y platos con motivo floral. La senorita Gentle, ayudada por Kate, acerco una pequena mecedora para acomodar a su segundo invitado. Makepeace, tras haber contribuido junto a su duena a darles la bienvenida, se echo ante la vacia estufa y lanzo un maloliente suspiro.

La senorita Gentle sirvio el cafe casi inmediatamente. Habia tenido la cafetera sobre el fuego y le habia bastado con verter el agua sobre los granos. Al tomar el primer sorbo, Dalgliesh sintio una momentanea compuncion. Habia olvidado cuan inconveniente les resultaba a los solitarios enfrentarse a unos visitantes inesperados. Aquella travesia en barca hasta el Black Swan, sospechaba, se habia debido mas a la leche que al envio del correo. Dijo con voz suave:

– Usted ya sabe, desde luego, que sir Paul ha muerto.

– Si, lo se. Fue asesinado y por eso se encuentran ustedes aqui. ?Como han dado conmigo?

Dalgliesh le explico el hallazgo de su libro y dijo:

– Todo lo que le ocurriera durante las ultimas semanas de su vida es importante para nosotros. Por eso nos gustaria que nos dijera, exactamente, que ocurrio la noche del siete de agosto. Usted le vio.

– Si, ya lo creo que le vi.

Dejo su taza sobre la mesa y tuvo un leve escalofrio, como si de repente sintiera frio. Despues se dispuso a contar su historia como si fuesen unos chiquillos ante la chimenea del cuarto de jugar.

– En realidad, yo me entiendo muy bien con el senor Higgins. Claro que a el le gustaria comprar esta casa y derribarla, pero yo le he dicho que la primera negativa la recibira de mis albaceas cuando yo haya muerto. Bromeamos al respecto. Y el Black Swan es, realmente, un lugar muy respetable. Un lugar tranquilo, con una clientela muy selecta. Pero aquella noche algunos clientes no lo eran. Yo estaba intentando trabajar y la cosa llego a ser muy irritante. Habia unos jovenes que gritaban y chillaban. Por tanto, me acerque a la orilla y vi que habia cuatro de ellos en una batea. La estaban meciendo de forma muy peligrosa, y dos de ellos estaban de pie y trataban de cambiar de lugar. Pense en cruzar el rio y hablar con el senor Higgins. Tal vez Henry pudiese imponer un poco de orden. Aparte del ruido, se estaban comportando como locos. Y, por consiguiente, Makepeace y yo cruzamos el rio. Atraque en mi lugar de costumbre. Hubiera sido una gran imprudencia remar hacia ellos y dirigirles una reprimenda, pues yo ya no estoy tan fuerte como en otros tiempos. Al virar con la barca para acercarme a la orilla, vi a los otros dos hombres.

– ?Supo usted quienes eran?

– Entonces no. Habia oscurecido ya, desde luego. Solo habia la luz refleja procedente del aparcamiento de los coches, por encima del seto. Despues reconoci a uno de ellos, sir Paul Berowne.

– ?Que estaban haciendo?

– Peleandose.

La senorita Gentle pronuncio esta palabra sin la menor desaprobacion, casi, penso Dalgliesh, con una nota de sorpresa ante la necesidad de su pregunta. De su tono podia deducirse que pelearse a la orilla del rio y casi a oscuras era una actividad que cabia esperar de dos caballeros que no tuvieran nada mejor que hacer. Anadio:

– A mi no me vieron, claro. Solo mi cabeza sobresalia por encima de la orilla. Creo que Makepeace se disponia a ladrar, pero le dije que no lo hiciera y en realidad se mostro muy dueno de si, aunque pude ver que tenia ganas de saltar y sumarse a la pelea. Me pregunte si yo debia intervenir, pero decidi que seria un gesto poco digno y en realidad bastante inefectivo. Y era, evidentemente, una pelea privada. Quiero decir que no tenia el aspecto de un ataque no provocado de los que imponen el deber de procurar atajarlo. El otro hombre parecia mucho mas bajo que sir Paul, lo cual no dejaba de ser una desventaja. Pero era mas joven, y esto restablecia el equilibrio. Se las estaban arreglando muy bien sin mi y sin Makepeace.

Dalgliesh no pudo resistir la tentacion de echar una mirada a Makepeace, sumido en una calma sonolienta.

Вы читаете Sabor a muerte
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату