experimentado en materia de ayuda social.

– Si, eso suena a la jerga de costumbre.

A la senorita Wharton la sorprendio la subita nota de sarcasmo en la voz de la inspectora y tuvo la sensacion de contar con una aliada. Abrio la boca para hacer una nueva peticion, pero decidio abstenerse de ella. Si algo podia hacerse, la inspectora Miskin lo haria. La inspectora parecia estar reflexionando, y finalmente dijo:

– No puedo darle su direccion, y por otra parte no la recuerdo. Tendre que consultar su expediente. Ni siquiera estoy segura de si lo dejaron en su casa con su madre, pero supongo que solicitaron una orden de custodia si deseaban sacarlo de alli. Sin embargo, recuerdo el nombre de su escuela, Bollington Road Junior. ?Sabe donde esta?

La senorita Wharton exclamo:

– ?Ya lo creo! Se donde esta Bollington Road. Puedo ir alli.

– Supongo que siguen saliendo mas o menos a las tres y media, ?verdad? Podria usted pasar por alli en el momento oportuno. Si se encuentra con el accidentalmente, no creo que puedan ponerle ninguna objecion.

– Gracias, muchisimas gracias.

Con su percepcion ahora agudizada por la ansiedad seguida por el alivio, la senorita Wharton sospecho que la inspectora Miskin estaba pensando en hacerle alguna nueva pregunta sobre los asesinatos, pero no dijo nada. Cuando se levantaron y la inspectora la acompano hasta la puerta, la miro y le dijo:

– Ha sido usted muy amable. Si recuerdo alguna otra cosa respecto a los asesinatos, algo que aun no les haya dicho, en seguida me pondre en contacto con usted.

Sentada en el metro, en su trayecto hacia la estacion de Saint James's Park, planeo que si todo salia bien se obsequiaria despues con un cafe en los Army and Navy Stores, pero su visita al Yard parecia haberle exigido mayor esfuerzo de lo que ella habia esperado, y la mera idea de tener que salvar el trafico de Victoria Street la deprimio y desalento. Tal vez resultara menos fatigoso prescindir del cafe y encaminarse hacia su casa. Mientras titubeaba junto al borde de la acera, noto que un hombro rozaba el suyo. Una voz varonil, joven y agradable, dijo:

– Perdone, pero ?no es usted la senorita Wharton? La conoci en las primeras diligencias sobre la muerte de Berowne. Soy Dominic Swayne, el cunado de sir Paul.

Ella parpadeo, confusa unos segundos, y entonces le reconocio. El dijo:

– Estamos bloqueando la acera -ella sintio la mano de el en su brazo, guiandola firmemente a traves de la calle.

Despues, sin soltarla, el anadio:

– Habra estado usted en el Yard. Yo tambien. Necesito tomar algo, y le ruego que me acompane. Estaba pensando en ir al Saint Ermin's Hotel.

La senorita Wharton respondio:

– Es usted muy amable, pero no estoy segura de que…

– Por favor. Necesito hablar con alguien. Me esta usted haciendo un favor.

En realidad, era imposible rehusar. Su voz, su sonrisa, la presion de su brazo, eran persuasivas. Y la conducia, amable pero firmemente, a traves de la estacion y en direccion de Caxton Street. Y de pronto se encontro ante el hotel, tan solidamente acogedor, con su amplio patio flanqueado por animales heraldicos. Seria agradable sentarse alli tranquilamente antes de iniciar el camino de regreso a casa. El la guio hacia la puerta de la izquierda y hasta el salon.

Era todo grandioso, penso: la escalinata bifurcada que conducia a un gran balcon curvado, los resplandecientes candelabros, los espejos de las paredes y las columnas elegantemente esculpidas. Y, sin embargo, se sentia extranamente a sus anchas. Habia algo tranquilizador en aquella elegancia eduardiana, aquella atmosfera de respetable y segura comodidad. Siguio a su acompanante, sobre la alfombra de color azul y crema, hasta un par de butacas de respaldo alto, ante la chimenea. Despues de sentarse en ellas, el pregunto:

– ?Que le apetece tomar? Hay cafe, pero creo que deberia tomar algo un poco mas fuerte. ?Un jerez?

– Si, es una buena idea, muchas gracias.

– ?Seco?

– Bueno, tal vez no demasiado seco.

La senora Kendrick sacaba la botella del jerez cada noche, antes de cenar, en la vicaria de Saint Crispin. Invariablemente era jerez seco, un vino palido y aspero que realmente no era de su gusto. Pero al regresar a su casa echo de menos este ritual. Sin duda, cualquiera se acostumbraba con rapidez a esos pequenos lujos. El levanto un dedo y el camarero acudio, rapido y deferente. Llego el jerez, de un hermoso color ambar, semidulce, inmediatamente reconfortante. Habia un pequeno cuenco con frutos secos y otro con galletitas saladas. Todo era elegante, idoneo para aplacar los nervios. La vida ruidosa de Victoria Street parecia encontrarse a kilometros de distancia. Sentada alli, con la copa junto a los labios, contemplo con tremula admiracion la ornamentacion tallada en el techo, las lamparas murales gemelas, con sus pantallas fruncidas, los enormes jarrones con flores al pie de la escalinata. Y de pronto supo por que se sentia tan a sus anchas. Visiones, rumores, sensaciones, incluso la cara de aquel joven que la miraba sonriente, todo se fundio en una imagen durante largo tiempo olvidada. Ella se encontraba en el salon de un hotel, seguramente el mismo hotel, aquel mismo lugar, sentada junto a su hermano, que disfrutaba de su primer permiso despues de haber conseguido los galones de sargento. Y entonces recordo. El habia sido destinado a Bassingbourn, en East Anglia. Debieron de reunirse en un hotel cercano a Liverpool Street, no a Victoria Street, pero era un hotel muy similar. Ella recordaba con orgullo la elegancia de su uniforme, la insignia alada de ametrallador de la aviacion en su pecho, el flamante brillo de sus tres galones, la sensacion de importancia que experimento al ser acompanada por el, como le satisfizo aquel lujo desacostumbrado, el aplomo con que el llamo al camarero y le encargo jerez para ella y cerveza para el. Y su actual acompanante le recordaba un poco a John. Como John, era casi de la misma estatura de ella. A los ametralladores de popa «nos prefieren pequenos», habia dicho John. Pero ademas era rubio como John, habia algo de John en sus ojos azules y la alta curva de las cejas, y mucho de John en su amabilidad y cortesia. Casi podia imaginar aquel emblema alado de la aviacion en su pecho. Entonces el dijo:

– Supongo que la habran estado interrogando de nuevo acerca de los asesinatos. ?Le han hecho pasar un mal rato?

– Oh, no, nada de eso…

Le explico la finalidad de su visita, sin la menor dificultad en hablarle acerca de Darren, de sus caminatas a lo largo del camino de sirga, sus visitas a la iglesia, su necesidad de verle de nuevo. Anadio:

– La inspectora Miskin no puede hacer nada ante la autoridad municipal, pero me ha dicho cual es la escuela de Darren. Realmente, se ha mostrado muy amable.

– Los de la policia nunca son amables, excepto cuando les conviene. Conmigo no han sido amables. Vera, creen que yo se algo. Tienen una teoria. Creen que pudo hacerlo mi hermana, ella junto con su amante.

Miss Wharton grito:

– ?Oh, no! ?Eso es una idea terrible! Imposible que lo hiciera una mujer… ?y menos su propia esposa! Una mujer no pudo cometer semejante asesinato. Seguramente, ellos han de comprenderlo.

– Tal vez si. Tal vez solo fingieran creerlo. Pero estan tratando de obligarme a decir que ella confio en mi, que incluso me confeso lo que habia hecho. Ella y yo nos llevamos muy bien, ?comprende? Siempre hemos estado muy cerca el uno del otro. Solo contamos el uno con el otro. Saben que, de estar ella metida en algun lio, me lo contaria a mi.

– ?Pero esta es una situacion terrible para usted! No puedo creer que el comandante Dalgliesh admita realmente una cosa asi.

– Necesita proceder a una detencion, y la esposa o el marido siempre son los sospechosos mas obvios. He pasado dos horas muy desagradables.

La senorita Wharton habia terminado su jerez y, al parecer por milagro, habia otro en su lugar. Tomo un sorbo y penso: Pobrecito mio, pobre muchacho. Tambien el bebia, un liquido mas palido en un vaso ancho, mezclado con agua. Tal vez fuese whisky. Ahora dejo su vaso sobre la mesa y se inclino hacia ella, que pudo oler el alcohol en su aliento, masculino, aspero, un tanto inquietante. Dijo:

– Hableme del crimen. Digame lo que vio, como era aquello.

Ella pudo sentir la necesidad de el, intensa como una fuerza, y tambien experimento la necesidad de salir a su encuentro. Tambien ella necesitaba hablar. Habia pasado demasiadas noches insomne, luchando contra el horror,

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